julio 31, 2006

Mensaje de Felipe Calderón Hinojosa ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

30/7/06



Muy buenas tardes, en virtud de que la audiencia que me fue concedida por el Tribunal fue una audiencia no abierta a los medios de comunicación, habíamos solicitado ciertamente una audiencia publica pero comprendemos cabalmente las razones el Tribunal, me voy a permitir leer antes ustedes puntualmente lo que expresé ante los 7 magistrados del Tribunal Federal Electoral esta mañana al filo de las 12:00 horas.
Ciudadana y ciudadanos Magistrados:

Agradezco enormemente la oportunidad de poder exponer ante Ustedes nuestros puntos de vista respecto de la elección presidencial que están calificando y aportar elementos que conduzcan a la expedición de la declaratoria de validez de la elección.

He venido aquí personalmente, porque quiero refrendar con mi presencia mi plena confianza en la ley y en las instituciones, incluido el Tribunal Federal Electoral, porque sé que en cada uno de ustedes hay plena conciencia de la repercusión histórica de su resolución. Porque sabemos que dicho fallo que ustedes emitan quedará registrada en la historia y será revisado una y otra vez por las generaciones de mexicanos que nos siguen. Porque sé que cualquiera de ellos que lo revise sólo podrá decir que es una resolución apegada a Derecho y por lo mismo sirvió al pueblo de México en un momento en que la vía de la ley y la de las instituciones estaba puesta a prueba.

Soy un mexicano que cree en la democracia y que está perfectamente convencido de que las diferencias entre los mexicanos, son naturales. Que la pluralidad no sólo no debilita sino que enriquece la vida nacional. Pero que tiene que resolverse por medios pacíficos y no por medios violentos cualquier diferencia que haya entre mexicanos. Que deben resolverse conforme a la legalidad y no conforme a la presión que pueda ejercerse y mucho menos por medios hostiles. Por la vía de las instituciones y no por la vía de las movilizaciones.

Toda mi vida he luchado porque existan elecciones libres y se respete la voluntad de los ciudadanos. Ese ha sido un ideal que ha definido y moldeado al México moderno y una de las principales razones de la lucha del Partido Acción Nacional.

Para mi fortuna he podido participar en la paulatina edificación democrática del país, desde la configuración del primer Tribunal Electoral que con alcances limitados dio ya entonces rumbo a la certeza legal que México necesitaba. Me tocó aprobar como legislador la reforma constitucional que terminó con los Colegios Electorales, marcados por la auto calificación y el interés de los partidos políticos en el Congreso.

Me enorgullece haber seguido en el curso de mi vida a hombres como el que hoy me acompaña Luis Héctor Álvarez, que fue perseguido, amenazado, incluso encarcelado en la lucha democrática. De hombres como él aprendí que había que buscar la democracia en México por medios democráticos aunque nuestro medio fuera profundamente antidemocrático. Luchar de manera no violenta en un entorno terriblemente violento.

Hoy lo que buscamos es lo mismo, aunque en condiciones muy distintas. Buscamos que se respete el voto que los mexicanos emitimos el dos de julio. El voto de los indígenas, el de las amas de casa, el de los trabajadores, el de los profesionistas, el de los padres de familia, el voto de todos, el voto de ustedes, el voto mío.

Hoy México tiene que hacer una definición esencial, si quiere ser una Nación democrática, ordenada y con capacidad de construir su futuro con dignidad y justicia.

La definición no es si la elección fue limpia o no. Esa es una valoración que ustedes harán con claridad y nuestros argumentos no sólo han sido expuestos ya por mis compañeros sino el pueblo de México los conoce: El voto fue libre, tuvimos la elección más competida, pero también la más vigilada y la más participativa de la historia de México. Tuvimos la elección presidencial más democrática. Tampoco la definición principal que debemos hacer es acerca de quien ganó la elección: El cómputo de votos realizado por los ciudadanos arroja una diferencia a nuestro favor que parece pequeña pero que no lo es. Un cuarto de millón de votos. En Alemania la diferencia entre el primero y el segundo lugar fue de tan sólo 6 000 votos. En Italia de menos de 5000. En Costa Rica de 14 000 votos, donde por cierto no hubo un recuento de votos como se ha dicho.

Ganamos además en las encuestas de salida, en todos los ejercicios de conteo rápido realizados el día de la elección, incluyendo el conteo rápido realizado por el propio Instituto Federal Electoral y que no se dio a conocer el 2 de julio sino después. Ganamos según el Programa de Resultados Electorales Preliminares. Es una irresponsabilidad haber iniciado la descalificación de la elección cuestionando el PREP, para que tres semanas después simple y sencillamente se reconociese que no hubo fraude cibernético por parte de quien esta impugnando la elección.

Ganamos por supuesto en el Cómputo de votos realizado en los Consejos Distritales Electorales. Ganamos también la mayoría relativa en la Cámara de Diputados y en la de Senadores, ganamos la elección del Congreso, una elección que, por cierto, nadie ha impugnado, a pesar de haberse realizado en las mismas casillas electorales y recibida la votación por las mismas personas.

Ciudadana y ciudadanos Magistrado:

La definición que México debe tomar no es si la elección fue democrática o no fue democrática. Sí lo fue. Tampoco quien ganó esa elección. Nosotros la ganamos. La definición es si las diferencias que tenemos los mexicanos al respecto se van a resolver con movilizaciones y presiones, o con razones y con la ley en la mano. Si puede más la fuerza y la amenaza que la ley y la autoridad electoral. Si 42 millones de votos pueden suplantarse con campamentos y movilizaciones.

Nosotros creemos en la fuerza de la ley. Porque la ley tiene la fuerza de los pacíficos. Crememos en la fuerza de la razón, y no en la razón de la fuerza. Por eso hoy estoy aquí, por eso hoy estamos aquí, dando nuestras razones y no fuera de aquí, dando rienda suelta a la sinrazón.

La elección fue democrática

El proceso electoral que culminará con la calificación de validez de este Tribunal ha sido sin duda uno de los más competidos en la historia, pero al mismo tiempo de más democráticos, transparentes y equitativos.

Los candidatos recorrimos el país sin límites y sin cortapisas. Los medios de comunicación estuvieron abiertos a todas las expresiones políticas y dieron testimonio de la pluralidad en que vivimos los mexicanos. Se han realizado monitoreos constantes que dan constancia de ello. Es más, en materia de cobertura noticiosa, el candidato de la Alianza por el Bien de Todos fue el más y mejor cubierto en los noticieros de radio y televisión en todo el país. También fue el que mayor número de anuncios contrató en televisión

En suma, las elecciones federales para renovar el Poder Legislativo de la Unión y la Presidencia de la República fueron limpias, libres y democráticas. Así lo atestiguaron casi un millón de ciudadanos que fueron funcionarios de casilla y casi un millón y medio de representantes de casilla entre ellos cientos de miles representando al candidato que ha impugnado la elección presidencial. No es justo con esos ciudadanos que, sin aportar una sola prueba en un solo caso, se diga que esos millones de mexicanos fueron comprados o corrompidos. Es una ofensa que ni los ciudadanos ni México merecen.

La jornada electoral fue no sólo fue limpia sino ejemplar según lo atestiguaron los observadores nacionales y extranjeros acreditados y todos los partidos y candidatos a la Presidencia de la República lo reconocimos públicamente así el 2 de julio antes de conociera el resultado electoral.

Se ha argumentado que la elección fue inequitativa. La verdad es que no es así. La Coalición por el Bien de Todos fue la opción política que dispuso un mayor volumen de recursos públicos derivados de las prerrogativas a las que legítimamente tenían derecho. Ello se vio reflejado en el gasto electoral y en los medios de comunicación. Mi partido ha exhibido al respecto varias pruebas que sé que serán debidamente valoradas por el Tribunal, y entre otras las siguientes:

Primero el estudio de "Porción de Audiencia" o "share of voice", realizado por la empresa más acreditada del mundo IBOPE, que demuestra que la publicidad de la Alianza por el Bien de Todos tuvo el mayor porcentaje de audiencia entre el electorado. Esto es perfectamente consistente con el monitorio final de medios de comunicación realizado por el Instituto Federal Electoral y que no fue impugnado por la Coalición por el Bien de Todos, en dicho monitoreo se expresa que la Coalición del PRD fue la que contrató el mayor número de spots televisivos, es decir un total de 319 mil 155 segundos de anuncios, más 296 mil 498 segundos en programas televisivos, para un gran total de 615 mil 653 segundos de televisión contra tan sólo 277 mil 108 del Partido Acción Nacional.

Y lo digo con toda seguridad señores magistrados. Ni la campaña presidencial de 1988, ni la de 1994, ni siquiera la del 2000 registraron el nivel de competencia y presencia equilibrada de todos los partidos y candidatos. En pocas palabras, la campaña no sólo fue equitativa sino que fue la elección presidencial más equitativa de las que se hayan realizado en México.

Por otra parte, los candidatos pudimos debatir, frente a frente, nuestras ideas y propuestas. Es la primera vez que se realizan dos debates presidenciales al que hayan podido asistir todos los candidatos a la Presidencia de la República, sin excepción, y no sólo los punteros. Los debates son por su propia naturaleza oportunidades que igualan a los candidatos en condiciones de expresión ante los electores. Y si no tuvimos más debates, fue por una razón muy simple: porque el impugnante candidato del Partido de la Revolución Democrática se negó tajantemente a ello e incluso declinó participar en el primero. Eso también provocó que comenzara a perder la confianza del electorado.

También se invoca la presencia del presidente de la República en mi favor. Déjenme decirles señores magistrados que eso no es así. Más allá de que en cualquier democracia el gobernante no pierde su carácter de ciudadano e incluso su propia filiación partidaria, a grado tal que en muchos países lo común es que el gobernante sea líder de su partido, en el caso de esta elección no hay un solo elemento que permita afirmar que la actuación del Presidente de la República haya estado al margen de la ley. Es más, por primera vez en la historia de México el Presidente de la República no participa en un solo acto del candidato y del partido al que pertenece. Por lo demás, no hay prueba alguna que demuestre como es posible que la comunicación a la que está obligado el Estado afecte la libertad del ciudadano para emitir su voto.

El Presidente de la República ha sido el funcionario más acotado desde la historia del México moderno. Incluso aceptó someterse al llamado Acuerdo de Neutralidad, a través del cual suspendió durante los 40 días anteriores a la jornada electoral y en el transcurso de la misma, cualquier tipo de campaña publicitaria de programas de obra pública o de promoción de imagen personal en todos los medios de comunicación.

Se invoca como causal de nulidad el decir que los programas federales de beneficio social fueron utilizados en mi favor. Eso es rotundamente falso. Falso porque no se exhibe ninguna prueba y falso porque ni siquiera se surte una elemental relación de causa a efecto entre tales programas y la votación en mi favor. En efecto, los programas públicos por una parte estuvieron protegidos mediante acuerdos para el blindaje electoral entre la Fiscalía Especial para los Delitos Electorales, los gobiernos de los Estados, el Gobierno Federal y el Instituto Federal Electoral y se contó para ello con apoyo del Programa de Nacionales Unidas para el Desarrollo, que protegían a tales programas de cualquier participación o sesgo electoral.

No existe ninguna prueba ni siquiera en casos aislados de casillas y ya no digamos alguna prueba generalizada de que el voto a favor mío o de nadie fuese condicionado a obtener precisamente los beneficios de dichos programas, es decir nadie fue obligado para obtener el beneficio de dichos programas a emitir el voto en favor mío ni de ningún otro candidato. El candidato de la Coalición de la Coalición de Todos obtuvo la mayoría de los votos emitidos en 153 de los 200 municipios con mayor índice de marginación y con mayor cobertura de programas sociales, mientras que el PAN sólo alcanzó mayoría en 20 de ellos. Es decir, no hay una relación de causa a efecto, entre programa social y resultado electoral.

A mayor abundamiento, en el recurso principal en el Distrito 15 del Distrito Federal, impugnado por el PRD, cuyo caso se ha asumido como emblemático o recurso madre, no existen siquiera beneficiarios del programa de Oportunidades o del Seguro Popular. Independientemente de lo absurdo de pretender dar por probados hechos, pruebas y alegatos llevados a cabo ante casillas y consejos electorales distintos, es decir, como fueron distintas las autoridades del Distrito 15 y los 299 Distritos restantes del país, ¿De qué manera incidieron los programas del gobierno federal en nuestro triunfo en el Distrito 15, si no existen ahí esos programas? Este sólo hecho bastaría para ver como el argumento cae por su propio peso.

