julio 21, 2006

Focos rojos

AMLO: autorretrato de un retrato

Escrito por Carlos Ramírez
Fuente original
15-07-2006

Diario de Campaña

El tiempo sigue su marcha. Los días pasan como semanas. Se repite el fenómeno del tiempo del domingo 2 de julio, cuando se escuchaba el caminar de los minutos. Mañana habrá la marcha. Las apuestas sobre el número de asistentes corren en el medio político. Pero sobre ello, la gran pregunta: ¿se doblará el gobierno de Fox como cuando el desafuero? Si es así, ¿cómo le hará para romper la autonomía del Tribunal Electoral para que su dictamen beneficie los planes políticos del gobierno.

El tiempo tiene la palabra.

Mientras tanto, se incluye en este Diario de Campaña en funciones ya de Diario Político un texto que escribí hacia 2004 con la intención de hacer un perfil político de Andrés Manuel López Obrador. Es largo. Larguísimo. Quería ser un libro. Llegará a ser, eso sí, parte de estos Diarios si acaso derivan en libros. Con el permiso de ustedes, corre película


1.- “Soy un rayo de esperanza”

Terminaba 1999 y el PRD en la ciudad de México hubo de enfrentar una decisión de fondo: como Rosario Robles no podía aspirar a la candidatura porque había candados antirreeleccionistas, entonces el partido del sol azteca tenía que encarar la posibilidad de perder la jefatura de gobierno. Un operador medio del perredismo dio la solución: René Bejarano, controlador de grupos sociales en la ciudad de México por la vía de la movilización a favor de casas, propuso a Andrés Manuel López Obrador, en ese entonces radicado en Tabasco.

--Andrés Manuel es el único que puede ganar en el DF --dijo Bejarano a algunos en busca de alianzas y complicidades.

Pero el problema no era fácil de resolver. López Obrador no cumplía con los requisitos de residencia capitalina de cinco años previos al día de la elección. Aunque no eran difíciles de superar las restricciones legales. En 1992, Porfirio Muñoz Ledo había alegado el ius saguinis o el derecho de sangre de sus antepasados para conseguir la candidatura perredista a gobernador de Guanajuato. Por decisión de Carlos Salinas, Muñoz Ledo logró el registro porque no podía ganar las elecciones.

Y el problema se complicaba hacia finales de 1999 porque los más severos críticos de la candidatura ilegal de López Obrador a la jefatura de gobierno del DF eran perredistas y aspirantes a la nominación: Demetrio Sodi de la Tijera y Pablo Gómez Álvarez. La decisión no giraba en torno a quién sí cumplía los requisitos, sino quién podía mantener el poder para el PRD en el DF. Cuauhtémoc Cárdenas había llegado a la gubernatura capitalina en 1997 con un millón 900 mil votos pero precedido de su lucha por la democracia y por su papel histórico contra Carlos Salinas. Pero Cárdenas había perdido espacios por una gestión alejada de la ciudadanía, aunque su sucesora interina Rosario Robles había basado su fuerza política en inversiones altas en imagen personal.

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López Obrador había sido impulsado por Cárdenas desde 1988. Forjado en el priísmo tropical de Tabasco, Andrés Manuel había colaborado con Carlos Salinas en 1982 cuando éste era director del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales del PRI nacional y coordinador de programa de la campaña de Miguel de la Madrid. El tabasqueño fungía como director del Cepes, la versión estatal del Iepes, durante la campaña de Enrique González Pedrero, intelectual, político a historiador, a la gubernatura de Tabasco.

La carrera política de López Obrador estaba llena de claro-oscuros. Su infancia estuvo llena de tribulaciones. Uno de sus profesores en la primaria le acreditó “incongruente conducta ciudadana”. A los doce años de edad, el 14 de mayo de 1965, Andrés Manuel enfrentó un problema con su hermano y lo mató de un balazo en la cabeza. Los documentos legales fueron desaparecidos de los tribunales durante la gubernatura de González Pedrero. Sin embargo, los testimonios han permitido reconstruir los hechos. El asesinato se dio con una pistola calibre .22. La familia se trasladó a Veracruz. Andrés Manuel fue, desde entonces, víctima de delirio de persecución, sentido de culpabilidad y agobiado por la ansiedad. De Veracruz se trasladó a Palenque, Chiapas, a vivir con una abuela.

En la ciudad de México estudió la carrera de Ciencias Políticas en la UNAM, pero su paso por la Universidad --casi quince años: de 1973 a 1987-- ocurrió sin pena ni gloria. Su tesis, de 1987, fue sobre el Estado en el siglo XIX. En 1976 se incorporó a la campaña priísta del poeta Carlos Pellicer, quien había sido designado por dedazo por el presidente Luis Echeverría. De ahí, buen trapecista priísta, López Obrador se incorporó a la campaña priísta a gobernador de Leandro Rovirosa Wade, secretario de Recursos Hidráulicos del sexenio de Echeverría y operador de la sucesión presidencial de 1976.

La carrera política priísta de López Obrador transcurrió en función de los grupos dominantes de poder. Ninguno de sus jefes se había destacado por ideas progresistas. Todas las carreras políticas habían sido decididas a espaldas del pueblo y de los priístas. Al comenzar el gobierno de Rovirosa, López Obrador trabajó en la Secretaría de Promoción Económica directamente bajo la tutela de Humberto Mayans Caníbal, otro priísta tradicional que después se saldría del PRI por no recibir el favor de Roberto Madrazo para dejarlo como sucesor en la gubernatura de Tabasco. Mayans se convirtió después en el operador político tabasqueño del López Obrador perredista.

Del área económica saltó Andrés Manuel a los asuntos indígenas como director del Instituto Indigenista de Tabasco con sede en el centro político de Nacajuca. Su tarea era política y para favorecer al priísmo entre los indígenas. Por tanto, recibió apoyos y dineros no presupuestados para su tarea política. Ahí se relacionó con el secretario de gobierno estatal Salvador Neme Castillo. En los rejuegos de poder, López Obrador cometería sus primeras traiciones políticas: desertó del equipo del gobernador Rovirosa porque iba a imponer como sucesor a Nicolás Reynés Berenzaluce y aprovechó el cargo indigenista para manifestar su apoyo a González Pedrero.

En 1982, por decisión del presidente López Portillo pero con el aval del candidato Miguel de la Madrid, González Pedrero fue designado candidato priísta al gobierno de Tabasco. Desde ahí se relacionó con Carlos Salinas, entonces el principal operador económico y político de De la Madrid. La relación entre Salinas y González Pedrero y su equipo --López Obrador incluido-- fue creciente, al grado de que en 1987 González Pedrero fue designado jefe de la campaña del candidato presidencial Salinas. Una vez en el poder local, González Pedrero designó a López Obrador director del Cepes estatal. Desde ese cargo modesto y casi simbólico, López Obrador le entró a la lucha de grupos. Aprovechó su cercanía al gobernador González Pedrero para grillar al presidente estatal del PRI y logró su destitución. El tricolor local entró en una severa crisis que llevó también a la salida de Andrés Manuel, después de un enfrentamiento con los alcaldes.

La historia de esa etapa fue contada por Indicador Político de la siguiente manera:

En agosto de 1983, el gobernador tabasqueño Enrique González Pedrero tuvo que enfrentar un alzamiento político de alcaldes por el estilo autoritario de su presidente estatal del PRI, Andrés Manuel López Obrador. El Peje había viajado continuamente durante dos años a Cuba y trajo de ahí las prácticas centralistas y caudillistas.

En lo más conflictivo de la discusión, el gobernador González Pedrero lanzó una frase que irritó a López:

--El PRI no es el Partido Comunista de Cuba.

Durante 1982 y 1983, López había visitado Cuba. Uno de sus contactos fue la escritora Julieta Campos, esposa de González Pedrero y de origen cubano. La señora Campos fue secretaria de Turismo del gobierno de López Obrador en el DF. En estas visitas, López se había interesado por varios programas de atención social que quiso calcar en México.

Para ello, sin embargo, necesitaba que el PRI fuera un partido más dominante. Como presidente del tricolor estatal, López había convocado a los presidentes municipales para anunciarles que las obras públicas serían controladas por el PRI. Los alcaldes se negaron y entraron en conflicto con el líder priísta estatal porque representaba los intereses del gobernador.

Los programas cubanos que más gustaron al Peje tabasqueño fueron los de la construcción de pisos y letrinas en zonas depauperadas y el manejo de los esquemas de salud y educación para todos los cubanos. En Tabasco y a través de los presupuestos de las alcaldías, López como presidente del PRI local buscó controlar esas inversiones como tarea del partido y no de los presidentes municipales.

Los programas de salud y educación no pudieron cristalizar porque López renunció al PRI después del regaño del gobernador. Sin embargo, los ha impuesto como programas prioritarios del gobierno del DF. El de salud ha sido más lento por la necesidad de reconstrucción de toda la planta sanitaria y porque, al final de cuentas, se trata de un programa de atención a los ciudadanos sin influir directamente en sus preferencias políticas e ideológicas.

En cambio, el de educación se echó a andar en el GDF con la construcción de preparatorias y universidades que tienen programas de estudio afines al populismo tabasqueño. Los diseñadores de los programas de estudio son profesores también vinculados a las experiencias cubanas. Se trata de construir --como los cubanos con su modelo de los pioneros, un sistema educativo ideologizado desde el primer nivel-- un espacio de adoctrinamiento en función de objetivos ideológico, saliéndose del sistema educativo de saber para decidir.

En este contexto de los programas educativos para la formación de jóvenes ideologizados a favor del modelo político del tabasqueño se debe ubicar, por ejemplo, la decisión de descentralizarle al DF el gasto educativo como ocurre con las demás entidades de la república. Asimismo, se buscará pronto que los programas educativos abandonen el dogmatismo ideológico para centrarlos en los esquemas científicos plurales.

Los dos años que viajó continuadamente a Cuba dejaron en López una huella indeleble. Falta por saber mayor información sobre los contactos que tuvo y que fueron de alto nivel debido sobre todo a su jerarquía de presidente estatal del PRI en Tabasco y también de su cercanía a Enrique González Pedrero, intelectual de izquierda, miembro del grupo de intelectuales que en los sesenta defendió apasionadamente a la revolución cubana, redactor de la revista Política, ex director de Ciencias Políticas de la UNAM y autor de libros en donde razonó el valor político e ideológico de la revolución cubana, entre ellos uno especial sobre el ataque de EU en Playa Girón.

Por tanto, las recomendaciones de López en Cuba fueron de las mejores. En esos dos años de 1982 y 1983, López conoció todas las experiencias sociales de Cuba y sus programas de atención a los necesitados. No se tienen comprobados contactos directos con Fidel Castro, pero hay tabasqueños que aseguran que lo vio en La Habana y que hubo simpatías mutuas. Eso sí, el Partido Comunista Cubano --que es el eje de la vida total en Cuba-- le otorgó a López todas las facilidades para conocer sus programas de atención social.

En este contexto, el caso Ahumada en Cuba ha permitido percibir las intenciones de Fidel Castro de beneficiar a López, aún a costa de amistades entrañables como la de la Rosario Robles que le hizo un homenaje en diciembre del 2000 en el zócalo del DF o la del Carlos Salinas que operó espacios de negociación con el gobierno estadunidense de William Clinton.

Pero los intereses políticos mexicanos de Castro son muy claros: ni Rosario Robles ni Carlos Salinas pueden ser presidentes de México y López sí. Por tanto, Castro decidió jugarse la carta Ahumada para beneficiar al jefe de gobierno del DF, aunque con el error de matiz de mostrar demasiado sus intereses. Ahora ya se sabe que el interés de Castro por influir en la elección presidencial mexicana del 2006 se llama Andrés Manuel López Obrador. De ahí que el tabasqueño haya recibido el beso del Diablo caribeño.

El problema de López no será de simpatías con el socialismo sino los estilos intervencionistas de Fidel Castro y los intereses plurales de México. Al final, inclusive, López no es un marxista clásico y su socialismo se agota en el populismo de atención a la clase pobre sin modificar la correlación productiva ni eliminar a los empresarios sino privilegiarlos más como ocurre con el caso de Carlos Slim Helú. Pero Castro exige lealtad, no ideología.

De todos modos, en el corto plazo el factor Cuba en México está pasando por el jefe de gobierno del DF y va a ilustrar la agenda de intereses que se moverán en la elección presidencial mexicana del 2006. Por lo pronto habrá que anotar que el apoyo de Castro a López no fue circunstancial sino que viene desde 1982 y 1983 cuando López quiso que el PRI en Tabasco fuera una especie de Partido Comunista Cubano.

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González Pedrero reubicó a López Obrador en la oficialía mayor del gobierno estatal, pero duró apenas un día. No se halló. Hacia 1984 regresó López Obrador a la ciudad de México y entró al Instituto Nacional del Consumidor. Ahí conoció a Roberto Robles Garnica, un michoacano amigo de Cuauhtémoc Cárdenas. Con la salida de González Pedrero del gobierno para irse a la campaña de Salinas, el priísmo local perdió foco y se resquebrajó. López Obrador regresó a Tabasco como enviado del Frente Democrático Nacional, pero más como observador que como protagonista. Al FDN no le convenía abrir otro frente de batalla. El candidato local del FDN erdió las elecciones pero denunció fraude. Al fundarse el PRD, López Obrador se asignó la presidencia estatal para construir el partido en el estado.

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La etapa priísta de Andrés Manuel López Obrador fue demasiado tradicional. No destacó por propuestas especiales o populares. Más bien obedeció a su incorporación a grupos dominantes. González Pedrero era en los años ochenta un intelectual progresista y hasta de izquierda pero dentro del sistema priísta. Como director de la Facultad de Ciencias Políticas le tocó enfrentar la crisis del movimiento estudiantil del 68 y jugó en la cancha del rector Javier Barros Sierra pero sin romper con el gobierno de Díaz Ordaz. Desde esa posición se relacionó con Luis Echeverría, quien lo hizo secretario general del PRI bajo la presidencia de Jesús Reyes Heroles. Como intelectual, González Pedrero fue institucional aunque se le consideró desde entonces como el lector más acucioso de Antonio Gramsci. Cuando López Obrador se pasó al PRD, González Pedrero se hizo perredista aunque hubo de pasar por una severa, inoportuna y malagradecida crítica de López Obrador en uno de sus libros tachándolo de traidor.

La primera etapa perredista de López Obrador destacó por su reposicionamiento local. De 1989 a 1991 buscó darle bases sociales al partido en el estado. A finales de 1991 comenzó su segunda etapa perredista: su primer éxodo por la democracia recorriendo caso mil kilómetros de Tabasco a la ciudad de México, pero pasando por Veracruz. El motivo: la protesta por los resultados electorales municipales. Durante 19 días, López Obrador fijó la atención nacional en esa caminata y a su paso por Veracruz y Tlaxcala generó inestabilidad y violencia política. Comenzó la fase de movilización social de López Obrador: bloqueo de carreteras, marchas callejeras, presiones políticas y sociales para cambiar resultados electorales, violencia con resultados criminales y sobre todo ruptura del orden social. De 1991 a 1992 López Obrador movilizó a los perredistas en protestas electorales, incluyendo su adhesión a la caminata del doctor Salvador Nava para pedir la renuncia del gobernador Fausto Zapata Loredo.

Hacia 1992 descubrió López Obrador el filón político de Petróleos Mexicanos en el estado de Tabasco. La protesta del perredismo era justa aunque sus caminos no buscaban resarcirle al estado el costo social y económico del petróleo sino usar a la paraestatal como bandera política. En julio de 1992 encabezó López Obrador una marcha en la carretera pero hubo un accidente que provocó la muerte de cuatro trabajadores disidentes. Obviamente, López Obrador culpó a la policía. El PRD de Andrés Manuel encabezó las protestas de trabajadores petroleros despedidos y para ello hizo una marcha. Y luego otra y otra. En una de ellas, en enero de 1992, López Obrador le pidió a Carlos Salinas --entonces no era su enemigo artificial-- que apresurara el cambio democrático.

En 1993 terminó la construcción del López Obrador de las protestas sociales. En septiembre instaló un campamento en el zócalo de la ciudad de México para negociar una agenda tan general como imposible de abordar: indemnización de Pemex a campesinos y pescadores por daños ecológicos, aunque sin definir puntos concretos ni estudios especiales, exoneración de carteras vencidas de ejidatarios y pequeños propietarios con Banrural, bancos privados y gobierno estatal, atención especial a la crisis en el sector cacaotero por el desplome de precios debido a la apertura comercial y pago a productores de caña del 9 por ciento de su liquidación que les fue retenida por un ingenio.

Ahí nació el López Obrador que, con altibajos, siguió vigente hasta la crisis de corrupción que reveló el caso del empresario constructor Carlos Ahumada Kurtz. Andrés Manuel, en ese septiembre patrio de 1993 y sobre la coyuntura de la sucesión presidencial, trató de arrinconar al gobierno federal para impedir la celebración del grito de la noche del 15 de septiembre y del desfile militar del 16. De nueva cuenta había tomado a Pemex de rehén. En sus discursos de prensa, López Obrador era el mismo que se vio años después en las conferencias de prensa por el caso Ahumada: retador, con el dedo flamígero, absolutista. Acusó al secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, de no negociar y dijo que estaba amafiado con “varios columnistas que prácticamente reproducen los boletines en los que se nos acusa de agitadores y desestabilizadores”.

Aunque López Obrador hablaba en el DF de búsqueda de soluciones, en Tabasco era partidario de la violencia. En Villa Benito Juárez, del municipio de Cárdenas, perredistas habían secuestrado a quince funcionarios como protesta campesina por el incumplimiento de la recomendación 100/92 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos sobre la reparación de daños ecológicos. El gobernador Gurría envío a la policía a rescatar a los secuestrados. “Son naturales las manifestaciones de inconformidad”, diría en el DF López Obrador. Pero esas manifestaciones se hicieron en instalaciones de Pemex.