En cuanto a la jornada electoral, es importante subrayar que fue una jornada verdaderamente civica. Se instaló el mayor número de casillas en todo el país. Prácticamente todas, salvo once, en más de 130 mil fueron instaladas y sin incidentes relevantes. A lo largo del día no hubo más que expresiones de elogio para su organización y para la participación ciudadana. Cabe recordar que los funcionarios de casilla fueron escogidos al azar por insaculación y bien decía el ex consejero presidente del IFE, José Woldenberg que no creía que todos los mexicanos nacidos en enero fueran corruptos. El voto además fue vigilado por representantes de los partidos políticos, incluyendo cientos de miles de la Coalición por el Bien de Todos.

Y para que el Tribunal garantice la soberanía popular expresada en el voto, sus resoluciones deberán hacerse con estricto apego a derecho se trata de una materia de Derecho Publico no de Derecho Privado, y precisamente por la enorme trascendencia política que tienen para la vida del país, el Tribunal no puede apartarse de la ley en un asunto de tal magnitud. El camino de la ley es el único posible.

El cómputo de votos debe regirse precisamente con los principios de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad como principios rectores. A este habrá que agregar el respeto a la participación de los ciudadanos en la función estatal de la organización de las elecciones federales consagrada en la Constitución y en particular la participación de los funcionarios de las Mesas Directivas de Casilla y de los Representantes de partidos.

El principio de certeza se cumple en el cómputo mismo de los votos el día de la casilla y el día de la elección. Ahí la observación respecto de cómo se distribuyen las boletas electorales, como se vota en secreto, como se deposita el voto en urnas transparentes, como se cuentan los votos sigue siendo un principio de inmediatez en tiempo y lugar que debe respetarse. Ese no es sólo el espíritu, sino también la letra de la ley. Porque no hay otro momento ni otro lugar en el que los votos están mejor vigilados y mejor contados.

En cualquier caso, respetaré y apoyaré lo que en esta materia resuelva este honorable Tribunal Federal Electoral.

Déjenme en todo caso comentarles desde mi experiencia porqué la legislación mexicana es tan clara y ha dado tanto énfasis a la validez del cómputo realizado en la casilla y porque el artículo 247 de la ley electoral reserva para casos excepcionales el recuento, la razón es histórica y me tocó vivirla desde la oposición: Porque generalmente el fraude electoral incluía también y fundamentalmente la alteración de paquetes electorales. Así le ocurrió infinidad de veces a nuestro partido, desde 1939.

Pero para darle mayor objetividad a mi argumento no evocaré casos que involucren directamente a mi partido, sino al partido que pide el recuento, el Partido de la Revolución Democrática. Remito a Ustedes a los testimonios de la elección intermedia en Michoacán, en 1989, que constan en las actas de la autoridad electoral de Michoacán y que fueron también recogidos por la prensa, entre ellos por el periodista Pascal Beltrán del Río en su libro Michoacán, ni un paso atrás. Editorial Proceso.

En él se dice por parte del dirigente perredista Fidel Marín que la alquimia era muy tradicional, básicamente los: "Básicamente los tacos, los robos de urnas y la alteración de paquetes electorales."

En aquella elección, en mi estado, los perredistas grabaron conversaciones realizadas durante la madrugada del 3 de julio, las cuales formaron parte de una operación para revertir resultados en el I distrito electoral, con cabecera en Morelia.

Las comunicaciones fueron interceptadas en Morelia, Tarímbaro, Cuitzeo y Santa Ana Maya. Auxiliares electorales del gobierno tenían el objetivo de llevar los paquetes electorales al Consejo Consultivo Estatal de Seguridad Pública, con el fin de alterar su contenido antes de que llegaran al comité distrital electoral, cosa que lograron.

En 12 casillas instaladas en La Huerta, El Recreo y Presa El Rosario, entre otros, el PRI consiguió casi la mitad de los 9 mil votos que obtuvo oficialmente en la demarcación electoral.

En otro Distrito, en el XVIII, el PRI sacó 4 mil votos de sus 10,500 en sólo 6 de las 83 casillas. En 4 de esas casillas, las poblaciones no rebasan los 265 habitantes.

Fueron estos casos los que llevaron a todos los partidos políticos, desde luego el PAN y también el PRD a darle validez formal al acta de escrutinio de las casillas y a reducir la apertura y el recuento a los casos excepcionales que se establece en la ley, de ahí que en las sucesivas reformas incluida la vigente, votada por el PRD, se le dio plena validez al computo de casillas con miras a evitar el fraude cometido a través de la alteración de paquetes electorales.

El ultimo revisado por el Tribunal Federal Electoral fue en el caso de Tecpan de Galeana, Guerrero, donde el Pleno del Tribunal, aprobó la ponencia en donde con toda razón dio validez al acta de escrutinio de la casilla que favorecía al PRD aún por encima del recuento ordenado por la autoridad estatal electoral que favorecía al PRI

Señora y señores magistrados:

Vengo aquí porque creo en la ley, en la paz y en la razón. Porque es aquí y no en la calle donde debe calificarse la elección.

Gracias por esta oportunidad. He venido porque quiero decirles, con absoluta tranquilidad de conciencia que gané limpiamente la Presidencia de la República.

No fue fácil. Tuve muchos obstáculos incluso hasta para ser candidato. Tuve adversarios poderosos, muy carismáticos. Pero gané limpiamente. A pulso. Y no permitiremos que esos votos emitidos por millones y millones de mexicanos se cancelen por la demagogia y la sin razón que acabaría no solo con una elección democrática sino con el futuro del país.

Lo único que tengo de valor, en serio, para dejarles a mis hijos es mi buen nombre. Es en lo personal lo más valioso que tengo que heredarle y vengo a defenderlo. Pero no sólo eso. También quiere heredarles un México democrático, un México seguro, un México justo y limpio. Un México donde por encima de nuestras diferencias podamos respetarnos.

Por eso vengo a expresarles mi confianza y mi apoyo. Sé que estarán a la altura del momento histórico de México como ya lo estuvieron los ciudadanos.

Por mi parte tengan la seguridad de que seguiré contribuyendo a fortalecer las instituciones democráticas y a establecer desde el gobierno de la República todas las garantías para que cada día se fortalezca más le trabajo del Tribunal y de sus integrantes.

Y no es difícil lo que hay que hacer. Es una decisión muy difícil por su relevancia pero fácil de tomar, simple y sencillamente hay que seguir con decisión lo que la ley dice. Simple y sencillamente hay que reconocer la decisión que ya tomaron los ciudadanos, hay que respetar lo que ya se y se hizo bien por ellos, sólo hay que respetar el voto que ya se emitió, y hay que declarar Presidente Electo a quien ya los mexicanos eligieron.

México está en sus manos. Y que la Patria reconozca la emisión de un fallo apegado a derecho, a la justicia y a la democracia. Muchas gracias.

¿Método o locura?

Denise Dresser
Reforma
31 de julio de 2006

"Aquellos que los dioses quieren destruir, primero enloquecen", escribió Eurípides. Y muchos que observan a Andrés Manuel López Obrador piensan que ha enloquecido. Que ha perdido la cordura. Que se le ha caído un tornillo y aunque convoque a millones en el Zócalo, ha perdido toda oportunidad de encontrarlo. Porque gran parte de lo que hace va en contra de su aspiración presidencial. Porque gran parte de lo que dice hace imposible cumplirla. Si en realidad su objetivo es llegar a Los Pinos, su comportamiento de las últimas semanas dificulta que algún día llegue allí. Toda acción entraña -lógicamente- consecuencias, y las de AMLO corren en sentido contrario de alguien que quiere, alguna vez, gobernar al país.

Basta con imaginarse el siguiente escenario: ¿Y si el Trife ordenara un recuento total o parcial de los votos y López Obrador fuera declarado el ganador? Lograría ser Presidente pero le resultaría extraordinariamente difícil conducir al país. Lograría arribar a Palacio Nacional pero le resultaría imposible generar consensos desde allí. Porque en México -como en cualquier otro sistema capitalista a nivel mundial- existen actores clave para el funcionamiento de una economía, y en las últimas semanas AMLO se ha dedicado a alienarlos a todos. Con las protestas en Walmart. Con el bloqueo a la Bolsa Mexicana de Valores. Con el llamado al boicot de productos estadounidenses. Con las declaraciones intempestivas de Jesús Ortega contra el Consejo Coordinador Empresarial. Con la posibilidad de marchas que bloqueen carreteras y cierren aeropuertos. Con el uso de la palabra "insurrección" y la amenaza de fomentarla.

Todas esas posturas son políticamente correctas pero estratégicamente erróneas. Todas esas palabras movilizan a grupos incondicionales pero asustan a quienes no lo son. Con ellas AMLO va erigiendo obstáculos en su camino a la Presidencia en vez de desmantelarlos. Como ha argumentado el experto en transiciones democráticas, Adam Przeworski, para ganar y gobernar en una economía de mercado, la izquierda se ve obligada a domesticarse. A des-radicalizarse. A combinar las demandas de redistribución con los imperativos de la acumulación. A aceptar las reglas básicas del juego mientras intenta reformarlo. Porque no puede llegar al poder y usarlo de manera eficaz de otra manera, dadas las constricciones que coloca el capital, para bien y para mal. Esos inversionistas que requieren seguridad; esas compañías multinacionales que necesitan certeza; esas empresas pequeñas y medianas que exigen predecibilidad. La posición antisistémica de AMLO sólo tiene sentido si ya renunció a la posibilidad de liderear ese sistema que tanto odia.

Porque de lo contrario, está actuando de manera contraproducente. Está haciendo y diciendo todo para asegurar que no será Presidente nunca. O de serlo, gobernará con demasiados factores reales de poder en contra como para no producir una confrontación mayor y dañina para su propia causa. Grupos empresariales que le dieron el beneficio de la duda y ahora se lo retirarán. Miembros potenciales del gabinete con credibilidad internacional que se rehusarán a formar parte de él. Compañías globales en busca de nuevos sitios para invertir que borrarán a México de su lista, ante la incertidumbre que se vislumbra allí. Banqueros que prestaban poco y con altas tasas de interés, que ahora lo harán menos y cobrando más. Miles de electores moderados que ya se arrepintieron de su voto. Elites sociales como las que asistieron a la boda de Marcelo Ebrard, y que de seguir las cosas como van, no volverán a ser fotografiadas en público con él.

Quizás esto no le preocupe al equipo de AMLO pero debería. Quizás esto no le quite el sueño a los perredistas más recalcitrantes pero ojalá lo hiciera. Porque al privilegiar la táctica inmediatista están olvidando la estrategia de largo plazo. La de ir ganando y consolidando posiciones para una izquierda creíble, confiable, que entiende cómo funciona una economía y lo que se debe asegurar -en México y en cualquier parte- para que lo haga bien. La de poner primero a los pobres con políticas públicas viables, que combinen la responsabilidad del Estado con los requerimientos del mercado. La de un líder con la credibilidad suficiente para atemperar los excesos del capitalismo, sin acabar con él. La de ser un Presidente eficaz, más allá de ser un Presidente legítimo.

Esas tareas ineludibles para cualquier dirigente en un mundo globalizado, que su propia tribu sabotearía. Millones de mexicanos legal y pacíficamente empujados a la radicalización y empujando a AMLO a que gobierne así. Todos los miembros de su base dura -a los cuales ha ido enardeciendo- declaración tras declaración. Esos 2 millones de personas que salen a marchar para derrocar al sistema y de ser Presidente, esperarán que lo haga. Con resultados rápidos y cambios tangibles. Encarcelando a Luis Carlos Ugalde y a los consejeros del Instituto Federal Electoral. Exiliando del país a los miembros del Consejo Coordinador Empresarial. Nacionalizando a Televisa y a Reforma. Clausurando todas las fábricas de Sabritas del país. Cerrando la Bolsa Mexicana de Valores y exigiendo que las empresas mexicanas encuentren otras forma de capitalizarse. Demandando que Walmart ponga fin a sus operaciones en México.