En septiembre de 1993, López Obrador tocó la orilla de la represión capitalina. El gobierno del DF, a cargo de Manuel Camacho como regente y Marcelo Ebrard como secretario de gobierno, no podía permitir que se suspendieran las celebraciones patrias del 15 y 16 de septiembre. Y no había más que dos caminos: o negociar con los manifestantes o desalojarlos con la policía. Camacho y Ebrard decidieron por el primer camino. Pactaron con López Obrador una cantidad de dinero por manifestante y lo acreditaron como “pago por desgaste físico”. El total fue de 5 mil millones de viejos pesos o 5 millones de pesos actuales. Camacho acudió a Pemex a comunicarles la buena nueva pero la administración petrolera se negó a pagar el dinero. Al final, el pago salió de fondos especiales del DDF. El encargado de entregar el dinero en portafolios --como años más tarde haría Carlos Ahumada Kurtz a los lopezobradoristas René Bejarano y Carlos Ímaz-- y sin ningún recibo de por medio fue Marcelo Ebrard. Al final, el gobierno capitalino de Carlos Salinas había comprado protección y el PRD de López Obrador había tomado la ciudad de México como rehén político.





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En 1994 comenzó la ofensiva movilizadora de López Obrador del brazo de Pemex. El dirigente perredista tabasqueño logró fusionar dos conflictos: su guerra contra el priísmo madracista y las banderas de reivindicación social de habitantes de Tabasco que veían extraer el petróleo de sus tierras sin recibir a cambio más que participaciones limitadas. El PRD enarboló las banderas del daño ecológico y exigió indemnizaciones. Así, los temas petrolero y electoral constituyeron un coctel explosivo para un gobierno salinista en declinación rápida y un gobierno zedillista sin experiencia política. Antes de las elecciones para gobernador de finales de noviembre de 1994 --con Roberto Madrazo como candidato priísta y de nueva cuenta López Obrador como aspirante perredista--, el PRD elaboró más de 30 mil demandas contra Pemex por lo que llamó “merma en la producción agrícola y pesquera” debido a la contaminación.

Las elecciones del 20 de noviembre le dieron un triunfo arrollador a Roberto Madrazo, un político experto en organización de elecciones. El PRD de López Obrador se inconformó políticamente con el resultado e inició una serie de movilizaciones estatales. Aprovechó no sólo el vacío de poder entre el fin del gobierno de Salinas y el arranque de la administración de Zedillo, sino el estado de ánimo social adverso por el alzamiento zapatista en Chiapas. Al comenzar diciembre, las huestes de López Obrador bloquearon la entrada a catorce instalaciones petroleras en Tabasco y un grupo entró con violencia al campo de Compresoras de Castarriscal, “obligando a los trabajadores de la empresa paraestatal a paralizar la operación de la planta de bombero con graves consecuencias para el funcionamiento del sistema”.

La estrategia radicaba en estrangular política, social y vialmente el DF y el sur de la república. El 29 de noviembre había llegado a la ciudad de México López Obrador con su segundo “Éxodo por la Democracia”. Buscaba obligar a Zedillo a anular las elecciones tabasqueñas, impedir la toma de posesión de Madrazo, designar a un gobernador interino y realizar una reforma política local. Paralelamente a las movilizaciones de López Obrador, el presidente nacional perredista Porfirio Muñoz Ledo buscaba negociaciones con el gobierno de Zedillo a propósito de la reunión programada del nuevo presidente con la cúpula del sol azteca. López Obrador, a su vez, organizaba marchas articuladas con contingentes de Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Veracruz. El objetivo era repetir la crisis política de 1992 cuando el presidente Salinas decidió la caída del gobernador Salvador Neme para complacer a los perredistas. El problema legal era la inexistencia de pruebas. López Obrador, en su estilo de acusar y no documentar, dijo: “las pruebas son del dominio público”.

Esa marcha había incubado el huevo de la serpiente. López Obrador quería la caída de Madrazo. El secretario de Gobernación zedillista, Esteban Moctezuma Barragán, negoció con Muñoz Ledo. Esas pláticas secretas llegaron a la conclusión de que Madrazo sería designado secretario de Educación Pública del gabinete de Zedillo para abandonar la gubernatura de Tabasco. La relación de Zedillo con Madrazo había pasado justamente por el expediente educativo. Cuando Zedillo era titular de la SEP, Madrazo fue diputado de la comisión de educación y desde ahí trabajó políticamente muy de cerca con Zedillo. Moctezuma le informó a Madrazo la decisión. Apesumbrado, el gobernador de Tabasco tomó la carretera a Toluca para abordar un avión privado pero a medio camino se desvió hacia la residencia de Carlos Hank González en Santiago Tianguistengo y de ahí salió con bríos renovados. Llegó a Villahermosa, fortaleció su gobierno y desalojó por la fuerza el plantón perredista en el zócalo de la ciudad. Días más tarde, Zedillo visitó la capital de Tabasco y afirmó que él y Madrazo gobernarían “juntos hasta el año 2000”.

La lucha, sin embargo, continuó. En su libro Entre la historia y la esperanza, López Obrador incluyó el sentido de la lucha de finales de 1994 y 1995: la resistencia civil y pacífica, incluyendo la decisión del senador perredista Auldárico Hernández de bloquear las instalaciones petroleras. La agenda de López Obrador fue delineada en un mitin en la plaza de armas, donde “pusimos a consideración de la gente” --en una concentración asambleísta con asistencia de seguidores de López Obrador y el PRD-- la etapa de la “desobediencia civil” en base a cinco puntos:

1.- No reconocer al gobierno de Roberto Madrazo ni a los gobiernos municipales considerados espurios.

2.- No pagar impuestos ni derechos al gobierno.

3.- No pagar ningún crédito al gobierno ni a los bancos.

4.- No comprar en comercios o establecimientos de priístas autoritarios e intolerantes.

5.- No consumir productos fabricados o distribuidos por empresarios antidemocráticos.

Casi calcado de la lucha pacífica de Gandhi, las propuestas de López Obrador incluían un punto adicional no especificado pero sí asumido: la lucha frontal, directa y de choque contra instalaciones del gobierno. Desde entonces afloró el estilo autoritario del tabasqueño de abrogarse el derecho y la facultad de calificar él a quien sí cumplía con sus requisitos. La euforia de la masa en aquel mitin impidió preguntar cuáles eran los dueños de comercios o establecimientos de “priístas autoritarios e intolerantes” o quiénes eran los “empresarios antidemocráticos”. Por aquellos días de 1994-1995, uno de esos priístas marcados con el tache de López Obrador era Raúl Ojeda, un empresario tricolor aliado de Madrazo. Cuando Ojeda rompió con Madrazo porque no le dio la candidatura presidencial del 2000, ese empresario como por arte de magia se volvió democrático y tolerante --en la categoría política de López Obrador-- porque se pasó al PRD.

Pero en medio de la euforia, López Obrador había incubado huevo de la serpiente. Y la crisis estalló finalmente en 1995. En julio, el senador perredista Auldárico Hernández encabezó la toma de pozos petroleros en base a la agenda delineada por López Obrador. El problema de fondo no fue solamente la capacidad del líder perredista para convocar a la movilización de la sociedad. Había hechos concretos que revelaban la insensibilidad de Pemex para atender las quejas de los campesinos y ejidatarios en daños a la ecología y en accidentes que habían causado daños en propiedades ejidales. A ello se agregaba también la decisión del gobierno local de Roberto Madrazo de no dialogar con los campesinos y de cerrarle las puertas de la autoridad. Y como punto adicional, la decisión de los perredistas de no soltar la bandera del fraude electoral de noviembre de 1994 y posteriormente la aparición de cajas con presuntas pruebas de irregularidades en el financiamiento de la campaña de Madrazo.

Hacia mediados de julio de 1995, perredistas habían tomado mil 500 pozos petroleros en siete municipios tabasqueños. Si la iniciativa había sido del senador Hernández, el liderazgo de la movilización era indiscutiblemente de López Obrador como presidente del PRD de Tabasco. En la ciudad de México, el PRD nacional de Muñoz Ledo estaba enfrascado en negociaciones de una reforma política como concesión de Zedillo para paliar los efectos nocivos de la devaluación de diciembre de 1994, el alza escandalosa de las tasas de interés y el daño a millones de mexicanos deudores de la banca. A cambio de reformas de corto plazo como el alza de 50 por ciento al IVA --de 10 a 15 por ciento--, Zedillo había ofrecido una reforma política. En junio había caído el secretario de Gobernación de Zedillo y el nuevo, Emilio Chuayffet, llegaba con el mandato de la reforma política.

A finales de julio desalojó la policía los pozos y encarceló a algunos de los dirigentes, pero luego los liberó. Y de nueva cuenta tomaron los pozos. Pero finalmente Pemex y el PRD firmaron un acuerdo que incluyó la liberación de los detenidos y la cancelación de las averiguaciones previas. El acuerdo, sin embargo, no fue cumplido. Y a finales de enero de 1996 volvieron las tomas de pozos petroleros, sólo que con mayor agresividad y con López Obrador al frente. La participación de Andrés Manuel le dio más fuerza al movimiento. Y también le otorgó base social porque las demandas se delinearon en asambleas públicas. Asimismo, López Obrador logró el apoyo del PRD nacional.

La presencia de López Obrador le dio inflexibilidad al conflicto. Como líder moral del PRD tabasqueño, Andrés Manuel no ocultó su presencia y le hizo acreedor a una orden de aprehensión. Acostumbrado a jalar a la prensa hacia su territorio, una noche previa al desalojo salió de su casa a comprar cigarrillos a la tienda de la esquina y se “encontró” con una cauda de periodistas. Cuando le preguntaron si no tenía miedo al arresto, el tabasqueño --como lo haría muchas veces después en sus conferencias de prensa en el gobierno del Distrito Federal-- respondió con una sonrisa y dijo: “aquí los espero”.





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Tabasco fue un laboratorio social. Sus resultados fueron magros. Al final, el conflicto le sirvió a López Obrador para escalar posiciones. Luego del desalojo, a mediados de 1996, Andrés Manuel fue designado presidente nacional del PRD para darle movilidad social al partido. Tabasco, por tanto, pasó a segundo, tercero, cuarto y hasta quinto lugar en sus prioridades. Delegó el control del estado. En el 2000 ya no quiso ser candidato a gobernador y puso a Raúl Ojeda pero Madrazo lo derrotó dos veces para imponer a su sucesor Manuel Andrade.

Los aliados del PRD tabasqueño fueron los priístas desplazados por Madrazo, con Arturo Núñez a la cabeza. Sólo que con algunos detalles curiosos: Núñez era el subsecretario zedillista de Gobernación en 1995 y 1996 y por tanto corresponsable de las medidas de autoridad que el PRD calificó de represivas. Fueron conocidas las polémicas a gritos de Núñez con Muñoz Ledo. Y los perredistas no olvidan que fue Núñez el que calificó al PRD de un partido “de tribus” y a sus movilizaciones las llamó parte de la “industria de la protesta”. Pero desencantado de Madrazo, Núñez se hizo perredista sin renunciar al PRI, hizo campaña por los perredistas siendo priísta y encabezó al grupo lopezobradorista en el estado.

Tabasco había sido el nacimiento de una estrella perredista de López Obrador.









2.- “Le quieren quitar una pluma a nuestro gallo”





Aunque tenían una relación amistosa, la vinculación política de René Bejarano con Andrés Manuel López Obrador ocurrió en la operación política para sacar la candidatura del tabasqueño a la jefatura de gobierno del DF. Bejarano y su esposa Dolores Padierna se reunieron con políticos y columnistas para vender la idea de que el tabasqueño era el único capaz de mantener el gobierno del DF en poder del PRD. Y tenían razón: de los un millón novecientos mil votos que ganó la entusiasta candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1997, el perredismo había perdido muchas decenas de miles.

--Te invitamos a sumarte al proyecto --decían Bejarano y Padierna.

Sin embargo, desde el principio surgió el problema de la residencia de cinco años que exigía la ley capitalina para los aspirantes. Y López Obrador no los completaba porque había terminado su periodo de presidente nacional del PRD y se había regresado a Tabasco. Su credencial de elector, sin duda el documento oficial más importante, registraba la dirección tabasqueña. Pero esa restricción legal fue el menor de los obstáculos. Andrés Manuel diseñó una campaña de movilización y de discursos agresivos para superar esa limitación y prácticamente obligar al Instituto Electoral del DF a registrarlo sin cumplir las condiciones legales. El papel que facilitó el registro fue una carta de la Delegación Coyoacán, en manos del PRD, para acreditar la residencia de López Obrador en la ciudad de México desde 1995.

La preocupación de los perredistas sobre el gobierno del DF era mayúscula. El contexto político de las elecciones del 2000 se iba convirtiendo en adverso para el PRD: la investigación amañada del asesinato del animador Francisco Stanley había puesto al procurador Samuel del Villar en la mira de la crítica, el gobierno de Rosario Robles había denunciado al ex regente Oscar Espinosa de peculado por 420 millones de pesos y estaba dispuesto a encarcelarlo, los casos de corrupción del perredismo en el poder habían comenzado a surgir como si fueran tiempos del priísmo y la huelga en la UNAM en contra del alza de colegiaturas había abierto de nuevo espacios estudiantiles en el PRD. Un gobierno priísta o una administración panista en el DF hubiera desatado iniciativas de revanchismo político contra Cárdenas, Robles y los delegados perredistas. De ahí que la victoria perredista en el gobierno del DF era vista como una situación de sobrevivencia política.,

Los candidatos perredistas locales tenían buen espacio pero carecían de la aureola de caudillismo de Cárdenas o de López Obrador. Demetrio Sodi de la Tijera era un ex priísta que había votado en contra del Fobaproa y se había pasado al PRD; contaba con el apoyo de Cárdenas. Pablo Gómez seguía viviendo de su pasado de líder estudiantil de la juventud comunista en el movimiento estudiantil del 68, pero no había brillado en las luchas parlamentarias ni reflejaba la imagen de político. Ifigenia Martínez era una muy prestigiada maestra de economía pero sin la fuerza para destacar. Y Marco Rascón competía en esa fecha con el juego político de haber sido identificado como el luchador Superbarrio.

Del lado de la oposición no había mucho de donde escoger. En el PAN se habló de Diego Fernández de Cevallos pero al final fue Santiago Creel Miranda el candidato. Y el PRI seguía destrozado y con divisiones internas que permitieron que el candidato fuera Jesús Silva-Herzog, secretario de Hacienda de la crisis de 1982-1985, economista y no político y un bon vivant del poder porque se dedicó a jugar tenis en lugar de hacer campaña electoral. Por tanto, los candidatos perredistas la tenían apretada pero llevaban la ventaja de la candidatura presidencial de Cárdenas, de la popularidad de Rosario Robles y de los grupos sociales controlados por las mafias del poder del PRD en el Distrito Federal.

Por su control sobre grupos sociales, la opinión de Bejarano pesó en el ánimo del perredismo capitalino. La elección interna tuvo la ventaja de que el gobierno de Robles impulsó a López Obrador por su entonces cercanía política a Cárdenas. Andrés Manuel se había aliado con Cárdenas en 1988 y habían luchado juntos. En esos años, el tabasqueño reconocía la autoridad política del michoacano. Cárdenas lo impulsó para la presidencia nacional del PRD y luego vio con buenos ojos su posible nominación como candidato a jefe de gobierno capitalino. Pero Cárdenas no se metió porque estaba agobiado por su propia campaña presidencial. Robles, en cambio, usó su popularidad y su gasto en publicidad y propaganda para beneficiar a López Obrador, aunque luego el tabasqueño se dedicó desde el poder a combatir a la ex jefa de gobierno.

Aunque gusta de vestirse de luces y ser el “rayo de esperanza” con tentaciones místicas y hasta religiosas, López Obrador hizo una mala campaña electoral. Cárdenas había ganado el gobierno capitalino con casi dos millones de votos. La ciudad de México era, al final de cuentas, el centro político del país y un espacio natural de la oposición antipriísta. Pero el resultado electoral del 2000 se convirtió en un fracaso perredista, a pesar de la campaña de agitación y de ataques que realizó el tabasqueño. De acuerdo con el Instituto Electoral del DF, el saldo final fue el siguiente, sobre la base de 4 millones, 371 mil 498 votos contabilizados:



Candidato Votación Porcentaje



López Obrador (PRD) 1,506,324 34.5

Santiago Creel (PAN) 1,460,931 33.5

Silva-Herzog (PRI) 996,109 22.8



Fuente: Resultados electorales, IEDF, www.iedf.org.mx.


La diferencia de votos entre López Obrador y Creel fue de apenas 45 mil 393 votos, apenas un punto porcentual. El porcentaje de votos del tabasqueño en el DF fue menor al obtenido por Vicente Fox a nivel presidencial como ganador de las elecciones: 34.5 para López Obrador contra 42.5 de Fox. Otro dato interesante surgió de las cifras electorales en el DF para la votación presidencial:


Candidato Votación Porcentaje

Cuauhtémoc Cárdenas (PRD) 1,146131 25.9

Vicente Fox (PAN) 1,928.035 43.6

Francisco Labastida (PRI) 1,062,227 24.0



Fuente: Resultados electorales, IFE, www.ife.org.mx.


Los datos revelaron que en el DF votó más gente por Fox que por López Obrador. Y que el voto útil se corrió de Cárdenas a Fox por la razón de que no se esperaba la victoria del michoacano. Y a nivel de porcentaje, votó más gente por Labastida en el DF que por Silva-Herzog. Así, el saldo electoral de la ciudad de México reveló los perfiles de un voto diferenciado para mantener equilibrios o con mandatos específicos: por cuestión de días el PAN estuvo a punto de arrebatarle el gobierno capitalino al PRD, pues Creel vino de atrás. En la campaña, López Obrador colocaba a Creel en la tercera posición con una votación previsible de menos de 20 por ciento, en tanto que esperaba que el PRD quedara entre 45-50 por ciento. Técnicamente, por el diferencial de apenas 1 punto porcentual, Creel y López Obrador quedaron en un empate técnico.