Porque ésas serán las demandas que emergerán del movimiento confrontacional que López Obrador está contribuyendo a crear, ¿o no? Ésas son las decisiones de política pública que fluyen de las posturas políticas que los perredistas han promovido últimamente, ¿o no? Propuestas cuyo objetivo no es construir al nuevo país sino destruir a los viejos enemigos. Planteamientos que erigen muros contra la izquierda en lugar de contribuir a su aceptación.

Y por ello se vuelve lógico pensar que la apuesta de AMLO es otra. Ya no la Presidencia de la República sino la conciencia combativa y crítica y radical del país. Ya no Palacio Nacional sino la plaza pública. Ya ni siquiera el recuento de todos los votos, sino la esperanza de que el Trife deseche esa posibilidad. Para entonces poder afirmar que todo fue un fraude, que todo está corrompido, que todo el sistema es un asco. Para poder dedicarse entonces a lo que sabe hacer mejor: pelear, combatir, movilizar. Pasar a la historia como el hombre que quiso ser Presidente, pero prefirió ser piedra en el zapato. Para ser reconocido en los libros de texto gratuito como otro de los revolucionarios que tanto admira. Y demostrar, como lo sugiere Shakespeare en Hamlet, que "Aunque esto sea una locura, hay método en ella".

Un mes por delante

Salvador O. Nava Gomar*
La Crónica
Domingo 30 de Julio de 2006

El TRIFE tiene un largo mes para resolver las impugnaciones derivadas de la elección. Mientras tanto, hoy domingo, tendremos el acarreo partidista más grande de nuestra historia, que, a falta de argumentos, pretende gravar con repeticiones un fraude inexistente, legitimidad sin ley, y el confuso eufemismo de adjudicarse el derecho de arrebatar lo que se cree no puede pertenecer a nadie más que al redentor.

Están orgullosos de sus marchas. Consideran que les confirman una razón que sólo ellos entienden. Pareciera que a más marchantes mayores posibilidades de regresar el pasado; más fuerza de convencimiento frente a los magistrados, más anulaciones para el adversario… más votos.

El candidato perdedor, que se dice ganador, pretende influenciar al Tribunal para que altere aquello que no logró en las urnas. Dice que Calderón será espurio porque no cuenta con la mayoría (sic), y hace de su minoría una fantástica cuenta regresiva que según sus resultados suponen más. Equivale lo anterior a creer que dos suman más que tres… Dice también que Calderón no tiene autoridad moral. Ello supone, en su lógica inversa, que él sí tiene porque así se desprende de su proyecto alternativo de Nación: no políticas públicas diferentes, no reformas a la legislación, no innovación gubernativa. No. Una Nación diferente: legitimidad para los pobres sobre los ricos; para el pueblo sobre los pirrurris; para la izquierda pura sobre la derecha mefistofélica.

Entre la vulgaridad y la puntada está su nueva acusación: “Facciosos”. La declaración es torpe si se considera que son justamente los facciosos de la historia los que han hecho marchas en contra de la legalidad; vulgar porque es falsa; puntada porque emana de la ocurrencia.

Fue una tristeza Horacio Duarte en la sesión del Consejo General del IFE. El buen defensor del desafuero que carga a cuestas con el PRD en la escalada imposible de la meca electoral cayó también en la vulgaridad. Con actas electorales en mano (lo que implica un delito para quien las sustrajo) ofendió a los consejeros electorales, empezando por su presidente, achacando que deberían avergonzarse y pegar dichas actas en las puertas de sus casas. El debate democrático cedió su lugar a la rabieta de la sinrazón. No podían faltar sus correligionarios entrando por la fuerza al recinto. Todo para nada, el IFE ha concluido su tarea, toca ahora al Tribunal.

Desde luego que hay errores lógicos y humanos en la elección: 130,477 casillas multiplicadas y sumadas por 2,500 funcionarios del IFE, el millón de ciudadanos que laboró por la patria ese domingo, más los representantes de los partidos, dan posibilidades de error en la misma proporción de los votos obtenidos: no alteran los resultados. Hay poco que litigar.
AMLO dilapida de su capital político. Olvida que no obtuvo catorce millones de votos furibundos, sino que la mayor parte de ellos fueron de ciudadanos flotantes que le creyeron, y que así deshoja su margarita. Borges lo hubiera incluido en su Historia Universal de la Infamia, pues sinrazones generan desencuentros conciudadanos y erosión institucional. Hace daño. No para.

El Tribunal resolverá con base en las normas. Si no gusta que presenten iniciativas para llenar las lagunas de la legislación electoral, pues ni el IFE (autoridad administrativa) ni el TRIFE (autoridad jusrisdiccional) tienen margen de maniobra para satisfacer las extraviadas peticiones de nulidad sustentadas en periódicos.

La buena es que sólo falta un mes y algunas asambleas informativas (mega acarreos). La mala es que vendrá un sexenio con un molesto zumbido antidemocrático y locuaz al oído del moderno Leviatán que buscará la reconstrucción nacional.

* El autor es Director de la Escuela de Derecho de la Universidad Anáhuac México Sur

julio 30, 2006

Chocan PFP y SSP DF en cifras del mitin

La SSP DF dijo que el mitin no tuvo mayores incidentes

Reforma
Staff

Ciudad de México (30 julio 2006).- Los cálculos de la Secretaría de Seguridad Pública del DF (SSP DF) y de la Policía Federal Preventiva (PFP) en torno a la asistencia de simpatizantes perredistas al mitin en el Zócalo convocado por Andrés Manuel López Obrador, no tienen ninguna concordancia.

La corporación capitalina aseguró cerca de las 16:00 horas que al mitin acudieron más de 2 millones de personas, mientras que cuatro horas más tarde la Policía Federal estimó en 180 mil a los asistentes.

La SSP DF informó que no hubo mayores incidentes durante el mitin y que hubo 125 atenciones en el Zócalo por parte del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM), y sólo una persona requirió traslado a un hospital por una posible fractura de pierna.

La dependencia capitalina no dio mayores detalles de su conteo.

Por su parte la PFP informó que su estimación se calculó con el número de vehículos utilizados para ingresar al Distrito Federal, y de la capacidad de la Plaza de la Constitución, así como de las calles aledañas para recibir a los contingentes de simpatizantes.

Alejandro Martínez, comisionado de la PFP, dijo que para esta marcha se trasladaron a la Ciudad de México 2 mil 370 vehículos entre camiones y camionetas de carga, con un promedio de 40 personas cada uno.

Sin embargo, y pese a la enorme diferencia de cifras, autoridades de la PFP rechazaron que con su cálculo se trate de caer en una confrontación de cifras, con los organizadores del mitin y el Gobierno del Distrito Federal.

Juárez contra AMLO

Enrique Krauze
Reforma
30 de julio de 2006

"Yo me inspiro en ese gran Presidente, Benito Juárez..."

Andrés Manuel López Obrador,
Ocotlán, Jalisco, 2 de junio de 2006.

La renovación del Poder Ejecutivo Estatal en Puebla en 1867 dio pie a un conflicto postelectoral. En los comicios celebrados a fines de ese año contendieron Rafael J. García (gobernador interino que renunció al puesto para participar, y resultó el ganador), Ignacio Romero Vargas y el general Juan N. Méndez. La elección fue puesta en tela de juicio porque, desobedeciendo a la autoridad militar, el general Méndez se había marchado a la Sierra de Puebla a lanzar su candidatura sin solicitar permiso al Ministerio de Guerra. La intención de la inconformidad era dar tiempo al general Méndez para presentar en orden su renuncia a aquel Ministerio y contender, de nueva cuenta, con todas las de la ley. El Congreso del Estado de Puebla declaró nulos los comicios.

Aun cuando el ganador, Rafael J. García, era un viejo amigo de Benito Juárez, no logró que el Presidente interviniera en modo alguno en la resolución soberana del Congreso estatal (órgano supremo que calificaba de manera final e inapelable las elecciones). Ante la protesta personal de García, Juárez se limitó a apostillar: "Enterado con sentimiento de lo que pasa en el estado con motivo de las elecciones. Con tal de que no se use de las vías de hecho, creo las cosas podrán irse arreglando." (Nota autógrafa de Juárez en la carta que le dirigió Rafael J. García desde Puebla el 29 de noviembre de 1867.) Tras la celebración de las nuevas elecciones, se refrendó el triunfo de García. El Congreso del Estado de Puebla lo declaró gobernador constitucional, y él tomó posesión de su cargo el 16 de febrero de 1868. Sin embargo, en la región serrana de Puebla, lugar de origen de Méndez, se presentaron algunos amagos de rebelión impulsados por el candidato perdedor y quizá relacionados con otros movimientos subversivos (muy comunes en la época) como el encabezado en la capital por el general Miguel Negrete. En ese momento, el presidente Benito Juárez apeló a los inconformes a respetar la elección ya sancionada por el Congreso del Estado:

"Hoy, que ya se ha electo el gobernador, es un deber de todos aceptar al escogido, sea el que fuere, sin pretender apelar a las armas y sin promover escándalos de ninguna especie, pues las leyes tienen para todo el remedio sin necesidad de apelar a la fuerza." (Juárez al general Juan Francisco Lucas. México, febrero 19 de 1868.)

Al mismo tiempo, y siempre apegado a la ley, Juárez recomendó al nuevo gobernador de Puebla respetar el derecho de petición y prestar oídos a las quejas provenientes de los pueblos de la Sierra. Los inconformes argumentaban la desatención de la Legislatura a sus reclamaciones sobre trámite de las actas de elección:

"Es necesario demostrar con hechos que no tiene empeño la Legislatura del estado, ni interés particular de ningún género, en desoír las peticiones de los pueblos y debe, por lo mismo, recibir las actas de todos los distritos para resolver la cuestión en los términos que señala la ley. Nadie tendrá después el derecho de quejarse porque todos aceptarán el mandato de la ley ..." (Carta de Juárez al gobernador Rafael J. García, México, 25 de abril de 1868.)


En este contexto de protestas en la Sierra de Puebla, Juárez respondió a una misiva enviada desde Zacatlán por Vicente Márquez, personaje que tenía mando de tropas y había sido acusado de rebelión. En su carta a Juárez, Márquez le había manifestado su adhesión. El 25 de mayo de 1868, Juárez le responde dando crédito a la profesión de lealtad, pero acto seguido lo reconviene en términos claros y terminantes: "Los pueblos -apunta el Presidente- están cansados ya de escándalos estériles y ... desean conservar inalterable la paz, sin la cual no habrá progreso posible para el país." Por eso rechazaban a los "revoltosos", cuyo único propósito era "medrar en la revolución". El Presidente agregaba que la Legislatura debía recibir todas las actas y llegar a una resolución. Pero a partir de ese momento -señala con firmeza- "creo también que deben todos respetar esa resolución, sea cual fuere, porque, de otro modo, jamás se hará efectivo entre nosotros el mandato de la ley". Juárez deseaba que se respetaran "las autoridades legalmente constituidas, porque de otro modo no habrá gobierno posible en nuestro país". La carta concluía con una frase memorable:

"Jamás podrá verificarse, ni aquí ni en ninguna parte del mundo, una elección, sea cual fuere, que sea igualmente agradable para todos; pero deber es y deber sagrado aceptarla, cuando cuenta con la sanción y el voto de la mayoría; de otra manera, serán una farsa entre nosotros, el principio democrático y el Gobierno republicano."

La vía del derecho triunfó sobre las vías de hecho. Privó el mandato de la ley. La resolución soberana del Congreso local se respetó. Rafael J. García fue gobernador constitucional del estado de Puebla durante el período 1868-1869.

An Anti-Democracy Campaign

Editorial
The Washington Post
Saturday, July 29, 2006; A18

• Mexico's presidential loser takes a lesson from Joseph Stalin.

ANDRES MANUEL López Obrador's attempt to win Mexico's presidential election with populist promises and posturing was a failure: He repelled Mexicans who don't want their country to drop out of the 21st century, blew a large lead in the polls and ended up losing by a narrow margin to Felipe Calderón. Now Mr. López Obrador has launched a second populist campaign -- this time in an attempt to overturn Mexico's fragile democracy. On Sunday he will preside over the third mass rally he has staged in Mexico City since his 200,000-vote loss was announced by the electoral commission this month; aides say he will urge his followers to undertake acts of disruption. His clear aim is to force the country to install him as president -- whether or not the votes or the legal means exist to do so. "I am the president of Mexico," he declared on television last week.