En función de las cifras, el mandato de las urnas le había quitado espacio al PRD y había colocado al PAN en una posición de contrapeso. Aunque la situación se modificó en las elecciones locales del 2003 para asambleístas y jefes delegacionales. Con una votación total de 2 millones 940 mil 921 votos, el saldo final fue el siguiente en las cifras de mayoría relativa:



Partido Votación Porcentaje



PRD 1,270,988 43.3

PAN 734,833 25.0

PRI 337,979 11.5



El desplome del PRI fue el más impresionante, producto de las desavenencias internas y de la falta de trabajo político y partidista. Sin un presidente de la república salido del PRI y con pugnas por el control nacional del PRI, el tricolor en la ciudad de México se redujo a su mínima expresión. La caída del PAN fue también bastante significativa: perdió el 49.7 por ciento de los votos. Con Creel en la Secretaría de Gobernación y el PAN capitalino también desasociado del nacional, el panismo metropolitano perdió el rumbo y careció de liderazgo propio.

Pero por razones propias, el resultado para el DF resultó adverso para el PRD y representó una llamada de atención para López Obrador. La votación local registró la pérdida de 235 mil votos, un 15 por ciento del logrado en el 2000 pero un 33 por ciento sobre las cifras logradas en el 2000. Así, los estilos populistas de López Obrador no habían dado el resultado previsto, aunque en las reuniones de análisis en el gobierno del DF se manejó el argumento de que se trataba de una abstención regida por la satisfacción o la calificación positiva.

*

No obstante, en el fondo había otros elementos. La parte de la ciudadanía que depende de la derrama de beneficios oficiales sigue pagando su lealtad con votos. Pero la otra parte que califica comportamientos de gobierno con voto en contra o voto a favor o participación electoral había comenzado a distanciarse de los estilos de ejercicio del poder de López Obrador. La confusión política entre votación y popularidad hizo estragos en las mesas de análisis del gobierno capitalino.

Aunque le ha dado espacio a resultados en obra pública vistosa, López Obrador es un político nato y un agitador profesional. Su candidatura al gobierno del DF sin cumplir con los requisitos legales fue impuesta por el juego perverso del poder: convertirse en víctima del sistema, asumir la representación de los pobres y entrarle a la confrontación y denuncia contra los demonios políticos del pasado reciente mexicano.

La lucha de Andrés Manuel por la candidatura capitalina en el 2000 giró en torno a tres argumentos que luego volvió a desempolvar en su conflicto del videogate:

1.- Había un “complot” en su contra organizado por los demonios del PRI y del PAN.

2.- Al negarle el registro, se le estaba quitando a los pobres el “derecho a la esperanza”.

3.- Y el malvado de toda la operación era nada menos que “el innombrable” Carlos Salinas.

La elección interna del PRD para designar a su candidato capitalino en el 2000 fue abierta y arrojó resultados específicos: 116 mil votos (76.6) por ciento para López Obrador, 12 mil 611 (8.30) para Demetrio Sodi, 11 mil 380 (7.5) para Pablo Gómez, 6 mil 233 (4.1) para Ifigenia Martínez y 5 mil 648 (3.7) para Marcos Rascón. A pesar de que quiso haber control de campañas, el aparato perredista y los grupos sociales de Bejarano se movilizaron a favor del tabasqueño. El presidente del PRD en el DF era Carlos Ímaz, quien había entrado a la política con Rosario Robles pero se había aliado a López Obrador. La esposa de Ímaz, Claudia Shainbaum, fue designada secretaria de Medio Ambiente del gobierno lopezobradorista y se convirtió en la principal operadora política del tabasqueño.

Pero una vez resuelta la votación, la siguiente lucha fue por el registro. Lo significativo del caso fue que las principales impugnaciones en contra de la candidatura de López Obrador no fueron de la oposición sino de los perredistas derrotados: Sodi y Gómez aportaron pruebas de que Andrés Manuel no cumplía con los requisitos de residencia capitalina. Gómez declaró al The New York Times en abril del 2000 que López Obrador “se había mudado al DF en julio o agosto de 1996” y que por tanto “no era elegible para las elecciones”. Y agregó Gómez: si López Obrador “es candidato, todo se convertirá en una catástrofe”.

El registro de la candidatura de López Obrador se convirtió en un ejemplo de los estilos personales de hacer política del tabasqueño. En lugar de documentar el problema de su residencia, Andrés Manuel se convirtió a sí mismo en víctima de un complot, exactamente el mismo modelo que puso en operación en marzo del 2004 para no responder a los cuestionamientos de corrupción por colaboradores de su primer círculo sino para desviar la atención. En marzo del 2000, cuando habían comenzado a circular datos que comprobaban su falta de residencia en el DF, López Obrador inventó un complot en su contra:

--El 21 de marzo dijo que el PRI y el PAN habían suscrito un pacto secreto para “cederle” al candidato panista Santiago Creel el gobierno del DF, a cambio del reconocimiento del PAN a la victoria del priísta Francisco Labastida. El eje de la conspiración, decía López Obrador, era Diego Fernández de Cevallos. Se trataba, agregó, de “eliminar” al PRD. Pero gracias a la popularidad de López Obrador, el complot falló. Con recursos limitados, López Obrador dijo que le habían hecho “lo que el viento a Juárez”, el mismo argumento redivido en el 2004. Creel respondió que el complot se trataba de una “fantasía tropical” y dijo que López Obrador era “el candidato de los complots”.

--El 29 de marzo, cuanto se preveía que el IEDF le negaría el registro, López Obrador dijo que había una conspiración en su contra de Diego y Diódoro Carrasco, secretario zedillista de gobernación., y que detrás de ellos se encontraba Carlos Salinas, quien “ya mandó a movilizarse y a maquinar sobre mi candidatura”. Como prueba, Andrés Manuel dijo que Diego y Carrasco se habían reunido “a comer hace una semana” y que los dos son “destacados salinistas”. Volvió a decir que esas conspiraciones le hacían “lo que el viento a Juárez”.

--El 11 de abril, el IEDF registró la candidatura de López Obrador. Los consejeros Javier Santiago, Eduardo Huchim, Emilio Alvarez Icaza y Rosa María Mirón Lince dijeron que las impugnaciones eran función del tribunal electoral, en tanto que los consejeros Rubén Lara, Rodrigo Morales y Leonardo Valdés señalaron que no existían documentos para avalar la residencia capitalina de Andrés Manuel y que no podían votar a su favor. Mientras los candidatos de otros partidos presentaron pruebas notariales, el PRD capitalino sólo incluyó una “cronología” de actos políticos del tabasqueño en el DF y algunos recortes periodísticos.

--El 12 de abril, López Obrador inició una campaña de estridencia para fortalecer su candidatura con el argumento de que le querían quitar a los capitalinos “el derecho a la esperanza”, un concepto que manejó en el mitin de marzo del 2004 para aclarar su posición en el caso Ahumada. El PRI y el PAN informaron que presentarían una impugnación ante el tribunal electoral capitalino. López Obrador declaró que las pruebas presentadas por la oposición eran “falsas y prefabricadas”, aunque no presentó nada a su favor a pesar de que su probatoria hubiera revelado una conspiración real en su contra. López Obrador se conformó con sus dichos. Acusó a los consejeros que votaron en su contra de trabajar para Gobernación porque antes habían laborado bajo las órdenes de Jorge Alcocer, subsecretario de Gobernación. Lo malo para López Obrador fue que los documentos enarbolados por el PRI y el PAN eran los mismos que habían revelado los perredistas Sodi y Gómez.

--El 13 de abril, en preparación del mitin del sábado 15 para apoyar en las calles su candidatura, López Obrador “reveló” otro complot en su contra. Dijo que “desde arriba” querían echar abajo su candidatura, que se trataba de una “mafia” --otro argumento reciclado en marzo del 2004--, de una “red de complicidades”, porque “están cobrándome facturas”. Y dio nombres en una reunión con empresarios: “Zedillo dio un manotazo sobre la mesa para que fueran tras de mi. Esto es un zedillazo, una cosa personal porque no me soporta”. Y además de Zedillo, acuso de nuevo a Diego “y el salinismo en general”. La razón: López Obrador iba a arrasar en el DF: “estoy 6 puntos arriba de Silva y 15 de Creel y ven que mi triunfo es inevitable”.

--El 15 de abril, René Bejarano le organizó --y en el 2004 se supo que con dinero del empresario constructor Carlos Ahumada Kurtz-- un mitin en el monumento a la Revolución, un centro político del priísmo, para anunciar un plebiscito no oficial ni legal sobre su candidatura. Al estilo de las movilizaciones en Tabasco, Andrés Manuel sacó a la gente a la calle para apoyarlo. Con esa decisión, López Obrador se quiso imponer por encima de la legalidad y buscó convertir la movilización de la gente en un factor de presión sobre el IEDF. De hecho, el tabasqueño creó su propio Estado de derecho al margen de las leyes vigentes. El plebiscito sería el 14 de mayo. Paralelamente, el PRD presentó impugnaciones contra Silva-Herzog pero sin reconocer las irregularidades de Andrés Manuel.

--El mismo 15 de abril, el PAN presentó pruebas contundentes sobre la residencia de López Obrador: su acta de nacimiento del registro civil de Tabasco con folio 221635 y la credencial de elector 045761029 con dirección en Tabasco y con fecha de enero de 1999. La “constancia” perredista de residencia capitalina de Andrés Manuel estuvo suscrita por la subdelegada jurídica y de gobierno en Coyoacán. Asimismo, declaraciones de testigos no identificados que decían que López Obrador residía en el DF.

--El 18 de abril, López Obrador se vacunó y declaró que los priístas iban a boicotear el plebiscito. Burlón, dijo que los priístas y panistas estaban nerviosos. “Ya les mandaré te de tila”, dijo. El tabasqueño se sentía seguro porque “nunca el mal se puede imponer a la justicia”, dijo como si fuera uno de los superhéroes de las historietas estadunidenses.

--El 5 de mayo, López Obrador hizo un mitin de preparación al plebiscito y ahí volvió a arremeter contra todos. Dijo que le querían quitar la candidatura “con pretextos legaloides”. Ahí denunció al PRI de Salinas, de Carlos Hank y de Labastida como los conspiradores. Ese día se organizó un consejo ciudadano de 29 personalidades, todas ellas simpatizantes de Cárdenas y del PRD para avalar el plebiscito, entre los que destacó José Agustín Ortiz Pinchetti, abogado y luchador político, luego perredista y secretario de Gobierno de la administración de López Obrador y diputado.

--El 13 de mayo el PRD calculó que votarían un millón de capitalinos en el plebiscito titulado mañosamente como “Consulta por la legalidad y la democracia”. El 14 de mayo la asistencia a las urnas fue bastante floja: 420 mil personas, a decir del PRD pero sin ninguna documentación legal o notarial; cálculos no oficiales hablan de que apenas habrían votado 200 mil personas. La euforia perredista se enfrió. Y como era una consulta perredista, el resultado fue obvio: el 90 por ciento de los votantes en la contabilidad del PRD --360 mil de 420 mil personas-- apoyaba la candidatura de López Obrador. Como justificación, Carlos Ímaz dijo que se trataba de votantes de “carne y hueso” y López Obrador dijo que eran votos válidos “no como los 10 millones del innombrable --Salinas-- de 1988”. El consejo ciudadano de simpatizantes perredistas avaló el resultado, como era obvio.

--El lunes 15 de mayo López Obrador estaba eufórico porque una encuesta del PRD había dado resultados sorprendentes en el DF: 54 por ciento de los votos para el PRD, 27 por ciento para el PRI y 13 por ciento para el PAN. Los resultados reales fueron más sorprendes: un empate técnico entre López Obrador y Creel y un tropiezo al sótano para el PRI.

--El 19 de mayo votó el tribunal electoral del DF el caso López Obrador y el resultado fue de fotografía: tres votos a favor del registro y dos en contra. El ministro ponente Racial Garrido presentó su proyecto para rechazarle la candidatura al tabasqueño.

--El 22 de mayo, una vez ganada la batalla con amenazas, discursos estridentes, denuncias de complots, acusaciones contra todos y movilizaciones sociales, López Obrador pidió que lo dejaran trabajar en paz --otro argumento del 21004-- y propuso distender el clima político que él mismo había exacerbado con su lucha por el registro de su candidatura.

*

La lucha por la candidatura al gobierno del DF fue un ejemplo de los estilos políticos de López Obrador: al margen de la ley, movilizando a la gente para imponer su voluntad, denunciando complots a diestra y siniestra, ondeando banderas de Salinas por doquier, acreditándose el perfil del único representante de los intereses populares. En el 2000 Salinas estaba huyendo de la persecución de Zedillo, pero el tabasqueño lo convirtió en el enemigo a vencer.

Más que político, López Obrador es una fiera en lucha por la sobrevivencia. Imposible argumentar con él porque sus apreciaciones son elementales y carentes de reflexión política. Su principal argumento es tachar a todos de salinistas, pero sin reconocer que él trabajo bajo las órdenes políticas de Salinas. El tabasqueño no acepta más argumentos que los propios, no reconoce el valor de la oposición. Es un agitador natural pero sus espacios de movilidad se le han reducido.

A diferencia de un Cuauhtémoc Cárdenas que ha mantenido la congruencia política y acepta el debate y el disenso, López Obrador ha ido disminuyendo la calidad de sus apoyos aunque el número pueda ser creciente por el dinero regalado a los capitalinos de la tercera edad o por las obras populistas. A mediados de los noventa, la lucha de López Obrador era por reivindicaciones de clase. Como jefe de gobierno, sus banderas de lucha se agotan en los subsidios a clases populares. Como hombre de izquierda, a mediados de los setenta buscaba una nueva correlación productiva y de clases; como jefe de gobierno, su propuesta se basa en una ideología de mercado social y de subsidios presupuestales a los más pobres.

Después de la alternancia partidista en la presidencia de la república, la bandera de la democracia ha pasado a últimos lugares. Aún con deficiencias, las leyes electorales y la denuncia ciudadana ha ido impidiendo los fraudes electorales. Sin embargo, López Obrador se quedó varado en 1996 con la bandera de una democracia que ya se conquistó y que necesita una fase de creación de instituciones que no ha sido atendida por la oposición en el poder. En el nuevo siglo, la bandera prioritaria de la sociedad es la lucha contra la corrupción y los abusos de poder.

Los estilos de López Obrador se quedaron estancados en el 2000 de la disputa por su registro electoral sin tener la residencia legal exigida por las leyes. En esos primeros meses del 2000, analistas políticos sugirieron a la oposición que no se impugnara a López Obrador porque su tendencia a convertirse en víctima le iba a dar votos. Sin embargo, el problema no era de estrategias políticas sino de legalidad. López Obrador demostró, con su candidatura, un desprecio por el Estado derecho, un perfil que fue agudizando en los años en el poder capitalino: no importan las leyes sino los objetivos políticos.

De todos modos, la popularidad de López Obrador no se tradujo en votos. Su lenguaje agresivo en la campaña le fue restando simpatizantes. Su tendencia a quedarse con todo el pastel político influyó en la baja de votos de las clases medias que están lejos de la confrontación de clases y que buscan gobernantes y no agitadores sociales. Los mítines en apoyo a decisiones o popularidades le suman acarreos pero no le añaden reconocimientos políticos. Como el venezolano Hugo Chávez, López Obrador ha ido dividiendo a la sociedad capitalina en una especie de guerra política civil en dos bancos irreconciliables. La negativa del PAN o del PRI a sacar contingentes a la calle para impugnar al jefe de gobierno del DF ha impedido la venezolización violenta de la lucha política.

Al final, López Obrador había sido perfilado como un proyecto político de organización social y gobierno popular pero se fue quedando en un proyecto de liderazgo al estilo René Bejarano a favor de los grupos sociales marginados. Así, Andrés Manuel ha derivado en un agitador de masas, no es un estadista.


3.- “Me hacen lo que el viento a Juárez”

Cuando estaba por terminar su periodo trianual de presidente nacional del PRD --y su presencia obligada en la ciudad de México--, López Obrador dijo en una reunión que lo más difícil había sido vivir en la capital de la república. De ahí que nunca quiso perder su residencia tabasqueña. El DF le parecía una ciudad invisible. Por eso su primera reacción fue rechazar la posibilidad de convertirse en jefe de gobierno del DF en el 2000. Sin embargo, el argumento más contundente que lo convenció fue la posibilidad de usar el cargo como trampolín para la candidatura presidencial en el 2006.

Andrés Manuel se consideraba hombre de campo, no de ciudad. Sus referentes sociales y culturales tienen que ver con el campo. La ciudad de México le parecía hostil. Sin embargo, su disciplina como político lo llevó a percibir en el DF una mina de oro política que --decía-- no había sido explotada por Cuauhtémoc Cárdenas y sí por Rosario Robles. Con la fuerza del gobierno capitalino, López Obrador se iba a posicionar en el PRD. Y con Cárdenas en la banca --porque preveía la derrota en el 2000--, el escenario del 2006 estaría para él solo.

A pesar de su astucia política, el tabasqueño siempre ha tenido el pecado de la soberbia. Como todo hombre providencial, suele subestimar a sus colaboradores. Carece asimismo de lealtades, excepto con él mismo. Su falta de referentes lo lleva a fijar objetivos. Juárez, por ejemplo, es un discurso. La dimensión del oaxaqueño no radicó en sus declaraciones sino en sus comportamientos obstinados. Con poca cultura histórica, López Obrador anda en busca de prototipos a emular. Por eso se declaró democrático pero dijo que su ideal de gobernante capitalino era Ernesto P. Uruchurtu, el llamado regente de hierro que administró la ciudad de México dos y medio sexenios y que cayó del poder por una trampa que le pusieron en 1966 en plena lucha por la sucesión presidencial de 1970.