It is difficult to overstate the irresponsibility of Mr. López Obrador's actions. Until the late 1980s, Mexico was an authoritarian state in which presidential elections were routinely rigged. Then the country's political elite, including Mr. López Obrador's party, came together to agree on a momentous political reform. An independent federal elections institute and federal electoral tribunal were created; over the past decade they have had an impressive record of impartiality and professionalism, even as candidates from once-persecuted opposition parties, including Mr. López Obrador, have won victory after victory. Mexico is still working on some of the institutional foundations of a democratic society, but the electoral authorities were a success story and a model for other nations trying to move from fake to real elections.

Mr. López Obrador is doing his best to destroy that achievement. He has made wild charges of manipulation and fraud against the federal elections institute, without offering any tangible proof; international and independent Mexican observers detected no such abuse. He has demanded that the tribunal, which has until September to rule on challenges to the election, order a full recount of the votes, even though the law does not provide for one. A filing made by his campaign to the tribunal revealingly quoted Joseph Stalin: "It is those who count the votes who decide everything."

In fact, Mr. López Obrador is betting that the threat of chaos in Mexico will sway the seven members of the tribunal to overrule or annul the votes of 42 million citizens, regardless of legal niceties or the actual vote count. His advocates point out that a similar campaign stopped an attempt by his opponents in Congress and the current government to exclude him from the presidential race last year. That maneuver -- which we strongly opposed -- failed when President Vicente Fox wisely and responsibly backed down. Now Mr. López Obrador is making his own attempt to bend a brittle system to his purposes. He, too, should stop.

© 2006 The Washington Post Company

El prestobarba de Occam

julio 28, 2006

Nueva teoría

Carlos Elizondo Mayer-Serra
Reforma
20 de julio de 2006

Hay una nueva teoría: la democracia no se alcanzó en el 2000. Sólo se logrará cuando se implemente un nuevo modelo de desarrollo. El supuesto fraude no es lo central, sino que el gobierno, una vez en el poder, implemente una política económica claramente distinta. Sólo así se podrá decir que hubo alternancia.

Este discurso confunde los instrumentos con los fines. La democracia es un medio para llegar al poder. El tipo de política económica que siga el ganador no lo vuelve más o menos democrático. Puede hacerlo más o menos eficiente, justo o consistente con lo que prometió, pero ese es otro tema. Según esta novedosa teoría, el Brasil de Lula tampoco sería democrático, salvo que importe lo que promete el candidato, no lo que hace. Con toda su retórica, ha seguido el legado de Cardoso.

Si el Tribunal Electoral (TEPJF) revirtiera el triunfo de Calderón, López Obrador difícilmente podría implementar una política alternativa a la de Fox, pero no por ello no habría habido una segunda alternancia. Sólo podría hacer una política realmente distinta violentando las instituciones, arriesgándose a una crisis mayúscula y en contra de las preferencias de casi dos tercios del electorado (si aceptáramos que el PRI y el PAN son la misma cosa en materia de política económica, premisa inicial de esta nueva teoría).

La globalización restringe mucho más la política económica de los países. Un país que no es competitivo y que no mantiene cierta estabilidad macroeconómica no puede crecer de forma sostenida, aunque el significado de estabilidad macroeconómica cambia de acuerdo a la reputación de cada país y a sus condiciones objetivas. La falta de alternativas viables de política económica no cancela la democracia, aunque limita sus posibilidades al reducir el margen de acción de los gobiernos que difícilmente pueden aislar a sus ciudadanos de lo que sucede en el otro lado del mundo. Por ello es fácil quedarse por debajo de las expectativas.

Hay otra teoría para negar que en el año 2000 hubo alternancia: el gobierno de Fox proviene del mismo semillero de los gobiernos priistas y Calderón es parte de esa dinastía que se perpetuará si se acepta su triunfo. En términos de grupo en el poder, sin embargo, el de Fox o eventualmente el de Calderón son más ajenos al sistema priista que el de López Obrador, empezando por él mismo. Si bien como priista nunca pasó de cargos regionales de cierto peso, algunos de quienes lo acompañan fueron secretarios de Estado en gobiernos tan disímbolos como los de Echeverría y Salinas.

Muchas de las teorías sobre nuestra falta de democracia que circulan reflejan que no hemos internalizado plenamente el significado de este sistema político. Pero ello no es exclusivo de un sector de la izquierda. El gran error de este sexenio fue intentar evitar que López Obrador estuviera en la boleta porque, como más de uno lo dijo en privado, no se le podía ganar en las urnas. Si bien al final ganó la cordura, el daño al proceso ya estaba hecho. Había mostrado la cara antidemocrática de ciertos grupos ligados al gobierno, aunque ciertamente no de Calderón quien fue ajeno a esta desafortunada maniobra. Por el contrario, luchaba por ganar su candidatura en su partido contra los mismos que armaban el desafuero y que también fallaron en su esfuerzo por frenarlo.

El desafuero, lejos de dañar a López Obrador, lo proyectó nacional e internacionalmente, pero lo hizo creerse indestructible. Ello lo volvió más vulnerable en las urnas de lo que propios y extraños creían. La supuesta justificación del fraude, ante la ausencia de pruebas claras, es que no lo dejaron llegar porque amenazaba el statu quo. Sin embargo, su problema fue radicalizarse y no moverse hacia el centro. Ahí se encontraban los votos faltantes. Eso es lo que uno hace en una democracia si quiere ganar. Derrotado en el conteo, ha salido con un reflejo antidemocrático: o reconocen mi triunfo o no reconozco el resultado ni las instituciones que lo validen.

No es el cambio de modelo económico o de la gente en el poder lo que prueba si un sistema es o no democrático. Sino que la elección se dé dentro de ciertas reglas, que los votos se cuenten y ellos definan al próximo Presidente y al Poder Legislativo. Tenemos el aparato institucional para contarlos y para determinar si hubo o no irregularidades. Ha costado una fortuna, poco más de 13 mil millones de pesos en este año. De éstos, unos mil millones son sólo para el Tribunal y cerca de 4 mil 400 millones para los partidos políticos.

Lo único aceptable en una democracia es acatar lo que el Tribunal diga, el cual además proviene de una decisión que incluyó a los tres principales partidos. Si ahora optamos por negar su legitimidad para determinar quién gobierna, acabaremos imponiéndole un costo muy alto a casi todos los mexicanos. De negar la decisión del Tribunal seguiremos enfrascados en el pleito descarnado por el poder, mientras otros países continuarán construyendo economías más competitivas. Quienes quieren imponer su propia ley, desde narcotraficantes a maestros de Oaxaca, aprovecharán la debilidad del gobierno para promover sus intereses en contra del interés general.

Correo: elizondoms@yahoo.com.mx

La locura

Ezra Shabot
Reforma
28 de julio de 2006

Los intelectuales orgánicos se incorporan a la masa que obedece ciegamente consignas sin medir las consecuencias. Perdieron la elección y la razón

La lucha por el poder tiene características que en ocasiones derivan en la pérdida de la razón y en una abstracción de la realidad propia del pensamiento totalitario. La derrota en un proceso electoral enormemente competido pone a prueba las instituciones de la democracia, pero también el temple y la responsabilidad de aquellos políticos que, sintiéndose seguros ganadores, se ven obligados a enfrentar una realidad adversa. La candidatura de López Obrador se fue construyendo desde el 2000, cuando su triunfo en la capital del país se combinaba con una derrota estrepitosa de Cuauhtémoc Cárdenas y con ello concluía el dominio de éste sobre su partido.

Toda la gestión de Andrés Manuel al frente del Distrito Federal estuvo guiada por la lógica de la candidatura presidencial. Las críticas a Fox, la construcción del segundo piso del periférico junto con una buena dosis de corrupción por parte de los constructores, su defensa frente a los videoescándalos, los apoyos a traficantes de arte convertidos en beneficiarios del presupuesto capitalino, y el desprecio por la ley en el caso del desafuero, todos y cada uno de estos eventos tenían en la mente de AMLO un solo objetivo: la Presidencia de la República. Poco a poco, fue copando los espacios dentro de su partido, convirtiendo el asunto de los videoescándalos en el instrumento idóneo para deshacerse de sus oponentes cardenistas, especialmente Rosario Robles.

De una u otra forma, Andrés Manuel se convirtió en el único factor de poder dentro y fuera del PRD. La torpe estrategia del gobierno de Fox al enfrentar el asunto del desafuero, no sólo reforzó la popularidad del tabasqueño, sino abrió las puertas de un proceso de gran riesgo para la sociedad mexicana en su conjunto: la construcción del culto a la personalidad y el martirio como proyecto político personal. A partir de este momento, la separación de la realidad se fue produciendo paso a paso. La teoría de la conspiración fue sustituyendo al principio fundamental de la lucha política en donde los adversarios hacen todo lo posible por desacreditar uno a otro, para finalmente llegar a acuerdos a partir de los resultados obtenidos en las elecciones.

Las fuerzas del bien, construidas alrededor de López Obrador, se enfrentaron una y otra vez a la conspiración de la derecha, Salinas, los ricos encabezados por Roberto Hernández, los medios de comunicación controlados por los privilegiados (a excepción de La Jornada, quien diariamente expresa la pureza de la verdad revelada por el caudillo) quienes, en un acuerdo secreto, pactaron la destrucción del representante de los pobres. Este pensamiento, que recuerda la lógica del nazismo y el estalinismo, tuvo su punto más álgido en el momento en que la elección presidencial le fue adversa al caudillo por menos de un punto porcentual.

En ese momento, a los conspiradores anteriores se les unieron los encuestadores, el IFE, los funcionarios y los propios representantes del PRD en las casillas, todos los comunicadores no dispuestos a repetir la consigna del fraude electoral, y próximamente el Tribunal Electoral.

La masa convocada en el zócalo, inflamada por el discurso del caudillo que le habla, le pregunta y recibe siempre la respuesta adecuada a sus deseos, entra en el proceso de enloquecimiento total. A este fenómeno de delirio colectivo, hay que incorporar a los intelectuales orgánicos incapaces de discernir entre la realidad y el deseo propio, y quienes, al carecer del más mínimo sentido de la crítica, se unen al coro de creyentes dispuestos a ofrendar su conciencia por la causa. En este escenario no hay lugar para aceptar responsabilidad alguna. Los que atacaron físicamente a Calderón lo hicieron, o por culpa del propio candidato de la derecha, quien no acepta el recuento voto por voto, o porque eran agentes infiltrados del enemigo.

Los mismos argumentos de los nazis cuando incendiaron el Reichstag y culparon a los comunistas. La locura ha llegado y puede destruirnos.

Tabasco 1994

En el programa Fórmula Financiera de Radio Fórmula Mary Carmen Cortés y David Páramo presentan un video del Peje en Tabasco impugnando las elecciones de la misma manera que lo hace ahora.

julio 27, 2006

Casos de alarma

(Gracias Alejandro, por traerla a la mesa)

Germán Dehesa
Reforma
26 de julio de 2006

Hoy miércoles, no sin azoro, recibimos la noticia de que Andrés Manuel López Obrador es el Presidente de México por decisión de las mayorías. Así lo anuncia la prensa extranjera y así lo afirmó Cayo Calígula AMLO en entrevista radiofónica. Al oír esto, millones de mexicanos dijeron al unísono: ¡órale!; yo añado que ya podría haberlo anunciado antes del 2 de julio y nos hubiéramos ahorrado las elecciones, el trabajo de un millón de mexicanos, la participación de cuarenta y dos millones de votantes, los edulcorados discursos de Pericles Adams Ugalde y los enojosos trámites post-electorales que han creado un santo enredijo del cual ya no vemos cómo salir.

Tan sencillo que hubiera sido que AMLO se arreglase muy bien, se dirigiera al TRIFE y, ante el Tribunal, anunciara: Oigan, jueces, la mayoría ya me dijo que yo soy el Presidente; ¿dónde paso a recoger mi banda y a dónde mando por la silla?. Con estos sencillos pasos, México sería ahora un país terso, tranquilito y contento de tener un Presidente comprobadamente legítimo y nada espurio. Estaríamos en la pura verbena popular. En verdad no entiendo por qué AMLO se tardó tanto en decirnos lo que siempre ha sabido, lo que es su destino manifiesto y lo que le susurra el Niñito Jesús. Tampoco entiendo por qué no nos dio tiempo de disfrutar tan magnífica noticia. En cuanto terminó de darla, cayó sobre su ser el velo de la ira y se arrancó con unas declaraciones que en España calificarían de acojonantes. AMLO avisó que era muy probable que esta noticia de su asunción a la Presidencia cayera en los fríos y duros corazones de los hombres de poca fe y menos madre quienes seguramente no lo aceptarían como el nuevo Mesías (exigirán un recuento neurona por neurona) y así, en el triste y molesto caso de que la gleba azul se pusiera chirrisca, él procedería a tomar carreteras y aeropuertos y muy probablemente enviaría a su grupo de choque femenil a que clausurara simbólicamente Wall Street y el Capitolio que les queda de camino.

Han de perdonar ustedes (Ma. De la Paz y Fernando), pero estas locuras y estas públicas invitaciones a la subversión ya no caben en la bandera de "primero los pobres". Yo leyendo a Bretch aprendí la noción de "El héroe eficaz" y en el caso (clínico) que hoy nos ocupa no veo la eficacia de retar y amenazar frontalmente al Estado mexicano, a sus instituciones y a los millones de seres que todavía creemos en las soluciones justas y pacíficas. Burla burlando, lo que dijo Andrés Manuel constituye una declaración de guerra. Supongo que al hacerla, AMLO, que ya aprendió la sabia lección de los macheteros de Atenco, cuenta con la parálisis y la inacción del Estado. Yo no estaría tan seguro de eso, ni tampoco confiaría tanto en que sean millones de discípulos los que le acompañen a la hora de saltarse las trancas. Ni siquiera creo que los de su propio partido que tanto ganaron en estas elecciones se lleguen a adherir a las invitaciones de su candidato incómodo.

En la otra esquina, tenemos a Felipe recibiendo con arrumacos y sonrisas a la Gordillo. Otra pésima señal. Como dice una cuata: si se tienen que ver, que se vean; pero que el encuentro sea sigiloso y en la más profunda gruta de Cacahuamilpa.

¿Y los ciudadanos?, ¿y nuestros respetables trabajos cotidianos?, ¿y la paz?, ¿y la patria?.



ENVÍO

Estos renglones son para mi cuate, Pedro Ortega, Chef del restorán "El Estoril" cuyos deleites me fueron negados en este día de flemas, dietas y calambres.



¿QUÉ TAL DURMIÓ? DCCCXLV (845)

Con razón. Ahora se entiende por qué Enrique Peña Nieto (a) Jimmy Neutrón ha sido tan laxo, tan ineficiente y tan complaciente a la hora de pedirle cuentas al Raffles MONTIEL. Ocurre que Jimmy anda también en las mismas y así una rata cubre a otra.



Cualquier correspondencia con esta columna nebulizada, favor de dirigirla a german@plazadelangel.com.mx (D.R)

Paranoia, distintivo de AMLO

Rigoberto Aranda
La Crónica de Hoy

Antonio Torres, psiquiatra experto en trastorno de ansiedad y fobias, investigador en psicofarmacología clínica, y quien ocupó la subdirección de Psiquiatría del Instituto de Neurología y Neurocirugía Manuel Velasco Suárez, explicó a Crónica cómo podemos analizar rasgos evidentes de la personalidad de Andrés Manuel López Obrador, sin romper con el principio ético de confidencialidad (ya que nunca ha sido su paciente) y el del rigor científico, asumiendo las limitaciones de esta metodología, tomando en cuenta su quehacer público, documentado en todo tipo de medios de comunicación, y expresamente, en su conducta inmediata en la realidad política del país.

— Andrés Manuel López Obrador ha expresado repetidamente su convencimiento de que existe un complot en contra suya, desde la candidatura a jefe de gobierno, cuando no cumplía con el requisito de residencia en el Distrito Federal, pasando por el desafuero, la campaña para la Presidencia y, ahora, cuando los resultados le son adversos en los comicios del dos de julio.

— Es cierto que es posible identificar una conducta repetitiva, coincidente con un trastorno de personalidad paranoide.

—¿Cómo es ese trastorno?

—Es un fenómeno delirante, de contenido litigioso, querulante, descrito por la escuela clásica alemana. Es una entidad muy peculiar. Toda la conducta, lo cotidiano, parece normal. No hay señales de deterioro intelectual, son individuos aparentemente congruentes, difíciles de diagnosticar incluso para el especialista. Sin embargo, hay un elemento de juicio alterado de la realidad, y resulta muy arduo identificar dónde comenzó en la biografía del paciente.

—¿Es decir, que puede pasar inadvertido para él mismo y su entorno cercano?

—Así es. Dilucidar dónde y cuándo ocurrió el punto de quiebre es trabajo de muchas sesiones de reconstrucción de historia clínica, al punto de que pueden pasar años antes de precisarlo.

—¿Pero los signos y síntomas son evidentes?

—Se hacen patentes ideas falsas de la realidad, y la dificultad estriba en que, sobre esa premisa falsa, se construye un edificio de ideas que parecen estar correctamente hilvanadas. Pero la paranoia es un signo distintivo. Buscan indefectiblemente un perseguidor, una situación de acoso y ataque, y para enfrentar a ese enemigo, articulan una serie de argumentos bien estructurados, creíbles, hasta inteligentes, con la salvedad de que el enemigo o la situación amenazante es falsa. No existe.

—¿Cómo asumen el juego de ganar y perder?

—Existe un problema básico en la situación que López Obrador deja ver en su conducta pública: saber si la evidente deformación de la realidad es una simulación —que también es una patología clínicamente reconocible— o si está genuinamente convencido de que existe un complot en su contra, y actúa en consecuencia.

—¿Es decir, puede estar mintiendo y tratarse de una estrategia o puede ser una distorsión patológica de la realidad?

—Es correcto. En la simulación, el individuo está perfectamente consciente de lo que pasa y miente, hasta donde sea necesario, para obtener su objetivo. En este caso, el poder político. Se sabe que el poder político es amoral. Es decir, la obtención de la victoria a costa de lo que sea es algo que se ha observado a lo largo de la historia. Mentir, manipular, engañar, distorsionar, amenazar e incluso tomar las calles e incentivar una revuelta está documentado como parte de la historia de muchos países.

—¿AMLO puede ser un ejemplo muy refinado de un simulador llevando su objetivo al extremo?

—Claro, y además, puede ser resultado de la estrategia política diseñada para él por asesores y grupos adherentes. Si todos siguen a López Obrador en sus mentiras, parece lógico que estén de acuerdo en mentir y distorsionar la realidad con fines políticos.

—¿Pero también puede tratarse de un problema de personalidad paranoide?

—Desde luego. En este escenario, el paciente no tiene conciencia de la realidad. Se acerca mucho a un cuadro psicótico, en el que los enemigos son implacables y él se ve forzado a acciones heroicas para defenderse. Él y sus motivaciones. Por eso, es extraordinariamente difícil dilucidar si su obsesión es falsa o genuina. Ver enemigos en todos lados y pelear activamente contra ellos sale de cualquier parámetro lógico. Entonces tenemos a un individuo que juega a la política sin escrúpulos, capaz de movilizar a la gente si es necesario, o a una personalidad convencida de que él es el centro de toda la historia, y que su papel ineludible es ser Presidente, y llevar de todas maneras a la gente a presionar en las calles.

—¿Es una fantasía de mártir?

—Aunque no podemos determinar si se trata de una simulación o de un auténtico mesianismo, López Obrador se ha comparado con Jesucristo, ha invocado al Mal como su contrincante…

—¿Por eso le gusta darse baños de pueblo, predicar, arengar…?

—Es su elemento favorito. Si lo cree auténticamente, si sus allegados alimentan estas fantasías o juegan a su papel es algo que quizá ni ellos mismos tengan claro. Evidentemente hay personas inteligentes y preparadas en su equipo, y podemos ver cómo les cuesta trabajo salir a explicar algunos errores obvios.

—¿El mesianismo es políticamente rentable todavía?

—Sí, en la medida que promete bienes, privilegios o justicia, aunque nunca explique cómo lo va a lograr. Sin embargo, falta analizar cómo es que no funcionó totalmente el modelo. La mayoría del pueblo mexicano rechazó la oferta mesiánica de López Obrador, muchos de ellos en la pobreza extrema.

—¿Para que exista un Mesías se necesita un pueblo que requiere ser liberado…?

—Puede ser el caso que la sociedad mexicana no está necesariamente pensando en un líder así, y si es el caso, la reacción de López Obrador a este escenario puede ayudarnos un poco a dilucidar el enigma de si se trata de un simulador o de un paranoide.

—¿Cómo?

—Si se trata de una estrategia política inteligente, estructurada, con despliegue de prospectiva de escenarios y alternativas de solución, AMLO deberá acatar la resolución del Trife y aprovechar el capital político que cosechó: senadurías, la segunda posición en el Congreso, interlocución válida y respetable, el gobierno de DF, y trabajar para seguir ganando espacios en las elecciones por venir. Tendrá que rectificar el error de cálculo en la campaña y aspirar a una segunda candidatura, con un discurso diferente. Esa es la normalidad política en todo el mundo. Oscar Arias, Alan García, la izquierda en Chile, en Francia… todos aprenden de sus errores y siguen en la lucha política.

—¿Y si se trata de un trastorno de personalidad?

—Verá como imperante el tomar el poder, usar su capital carismático en aras de romper el orden civil, anular la elección, imponerse como la única solución al conflicto, que es como una personalidad con trastorno paranoide asumiría la realidad. No negociará porque su posición es irreductible. Ganar es la única opción para alguien que tiene como obsesión el poder político —como obsesión patológica— y en cuyo caso llevará el delirio litigante hasta sus últimas consecuencias.

—¿Lo van a seguir sus allegados?

—Es difícil saber si se van a dar cuenta o si van a asumir esta posibilidad de trastorno. Para muchos de ellos, la causa es justa, y no necesariamente es central la figura de López Obrador. Si le compraron el proyecto, van a seguir con él. Algunos van a identificar los rasgos obsesivos, y harán de la vista gorda, porque políticamente les conviene. Si les gusta lo que escuchan, lo pueden apoyar. Es interesante insistir en darse cuenta de que el país en su conjunto no le compró el proyecto.

—¿Si AMLO llegara al poder, cómo gobernaría?

—Es algo muy difícil de determinar, porque tendríamos que evaluar su conducta respecto de sus contrincantes, la necesidad de ver reivindicados sus preceptos… dependería mucho de si se trata o no de un simulador o de un individuo con trastorno de personalidad paranoide… con todo lo que ello implica.

Soy el presidente de México...

Malas sumas

Sergio Sarmiento
Reforma
27 de julio de 2006

"Yo soy el presidente de México por voluntad de la mayoría". Andrés Manuel López Obrador

Tengo la impresión de que al candidato presidencial de la alianza Por el Bien de Todos y a sus colaboradores no se les dan las matemáticas. Sólo así se entiende que en una entrevista al periodista Jorge Ramos de la cadena estadounidense de lengua española Univisión le haya dicho que es "presidente de México por voluntad de la mayoría". Esta misma falta de habilidad con las matemáticas puede explicar por qué Andrés Manuel y su gente han afirmado que reunieron a 1.1 millones de personas en el Zócalo el 16 de julio y que congregarán a cuando menos al doble este próximo domingo.

Durante su campaña electoral, López Obrador afirmó constantemente que tenía una misteriosa encuesta de opinión que lo ponía 10 puntos porcentuales arriba de su más cercano contendiente. Esto le habría dado una ventaja de más de 4 millones de votos sobre Felipe Calderón.

Sin embargo, el 2 de julio por la noche, el propio Andrés Manuel dijo que había ganado la elección no por 4 millones sino por sólo 500 mil votos, lo cual equivalía a poco más del 1 por ciento de los sufragios. La verdad es que perder 3.5 millones de votos en unos cuantos días habría sido un verdadero desastre político. Pero Andrés Manuel ni se inquietó ni ofreció explicación alguna. Quizá alguien había hecho mal las cuentas.