Una vez que le contaron a López Obrador quién había sido Uruchurtu y cómo había sido obligado a renunciar después de un desalojo violento de colonos en Santa Ursula --por cierto en parte del Paraje San Juan-- y un agrio debate conducido en la Cámara de Diputados por la bancada priísta, en ese momento el tabasqueño dijo que hablaba de un “Uruchurtu democrático”. Ya poco dejó al debate pues justamente la capacidad de Uruchurtu para la obra de embellecimiento de la ciudad se había logrado precisamente en función de su perfil autoritario. Una conducta democrática hubiera paralizado la obra capitalina.

López Obrador ha pasado por lo mismo. Todas sus obras han sido posibles por el ejercicio implacable del autoritarismo del poder. A él que le gustaba encabezar descontentos, no vaciló en aplicarle toletazos de granaderos a los grupos sociales que se opusieron a sus segundos pisos o distribuidores viales. A la clase media que no quería el distribuidor San Antonio, López Obrador la acuso de ser títere de los pirruris del PAN, y eso que él se ofendia cuando lo acusaban de encabezar a los desarrapados tabasqueños que barrían las calles de la ciudad. A los ambulantes que no quieren dejar las calles, los granaderos han dado cuenta violenta de ellos.

Como Uruchurtu, López Obrador delineó el embellecimiento de una ciudad para los ricos: calles limpias de pobres y ambulantes, paseos para turistas, distribuidores viales para los automóviles, policías especiales para las zonas reurbanizadas y remodelación de calles para la clase media, en tanto que las zonas pobres de la ciudad siguen igual y sólo ha destinado subsidios mensuales a personas de la tercera edad. Como Uruchurtu, López Obrador tiene como referente el concepto de ciudad al estilo norteamericano. Como Uruchurtu, López Obrador se ha dedicado al relumbrón y parece obsesionado por el Paseo de la Reforma, nuestra muy modesta Champú Elysées a la francesa, por cuyas calles gustaba ver a la emperatriz Carlota regresar al castillo de Chapultepec a su amado Maximiliano. Como Uruchurtu, López Obrador quiere un centro histórico al estilo de los financial district de Estados Unidos, llenos de bancos y tiendas caras.

Para López Obrador, la ciudad de México es una “bella utopía”. De nuevo su incultura política. El tabasqueño se deja llevar por las referencias de citas citables de Selecciones. Es el estilo de frases-hechas de López Obrador. En su consulta de finales de 2002 para preguntarle a la ciudadanía si se quedaba en el poder o renunciaba a la jefatura de gobierno, López Obrador dijo que buscaba “la hermosa utopía” de ver al Distrito Federal como “la capital de la justicia, de la democracia y de la felicidad”.

Pero a propósito del concepto de utopía, el filósofo español Fernando Savater citó, en el prólogo a una edición española de Utopía, de Thomas Moro, a Jorge Luis Borges:

“He recorrido muchas utopías --escribió el argentino-- y no he conocido una sola que rebase los límites caseros de la sátira o del sermón y que describa puntualmente a un falso país, con su geografía, su historia, su religión, su idioma, su literatura, su música, su gobierno, su controversia matemática y filosófica..., su enciclopedia, en fin”.

En una revisión del concepto utopía, el politólogo Alberto Baldissera dice en el Diccionario de Política de Norberto Bobbio que “la sociedad utópica se transforma en la casa del terror absoluto o del tedio total”. En el sentido de los objetivos de largo plazo, la utopía se relaciona directamente, por la felicidad prometida y --por las metas señaladas por Moro-- la supresión de la propiedad privada, con la sociedad comunista.

Agrega Baldissera: “éstas --el terror y el tedio-- son, en efecto, las consecuencias inevitables de la tentativa de realizar el objetivo irrealista de una sociedad sin clases o estratos, de una comunidad armónica de compañeros que son todos iguales en el rango”. Esta tentativa entraña, dice más adelante y citando a Karl Popper, en efecto “un gobierno centralizado de pocas personas y la utilización del terror como instrumento de resolución de las controversias políticas”. “La tesis de una conexión entre los programas utópicos y las formas de dominio represivas es históricamente verosímil”.

Agobiado por el populismo, deseoso de convertirse en el ángel salvador y nervioso por el agobio de una ciudad que agranda sus problemas y que se engulle soluciones aún antes de dar resultados, López Obrador hace citas de oídas pero sin entender las implicaciones políticas. En el prólogo al libro de Moro, Savater dice: “Moro propone a problemas reales, soluciones imaginativas; podríamos corregir: imaginarias”. Asimismo, agrega: “para que Utopía funcione, los utopianos tienen que carecer de otro pasado que el dispuesto por Utopos para ellos y también no apetecer otro futuro distinto a la reiteración infinita de lo ya establecido por sus sabias leyes. Utopía es algo muy nuevo, pero en ella no caben las novedades; es algo verdaderamente revolucionario, pero no admite revolución ni disidencia”. Y Savater ubica la obra de Moro en su verdadera dimensión: “aunque nuestro error --y antes el de tantos entusiastas políticos del libro-- quizá resida en leer como un programa y manifiesto lo que es un ejercicio literario de la denuncia moral”.

Si Moro habla de la república de Utopía, una isla desconocida, Savater le encontró un desliz significativo --¿el subconsciente lopista?--. En una carta a un amigo, Moro dice que le gustaría ser rey de Utopía. En su explicación de la designación de los gobernantes --que seguramente entusiasmó a López, si acaso leyó u hojeó la obra, y que cayó en la misma confusión de Moro sobre un rey de la república--, Moro propone no la elección democrática sino la designación entre notables:

“Cada grupo de 30 familias elige anualmente entre sus miembros a un magistrado, llamado sifrogrante en el idioma antiguo y filarca en el moderno. A la cabeza de los sifograntes y de sus familias se halla el que antes se llamaba traniboro y hoy protofilarca”. “Y todos los sifograntes, que son 200, escogen mediante voto secreto a un Príncipe (...) El Príncipe es el gobernante vitalicio, a no ser que se haga sospechoso de aspirar a la tiranía”.

Aunque más que Utopía, López ande en busca de su República de Barataria sanchopancista, el premio territorial de don Quijote a su fiel escudero. O, por la dimensión de la crisis urbana paliada con discursos populistas, el Distrito Federal podría ser la Ciudad de la Distopía ya perfilada por García Vallejo: “una zona geográfica completamente deprimente, sin espacios ni opciones culturales porque los Nuevos Brokers Distópicos, los ricachones del grupo Atlacomulco, la construyeron sin pensar que alguna vez los cientos de miles de expulsados del monstruo urbano que es el DF tendrían deseo de percibir que les faltaba algo a sus vidas; claro, algo más que un trabajo sin futuro”.

Si la utopía es lo que no existe, lo que faltaba a la ciudad de la política del absurdo pasó con López Obrador: llevar la utopía, la isla inexistente de Thomas Moro, a una votación recurrente, como si el ciudadano pudiera votar a favor de lo contrario, del caos. Pero la consulta bianual sobre la permanencia del jefe de gobierno formaría parte de lo que Juan Pablo García Vallejo llamó la “sociedad gandalla” --editorial Casa Vieja-- y la distopía, esa “utopía negativa”, también contrautopía, antiutopía o kakotopía.

En la distopía, agrega García Vallejo, “el futuro se presenta de forma negativa, el valor del progreso y el bienestar que se obtiene por medio de la planificación, se rechazan; las posibilidades abiertas por las ciencias y técnicas asustan, afirmándose que su efecto sobre la naturaleza y el comportamiento humano es devastador”. Así, López Obrador ha convertido al DF en la Ciudad de la Distopía, no de la Utopía.

*

En el fondo, la ciudad de México ha revelado el estilo personal de gobernar de López Obrador. Arrinconado por los problemas, por el agobio de su compadre Nico, por el caso Ahumada y el videogate, López Obrador no da su brazo a torcer. Pero los conflictos han podido revelar los perfiles del ejercicio del poder del tabasqueño cuyos principales rasgos delinean una forma de hacer política rumbo al 2006:

1.- Manipulador. Usa sin rubor información que le afecta para darle la vuelta y desgastar a sus colaboradores para foarelecerse él mismo. Usó a Nico para enfrentarlo a todos, se desligó de su operador René Bejarano y atacó a su aliado Gustavo Ponce. En todos los casos ocultó información.

2.- Mentiroso. Dice cosas que no son ciertas y las vende como verdaderas. No vacila en desligarse del lastre o de olvidar complicidades del pasado. Sólo su palabra vale. Basta con que él lo diga para exonerar aliados y condenar adversarios.

3.- Agresivo. Ajeno al debate de las ideas, López es muy dado al insulto personal, a la calificación del enemigo y a inventar rings para pelear. Sólo que los medios y políticos le criticaban irregularidades, propuestas y errores, no buscaban pelea. Para López Obrador, la mejor defensa es el ataque.

4.- Autoritario. Detrás de la sonrisa irónica, de las poses corporales, de la voz baja ya se sabe que se esconde un hombre inflexible, convencido de sí mismo, regañón, manipulador mediático. Se cierra al debate. Sólo él califica. Y cuando pierde, ataca al adversario. "Yo me manejó así", dice para justificar preferencias y para desconocer el derecho social a la información. Todos van contra él.

5.- Patrimonialista. Como en los tiempos del priísmo, el reinado de López Obrador en el GDF quedó marcado por las preferencias personales, el disfrute del poder y sus beneficios familiares a costa del poder. Nadie puede acercarse a su Camelot, reino ideal.

6.- Nepotista. Frente a la revelación de una larga lista de familiares de su chofer Nico en la nómina del gobierno del DF, López Obrador se multiplicaron las redes familiares en el poder. El gobernante desdeñó las evidencias y simplemente dijo que eso no era nepotismo. Pero los familiares de Nico en el GDF andan como por 20. En el GDF del

7.- Anti opinión pública. Como todo populista, López se aprovecha de los medios para enviar mensajes y señales pero los desdeña como críticos. No respeta la opinión pública, no le hace caso. El flujo de la comunicación es, para él, unidireccional. Para López Obrador la opinión pública es asumida como masa informe.

8.- Unilateral. Su capacidad de manipulación de las conferencias de prensa se aleja de un acuerdo democrático. Habla de lo que quiere y asume a los reporteros de la fuente como canales a su servicio. Plantea su agenda, escurre los temas polémicos, se burla de las preguntas, no responde.

9.- Necio. Como buen tabasqueño, se niega a aceptar los errores. Eso lo leve a acumular errores porque la cobertura de uno obliga a cometer otros. La necedad es la peor parte de un político porque lo lleva al autoritarismo.

10.- Delirante. Como no gusta del intercambio democrático, todo lo acredita a las conspiraciones. Esta acusación facilita la elusión de responsabilidades con la opinión pública. En toda su vida política no se le recuerda una disculpa o el reconocimiento de un error. Lo malo de su gestión y de su vida política es producto de complots.

11.- Ventajoso. Todo su comportamiento lo lleva a sacar siempre ventaja. Todo lo enreda para su propio beneficio. Gusta usar a la gente y luego hacerla a un lado. El caso más concreto es el de René Bejarano: lo usó sin pudor para construir su base social en el DF y lo dejó a un lado del camino cuando apareció en un video atiborrándose las bolsas del saco de dinero.

12.- Autovictimizado. Como no acepta el debate, asume siempre el papel de víctima. "Déjenme trabajar", dice para eludir la crítica como derecho democrático de las sociedades para evitar la construcción de dictadores. No acepta la rendición de cuentas. Se presenta como el enemigo de los malos, lo que lleva a concluir que sólo él es el bueno de la película.

13.- Populista. Busca siempre el aplauso del público, orienta sus reacciones no para responder a reclamos informativos sino para agradar a las gradas. No ha generado una reclasificación de clase. Además, su enfoque porrista carece de un compromiso de clase. Apela tan sólo a tranquilizar a los pobres para beneficio de los ricos.

14.- Escurridizo. Hábil en las conferencias, él define qué sí y qué no debe debatirse. Gusta definir la agenda, aunque en elos casos de corrupción del primer trimestre del 2004 impuso una agenda que todavía exige muchas explicaciones. López Obrador escoge a sus adversarios, define fechas y duración de los combate y siempre huye declarando empate o victorias inexistentes.

15.- Ladino. Los que lo atacan son salinistas, enemigos, miembros del hampa política, derechistas y muchos adjetivos más. Nunca reconoce la posibilidad de que la crítica tenga un origen democrático. Engaña a sabiendas. Miente sin rubor. Es un sobreviviente campesino o indígena en un mundo dominado por los blancos.

Lo bueno de la crítica, sin embargo, radica en el hecho de que puede prever la personalidad de los políticos. En el pasado priísta, el sistema político trataba siempre de ocultar la verdadera singularidad de los políticos. Y la sociedad tenía que conocer vicios y virtudes de los gobernantes cuando ya estaban en el poder y ni cómo evitarlos. En una sociedad abierta como la actual, los políticos ya saben que son observados por la sociedad. Sólo que algunos siguen apelando y teniendo respuestas de la sociedad mediatizada del viejo priísmo que siempre está a la espera del mesías político que vaya salvarlo de las crisis. Y hay políticos que se niegan a mostrarse como son y no respetan las reglas de la nueva democracia mediática donde la crítica es el instrumento de relación de la sociedad con el poder.

*

Como le salió la jugada en el caso del Paraje San Juan en el que se detectó corrupción de altos funcionarios del gobierno del DF, López Obrador quiso repetir el numerito en el caso de René Bejarano y Gustavo Ponce, los dos más importantes colaboradores del primer círculo del GDF salirse del espacio del debate, abandonar a sus aliados y dejárselos a los lobos de la crítica. El tabasqueño fue, dijo él mismo, una víctima: todos los demás son corruptos excepto él. Y luego desviar la atención hacia el medio que difundió la corrupción y no atender las revelaciones de corruptelas en los altos mandos de su administración y de su partido capitalino.

Así que López Obrador ha comprado y reciclado para sí la divisa de Vicente Fox: ¿y yo por qué? Es también su estilo de gobernante.

¿Por qué?

Bueno, por muchas cosas:

Porque el tema central es la corrupción de su secretario de Finanzas y de su ex secretario particular, operador político, representante en la Asamblea Legislativa y hombre fuerte en el gobierno capitalino.

Porque René Bejarano operaba en nombre de López.

Porque Raúl Ponce manejó dinero público y se hizo cargo del financiamiento de las obras viales.

Porque el problema no fue el Cisen o la DEA --y pronto acusará a la desaparecida KGB, el G2 cubano y hasta el servicio secreto del Vaticano--, sino que los videos probaron las curruptelas de sus dos principales colaboradores: el financiero y el político.

Porque si la DEA anda metida, entonces el gobierno de López es sospechoso de servir al narcotráfico que, por cierto, ha convertido en el DF su sede principal.

Porque Cuauhtémoc Cárdenas ya dijo que Carlos Salinas no estuvo detrás de los videos y que debía aclararse lo revelado.

Porque Carlos Ímaz jugaba ya en la cancha de López y quería ser el próximo jefe de gobierno a pesar de sus corruptelas de dinero.

Porque López permitió la fuga de Ponce y no ha condenado a Bejarano. Es más, López escondió a Ponce y protege a Bejarano.

Porque no hay confianza en que la investigación la conduzca el procurador Bernardo Bátiz, pieza clave del equipo político de López, el mismo equipo revelado en hechos de corrupción.

Porque se necesita un fiscal especial que no responda a los hilos de López.

Porque Bátiz es parte interesada en tapar la corrupción, proteger asu jefe López y dañar a sus adversarios.

Porque si López no supo de las andanzas de Ponce y de las operaciones sucias de Bejarano, entonces sería bueno saber qué más no sabe del funcionamiento del gobierno del DF y que pudieran ser hechos de corrupción.

Porque López sí fue tocado por las revelaciones y su papel en el gobierno del DF no garantiza honestidad ni investigaciones serias.

Porque López cometió un gravísimo error al permitirle a Marcelo Ebrard, secretario de Seguridad Pública, definir como cobertura política la línea del magnicidio.

Porque Ebrard simplemente apanicó a los capitalinos con la versión de que quieren matar a López.

Porque si López, como lo dijo con claridad, tiene miedo, entonces no puede ser un gobernante eficaz.

Porque la vida de López en verdad se puso en riesgo, aunque no por la certeza del magnicidio sino porque Ebrard no ha podido con la inseguridad en el DF y menos podrá con la seguridad del jefe de gobierno del DF.

Porque el PRD en el DF, dividido en los grupos de Rosario Robles y López, de todos modos se subordinaba al mando del jefe de gobierno del DF a través --¡sorpresa!-- de Rebé Bejarano.

Porque el jefe político de López en el Distrito Federal y principal operador de la candidatura presidencial del tabasqueño es René Bejarano, el mismo que apareció guardándose dinero en la bolsa del saco.

Porque López gusta de ofender la inteligencia de los capitalinos al desviar la atención y eludir su propia responsabilidad política en los casos de Ponce y Bejarano.

Porque López va también a repetir otro numerito del acarreo con el que logró violentar la ley y conseguir el registro de su candidatura en el 2000 pero sin tener la residencia exigidita.

Porque viene un mitin de López en el zócalo de la ciudad de México al estilo del Gustavo Díaz Ordaz en 1968 para auto desagraviarse de las marchas estudiantiles, del Luis Echeverría de junio de 1971 para lavar las culpas por el halconazo del Jueves de Corpus, del José López Portillo de 1982 para fortalecer la expropiación de la banca, del Carlos Salinas del Pronasol.

Porque López quiere enterrar las evidencias de corrupción en su gobierno con expresiones públicas de victimización.

Porque va a usar sus conferencias de prensa para difundir por goteo sospechas que nada tienen que ver con la realidad.

Porque, como escribió Yuriria Sierra en Milenio, aún presentando pruebas de que Salinas y Marta Sahagún fueron las responsables de la difusión de los videos, su contenido reveló corruptelas de funcionarios del gobierno capitalino.