El problema es que ahora ni siquiera ese medio millón de votos de ventaja del 2 de julio aparece por ningún lado. La alianza Por el Bien de Todos seguramente tiene ya todas las actas de la elección en su poder. No se entiende por qué, para solucionar todas las dudas, sus colaboradores no presentan simplemente las actas que sumadas supuestamente le dan a López Obrador un triunfo por 500 mil votos en lugar de la derrota por 243 mil 934 votos que arrojan las actas que todos podemos consultar en la página de internet del IFE. ¿Será que a alguien no le salen las sumas? Y si las actas del PRD tienen cifras diferentes a las del IFE, ¿por qué no se dan a conocer las discrepancias acta por acta y la suma corregida?

Debe uno suponer que son las cifras de esas actas las que llevaron a López Obrador a autoproclamarse "presidente de México por voluntad de la mayoría" en su entrevista con Jorge Ramos. Hay que recordar que los perredistas han cuestionado que el IFE señale a Felipe Calderón como el "candidato ganador" o que Elba Esther Gordillo se refiera a él como "Presidente electo". Deben tener los miembros de este grupo, por lo tanto, una confianza absoluta en sus propias cifras y en el hecho de que éstas serán ratificadas por el Tribunal Electoral. Sólo así puede Andrés Manuel presentarse directamente como "presidente de México".

Ahora bien, ¿qué significa ser Presidente "por voluntad de la mayoría"? ¿Quiere decir que la mayoría de los 71.5 millones de ciudadanos empadronados votó por López Obrador? ¿Realmente podemos pensar que 36 millones de mexicanos, y no los 14.8 millones que dice el IFE, votaron por el perredista? O quizá Andrés Manuel se refiera a la mayoría de los 42 millones que votaron el 2 de julio, en cuyo caso debería haber obtenido 21.5 millones de votos. De todas maneras, las sumas tampoco cuadran: faltan 7 millones de votos para ello.

Tal vez lo que quiere decir López Obrador es algo distinto. Quizá ser presidente de México por "la voluntad de la mayoría" simplemente quiere decir que obtuvo "más votos" que Calderón. Lo que sea, incluso esto hay que demostrarlo de alguna manera. Y hasta ahora las sumas del PRD no cuadran.

Y por ello Andrés Manuel ha optado por "demostrar" su triunfo a base de grandes manifestaciones. En la del pasado 16 de julio nos dice que reunió a 1.1 millones de personas. Pero una vez más la suma parece equivocada.

La verdad es que según la información disponible, el Zócalo cuenta con una superficie de 34 mil 515 metros cuadrados. De ella, un 20 por ciento fue ocupado el 16 de julio por el templete y el camino que se dejó abierto en medio de la plaza para permitir el ingreso de los oradores. Esto significa que había unos 27 mil 612 metros cuadrados para los asistentes, que a cuatro personas por metro cuadrado nos da un total de 110 mil 448.

Vamos a suponer generosamente que, además de la gente en el Zócalo, se congregaron 80 mil personas en las calles de Madero, 16 de Septiembre, 5 de Mayo, 20 de Noviembre, Pino Suárez, 5 de Febrero (Norte y Sur) así como en el Hemiciclo a Juárez y en la torre del Caballito. Y seamos generosos una vez más y coloquemos a 40 mil más en el Paseo de la Reforma y en grupos que se retiraron antes de llegar al Zócalo. Aun así, si Pitágoras no me engaña, la suma es de 230 mil 448 personas y no de 1.1 millones.

En fin, parece que las matemáticas no se le dan ni a López Obrador ni a sus colaboradores. Hay que encontrar todavía dónde están esos 500 mil votos que le dieron la victoria el 2 de julio o esos 800 mil participantes en la manifestación del 16 de julio. Aunque quizá fueron estos manifestantes fantasma los que le dieron a Andrés Manuel el triunfo claro que hoy le permite autoproclamarse "presidente de México por voluntad de la mayoría".


Otros tiempos

Manuel Camacho Solís es uno de los activistas que hoy cuestionan el supuesto fraude electoral. En 1988, como operador de Carlos Salinas de Gortari, su trabajo fue validarlo. A Gilberto Rincón Gallardo, quien colaboraba con Cuauhtémoc Cárdenas, lo amenazó entonces con meterlo a la cárcel por su defensa de la democracia.

julio 26, 2006

Yo soy el Presidente de México.- AMLO


Andrés Manuel lópez Obrador dijo que hará todo por defender el voto y la democracia

AP

Ciudad de México (26 julio 2006).- Andrés Manuel López Obrador, candidato de la Alianza por el Bien de Todos, dijo este miércoles que él se considera Presidente de México, a pesar de que el cómputo oficial de votos lo ubica en segundo lugar.

"Yo soy el Presidente de México por voluntad de la mayoría", afirmó el perredista en entrevista con la cadena estadounidense Univisión.

López Obrador no descartó que la resistencia civil a la que convocó a sus simpatizantes para pedir el recuento de los votos emitidos el 2 de julio, derive en el bloqueo de aeropuertos y carreteras.

"Haré todo lo que pueda significar resistencia civil, todo lo que pueda significar defender el voto y defender la democracia", señaló.

En el cómputo oficial realizado entre el 5 y 6 de julio, el panista Felipe Calderón obtuvo el primer lugar con una ventaja de 243 mil 934 sufragios, equivalentes al 0.58 por ciento sobre el tabasqueño.

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la federación tiene hasta el 31 de agosto para resolver las impugnaciones y declarar a un Presidente electo a más tardar el 6 de septiembre.

Cuando éramos huérfanos

Denise Dresser
Proceso
23 de julio de 2006

Siempre me ha gustado vivir en México. Todos los días doy gracias por vivir en un país con tanta belleza, con tanta historia, con tanta cultura, con tanta vida, con tanta dignidad. Lo digo cada vez que puedo: amo a México con un amor perro. Amo sus olores y sus sabores, sus regiones más transparentes y sus rincones más oscuros, sus volcanes y sus valles y todo lo de en medio. La vida en México para una persona de clase media alta como yo es, en muchos sentidos, envidiable. Vivo en una casa rentada y muy linda; mando a mis hijos a una escuela privada y no excesivamente cara; soy dueña de dos autos usados y en buena condición; vivo de mi trabajo y puedo mantener a mi familia con él; empleo a un par de personas que ayudan en casa y me alcanza el sueldo para pagarles; tomo vacaciones anuales y estoy ahorrando para asegurarle una educación universitaria a mis hijos. Tengo la vida que siempre he querido, llena de ideas y libros y arte y alumnos y amigos y la oportunidad de escribir en Proceso y una profesión socialmente útil. Este país me la ha dado.

Soy producto de la movilidad social que aún existía en los sesenta cuando nací. De beca en beca obtuve una buena educación y con ella he ido ascendiendo la escalera social. En un país con 40 millones de pobres, soy de las privilegiadas. Aún así, me doy cuenta de manera cotidiana que algo está mal. Y podría usar el lenguaje sofisticado de la ciencia política para explicarlo, pero en esta columna prefiero hablar como simple ciudadana. Algo está mal cuando las personas que trabajan para mí -la nana y el chofer y el jardinero- no tienen ninguna expectativa de ser más de lo que son hoy. Cuando no tienen ninguna posibilidad de aspirar a algo más porque el país no se los ofrece. Cuando sexenio tras sexenio un presidente u otro les da tan sólo más de lo mismo. Cuando saben que la vida de sus hijos será -en el mejor de los casos- una versión facsimilar de la suya. Esa vida precaria, estancada, difícil. La que tantos con quienes comparto el país padecen.

Y por eso el 2 de julio voté por Andrés Manuel López Obrador. Fui de esos votantes indecisos hasta el momento de entrar a la casilla y una vez adentro opté en función de una sola razón: no podía votar por una persona que piensa que el país está bien. No podía votar por un partido que ofrece sólo la continuidad. No podía formar parte de aquellos que piensan que el país funciona aunque para mí lo hace. Ni más ni menos. Pero voté con ambivalencia, porque a lo largo de la campaña siempre pensé que AMLO tenía el diagnóstico correcto pero no las soluciones adecuadas. Que peleaba por una buena causa pero no con armas modernas. Que sabía lo que no funcionaba pero no tenía propuestas coherentes de política pública para arreglarlo. Nunca me convenció la idea de sembrar árboles por el sureste o construir trenes bala. Recuerdo habérselo dicho: "Andrés Manuel, estás ofreciendo pobreza con dignidad. Estás ofreciendo darle a cada mexicano una pala para que construya un segundo piso". Los pobres merecen y necesitan más.

Aún así pensé que una victoria de AMLO ofrecía la oportunidad para sacudir las cosas; para nivelar el terreno de juego; para pensar en cómo construir un país más justo y menos rapaz. Y López Obrador no me asustaba como asustaba a otros miembros de mi clase social. De hecho en reunión tras reunión, en conferencia tras conferencia, me convertí en su defensora involuntaria. Porque los argumentos sobre su personalidad mesiánica me parecían exagerados. Porque pensaba que a demasiados de sus detractores les salía espuma por la boca. Incluso una semana antes de la elección publiqué un artículo en Los Angeles Times argumentando que antes de odiar a López Obrador, las élites económicas y políticas deberían odiar las condiciones que lo produjeron: un sistema socioeconómico que concentra la riqueza y no tiene ningún incentivo para distribuirla mejor.

Pero desde la noche de la elección miro lo que está haciendo Andrés Manuel López Obrador y me desconcierta. Me preocupa. Veo a un hombre cada vez más combativo, cada vez más confrontacional, cada vez más antiinstitucional. Veo a alguien que confirma, paso a paso, todo lo malo que se decía de él. Alguien que habla del "crimen" monumental cometido contra el pueblo de México, pero que no lo ha podido probar. Alguien que un día sugiere fraudes cibernéticos y al otro día aclara que más bien fueron "a la antigüita". Alguien cuyas posturas poco claras -y con frecuencia contradictorias- me inspiran desconfianza. Porque no puedo evitarlo: fui entrenada en el doctorado para examinar evidencias, ponderar datos, analizar argumentos. Y los que presenta AMLO hasta hoy para sustentar su caso no me convencen. He leído todos los correos electrónicos sobre el famoso algoritmo y dudo de su existencia; he discutido las irregularidades detectadas hasta ahora y no me parecen determinantes; he escuchado todas las denuncias sobre la "elección de Estado" y no creo que podamos clasificarla así.

Con lo que sabemos hasta el momento, no me parece inconcebible pensar que López Obrador perdió la elección. Por la multiplicidad de motivos que ya conocemos: el voto de miedo, la campaña mediática de Vicente Fox, la compra de publicidad por terceros, el apoyo de gobernadores priistas a Felipe Calderón y los errores que el propio AMLO -aunque se niegue a aceptarlo- cometió. Pero para despejar dudas y rescatar la confianza perdida, he apoyado la propuesta de contar de nuevo, ya sea parcial o totalmente, los votos. Si el recuento revela que López Obrador en realidad ganó, México tendrá que aceptarlo. Y si ocurre lo contrario, también. Esa debería ser la apuesta de todos, pero sobre todo de una izquierda responsable que quiere gobernar al país y no sólo partirlo en dos.

Lo más preocupante es que AMLO no parece estar pensando así. Declaración tras declaración, López Obrador se está radicalizando. Y todo lo que dice sugiere que -en realidad- no está buscando el recuento de los votos, sino la anulación. Ya no busca ganar sino seguir peleando. Ya no quiere que se respeten los resultados "reales" de esta elección sino reventarla. Ya no tiene la mira puesta en las próximas semanas sino en los próximos años. Quiere consolidar su base y ser una fuerza política de largo plazo. Quiere exaltar los ánimos de 10 millones de votantes enojados aunque pierda a los moderados que votaron por él. Su papel ya no es seguir las reglas del juego sino romperlas. Su papel ya no es atemperar para gobernar sino azuzar para polarizar. Para ser el presidente moral del sur de México. Para seguir confrontando al resto del país desde allí.