Porque, como escribió Federico Berruelo en Milenio, “la caída de López deja a muchos en la desesperanza”, pero que “es la hora de apostar a nosotros mismos y dejar a un lado la espera del Salvador, del Mesías”.

Porque en el fondo López puso en entredicho la moralidad del PRD en el poder y esa cuenta tendrá que pagarla él y el partido en las elecciones presidenciales del 2006.

Porque a López se le cayó una de sus principales alianzas de poder para el 2006: la de Televisa y todo lo que gastó de popularidad personal para aliarse con el dueño de la televisora de San Angel.

Porque si no supo de las andanzas de Ponce y Bejerano, entonces López tiene que irse porque quién sabe que más cochinero hay en el gobierno del DF.

En fin, porque la mayoría de la gente castigó a López con un tropiezo en las encuestas al considerarlo corresponsable de Ponce y Bejarano.

*

En el fondo, el estilo de gobernante del tabasqueño refiere más al uso del poder que al servicio social y político de las instituciones. Frente a la dimensión de las revelaciones de corruptelas en las principales oficinas del primer círculo del gobierno del DF, la respuesta de López Obrador fue política y no moral: un acarreo de capitalinos beneficiados del populismo para aplaudir a rabiar a su líder. La corrupción pasó a segundo término y el presunto complot llego inclusive a justificar la corrupción.

Pero el mitin del domingo 14 de marzo del 2004 resultó una maniobra para masificar un conflicto de corrupción y rehacer alianzas populares, así como una estrategia para impedir las investigaciones oficiales sobre la corrupción y el lavado de dinero en las finanzas públicas del gobierno del DF. Y más que un esfuerzo de dar la cara a los conflictos, la jugada del tabasqueño con su acarreo del domingo tuvo consideraciones preocupantes para la vida democrática del país y fue usado para apropiarse del PRD en medio del caos provocado por la corrupción en perredistas aliados al tabasqueño:

1.- Fue un referéndum para legitimar la corrupción porque soslayó la responsabilidad de funcionarios de su primer círculo recibiendo dinero o gastando de más en Las Vegas. El propósito fue sepultar la corrupción en la avalancha del verbo político. Pero la clave se encuentra en la determinación de si la corrupción es censurable por violar códigos éticos o justificable por razones políticas.

2.- López anuló con un acarreo de masas la responsabilidad que confieren las leyes a los delitos de omisión en casos flagrantes de corrupción. Y hasta indicios de comisión porque en el video René Bejarano, operador personal de López, dijo que el jefe de gobierno estaba enterado de sus andanzas y el financiero Gustavo Ponce reveló que hubo irregularidades en el financiamiento de las obras viales y con la autorización del jefe de gobierno.

3.- La concentración del domingo trató de matar la investigación de la PGR que apenas se había iniciado sobre la oscuridad de las finanzas capitalinas porque colocó al jefe de gobierno del DF como una víctima de una conspiración internacional y no como corresponsable de actos de corrupción de funcionarios de su entorno inmediato y aliados políticos perredistas.

4.- El acarreo organizado por las huestes de René Bejarano y Dolores Padierna buscó salvar a Bejarano, a Gustavo Ponce, al delegado Octavio Flores, al jefe policiaco Marcelo Ebrard y al oficial mayor Octavio Romero de los señalamientos de corrupción. En el mitin, López exoneró a sus políticos y funcionarios atrapados en hechos de corrupción.

5.- Con el tamaño del mitin, López buscó amarrarle las manos a la investigación de la PGR sobre posible lavado de dinero en las obras viales del gobierno capitalino a través de movimientos autorizados por el propio López. La presencia de las masas buscó intimidar a la PGR porque el siguiente mitin violento sería en Los Pinos o en las instalaciones del la propia PGR.

6.- Con el mitin, López secuestró al PRD a través del manejo de las masas y con ello se quedó con el partido para la candidatura presidencial del 2006. La candidez de Leonel Godoy no pudo con las maniobras de López. El mensaje del tabasqueño fue muy sencillo: el que tiene las masas tiene el poder. El primer indicio fue el castigo a quienes presentaron a Carlos Ahumada y no a quienes se corrompieron con el dinero del empresario.

7.- De paso y en el contexto de su papel de víctima de un complot nacional e internacional, López le echó las masas urbanas encima a Fox, pues ese domingo gritaron enardecidas contra la corrupción federal y guardaron ominoso silencio sobre la corrupción capitalina. El mitin fue una especie de medición de fuerzas de López contra Fox.

8.- La crisis de corrupción en el GDF, el colapso en el PRD y la difusión de los videos adelantó el calendario político de López. Y ante la posibilidad de que Cuauhtémoc Cárdenas le gane ventaja por la profundidad de la corrupción en el gobierno lopista, el tabasqueño aprovechó el mitin para fijar su candidatura presidencial para el 2005 o quizá a finales del 2004 para evitar más desgaste. Ello implicará la decisión de separarse anticipadamente del GDF para evitar más sorpresitas como las de Ponce y Bejarano.

9.- Como maniobra de distracción, el mitin fue aprovechado para eludir el debate y la discusión de la corrupción de altos funcionarios de López. La gravedad de los casos de su secretario de Finanzas y de su secretario particular y brazo operador exigía la decisión del jefe de gobierno para airear los casos. Sin embargo, ello implicaba la decisión de hacerse a un lado y profundizar las raíces de esa corrupción. López prefirió, al estilo Hugo Chávez, la movilización de las masas. Pero los capitalinos quieren saber quién se quedó con el dinero recibido de manos de Ahumada y cuál fue la responsabilidad de López Obrador.

10.- De ahí que la estrategia de desinformación de López Obrador sea la de privilegiar el complot y no las imágenes de su secretario de Finanzas apostando miles de dólares en Las Vegas o las de su operador Bejarano metiéndose los fajos de billetes en las bolsas del saco.

11.- Asimismo, el mitin buscó agitar las masas para impedir las investigaciones de las autoridades electorales --que en el 2000 le negaron el registro a López por carecer de la residencia en el DF y que fueron rebasados por la movilización callejera del tabasqueño-- sobre el financiamiento de las elecciones a diputados locales y jefes delegacionales operados nada menos que por René Bejarano como secretario particular y operador político de López Obrador. Cuando menos el 60 por ciento de los asambleístas y 9 de 16 delegados fueron producto de los dineros oscuros de Bejarano y responden a los intereses del tabasqueño.

12.- Finalmente, el mitin buscó conculcar los procesos democráticos para la selección de candidatos y López Obrador convirtió el mitin en un mecanismo que obviará el esquema de elecciones internas y desde ahora se le pueda otorgar el poder completo. El más popular es el que lleva más gente al zócalo y por tanto el que se quede con la candidatura presidencial.

Lo malo resultó que el domingo del mitin López Obrador se jugó su legitimidad política y de gobernante. Como optó por la movilización para ocultar irregularidades de corrupción, su discurso democrático quedó sepultado en la avalancha de la demagogia de masas. La alternativa democrática no fue asumida: recuperar la cordura y anunciar una investigación a fondo del gobierno del DF desplazando a los sospechosos que aún siguen en el gobierno para el reencauzamiento de la legalidad política e institucional. El tasbaqueñó decidió por el populismo de masas a costa de eludir la rendición de cuentas sobre la corrupción en las principales oficinas de la jefatura de gobierno del DF.

Y lo más grave de todo fue que López Obrador colocó al PRD en el borde del conflicto también de legitimidad porque López Obrador y el PRD dejaron de tener de autoridad moral y política para criticar la corrupción de los otros y acabaron al mismo nivel de los priístas que fueron desplazados de la presidencia de la república.

*

Los que se preguntan cómo le ha hecho López Obrador para lograr la popularidad y calificación más alta al frente de una ciudad que se debate en los mismos problemas sociales, urbanos, de inseguridad y de macrocefalia de siempre, habrían que atender más bien a los métodos bien aprendidos del añejo sistema político priísta y mejor aplicados desde el PRD. Ahí se encuentra el perfil para entender los estilos personales de gobernar del tabasqueño:

Al viejo estilo priísta, López Obrador ha logrado revalidar los códigos políticos y protocolos de funcionamiento de un sistema de gobierno sustentado en los acuerdos con todos los sectores pero sin generar rupturas sino sólo garantías de funcionamiento para todas las parcelas de poder.

Al viejo estilo priísta, consiguió revalidar los criterios de funcionamiento del gobierno populista, es decir, basado en el papel activo del gasto público para atender las necesidades de los sectores más empobrecidos y no para diseñar políticas de desarrollo general, aunque a costa de desequilibrios presupuestales. Paradójicamente la pobreza ha sido producto justamente de las técnicas populistas que se sustentan en el control de los pobres para aumentar la tasa de utilidad empresarial sin liberar la disputa por la riqueza.

Al viejo estilo priísta, rescató la autoridad del gobierno por encima de los conflictos sociales, de clase y productivos a partir del criterio de mediar y no resolver. Cuando el PRI perdió su capacidad de mediación, la pérdida de votos fue una consecuencia natural. Andrés Manuel ha explotado bien la sicología de la dependencia tlatoánica de la sociedad mexicana.

Al viejo estilo priísta, logró fortalecer la figura del ejecutivo local en función de la capacidad de movilización de sectores sociales. La clave se ha localizado en la vieja fórmula priísta de una personalidad fuerte en el ejecutivo y colaboradores sin fuerza política ni representación personal. De modo natural, los problemas tienen que resolverse en la oficina principal del gobierno estatal.

Al viejo estilo priísta, conformó una estructura de control de grupos sociales a través del partido. El papel de René Bejarano en la secretaría particular de la jefatura de gobierno y luego en el liderazgo de la asamblea legislativa obedeció al control de Bejarano sobre los grupos sociales demandantes de bienestar social, sobre todo de casas. Lo mismo ha ocurrido con el control perredista de microbuseros. Y van tras de los taxistas.

Al viejo estilo priísta, convirtió al PRD en el partido corporativo del estado local y lo transformó en un canal de intermediación de las demandas sociales. De ahí que los pobres voten por el partido y aún cuando no conozcan al candidato. El PRD ha logrado sustituir las estructuras de toma de decisiones gubernamentales, como en los tiempos de oro del priísmo. Los beneficios sociales llegan sólo a través del partido.

Al viejo estilo priísta, el partido del estado --el PRD ahora en el DF-- no representa la lucha de clases sino que la mediatiza y la controla y la desactiva. La lógica de gobierno de López es la misma lógica de acumulación de riqueza de Carlos Slim: atender a los pobres porque la inestabilidad social no deja gobernar ni permite disfrutar la riqueza ni el gobierno. El canal de control social es justamente el PRD.

Al viejo estilo priísta, conformó una red de acuerdos no escritos con los principales factores de poder y bajo el criterio de que el PRD no es un partido de izquierda. El PRD no busca el socialismo ni la modificación de la correlación de clases sino que basa su populismo en programas a favor de los pobres: le entrega el Centro Histórico a Slim para el negocio del sexenio perredista en el DF y le regala 720 pesos mensuales a miles de adultos mayores. Pero ninguno de los dos genera realmente actividad económica productiva: el primero se privilegia de la especulación inmobiliaria y los segundos engañan su pobreza con menos de un salario mínimo mensual.

Al viejo estilo priísta, ha conseguido la subordinación de los intereses empresariales de Carlos Slim y de la inquietud eclesiástica de Norberto Rivera Carrera, al atender sus principales demandas: negocios del primero y espacios de dominación ideológica el segundo. Los medios han sido mediatizados con conferencias de prensa que no informan sino que se convirtieron en plataformas gratuitas de propaganda personal del jefe de gobierno.

Al viejo estilo priísta, el populismo lopista ha logrado fijar los términos de la agenda capitalina no en función de las necesidades de una sociedad en proceso inevitable de descomposición urbana y social, sino a partir de las expectativas nunca cumplidas. A López Obrador le conviene manejar las encuestas de popularidad no tanto por sus posibilidades reales de llegar a la presidencia en el 2006, sino a partir del criterio de que toda la crítica va en el sentido de obstaculizar que la oposición llegue al poder.

Al viejo estilo priísta, logró quitar los resultados de la evaluación de su gestión como jefe de gobierno y centró la atención en la mera popularidad mediática o el liderazgo caudillista.

Al viejo estilo priísta, el debate ya no es en función de eficacia de gobierno sino de la personalidad del titular del gobierno. La ciudad sigue igual y a veces ha empeorado de cómo estaba en 1997 --cuando el PRD ganó el gobierno local--, pero el sentimiento antipriísta en el DF disculpa los resultados deficientes. Como el PRI hizo con el PAN, el PRD explota el sentimiento contra el PRI y pareciera haberle colocado a los capitalinos un chip reactivo en contra de todo lo que pueda identificarse como PRI.

Al viejo estilo priísta, el gobierno perredista de López Obrador ha logrado mediatizar a la oposición y ha magnificado sus contradicciones.

Al viejo estilo priísta, Andrés Manuel opera en función de códigos que eluden el debate. Toda crítica es política e interesada y tiene el objetivo de quitarlo del camino de la presidencia en el 2006. Con ello, López ya no tiene que entregar buenas cuentas sobre el manejo de la ciudad porque las adversidades forman parte de los planes de la oposición.

Al viejo estilo priísta, controla el poder legislativo a través de su secretario particular, así como antes el presidente de la república ponía legisladores y decidía liderazgos. Las complicidades determinan espacios de poder.

Y al nuevo estilo foxista, López ha comenzado a explotar el factor de la esperanza como bandera de campaña presidencial. Nada más, aunque luego vengan los arrepentimientos.

4.- “Quieren dañarnos políticamente”

Si algún caso revela que Andrés Manuel López Obrador carece de un proyecto de gobierno en función del Estado, sin duda lo ilustra el fracasado intento de construir un nuevo aeropuerto internacional en la zona de Texcoco. Los ejidatarios de San Salvador Atenco aprovecharon los errores de operación política de la Secretaría de Gobernación, la pugna entre los gobiernos de Hidalgo y el Estado de México y el fin de los controles de organizaciones sociales priístas. Los atencos impidieron la construcción del aeropuerto siempre con el apoyo del PRD del Distrito Federal y sobre todo de su jefe de gobierno.

El frustrado intento de construir el aeropuerto tuvo dos indicios significativos: el gobierno del DF no quiso perder la derrama económica y fiscal que representa la terminal aérea en los terrenos de la Delegación Venustiano Carranza pero sobre todo López Obrador demostró que nada podrá realizarse en sus territorios sociales, políticos y de gobierno sin su autorización, aval y beneficio. Al final, la victoria se la anotó el tabasqueño pero a costa de mantener el aeropuerto dentro del DF con los consecuentes riesgos de seguridad pública, seguridad nacional y viabilidad urbana.

Los ejidatarios de Atenco constituyeron una organización política y social de carácter radical, aunque con más inclinación a la anarquía que a una base social. Luego de impedir la construcción del aeropuerto, los ejidatarios quisieron seguir los pasos del EZLN del subcomandante Marcos y se declararon municipio autónomo, pero sus planes se frustraron justamente por sus condicionamientos internos anárquicos. Al final, el grupo se quedó sólo como organización de confrontación y no pudo --o no quiso-- aprovechar la oportunidad electoral para controlar el gobierno municipal. Paradójicamente, la alcaldía de San Salvador Atenco sigue siendo una posición priísta.

Pero más al fondo de las expresiones partidistas o electorales, el caso del aeropuerto en Texcoco reveló los estilos de movilización social de López Obrador. Los atencos casi calcaron el modelo Tabasco de Andrés Manuel: la violencia, la no negociación, simplemente la oposición sin alternativas a un proyecto de desarrollo. Los atencos salieron de su territorio municipal, cruzaron el Estado de México y convirtieron al Distrito Federal en su zona de impacto político y mediático. Cuando se dieron las primeras quejas por la exhibición de machetes, el procurador capitalino Bernardo Bátiz declaró que no eran armas sino “instrumentos de trabajo”. Sin embargo, a lo largo de toda la lucha los machetes fueron usados como armas de agresión: a machetazos lograron destruir algunas barreras metálicas en la zona del Chivatito, en la entrada al área de la casa presidencial de Los Pinos,y a machetazos agredieron a granaderos que quisieron contener la avalancha de atencos.

En todo el conflicto, la mano de López Obrador se sintió a través del PRD capitalino y sobre todo de su presidente Carlos Ímaz. Nadie molestaba a los ejidatarios, nadie impidió que sumaran fuerzas con los contingentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación también controlada desde las oficinas del gobierno del DF a través del subtesorero Jesús Martín del Campo y del operador lopezobradorista René Bejarano. Los atencos tuvieron la ciudad a su disposición en sus protestas.

El expediente del aeropuerto en Texcoco tenía cuando menos cinco referentes:

1.- El gobierno del DF no quería que la nueva terminal aérea afectara un basurero de uso capitalino. La construcción hubiera obligado a construir otro depósito de basura.

2.- El aeropuerto en Texcoco no había sido consultado con el jefe de gobierno del DF, y López Obrador creía que se trataba de un complot económico en su contra.

3.- El nuevo aeropuerto iba a convertir a la zona oriente del Valle de México en un nuevo centro de actividad económica que desplazaría al Distrito Federal.

4.- El nuevo aeropuerto iba a convertirse en la gran obra urbana de efecto nacional del recién estrenado gobierno panista de Vicente Fox y por tanto en un foco de popularidad.

5.- El DF perdería, con el fin del aeropuerto internacional en la delegación Carranza, un polo de actividad económico y en un centro de aportación fiscal importante.

La disputa por el nuevo aeropuerto, en consecuencia, se convirtió en una medición de fuerzas entre el gobierno federal de Fox y el gobierno capitalino de López Obrador. Mientras del lado federal hubo inexperiencia en la negociación de un proyecto de tan enorme magnitud, los atencos se apoyaron en López Obrador simplemente para impedir la construcción y solicitar apoyos y subsidios que se prometieron pero nunca llegaron. Los atencos ganaron la batalla, impidieron la construcción del aeropuerto, defendieron las tierras de sus ancestros pero siguieron en condiciones de imparable deterioro social y de desarrollo agropecuario. Una vez derrotado el gobierno federal en Atenco, López Obrador también se olvidó de los ejidatarios y los dejó con su pobreza rulfiana.

En el fondo, el aeropuerto representaba la posibilidad de definir un proyecto de desarrollo económico que exigía sensibilidad social. El gobierno federal no supo delinear los impactos sociales y las derramas de bienestar y se concretó a decir que habría empleos para todos. La construcción del aeropuerto no representaba sólo la posibilidad de sacar de la zona urbana del DF una terminal aérea encajonada por el crecimiento anárquico de la mancha urbana, sino que su construcción y las vías de comunicación iban a detonar posibilidades de desarrollo social y económico. Nunca pudo o nunca quiso el gobierno federal explotar esta vertiente. La política de comunicación social del aeropuerto fue enterrada por la dimensión mediática de los macheteros de Atenco y la forma amenazante en que le sacaban filo a sus machetes en el pavimento de las calles del Distrito Federal y luego los blandían como armas de pelea, mientras alzaban las voces diciendo que con la vida iban a defender sus tierras.

Pero una vez cancelado el proyecto, los ojos ya no voltearon a ver el peligro de mantener el aeropuerto de la ciudad de México en una zona urbana densamente poblada. La terminal aérea en la delegación Carranza representa serios peligros urbanos:

1.- Un riesgo de seguridad pública por la forma en que ha sido arrinconado, la falta de vigilancia policiaca y la ausencia de un programa de atención de las policías federal y capitalina. La zona del aeropuerto y los usuarios de la terminal aérea representan los mayores índices de inseguridad. Por lo demás, el aeropuerto ha comenzado a ser usado como zona de protesta social por problemas ajenos a la terminal aérea.

2.- Un riesgo de seguridad nacional, sobre todo después de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 contra Estados Unidos. El uso de gasolinas altamente explosivas, la imposibilidad de vigilancia antitrerrorista en medio de embotellamientos vehiculares, las estrecheces de las zonas de operación y la zona de daño potencial en hipotéticos casos de secuestro de aviones y la posibilidad de estrellarlos contra zonas urbanas. El aterrizaje y despegue de aviones se logra a costa del peligro de las zonas habitadas alrededor de la terminal.

3.- Un riesgo de congestionamiento vehicular. Los caminos de acceso al aeropuerto son limitados y ya no pueden crecer en el corto y mediano plazos, lo que convierte a la terminal aérea en calles permanentemente embotelladas. Desde la construcción del circuito interior para abrir zona de acceso y salida hacia el norte, nada han hecho las autoridades capitalinas para ampliarle facilidades al flujo vehicular. El uso del Metro se percibe ineficaz por la ausencia de vagones especiales para maletas.

4.- Una zona de alto riesgo por la contaminación de ruido de los aviones --como lo fue peligrosamente el caso del Concorde y sus sonidos dañinos al arrancar y aterrizar--, la contaminación del aire por la quema de gas avión y el aumento del smog por los permanentes embotellamientos vehiculares. En los años de aumento del uso del aeropuerto tampoco las autoridades capitalinas implementaron programas especiales para atender los problemas de contaminación diversa. Al contrario, de manera permanente hay patrullas de policía en las avenidas de acceso pero no para hacer fluida la circulación sino para extorsionar a los automovilistas que padecen las prisas del arrinconamiento de la terminal aérea.

5.- La conclusión de que el aeropuerto de la ciudad de México ya no puede crecer porque su expansión hacia dentro de sus zonas aún deshabitadas implicaría un aumento de la problemática exterior. Los efectos nocivos de la expansión luego del fracaso del proyecto de Texcoco dibujan una situación de caos en el corto plazo: salas a las que hay que llegar en caminatas de más de cien metros, falta de transporte vehicular dentro de las salas, ausencia de sistemas de ventilación, congestionamiento de los pasillos de acceso, uso arbitrario de las salas móviles en perjuicio de los usuarios. De hecho, el funcionamiento del aeropuerto del DF en las fechas del fracaso del proyecto de Texcoco tenía ya un 20 por ciento de saturación. Con las obras de ampliación habría un aumento de hasta un 30 por ciento de uso y usuarios en los mismos espacios.

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La decisión de López Obrador de apoyar a los atencos para impedir la construcción de un nuevo aeropuerto y obligar al gobierno a mantener y de sobresaturar el de por sí saturado uso del aeropuerto de la Ciudad de México reveló la ausencia de un proyecto de ciudad en los planes de gobierno del tabasqueño. El caso del aeropuerto debe leerse en el escenario de la construcción de obras viales vehiculares para desanudar los cruces de embotellamientos tradicionales, pero sin conformar una reprogramación de comunicación terrestre de la capital de la república.

Al final de cuentas, se trata de obras de relumbrón al viejo estilo priísta. Se hicieron distribuidores viales y segundos pisos, pero sin establecer controles a la demografía vehicular ni pugnar por la renovación del parque de automóviles y camiones. Tampoco hubo un programa complementario de renovación y reorganización del transporte público ni del transporte masivo. La congestión de las estaciones del metro han generado presiones para el crecimiento del transporte privado. Desde los ejes viales de Carlos Hank González la ciudad de México no ha tenido algún programa audaz dse reorganización de la circulación.

El gobierno de López Obrador se ha concretado, muy a su estilo mediático, sólo a decisiones parciales y localizadas. Por ejemplo, el jefe policiaco Marcelo Ebrard destino varios cientos de agentes de tránsito a impedir las vueltas prohibidas en la avenida de los Insurgentes para hacer más fluido el tránsito de vehículos, pero sin facilitar un esquema de vueltas permitidas. Hay calles que son estrechas para dar vuelta a izquierda o derecha. Y lo peor de todo fue que con ello descuidó el control de la circulación vehicular en las calles adyacentes. Se implementó, pues, un programa policiaco y no una reorganización integral de la circulación vehicular.

En el caso del aeropuerto de Texcoco no hubo, por tanto, un proyecto de ciudad capital. Sólo la oportunidad de movilizar a grupos sociales en contra de una decisión federal. De nuevo los estilos particulares de López Obrador. El contraste de los casos de Atenco y del Distribuidor San Antonio ilustra la forma retorcida que tiene Andrés Manuel en sus luchas sociales hacia ninguna parte. En la zona de Texcoco, alentó a los ejidatarios porque el aeropuerto iba a dañar sus propiedades y a demeritar su valor urbano. En San Antonio, López Obrador se negó a reconocer las protestas de los colonos porque el distribuidor vial iba a afectar propiedades privadas de familias que habían vivido ahí toda su vida y porque la obra demertiraría el valor de sus propiedades.

Cuando López Obrador y sus dirigentes tomaron para sí la lucha de los atencos, el argumento político parecía sólido: la lucha por la propiedad social y el reconocimiento de dirigentes con preocupaciones sociales. Cuando legisladores del PAN buscaron encabezar las protestas de los colonos de la zona del Distribuidor Vial de San Antonio, despectivamente Andrés Manuel desdeñó la lucha y dijo que se trataba de movilizaciones minoritarias encabezadas por pirruris del PAN. Si en el caso de los atencos algún panista hubiera acusado al movimiento de ser dirigido por el lumpen del PRD, la gritería lopezobradorista hubiera sido magnificada.

Sin embargo, se trató de dos luchas similares contra dos decisiones autoritarias. Pero Andrés Manuel ha sabido capitalizar el descontento de los pobres y sistemáticamente descalifica el descontento de los medios y de los ricos, cuando al final de cuentas todos los grupos han padecido las decisiones de autoridad y todos han salido dañados en sus propiedades. Si la construcción de obras viales hubiera sido iniciativa del PRI o del PAN, el PRD de López Obrador hubiera llegado al rescate a defender los sentimientos conservadores de propiedad de los colonos.

En las luchas de Andrés Manuel no ha habido, pues, congruencia ideológica. Un Estado sin capacidad de expropiación por causas de utilidad pública estaría paralizado. Y al final de cuentas, la defensa del derecho de propiedad en los atencos y en los habitantes de las zonas afectadas por los distribuidores viales no ha sido más que un sentimiento conservador. Lo malo para los segundos es que tuvieron que enfrentar al gobierno populista de López Obrador. Y la intervención del PAN, que no se hizo por criterios ideológicos sino por sentido de la oportunidad política y urbana, fue usada mañosamente por el jefe de gobierno del DF para descalificar sus protestas.

Lo malo para el tabasqueño, sin embargo, es que las clases medias han decidido tendencias electorales en México. Las clases bajas, aún cuando lograr documentar residencia para obtener su credencial de elector, difícilmente participan en elecciones, a menos que sean víctimas de las tradiciones priístas del acarreo. Estas prácticas de la manipulación de electores que habían sido diseñadas por el PRI al final fueron escrituradas por el PRD. Ahí estás el caso de los adultos mayores que reciben la pensión de menos de un salario mínimo mensual cuya presencia es acarreada a cualquier mitin de apoyo a López Obrador, su benefactor. Antes lo hacía el PRI con dinero, tortas y refrescos y soluciones a problemas cotidianos. Hoy lo hace en PRD con beneficios cargados al presupuesto público, pero con efectos partidistas a favor del partido del son azteca.

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La lucha de los atencos, alentada por el PRD capitalino, inducida directamente por López Obrador y alentada por el ejemplo del tabasqueño, logró su victoria: impedir la construcción del aeropuerto en la zona de Texcoco. Los efectos a mediano plazo no fueron, sin embargo, tan victoriosos: los habitantes de San Salvador Atenco se quedaron sin la posibilidad de un detonador del desarrollo, además de que no pudieron presentar programas colaterales de beneficio a costa del aeropuerto. La zona de Atenco sigue siendo lastimosamente pobre. El gobierno del DF no ha destinado ni un centavo a algún programa de apoyo. El gobierno federal se ha hecho el olvidadizo con los apoyos prometidos. Y el gobierno del Estado de México supo negociar las averiguaciones previas y las órdenes de aprehensión para disminuir el activismo de los atencos.

Los habitantes de San Salvador Atenco fueron víctimas de los estilos de movilización de López Obrador: la manipulación de la pobreza para efectos políticos y fortalecimientos de liderazgos, pero sin un proyecto de involucramiento de esos liderazgos con el desarrollo de las regiones. ¿Dónde se encuentran hoy aquellos grupos sociales usados por López Obrador en sus luchas callejeras? Prácticamente en el olvido:

1.- El PRD en Tabasco fue utilizado por Andrés Manuel en su primer éxodo por la democracia. Los resultados fueron magros. Las reformas políticas locales fueron efecto de las federales y éstas no las impulsó el PRD sino básicamente el EZLN y las negociaciones de Manuel Camacho en la catedral de San Cristóbal. Los perredistas de Tabasco, Veracruz, Tlaxcala, Chiapas y Puebla fueron azuzados por López Obrador pero desde la jefatura de gobierno del DF --sin duda la principal estación de Finlandia del tabasqueño-- no ha habido ni una iniciativa y menos algún programa de desarrollo político para agradecer los apoyos del pasado. López Obrador dejó al PRD de Tabasco y se lo entregó a los ex priístas de Humberto Mayans y de Arturo Núñez.

2.- Los tabasqueños que se la jugaron en 1994 por la vía violenta para impedir la toma de posesión de Roberto Madrazo supusieron una presencia de largo plazo de López Obrador en la vida política nacional. Por eso llegaron al extremo de plantarse en la Plaza de Armas de Villahermosa para impedir el funcionamiento del gobierno. López Obrador usó a esos tabvasqueños para negociar en secreto la renuncia de Madrazo. Sólo que no contó con el hecho de que Madrazo le hizo más caso a Carlos Hank González que a Zedillo y no sólo se negó a entregar al Congreso local la renuncia ya negociada en Los Pinos, sino que sacó a palos a los perredistas del plantón. López Obrador quedó paralizado y le dio la vuelta a la hoja. Dos años después, Andrés Manuel se fue a hacer política a la capital de la república y abandonó a los perredistas tabasqueños a su propia suerte. Regresó unos meses en 1999 pero de nuevo se volvió a ir a gobernar la capital de la república. Al final de cuentas, la gubernatura de Tabasco no le daría la presidencia de la república.

3.- Los petroleros que impulsaron la toma de pozos capitalizada por López Obrador siguen en el olvido. El movimiento democratizador de trabajadores de Pemex nunca tuco apoyo u organización en el PRD. Peor aún, López Obrador se convirtió en un defensor de Joaquín Hernández Galicia La Quina, el cacique del sindicato petrolero que había sido encarcelado injustamente por el gobierno de Carlos Salinas. Las primeras marchas petroleras de Andrés Manuel pugnaron por la democratización sindical impedida por los personeros de La Quina en Tabasco. Al defender a La Quina ante la decisión de Salinas, López Obrador dejó mal parados a los trabajadores cuyo despido injustificado impulsó algunas de sus marchas.

4.- Los campesinos que fueron usados por López Obrador en sus demandas de indemnización ante Pemex también quedaron en el olvido después de las golpízas de mediados 1996. López Obrador y el PRD tabasqueño habían empujado sus demandas de indemnización por daños ecológicos y por daños a cosechas. Andrés Manuel llevó la lucha hasta la ruptura institucional. Los desalojos violentos de 1996, que provocaron un toletazo en la cabeza de López Obrador y una foto sangrando en la revista Proceso, desmovilizaron las protestas. López Obrador ya no tuvo tiempo de atender las protestas porque comenzó su campaña por la presidencia nacional del PRD. Luego de esas marchas y protestas, el movimiento petrolero se desinfló. López Obrador tenía ya otras tareas.

5.- Los perredistas que impulsaron la carrera presidencial de López Obrador han quedado también al garete. Desde que llegó a la jefatura de gobierno del DF, Andrés Manuel comenzó a construir su candidatura presidencial con alianzas alejadas de los grupos sociales y políticos perredistas. Las bases sociales de su nominación no pertenecen al PRD sino a organizaciones de base controladas por su operador político René Bejarano. El PRD en el DF quedó en manos de los grupos más nefastos del perredismo y con el apoyo de López Obrador. Pero nada indica que en la presidencia esos liderazgos vayan a tener espacios. Al contrario, las verdaderas alianzas presidenciales de López Obrador pasan por los grupos de Camacho controlados por Marcelo Ebrard, los empresarios capitaneados por Carlos Slin y Lorenzo Zambrano, la jerarquía conservadora de Norberto Rivera Carrera y otros grupos de la alta sociedad nacional. Los perredistas le sirvieron a López Obrador para llegar al poder pero no van a gobernar con él en Los Pinos.

6.- Otros pequeños grupos fueron usados por López Obrador en su carrera política pero sin compromisos de largo plazo. Barrenderos del municipio de Villahermosa llegaron a la ciudad de México a provocar la violencia y lograron el apoyo de López Obrador, pero no resolvieron sus problemas. La Coordinadora magisterial disidente es empujada por López Obrador pero carece de un proyecto de consolidación como alternativa democrática para los maestros organizados. El Frente Popular Francisco Villa aparece en todas las marchas de apoyo a López Obrador y nadie en el gobierno del DF los combatió, pero han sido abandonados paulatinamente por el tabasqueño.

El objetivo político de largo plazo revela el estilo personal de hacer política de Andrés Manuel: construir la imagen de un líder social preocupado por los problemas de los marginados de la sociedad y del poder institucional, escalar posiciones de poder de la mano de esos grupos pero a la hora del poder apenas responder a algunas de sus expectativas, alentar las luchas sociales de los grupos marginados pero sin ofrecer alternativas de mejoramiento en el largo plazo, encauzar para su beneficio personal-político las protestas de grupos sin liderazgos consistentes y capitalizar las protestas violentas pero sin dar a cambio soluciones permanentes para la solución de los problemas planteados.

El caso de la disidencia magisterial ofrece un ejemplo de los estilos de liderazgo de López Obrador. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la CNTE que se opone al SNTE controlado por la señora Elba Esther Gordillo, tiene hilos de control que llegan hasta las principales oficinas del gobierno del DF de López Obrador. Dos fundadores y estrategas de la CNTE operaron en el GDF: René Bejarano y Jesús Martín del Campo, el primero como operador principal de López Obrador y el segundo como subtesorero. A lo largo de las protestas violentas, la CNTE ha recibido apoyo del GDF; el principal, la decisión de no reprimirlos aún en situaciones de violencia extrema como cuando destruyeron instalaciones del Senado en las oficinas del Caballito o cuando llegaron hasta Los Pinos y rompieron mallas de contención o cuando se3cuestraron a funcionarios del Issste o de la Secretaría de Gobernación o cuando destruyeron instalaciones del PRI y agredieron la casa privada de la señora Gordillo.

Pero el asunto tiene otra dimensión. López Obrador gusta de encabezar disidencias sociales y sectoriales y de impulsar acciones violentas o de ruptura, pero es incapaz de proponer soluciones viables que puedan pasar todas las instancias institucionales de revisión. Los maestros del DF responden aún a una consideración federal porque la capital de la república no ha recibido la descentralización educativa como los demás estados. Esta situación irregular beneficia al gobierno capitalino como afecta presupuestalmente a las finanzas de los gobiernos estatales. El otro punto también es significativo: los gobernadores han sido obligados a replantear sus relaciones obrero-patronales con las delegaciones magisteriales y con el SNTE como sindicato nacional. En cambio, el DF sigue al margen de este problema.