Y ése va a ser un viaje peligroso porque recorre la ruta de la división. Su brújula es la polarización. Su mapa es la radicalización. Su destino es destruir primero para reconstruir después. Entraña incendiar institución tras institución y eso es lo que le está ocurriendo actualmente al IFE. Al actuar como lo está haciendo AMLO, coloca a personas como yo que votamos por su causa en una posición difícil. Pide que dejemos de confiar en todo para tan sólo confiar en él. Pide que formemos parte de lo que José Woldenberg ha llamado una "comunidad de fe", y dejemos a un lado la razón para pertenecer a ella. Pide que depositemos toda nuestra confianza en un solo hombre, cuando las democracias reales se construyen precisamente para evitar que eso ocurra. Pide que creamos en la palabra de operadores políticos como Jesús Ortega y Leonel Cota y Fernández Noroña y Martí Batres, cuya trayectoria suscita grandes dudas. Pide que destacemos a la única institución política creíble que hemos logrado erigir, y que nos sumemos a la cruzada para desacreditarla.

Y nos deja con las siguientes preguntas: Si tiramos al IFE por la ventana, ¿con qué otro instrumento va a contar el país para transferir pacíficamente el poder? Si las elecciones no son confiables nunca, ¿qué otro proceso funcionará para representar a los ciudadanos? Si el voto no es confiable, ¿no nos queda otro remedio más que renunciar a él? Si quienes están al frente de una institución cometen errores, ¿entonces hay que descalificarla de tajo? ¿La elección será vista como legítima por el PRD sólo si AMLO es declarado el ganador? Si no es posible creer en nada, ¿no hay otra opción más que creer en López Obrador? Planteo estas preguntas con dolor. De manera apesadumbrada. Veo la certeza que anima las posiciones de apoyo a AMLO que han asumido personas a quienes respeto como Julio Scherer, quienes admiro como Carlos Monsiváis, quienes quiero como Elena Poniatowska, quienes adoro como Eugenia León. He estado a su lado en otras batallas -como la librada contra el desafuero- y me entristece no poder estar allí, mano a mano, en ésta.

Y me angustia aún más ver que el otro lado tampoco tiene buenas respuestas. Las élites atrincheradas se comportan como siempre lo han hecho: saboteando, obstaculizando, posponiendo soluciones difíciles a problemas ancestrales. Pagando spots para promover sus posiciones aunque constituyan una violación a la legislación electoral. Preservando sus privilegios, blindando sus cotos, sacando legislación a modo -como la Ley de Radio y Televisión- y evidenciando todo lo que quieren proteger con ella. Los complacidos y los complacientes. Esos que escuchan los gritos del México que apoya a López Obrador y se tapan los oídos. Esos que miran la radiografía del país partido que esta elección arroja, y creen que bastará ampliar el Programa Oportunidades para reconciliarlo. Esos que produjeron a AMLO y hoy no saben cómo lidiar con él.

Ante este escenario es difícil no padecer una sensación de orfandad. De desconsuelo. Ese sentimiento que describe tan bien Kazuo Ishiguro en su novela Cuando éramos huérfanos. Esa soledad que produce estar parada en tierra de nadie, entre fuego cruzado, sin complacer a un bando y sin apoyar al otro. Intentando izar la bandera blanca entre las bazukas. Intentando suplantar la incondicionalidad partidista por la reflexión ciudadana. Preocupada por la construcción de un centro vital donde sea posible construir, conversar, reconciliar, institucionalizar. Pelear menos por el poder, y más por formas de compartirlo mejor. Pelear menos por quién ganó la elección, y más por el país herido que ambos bandos están dejando tras de sí.

Denisse Dresser es profesora de ciencias políticas en el Instituto Tecnológico de México.

¿Fascistas?

Sergio Sarmiento
Jaque Mate
Reforma
26 de julio de 2006

"La democracia moderna no está amenazada por ningún enemigo externo sino por sus males íntimos". Octavio Paz

Leonel Cota, presidente nacional del PRD, señaló ayer que la respuesta de Felipe Calderón a la carta que previamente le hizo llegar Andrés Manuel López Obrador "no corresponde a la de un político demócrata. Corresponde a la de un político autoritario que quiere quedarse en el poder bajo cualquier circunstancia y pasando por encima de la voluntad nacional".

Es curioso: yo tuve exactamente la impresión contraria. López Obrador le pidió en su misiva a Calderón que éste demande la apertura de todos los paquetes electorales y el recuento de todos los votos. La respuesta de Calderón fue la siguiente: "La decisión de recontar votos no corresponde a los candidatos ni a los partidos sino al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que, en ejercicio de sus atribuciones, aplicará la ley. Al final del proceso dictará sentencia definitiva a la que todos debemos someternos".

Ésta es la respuesta que debe dar un demócrata. Efectivamente, no les toca a los candidatos -que son parte y no jueces- modificar post facto la ley electoral. Las reglas del juego se establecen antes y no después de los procesos electorales.

Los magistrados del Tribunal Electoral están considerando todas las impugnaciones presentadas y, sin duda, tomarán en cuenta la petición de la alianza Por el Bien de Todos para que se abran todos los paquetes electorales, se lleve a cabo un recuento de los votos y se garantice de esta manera el principio de certeza que establece el artículo 41 de la Constitución.

Un acuerdo entre los candidatos, sin embargo, no puede legitimar una decisión de violar la ley. Sólo el Tribunal puede, en apego a derecho, ordenar ese famoso recuento. Y Calderón está cumpliendo con la situación como un verdadero demócrata cuando señala que deben ser los magistrados los que fallen sobre este tema.

No es ésta la primera vez que el presidente nacional del PRD parece equivocarse al respecto de lo que debe ser el comportamiento de un demócrata. Después de la manifestación del Zócalo del 16 de julio, Cota señaló en una entrevista que Calderón debía aceptar la demanda de los perredistas para hacer el recuento de los votos ya que sólo un "fascista" no atiende los reclamos de los manifestantes. Quizá Cota no sabe realmente cómo operaban los fascistas. Eran ellos, después de todo, los que empleaban las marchas de presión para lograr sus propósitos frente a los demócratas.

Benito Mussolini conquistó el poder en Italia el 29 de octubre de 1922 gracias a "la marcha sobre Roma" de sus camisas negras. Adolf Hitler promovió su ascenso al cargo de canciller de Alemania en 1933 también gracias a una serie de manifestaciones. Juan Domingo Perón, quien era uno de los golpistas de 1943 en Argentina, se consolidó en el poder por la gran manifestación de Buenos Aires del 17 de octubre de 1945. Hugo Chávez también se sirvió de marchas para conseguir el poder en Venezuela.

Un demócrata, al contrario de un fascista, busca alcanzar el gobierno a través de elecciones democráticas y de respeto a la ley. En ese sentido Calderón ha sido más demócrata que López Obrador, quien ha cuestionado los procedimientos democráticos legales y ha montado manifestaciones para presionar a las autoridades del país, a los funcionarios del IFE y a los magistrados del Tribunal Electoral.

En distintas ocasiones he señalado en esta columna que estoy de acuerdo con un recuento de los votos, pero no porque piense que ha habido un fraude. Ese recuento, sin embargo, sólo puede ser ordenado legalmente por el Tribunal Electoral. Ésa es la posición de cualquier demócrata.

El problema es que en México es tan corta la experiencia democrática que muchos políticos piensan que pueden hacer creer a los ciudadanos que las prácticas fascistas son democráticas. Pero debe quedar claro que en el mundo quienes aceptan los resultados de las elecciones y se ciñen a la ley son los demócratas mientras que quienes usan las grandes concentraciones populares para obtener el poder son los fascistas.


Revolución cubana

Hoy se cumplen 53 años del asalto al cuartel de Moncada que según la propia filosofía castrista dio origen a la revolución cubana. Lo que empezó como un movimiento liberador, sin embargo, se convirtió en el inicio de un régimen abiertamente autoritario. Fidel Castro lleva ya 47 años en el poder.



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julio 25, 2006

Beligerancia

Sergio Sarmiento
Reforma
25 de julio de 2006

"No hay nada peor que la agresividad estúpida". Johann Wolfgang von Goethe


El PRD obtuvo en las pasadas elecciones del 2 de julio una gran oportunidad. Los electores moderados, aquellos que no votan usualmente por ese partido, estuvieron dispuestos a dejar atrás la tradicional imagen de beligerancia de los perredistas. De esta forma, el PRD duplicó su participación en el Congreso de la Unión y estuvo a punto de capturar la propia Presidencia de la República.

Éstos son triunfos enormes para el principal partido de izquierda de nuestro país, pero que pueden desmoronarse como consecuencia de la nueva agresividad de las protestas perredistas ante el resultado de la elección presidencial.

Nadie cuestiona las impugnaciones legales sobre la elección presidencial. El sistema electoral de nuestro país -el que tanto ha cuestionado ahora la alianza Por el Bien de Todos pero que el PRD ayudó a construir en su momento- establece un sistema muy claro que avanza gradualmente del conteo del voto por parte de los ciudadanos y la suma de las actas por los consejos de distrito hasta la calificación de la elección por parte del Tribunal Electoral. La impugnación de irregularidades es una parte esencial del sistema.

El problema no radica, pues, en las impugnaciones sino en el cuestionamiento de la honestidad de toda la elección. Esto se lleva por delante a los cientos de miles de ciudadanos que participaron como funcionarios de casilla o como representantes de partidos. Otro problema es el recurso a marchas y bloqueos que van más allá de la simple expresión de agravios, ya que toman como rehén a la sociedad para presionar a los magistrados del Tribunal Electoral, al PAN y a las autoridades federales.

Los dirigentes perredistas no han podido dejar atrás los instrumentos de los partidos corporativistas, fascistas o comunistas que se sirven de las movilizaciones de masas como una forma de presión a las instituciones. En esto el PRD está demostrando ser igual al viejo PRI que, por ejemplo, movilizó en 1982 a cientos de miles de personas en apoyo a la estatización de la banca por el presidente José López Portillo.

Pero entre más regresa el PRD a las tácticas corporativistas, más pierde la oportunidad de demostrar que está realmente comprometido con la democracia. Esto lo habría logrado si hubiese aceptado las reglas del proceso electoral y presentado sus impugnaciones en los términos que marca la ley, pero manteniendo el respeto a los funcionarios del IFE, a los ciudadanos que fungieron como funcionarios de casilla y a los representantes de partidos en las secciones. Lo que estamos presenciando en este momento, especialmente conforme vemos que cada prueba del supuesto fraude se desmorona, es a un candidato perdedor y a su partido que simplemente no están dispuestos a aceptar una derrota en una competencia democrática.

No hay duda de que un número importante de simpatizantes del PRD se sienten entusiasmados con el movimiento de protesta encabezado por López Obrador. Podrá cuestionarse si realmente 1.1 millones de mexicanos participaron en la marcha al Zócalo del 16 de julio, pero no hay duda de que el PRD ha demostrado una vez más su gran capacidad de movilización de masas. No sé tampoco cuántos simpatizantes logrará reunir Andrés Manuel este 30 de julio, en su nueva "asamblea informativa", pero el número será nuevamente muy grande.

Sin embargo, no importa cuántas personas se acomoden este próximo domingo entre el Museo de Antropología y el Zócalo, no rebasarán el número de votos que recibió Felipe Calderón ni los que obtuvieron López Obrador o incluso Roberto Madrazo.

El problema al que se enfrentan Andrés Manuel y el PRD es que las marchas que generan entusiasmo entre los ciudadanos más radicales tienden también a alejar a los más moderados. Y si bien resulta claro que López Obrador consiguió la mayor parte del voto de la izquierda radical este 2 de julio, su resultado excepcional, ése que lo dejó a un cuarto de millón de votos del triunfo en la carrera presidencial, es producto del número de sufragios moderados que logró atraer.

El PRD debería estar aprovechando al máximo el resultado electoral de este 2 de julio, como lo ha planteado el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, para convertirse en una oposición sensata y lista para prepararse para gobernar. En lugar de eso está echando por la borda el capital obtenido en la campaña y está reavivando su imagen de partido intransigente y beligerante.

Si el PAN consiguió una parte importante de sus avances electorales con una campaña que presentaba a López Obrador como un peligro para México, y que la alianza Por el Bien de Todos consideró difamatoria, hoy es López Obrador el que insiste en presentarse nuevamente como un riesgo para el país. Y esto ocurre porque se percibe que está rechazando los principios fundamentales de la democracia.