Por tanto, el gobierno capitalino ha sido beneficiado por la situación federal del magisterio. Pero revela el hecho de que López Obrador ha preferido esa dependencia federal que abocarse a rediseñar las relaciones sindicales. A pesar de haber encabezado disidencias sindicales, López Obrador carece de una propuesta de nuevas relaciones obrero patronales. No es lo mismo impulsar la protesta violenta que sentarse a redefinir relaciones de producción que necesariamente generan conflictos de poder. Por eso López Obrador no ha hecho nada en su relación con los sindicatos del Metro y del gobierno de la ciudad, ambos dominados por priístas. Justamente porque carece de una oferta de reconstrucción de relaciones sociales, de producción y de poder. Prefiere mantener los pasivos de corrupción, que replantear la conformación del Estado en sus relaciones con sus trabajadores. En el fondo, López Obrador opera en función de sus experiencias priístas.

De ahí que haya usado nada más a grupos sociales en sus protestas pero no haya aterrizado acuerdos concretos. López Obrador se agota en la protesta, en la movilización, Su estilo de gobierno es más bien priísta: la tendencia a conciliar desde el poder lo que desde la base confrontaba en las calles. Un gobierno sindicalista necesariamente asustaría a empresarios como Carlos Slim o Lorenzo Zambrano, un gobierno de compromiso social con grupos abortistas le rompería su relación de poder con la jerarquía de la iglesia católica conservadora.

Desde el poder, López Obrador ha demostrado que su objetivo es justamente mediatizar el poder. Desde el poder, López Obrador no ha hecho reformas sistémicas en los rubros conflictos contra los que protestó violentamente en el pasado. Las protestas político-electorales, antipriistas, contra Pemex, contra el aeropuerto en Texcoco, a favor de la CNTE, a favor de afectados por decisiones de poder petroleras no han visto modificaciones en las instituciones de gobierno del Distrito Federal. López Obrador sigue administrando el Estado priísta que heredó en el 2000. Y se ha dedicado a desprestigiar a grupos sociales afectados por decisiones de su gobierno cuando hace no mucho tiempo encabezaba esas protestas.

La estructura de poder priísta sigue latente. En el caso de Cuauhtémoc Cárdenas se entendían esas limitaciones porque su objetivo no se apartaba de la consolidación del Estado priísta que hizo el general Lázaro Cárdenas en la reforma corporativa al Partido de la Revolución Mexicana, hijo del Partido Nacional Revolucionario y padre del Partido Revolucionario Institucional. Pero López Obrador operó protestas que buscaban modificar la estructura de poder del Estado priísta y por tanto estaba más comprometido a hacer reformas estructurales del poder a la hora que ganara el gobierno. Al final, López Obrador resultó más priísta que los priístas.

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El discurso pobrista de López Obrador constituye, así, objetivos mediatizadores. Su argumento de que “por el bien de todos, primero los pobres”, no implica un cambio en la estructura social del país sino tan sólo resulta una propuesta revisada y resumida de la propuesta social del PRI de aumentar las condiciones de bienestar en los sectores bajos, pero sin romper con la estructuras de producción y de clase que generan marginación y pobreza. En sus marchas callejeras, López Obrador planteaba objetivos de protesta y no de reformas estructurales.

Las protestas callejeras resultaron, a la postre, no sólo una oportunidad de lucimiento personal sino una advertencia al estilo priísta que el desequilibrio en el bienestar impedía la estabilidad social para la acumulación privada de la riqueza. Los prteoleros debían de ser reinstalados, Pemex debiera de pagar sólo indemnización a los campesinos, el gobierno federal no debería de construir el aeropuerto en Texcoco, los maestros disidentes deben de tener el control del SNTE y los barrenderos de Villahermosa se conformarían con mayores salarios.

Nada más. La protesta social de López Obrador era limitada. Nunca conformó una propuesta de alternativa sistémica o de Estado. Nunca buscó que los grupos sociales marginados contribuyeran a definir al gobierno o a consolidar un nuevo equilibrio. La protesta de López Obrador contra el Fobaproa no tuvo nunca una alternativa de construcción de un nuevo sistema financiero con mayor supervisión del Estado sino que se agotó sólo en la denuncia contra los gobiernos de Salinas, Zedillo y Fox por usar fondos públicos para subsidiar a los bancos; nunca quiso usar López Obrador la bandera de la expropiación bancaria para reordenar el sistema financiero.

En el fondo, López Obrador utilizó su liderazgo popular sólo para un reposicionamiento mediático. En las protestas petroleras de mediados de 1996 el punto culminante no fue la meta de obligar a Pemex a pagar indemnizaciones, sino la fotografía en la portada de Proceso con una herida en la cabeza y la camisa manchada de sangre, los brazos cruzados como mensaje corporal, el rostro serio. Antes bastó la fotografía con sus tenis mientras caminaba por las carreteras del sureste rumbo a la ciudad de México. Luego, desde el poder, vino la fotografía al lado de los magnates de los medios televisivos --EmilioAzcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego--, en el pasado acusados por López Obrador de estar al servicio del sistema priísta. Lo grave fue que los dos medios no se han abierto a la democratización y Televisa luego se convirtió, en el escándalo del videogate, en un instrumento en contra del gobierno de Andrés Manuel.

De ahí que López Obrador opere en función de ciclos. Uno de ellos, muy importante, fundamental, haya sido el de la protesta social callejera. Pero no fue para cambiar el sistema político ni las relaciones de producción, sin tan sólo para acceder al poder.

5.- “Lo de populista me lo inventó Salinas”

Cuando hacía carrera política en el PRI a finales de los setenta, la izquierda encontraba en España una posibilidad de abrir su espectro ideológico: en su XXVIII congreso de 1979, el Partido Socialista Obrero Español excluyó de sus documentos básicos el concepto de marxismo. Así pues, se podía ser de izquierda sin ser marxista, contrario a lo que escribió Jean Paul Sastre en 1956 en la revista Les Tempes Modernes: “en la medida en que es “de izquierda”, todo intelectual, todo grupo de intelectuales, todo movimiento de ideas, indirecta o directamente, se define en relación con el marxismo”. El PSOE de Felipe González se alejaba del marxismo como una forma de acercarse al poder. Se trató, diría el dirigente comunista español Santiago Carrillo, de la habilidad de convertir un programa socialdemócrata como una política de izquierda.

A lo largo de su vida activa en la oposición Andrés Manuel López Obrador se ha considerado un hombre de izquierda. A las denuncias de irregularidades en su gobierno ha respondido siempre que quieren obstaculizar un proyecto de izquierda. Sin embargo, hasta ahora el tabasqueño no ha definido su ideología de izquierda, sobre todo porque llegó al poder como dirigente de movimientos sociales populares pero sus principales alianzas de poder han sido con los principales personeros de la derecha empresarial. Sin una definición marxista, la izquierda puede ser todo: populismo, progresismo, reformismo, socialdemocracia y hasta cristianismo progresista.

Las percepciones gelatinosas de izquierda han permitido reformas ideológicas que dañan el concepto mismo de izquierda. Como presidente nacional del PRD, por ejemplo, López Obrador propuso para el partido algunas consideraciones que rompían con el molde del marxismo. Un punto resultó significativo: la propiedad accionaria de empresas por parte de los trabajadores. Como partido de izquierda heredero del comunismo marxista del Siglo XX, el PRD conculcaba la herencia ideológica y buscaba convertir a los trabajadores en empresarios borrando de un plumazo con la lucha de clases como motor de la historia. La propuesta del tabasqueño para el PRD nunca permeó. Aunque estuvo animada por la experiencia de los trabajadores de Teléfonos de México, cuya privatización fue condicionada por el gobierno de Carlos Salinas a la participación sindical como socia de la empresa.

Históricamente, la definición de izquierda en México estuvo asociada a la posibilidad de diseñar una alternativa a la formación capitalista y estatista del sistema productivo mexicano, con el Estado por encima de las clases y de la lucha de clases. Se trató, por cierto, de una moderación de los orígenes ideológicos del Estado mexicano en la etapa de la radicalización --de Obregón a Cárdenas--, en los que hubo definiciones socialistas y hasta marxistas de la educación y del sistema productivo. Al perder referentes ideológicos, el Estado se transformó en una burocracia dominada no por compromisos de clase sino por mediaciones interclases para sustituir los acuerdos corporativos por la lucha de clases.

En esa evolución ideológica se localiza la definición de la propuesta de “izquierda” de López Obrador. Por eso en el gobierno del DF se permitió programas de apoyo presupuestal a personas de la tercera edad --un subsidio por el sólo hecho de cumplir 55 años-- junto a proyectos entregados a empresarios como Carlos Slim. En los años de gobierno de Andrés Manuel en el DF, la lucha de clases desapareció. Las protestas sociales ocurrieron sólo por conflictos intersindicales (lucha magisterial), por decisiones de gobierno (Atenco), por restricciones laborales (ambulantes), por luchas estudiantiles contra el alza de cuotas (CGH en la UNAM) y por invasión de tierras, nunca para consolidar una alternativa marxista en la vida de la ciudad de México.

Si la izquierda mexicana nació en función de una propuesta comunista de lucha de clases --las marchas sindicales de ferrocarrileros, petroleros y campesinos de los años cincuenta a sesenta--, la lucha por la democracia y por la incorporación legal de la izquierda marxista a la vida pública nacional fue disminuyendo el componente marxista. El Partido Comunista Mexicano, fundado en 1919, había sobrevivido como partido marxista-leninista hasta la reforma política del gobierno de López Portillo en 1977. Se trataba de un partido de izquierda, con fundamento obrero y orientado hacia el comunismo. Sin embargo, en 1981 decidió su autodisolución y su fusión con otras fuerzas políticas para dar a luz al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), conformado por grupos y corrientes del espectro socialista light y hasta no marxista. Hacia 1981 el mundo había vivido el avance del PSOE en España como socialismo sin Marx y la lucha por el eurocomunismo basada sólo en la vía democrática de acceso al poder y sin el padrinazgo ni dependencia del Partido Comunista de la Unión Soviética.

El PCM tuvo varias mutaciones: la fusión para fundar el PSUM, una nueva fusión para crear el el PMS y finalmente su disolución para juntarse con el Frente Democrático Nacional de Cuauhtémoc Cárdenas y dar a luz al PRD, un partido dominado por ex priístas. Los grtupos que dieron forma al PRD fueron la Corriente Democrática del PRI, el PPS, el PMS, el PARM y el Partido del Frente Cardenista. Consigna Barry Carr que los documentos básicos del PRD no mencionaron el socialismo ni el marxismo ni la lucha de clases sino que se propusieron el objetivo de luchar sólo por la democracia y a partir de ahí eliminar las estructuras de dominación presidencialista y corporativa del PRI.

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Encuestas de la empresa Indemerc-Louis Harris para La Crisis a lo largo de la primera mitad del sexenio de López Obrador como jefe de gobierno del DF han revelado consideraciones sobre la percepción política que tiene la sociedad sobre el tabasqueño. A diferencia del reconocimiento que le han dado los ciudadanos a Cárdenas como luchador y constructor de la democracia mexicana, a López Obrador lo perciben como un hombre providencial. Es decir, que los capitalinos lo ven como un ineficaz jefe de gobierno por la persistencia de los problemas en la ciudad de México pero con un enorme reconocimiento personal.

Los hombres providenciales derivan en caudillos. La ciudadanía en el DF no ha visto soluciones a los problemas de seguridad, pobreza, abandono, empleo y vialidad, pero la popularidad del jefe de gobierno del DF ha llegado a rozar el 90 por ciento de aceptación. Las razones no tienen que ver con el reconocimiento a las ideas o a los saldos de gobierno, sino más bien al discurso y a ciertas medidas de subsidio a grupos vulnerables. En tres años, la ciudad no tuvo un proyecto alternativo de zona urbana sino sólo obras de vialidad y subsidios a marginados como cualquier gobierno priísta del pasado no muy lejano.

No hay, pues, una visión de izquierda, de clase, sino sólo un discurso que responde a las expectativas de cierta gente y una tendencia a la victimización que suele generar simpatías populares. En todos sus discursos, López Obrador no ha definido un cuerpo ideológico sino simplemente compromisos de atención a grupos marginados. De hecho, el programa “social” de Andrés Manuel es una versión limitada del Pronasol salinista: atención a la sobrevivencia de la gente. El programa de apoyo a la tercera edad no es más que el regalo de 660 pesos mensuales a todas las personas de 65 años en adelante, sin indagar capacidad económica. Ese subsidio ha sido bien vendido --como lo fue el Pronasol de Salinas-- pero no resuelve el problema estructural de empleo para la tercera edad. López Obrador no enseña a las personas a pescar, sino que les regala pescado, para jugar con la metáfora china.

Un contrasentido se localiza en este enfoque de las preocupaciones sociales del tabasqueño. Mientras a la tercera edad le regala un subsidio mensual permanente y otorga créditos con intereses preferenciales a habitantes de zonas deprimidas, de otro lado le entregó la remodelación del Centro Histórico a Carlos Slim y le permitió la compra indiscriminada de inmuebles y además aceleró el desalojo de las familias que vivían en cuartos de renta congelada, así como le entregó terrenos subvaluados al empresario cementero Lorenzo Zambrano a cambio de bultos de cemento para obras viales. Y la construcción de obras viales tiende a facilitar la circulación para el transporte privado de clase media hacia arriba, sin ningún efecto multiplicador en lo social.

Los discursos del tabasqueño, inclusive, tienen el propósito claro de eludir tentaciones ideológicas. Su pragmatismo tiene origen en su incultura política, pero también en la intención clara de no entrarle a debates innecesarios. Por tanto, sus ideas políticas son menores a sus decisiones pragmáticas de frases como “primero los pobres” o el énfasis en programas crediticios o los subsidios a personas de la tercera edad. Las obras viales las vende como necesarias y se aleja del debate clasemediero. No hay ideas, pues, pero sí intenciones políticas: mostrar que el gobierno atiende a todos los sectores sin preocuparse por definir ideológicamente el proyecto. Cárdenas, en cambio, es más claro en sus ideas políticas y aunque elude el compromiso marxista sí tiene consideraciones que parten del concepto de la lucha entre las clases.

En los últimos años ha habido cuando menos tres críticas severas al modelo político de López Obrador de populismo sin ideología rectora y todo agotándose en la búsqueda de la popularidad personal. El primero de ellos le dio sentido político al modelo de López Obrador: en 1996, en plena campaña por la presidencia del PRD, Heberto Castillo caracterizó el programa ideológico de López Obrador de lombardista, haciendo referencia al Vicente Lombardo Toledano que se convirtió en colaboracionistas de los gobiernos priístas de López Mateos y Díaz Ordaz y que subordinó el Partido Popular Socialista al papel de “oposición leal” y aliado en función del programa progresista de la Revolución Mexicana.

Heberto tuvo razón. López Obrador es un lombardista. El texto de Heberto, publicado en la revista Proceso 10234 del 10 de junio de 1996 se publica íntegramente a cotinuación:

“Sorprenden los bandazos del candidato a la presidencia del PRD, Andrés Manuel López Obrador. De una posición intransigente que demandaba la creación de un gobierno de salvación mediante la renuncia de Ernesto Zedillo, el nombramiento por el Congreso de la Unión de un presidente provisional, la convocatoria a elecciones presidenciales y la elección de un nuevo mandatario para instaurar el gobierno que salvaría al país del desastre económico, político y social que vive, se ha pasado a la posición lombardista de apoyar al gobierno si éste orienta el rumbo según las indicaciones del partido opositor.

“Ahora, el domingo 2 de junio de 1996, en documento que todavía no poseo pero que fue parcialmente publicado en la primera plana de La Jornada, como la noticia principal, López Obrador sale a la defensa del presidente Zedillo y reclama la unidad en torno a él porque “está en marcha un proyecto para deponerlo, inspirado y promovido desde el extranjero y vinculado a grupos políticos y económicos que traicionan al régimen para apoderarse de las riquezas del país, esencialmente los yacimientos petroleros”. El documento de Andrés Manuel se titula “La defensa de las instituciones y el rechazo a la renuncia presidencial”.

“Ante la dura crítica a la posición de López Obrador de parte de miembros de su misma planilla, Cuauhtémoc Cárdenas se apresuró a defenderlo. Dijo: “López Obrador planteó una salida constitucional a la crisis, no un cambio de personas que lleve a un mayor descontento”. Olvida Cuauhtémoc que esa era su tesis al proponer el gobierno de salvación nacional en el III Congreso de Oaxtepec, el cambio de personas. Interpreta Cárdenas las palabras de su candidato a su gusto y conveniencia. Andrés Manuel no propone una salida constitucional a la crisis, sino una rectificación de Zedillo a su política neoliberal, creyendo tal vez que éste la sigue solamente por presión de fuerzas ajenas al país o a su convicción política. No se entiende que Zedillo practica la política neoliberal porque cree en ella, porque piensa que es la mejor para el país y para los intereses políticos, económicos y sociales que representa en el PRI. Zedillo no es de manera alguna un instrumento de otros y que actúa forzado. Es un actor de su propia convicción política, como lo fueron De la Madrid y Salinas.

“A los dirigentes de la política neoliberal no los vamos a convencer de que se pasen a nuestro bando político. Hay que presionarlos con métodos políticos eficaces, parlamentarios, económicos, sociales, para que actúen de acuerdo con las conveniencias de nuestros representados, del pueblo que ha sido despojado de su riqueza por los grandes empresarios nacionales y extranjeros beneficiados por la política económica seguida por los últimos gobiernos.

“Contrario a lo que expresa Cárdenas, López Obrador considera como una salida a la crisis nacional convencer al jefe del Poder Ejecutivo de la necesidad de cambiar la política neoliberal que sigue y que de hacerlo tendría el apoyo del pueblo mexicano y del PRD. Esa delicada posición del PRD no considera AMLO que hace falta decidirla en un congreso nacional o en un consejo, ni siquiera en el Comité Ejecutivo del PRD; ya él se sabe presidente del partido, y como tal, siguiendo la tradición implantada por sus antecesores, puede imponer al partido sus decisiones. Por ello dice en su documento: “Zedillo podría tener el apoyo del pueblo mexicano, de nosotros mismos (hasta de nosotros, los mejores del pueblo, parece decir), pero no se la quiere jugar del lado del nacionalismo, de la defensa de los intereses patrios, de la atención a reclamos sociales de justicia, democracia, libertad y paz”. Y agrega, para que no haya dudas de su disposición a la unidad: “Si para salvar a la República tenemos que apoyar a la Presidencia, no vamos a titubear en hacerlo... si el presidente Zedillo tiene sensibilidad política, si no se confunde con nosotros (?), si no se crece al castigo (?), sepa él y sepan los mexicanos que nuestro partido es uno solo para defender las instituciones (como se ve, ya Andrés Manuel habla a nombre del PRD y lo compromete por su cuenta) y que todos sus militantes y dirigentes somos también soldados de la República”.