Gamboa

La elección de Emilio Gamboa como coordinador de los diputados del PRI es muy importante. El PRI será el partido bisagra en la próxima legislatura. Su voto resultará crucial para la aprobación y rechazo de legislación. Gamboa ha mantenido un papel protagónico en la política nacional más tiempo que nadie. Desde el momento en que fue secretario particular del presidente Miguel de la Madrid, ha logrado mantener siempre cargos importantes en el sistema político. Y esto se debe, fundamentalmente, a que es un político pragmático.


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julio 23, 2006

Acaba en riña elección de PRD en Tabasco


Carlos Marí
Grupo Reforma

Lanzan piedras consiguiendo romper el cerco y llegar hasta las puertas del lugar de la convención de delegados

Villahermosa, México (23 julio 2006).- Mientras que Andrés Manuel López Obrador pide a sus seguidores protestar pacíficamente por los resultados de la reciente elección presidencial, un grupo de perredistas de Tabasco protagonizó este domingo una pelea entre sí, que dejó seis lesionados.

Desde el martes, el Partido de la Revolución Democrática en la entidad determinó suspender la convención de delegados de Teapa para elegir a su candidato a Alcalde; el encuentro será trasladado a esta capital como medida de seguridad, luego de brotes de inconformidad suscitados en ese municipio.

La dirigencia perredista instaló un "grupo de logística", conformado por 50 personas, para resguardar la sede de la convención, pero uno de los aspirantes a la Alcaldía, Germán García, quien reclama elección por consulta abierta, arribó con otro grupo, que en dos ocasiones desató violencia y provocó que la convención abortara.

"Si bien el PRD de Tabasco es apasionado y gritón, ese grupo que encabezó la agresión no es del PRD, sino uno que envió un aspirante inconforme para causar destrozos e inhibir la participación de los delegados en la convención", dijo Juan Manuel Ávila, presidente del Servicio Electoral Nacional del PRD.

En la primera zacapela, al filo de las 08:30 horas, y cuando la convención apenas iniciaba, los inconformes fueron repelidos.

En la segunda, registrada tres horas después, lanzando piedras consiguieron romper el cerco y llegar hasta las puertas del lugar de la convención, donde rompieron las puertas, mientras que aún se encontraban dentro unos 250 delegados.

Apenas cedió el zafarrancho, los delegados abandonaron las instalaciones.

Estiman inviable el voto por voto

Alberto Aguirre y Víctor Fuentes
Reforma

Estiman que en el caso de esta elección no existen razones para llegar a tales extremos

Ciudad de México (22 julio 2006).- Abogados expertos en derecho electoral apuntaron que sería "jurídicamente inviable" que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) permita el recuento, voto por voto y casilla por casilla, de los casi 42 millones de sufragios emitidos en la elección del 2 de julio.

"Jurídicamente es inviable la apertura de todos los paquetes y no podemos dejar pasar que los perredistas sólo impugnaron el 40 por ciento de las casillas, por lo que (los magistrados) no deberían permitirlo", planteó María del Carmen Alanís, experta en derecho electoral y ex secretaria ejecutiva del IFE.

Sin embargo, si el tribunal lo considerase "indispensable", podría acceder a esa petición, pero insistió en que el sistema jurídico no contempla un mecanismo para recontar voto por voto.

A los argumentos jurídicos, Fernando Franco-González Salas, ex magistrado presidente del tribunal electoral, agregó los problemas logísticos y operativos para recontar los votos.

"Esto implicaría que el tribunal sustituyese a toda la estructura de la jornada electoral, donde participaron cerca de un millón de ciudadanos, y también a la estructura distrital del IFE que hizo los cómputos. Esto debe ser meditado con mucho cuidado por los magistrados", advirtió.

Señaló que en una primera revisión del juicio de inconformidad promovido por la Coalición por el Bien de Todos, los magistrados le solicitaron a dicha alianza anexar sus escritos de protesta, lo que fue interpretado por Franco-González Salas como un "primer indicio" de su apego a la Ley de Sistema de Medios de Impugnación, que no contempla la apertura total de las casillas.

Para Lorenzo Córdova Vianellio, coordinador del departamento de Derecho Electoral del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, tanto la apertura total de las casillas como una declaratoria de no validez de la elección presidencial "teóricamente" son posibles, aunque no estén previstas en la legislación vigente.

Estimó que en el caso de esta elección no existen razones para llegar a tales extremos.

Edgar Corzo, director de la Revista Mexicana de Derecho, asumió que incluso un recuento parcial sería limitado.

Consultados por REFORMA, los expertos vieron poco probable que el TEPJF rechace, por improcedente, el juicio de inconformidad presentado por la Coalición por el Bien de Todos para la elección presidencial. Pero, si lo declara improcedente, automáticamente quedaría confirmado el triunfo de Felipe Calderón.

Coinciden en recomendar que los magistrados accedan a la apertura de casillas impugnadas por el PRD en 227 de los 300 distritos electorales.

John M. Ackerman, coordinador del Programa de Legalidad, Estado de Derecho y Rendición de Cuenta de la Flacso-México, insistió en que los magistrados deben estudiar la causal abstracta invocada por los perredistas, que implica anular la elección.

Pipis y gañas

Democracia secuestrable

Enrique Krauze
Reforma
23 de julio de 2006

Para ilustrar el argumento ad terrorem con el que las ideologías totalitarias imponían su verdad a la sociedad, el filósofo polaco Leszek Kolakowski contaba una fábula: dos niñas emprenden una carrera en un parque; la que va atrás exclama continuamente, a grandes voces, "¡voy ganando!, ¡voy ganando!", hasta que la que lleva la delantera abandona la carrera y se echa a llorar en brazos de su madre, diciendo: "no puedo con ella, siempre me gana".

Sin el desenlace, algo similar está ocurriendo en México. Tras una jornada electoral libre, ordenada y pacífica en la que sufragaron 42,249,541 mexicanos cuyos votos fueron computados en 130,477 casillas por 909,575 ciudadanos (no funcionarios), el candidato del PRD a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador, resultó perdedor por un margen de 0.57%, equivalente a 240,822 votos, frente al candidato del PAN, Felipe Calderón. Los números del sistema electrónico de conteo preliminar, avalado por la Universidad Nacional Autónoma de México, coincidieron con el recuento final efectuado en los 300 distritos electorales que concentraron las actas de las casillas. Fuera del resultado adverso en la elección presidencial, en la misma jornada electoral el PRD logró convertirse en la segunda fuerza en el Poder Legislativo (aumentando considerablemente su posición en ambas Cámaras) mientras que su candidato a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, triunfó con el 47%. Por si fuese poco, el PRD arrasó con casi todos los puestos ejecutivos (las delegaciones en las cuales está dividido el Distrito Federal) y en la Asamblea Legislativa del propio Distrito Federal.

Esa es la realidad que atestiguaron 1,800 consejeros distritales, 970,000 representantes de todos los partidos, 24,769 observadores nacionales y 639 internacionales. No obstante, y a pesar de que Andrés Manuel López Obrador considera válidas las elecciones que produjeron triunfos nunca vistos para su partido, no acepta su derrota personal. Dado el estrecho margen de la elección presidencial, ha decidido ejercer su derecho a impugnar los resultados en el Tribunal Electoral de la Federación. Esta instancia final e inapelable será la que decida, en un plazo cuya fecha límite es el 6 de septiembre próximo, cuáles irregularidades reclamadas son válidas, en cuáles casillas procede o no un recuento de los votos, y cuál es el resultado final de la elección presidencial.

Si el candidato del PRD se hubiese limitado a instrumentar esa estrategia jurídica, su actitud no habría dañado inadmisiblemente el proceso electoral ni socavado a la frágil democracia mexicana. Pero, como era previsible, López Obrador no podía conformarse con una estrategia legal, que él mismo, despectivamente, ha llamado "formal". Tal y como ha hecho a lo largo de su vida, él tenía que ir por más, ir por todo, y es allí donde encaja la fábula de Kolakowski: tenía que recurrir al argumento ad terrorem para lograr su propósito.

Como la niña del cuento, sabedor desde el 2 de julio por la noche de que las tendencias no le favorecían, acudió al Zócalo para declarar: "Hemos ganado la presidencia de la república". Días más tarde, luego del recuento oficial que en el mismo sentido hizo el Instituto Federal Electoral (organismo ciudadano autónomo que, revirtiendo una larga historia de fraudes, desde 1996 organiza con éxito y probidad las elecciones en todos los niveles federales), López Obrador congregó al "pueblo" a una "asamblea", en la que llamó a Fox "traidor a la democracia", y utilizó la palabra más ominosa del diccionario político mexicano: la palabra "fraude". Esta descalificación de la institución electoral (que acababa de dar el triunfo a cientos de sus candidatos) y los discursos incendiarios que han seguido desde entonces, hasta culminar en un llamado "a la resistencia civil", representan una táctica nada "formal"; representan precisamente el recurso ad terrorem aplicado con un riesgo enorme para la paz de México.

Además de proclamarse vencedor, insultar al presidente Fox, amenazar a Felipe Calderón y a su familia, llamar delincuentes a los funcionarios del IFE, considerarse traicionado por miembros de su propio partido y adelantarse al veredicto del Tribunal Electoral, López Obrador ha echado mano de un repertorio digno de una novela de Orwell. Irregularidades aisladas, presuntas y, en todo caso, no dictaminadas por el Tribunal, son presentadas al público como evidencia palmaria de que todo el proceso estuvo viciado, ignorando el testimonio de los observadores extranjeros y de millones de mexicanos. Cuando sus propios representantes de casilla negaron la supuesta irregularidad que López Obrador pretendió demostrar en un video, el líder aseguró que fueron "comprados". A la mentira aúna la contradicción (del fraude "cibernético" a su negación: el fraude "a la antigüita"), la inconsistencia (aunque pide "abrir todas las casillas y contar voto por voto", ante el Tribunal Electoral sólo presentó impugnaciones en el 39% de las casillas) y la calumnia (de existir un millón y medio de boletas "robadas", el hecho implicaría que miles de representantes del PRD son delincuentes electorales). El daño causado a nuestras instituciones electorales puede ser irreversible. Ante la andanada ad terrorem, ¿qué ciudadano querrá en el futuro participar en una casilla?

Pero lo más preocupante, desde luego, es que López Obrador ha convocado a movilizaciones de centenares de miles de personas en toda la república "en defensa de la "democracia", la misma democracia cuyas instituciones ha puesto en entredicho. Si bien ha insistido en que las marchas serán "pacíficas" y "no caerán en provocaciones", sabe muy bien que en el actual ambiente de extrema polarización, la provocación puede provenir de cualquier lado. Para calibrar sus intenciones no hace falta ser adivino, él mismo lo ha expresado con todas sus letras, y es preciso creerle: él nunca aceptará un resultado adverso, ni de los votantes, ni del Tribunal Electoral; él "ganó la presidencia" e irá "tan lejos como la gente quiera".

"La gente", "el pueblo", no son, por principio, los 27,034,972 mexicanos de todas las clases que no votaron por él; no son siquiera los 14,756,350 ciudadanos que lo apoyaron en las urnas. "La gente", "el pueblo", son aquellos que puede movilizar en las calles y plazas del país, y que lo ven como él se ve a sí mismo, como el Mesías de México. ¿Y quién interpreta los deseos de ese "pueblo", depositario de la ley natural y divina, no de la despreciable ley escrita por los hombres? El líder carismático que encarna la Verdad, la Razón, la Historia y el Bien, el líder que prometió salvar a México de la opresión, la desigualdad, la injusticia y la miseria, el que "purificará la vida nacional": Andrés Manuel López Obrador.

El mundo ha visto muchas veces esa película. Es el huevo de la serpiente dictatorial. Un hombre impermeable a la verdad objetiva, un Mesías que se ha proclamado "indestructible", pretende secuestrar la democracia mexicana y, de no obtener el rescate exigido, incendiar al país. No exagero. De hecho, el vocero del PRD, Gerardo Fernández Noroña, declaró hace unos días a Los Angeles Times que, en última instancia, está abierta la vía de la "insurrección". Pero en una democracia (y México es ahora una democracia, aunque su larga historia se empeñe en desmentirlo) no son las teas ardientes, los comités de salud pública, ni los líderes iluminados los que deciden: es el voto ciudadano, es el imperio de la ley.