“Si a este discurso se le cambia el apellido Zedillo por el de López Mateos o Díaz Ordaz, un lector ilustrado podría pensar que se trata de un documento del PPS de los tiempos de aquellos presidentes y de Lombardo Toledano. ¿Volveremos a tener un partido de ese tipo, de , atento a los actos positivos, progresistas de los miembros de la clase gobernante? ¿Será ésta una reacción de la demanda hecha por Zedillo a quienes sólo propalan las malas noticias y para nada se refieren a las buenas? Porque vale la pena decir que si hay buenas noticias hay que darlas a conocer, y quienes criticamos los actos malos del gobierno y el empobrecimiento sistemático de la población estamos dispuestos a comentar con entusiasmo toda noticia que hable de cambios favorables para los marginados. Hasta ahora nada sabemos de ese tipo de cambios; crece la deuda externa; sigue el saqueo de nuestro petróleo, de los dineros que ingresan al país por concepto de turismo, porque con esos dos rubros se pagan los intereses de aquélla.

“Puede ser que la planilla que encabeza Andrés Manuel y que promueve Cuauhtémoc Cárdenas haya cambiado su concepción del gobierno priísta y, en vez de pedir la renuncia del presidente, piense ahora que debemos unir fuerzas con él para sacar al país de la crisis si Zedillo acepta cambiar su política económica. Nosotros no lo creeríamos aunque nos lo dijera el presidente, porque el sustento ideológico del gobierno del PRI, su fundamento desde hace 13 años cuando menos, es la doctrina neoliberal que pretende integrar a México al mundo moderno, que considera imposible defender la planta económica nacional de la competencia desleal que exigen las grandes naciones industrializadas.

“Tenemos a la vista la prepotencia imperial de Estados Unidos con su Ley Helms-Burton cuando, ante el rechazo unánime de los 32 asistentes distintos a Estados Unidos a la XXVI Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (sólo se ausentó República Dominicana), la representante estadunidense ante la OEA, Harriet Babbith, calificó el cuestionamiento de la ley como “una cobardía diplomática” y negó que el Comité Jurídico Interamericano al que los países solicitaron determine sobre la validez de la Ley Helms-Burton tenga atribuciones para dictaminar sobre una ley estadunidense.

“Quienes hemos luchado toda la vida por construir un partido capaz de vencer al PRI y al PAN para ser gobierno no podemos aceptar estos planteamientos, y cuando los escuchamos vislumbramos acuerdos oportunistas con funcionarios del gobierno para facilitar el arribo a la dirección del partido de un grupo que pretende mantener indefinidamente su control sobre el PRD.

“Cuauhtémoc debe fundamentar claramente su apoyo a la posición de Andrés Manuel, contraria a la que propuso en el III Congreso Nacional del PRD en Oaxtepec. Si se convenció de las razones expuestas por los compañeros que ganaron la discusión y que aprobaron por gran mayoría la transición pactada hacia la democracia con todas las fuerzas políticas de la nación, su nueva posición de apoyar a Zedillo si éste acepta el programa económico del PRD no contribuye a que se avance en la construcción de la democracia sino, por lo contrario, ayuda a que el PRD se quede atrás como simple ayudante del partido en el poder para sacarlo de los apuros que padece internamente.

“Porque a nadie debe escapar que los rumores acerca de la renuncia de Zedillo provienen de los hombres del poder, de México y de Washington. Entre los hombres del gobierno, entiéndase, no hay desacuerdo sobre la política neoliberal que se aplica, sino por la conducción que se tiene de ella. Nadie dentro del gobierno interesado en quitar a Zedillo piensa en cambiar de rumbo; lo que quieren es afianzar ese rumbo. Y debemos entender que la cúpula en el poder sabe que las fuerzas progresistas están dispersas, desorganizadas y enfrentadas; por ello se animan a ir por el camino del golpe, porque está entre ellos quien reemplazará al desplazado. Usan el rumor para desestabilizar y aprovechan las posiciones políticas y económicas que tienen en Estados Unidos. Recordemos que la Dow Jones ha usado antes el rumor.

“La inconsistencia de los dirigentes sale a relucir en las emergencias. Vivimos en una muy grave. Cuauhtémoc avanza en una posición de promotor abierto de un candidato a opositor abierto de otro. Ahora me descalifica en el debate sostenido con Diego Fernández de Cevallos en el Canal 40 de televisión. Ahora Cuauhtémoc y López Obrador saltan de posiciones opuestas en breves lapsos. Defienden la industria petrolera y se oponen a su venta, pero proponen comprarla sin consulta previa con la dirección del partido y mucho menos con sus bases. Se olvidan de que, si la Constitución prohíbe la venta o concesión de la industria, ésta o parte de ésta no puede comprarse. Y se ignora que para adquirirla se requieren 6 mil millones de dólares, esto es, 45 mil millones de pesos, de los cuales se han recolectado en dos meses apenas 300 mil pesos, por lo que de seguirse percibiendo las aportaciones a ese ritmo, en 12 mil quinientos años más, los compañeros Cárdenas y López Obrador habrán reunido el resto. ¿Habrán considerado estos números o ni siquiera pensaron en ellos? Propuestas de este tipo descalifican las luchas que damos en el PRD por defender los recursos de la nación y nos muestran como, al menos, poco serios. Y siguiendo el mismo camino individualista para tomar decisiones que comprometen a todo el partido, ahora cambian su política intransigente de pedir la renuncia de Zedillo por la de apoyarlo si cambia el rumbo económico de la nación. Se llega al extremo de decirle al presidente en el documento que comentamos que . Sí lo somos, digo yo, pero depende para realizar cuál lucha.

“He respetado la decisión de Cárdenas de apoyar abiertamente la candidatura de López Obrador. Está en su derecho. Respeto la decisión de Porfirio Muñoz Ledo de mandar sus cuadros a promover a Amalia García. Es su derecho. Pero rechazo la discriminación que públicamente hace Cuauhtémoc de mi candidatura a la presidencia del PRD. En esta contienda hemos dicho que se puede apoyar, se puede criticar; lo que no se puede ni debe es descalificar. Tenemos que actuar ofreciendo razones del porqué de nuestras posiciones si queremos mantener la unidad dentro del partido. Y construir la democracia hacia dentro, la que tanto demandamos hacia afuera.”

*

El conflicto de la lobotomía ideológica del PRD que se ha magnificado con la ausencia de ideología de López Obrador ha llevado a disputas entre organizaciones afines o de algún modo cercanas en objetivos. El 4 de febrero del 2003, en una de sus tantas cartas sobre su recorrido político y social por el centro-su-sureste de la república, el subcomandante Marcos hizo una severa crítica al PRD justamente por su pragmatismo. El documento provocó respuestas de Cuauhtémoc Cárdenas y otros perredistas, pero de todos modos quedó en el debate el hecho de que un movimiento guerrillero en armas criticaba severamente los acomodamientos pragmáticos del PRD. La crítica de Marcos había dado en el blanco:

“La marcha zapatista... Orizaba...

“Si nos dijeran que podríamos regresar a un lugar de los que visitamos en la marcha, pero sólo a uno, escogeríamos Orizaba. Aquí coincidieron varias circunstancias afortunadas: unos organizadores abiertos, tolerantes e incluyentes; ong's activas y comprometidas, comunidades indígenas luchadoras, medios de comunicación locales particularmente sensibles a la causa indígena, y un pueblo (formado por jóvenes estudiantes, obreros, amas de casa, colonos y empleados) especialmente noble.

“¿El resultado? Lo que iba a ser un rápido saludo de la Marcha del Color de la Tierra, se convirtió en uno de los actos más festivos y combativos de todo el recorrido. No sólo en la plaza, también en la calle. Estuvieron, y vivos, todos los colores.

“Todos, hasta el gris...

“Antes, en diciembre del año 2000 y después de que el EZLN anunciara públicamente su intención de marchar al DF, en una de las reuniones donde la fracción de legisladores del PRD discutía los Acuerdos de San Andrés, la diputada Rosario Tapia pidió la palabra y dijo así:

“Un poco después, cuando estaba por iniciarse la marcha, en la reunión del Comité Ejecutivo del CEN perredista, el vocero del PRD (y hoy secretario general nacional de ese partido), Navarrete, declaró: < principal peligro para el PRD es la conversión del EZLN en un partido político, mientras más se tarde la aprobación de la ley, más chance tenemos de que se aísle el zapatismo>

“Lo que entonces se echó a andar como una propuesta aislada, se convirtió en decisión en Orizaba.

“Orizaba, año del 2001, la plaza llena...

“En un rincón se encontraban dos personajes de la política: los senadores Jesús Ortega (jefe de la bancada perredista en el Senado) y Demetrio Sodi de la Tijera (miembro perredista de la Cocopa). La plaza de Orizaba siempre ha sido un lugar difícil para las manifestaciones políticas, y los dos senadores estaban ahí para atestiguar el fracaso en la convocatoria de los zapatistas. Con el rostro desencajado y cenizo, veían a la gente y la escuchaban. Entonces se miraron entre sí, entendiendo que había que hacer todo lo posible para que esa fuerza no saliera definitivamente a la lucha abierta... nunca.

“En un lado, Jesús Ortega, nativo de Aguascalientes, ex fiel seguidor de Rafael Aguilar Talamantes en el Partido Socialista de los Trabajadores, diputado de 1979 a 1982, expulsado del PST en 1987, miembro del PSM y después del PSUM, nuevamente es diputado de 1988 a 1991, en 1989 se suma a la corte más próxima a Cuauhtémoc Cárdenas, desde 1993 su trabajo en el IFE le permite ligarse a los órganos del PRD en los estados, de nuevo diputado de 1994 a 1997 (entonces coordinador de la fracción de diputados del PRD), fue un cortesano de Cárdenas hasta el año 2000, cuando incluso le aconsejó el retiro (hoy es uno de sus principales detractores), es ahora senador de la república y coordinador de la bancada de su partido en esa cámara.

“Sin haber dirigido ningún sector social, sin ninguna producción intelectual, sin dotes de tribuno, sin carisma alguno, el senador Jesús Ortega es un botón de la gran muestra de dirigentes del Partido de la Revolución Democrática.

“A su derecha, Demetrio Sodi de la Tijera, defeño, ex gerente de empresas públicas y privadas, coordinador general del DDF en los tiempos de Ramón Aguirre, ingresa al PRI en 1975, diputado federal por el PRI cuando se concreta el fraude salinista contra Cárdenas, asambleísta -con la bendición de Salinas- del PRI en la segunda Asamblea Local del DF (91-94), formaba parte del grupo de Manuel Camacho Solís hasta que éste no es elegido candidato presidencial por el PRI, sale del PRI en 1994 después del asesinato de Colosio, dirigente de Alianza Cívica en 1994 y miembro del Grupo San Angel en el mismo año, en 1996 participa en el Foro de la Reforma del Estado (organizado por el EZLN) con una ponencia donde auguraba que el PRI se mantendría en el poder por mucho tiempo y que sólo las candidaturas conjuntas de PAN y PRD podrían derrotarlo, entra al PRD -animado por el triunfo de Cárdenas en el DF en 1997, diputado del PRD en 1997-2000, ahora senador del 2000 al 2006. Como senador, además de impulsar la contrarreforma indígena, ha buscado llegar a acuerdos con el PAN en lo de la privatización de la energía eléctrica, votó en contra de renegociar la entrada en vigor del capítulo agropecuario del TLC, y en no pocas ocasiones se manifestó en contra de los campesinos rebeldes de San Salvador Atenco.

“Hace unos días, el analista político Armando Bartra hacía una especie de balance de los 9 años del TLC y de la presencia pública del EZLN. No me detendré en criticar el análisis frívolo y superficial de las iniciativas zapatistas, sino en un señalamiento: el maestro Bartra decía que no debíamos buscarle caras de Lulas (en referencia al hoy presidente de Brasil) a nuestros políticos, pero que había que luchar, no sólo desde abajo, también desde “arriba” (es decir en las cámaras) por la transformación de México. De acuerdo en lo de no verle cara de Lula a los políticos. Pero parece también un error verle al PRD mexicano cara de PT brasileño. ¿Y dónde está el equivalente al MST (Movimiento de los Sin Tierra) carioca?

“Parece que el único argumento para sostener que hay que apoyar al PRD es que no hay otra cosa, que si no se le apoya, entonces el PRI y el PAN y la madre del muerto, y el sectarismo y todas las desgracias, caerán sobre nosotros. Recientemente, como respuesta a las críticas al PRD hechas por los 7 comandantes y comandantas del EZLN, el primero de enero de este año, la presidenta de ese partido, Rosario Robles, llamaba a no pelear entre "amigos", e insistía en que lo de la votación de la ley indígena había sido un error y así se había reconocido.

“¿Amigos? ¿Error?

“Según se desprende de las defensas a ultranza que los senadores Ortega y Sodi hicieron de la contrarreforma indígena (cuando ya ni Bartlett ni Cevallos la defendían, pues era mayúsculo el repudio nacional e internacional), no se trató de un “error táctico”. Bajo la visión de Ortega y Sodi realmente no es muy importante que a las comunidades no se les reconozca su carácter de “entidades de derecho público”; tampoco que no se hable del “disfrute colectivo de los recursos naturales” (¡según Ortega esto es innecesario!); incluso lo del territorio, en tanto el “hábitat abarca lo del territorio”.

“Con todo lo anterior, los reclamos y la oposición de los pueblos indios de México en contra de la Ley, que los senadores quisieron y quieren limitar a “gente cercana al EZLN y al subcomandante”, sólo se reduce a que los pueblos indios no comprenden la “sabiduría” de los legisladores perredistas.

“Pero el asunto es que los senadores de la izquierda mexicana defendieron una ley que es de derecha. Y cuando el señor Cárdenas Solórzano indicó votar por la contrarreforma indígena (“¿Eres un senador del EZLN o del PRD? ¡Vota por la unidad del partido!”, habría dicho, olvidando que los senadores no son del EZLN, pero tampoco del PRD, del PRI o del PAN, sino senadores DE LA REPUBLICA), lo hizo por una ley de derecha.

“La alternativa era clara: o con los pueblos indios (y los millones de mexicanos no indios que apoyan sus demandas) o con la contrarreforma indígena de Cevallos-Bartlett-Ortega. Y el PRD eligió, y eligió de acuerdo al perfil que se construye: el de una izquierda agradable y cómplice de la derecha.

“La aprobación de la ley Cevallos-Bartlett-Ortega (by the way, ninguno de ellos fue elegido por votos --entraron al Senado como cuota de partido--), es decir, del PRI-PAN-PRD fue, en efecto, un triunfo de la clase política mexicana en contra de los pueblos indios (y no sólo contra el EZLN), pero un triunfo pírrico, que se desvanece ya ante el avance de los procesos de autonomía y de resistencia no sólo en los indígenas.

“¿Los diputados perredistas se ? Bueno, el voto en contra de la contrarreforma se acordó en la fracción parlamentaria de la Cámara de Diputados con apenas 3 votos de diferencia. Y los diputados del PRD están aprobando varias cosas que tienen que ver con dicha contrarreforma.

“Pero, ya en el terreno de los supositorios, pensando que sí, que sólo fue un que debemos perdonarnos como , entonces ¿qué significa lo que sigue?

“1) El PRD lleva tres años seguidos votando a favor del presupuesto federal. Ellos se justifican señalando que no han sido los proyectos originales de Fox. La realidad es que en Hacienda se manda un presupuesto que ya saben que deberá ser por los diputados (aumentando un poquito a educación, salud, etc.), con lo cual se asegura su voto. Si es verdad, como dice la teoría económica, que el presupuesto representa el modelo económico en funciones, entonces el PRD lleva tres años votando a favor del neoliberalismo y contra los mexicanos, y su voto ha significado votar a favor de pagar la deuda externa, de limitar el crecimiento, de seguir fielmente los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

“2) Los diputados del PRD están poniendo en práctica los acuerdos que se votaron mayoritariamente sobre la Ley indígena, tanto en lo que tiene que ver con las leyes reglamentarias, como en lo de las partidas presupuestales. Votaron en contra, pero son garantes de la implementación de esa ley.

“3) En el Senado el PRD votó a favor de las modificaciones a la Convención Internacional sobre desaparecidos, con lo cual se garantizó el fuero militar (los soldados solamente serán juzgados por tribunales militares) y la no retroactividad, con lo cual se garantizó la impunidad.

“4) En diciembre pasado varios legisladores del PRD (entre otros, el senador Sodi) votaron con el PAN y el PRI sobre no exigir que se suspendiera la aplicación del capítulo agropecuario del TLC.

“5) Simplemente para darse una idea del dispendio que significaron las elecciones internas del PRD, un anuncio de 20 segundos en el noticiero de López Dóriga, en Televisa, cuesta 465 mil pesos. Se pagaban a los brigadistas (muchas veces miembros de pandillas de varias colonias pobres) 60 pesos por hora en el día para pegar propaganda, y 80 pesos la hora en la noche para quitar la del contrincante. Se calcula que el costo de la campaña previa del PRD fue de cerca de 80 millones de pesos.

“6) El señor Ramírez Cuéllar, de El Barzón, uno de los del movimiento campesino actual, ¿no fue precandidato del PRD a la delegación Venustiano Carranza del DF que, por supuesto, está mayoritariamente poblada por campesinos? ¿Cuántos de los candidatos del PRD a puestos diversos han sido alguna vez líderes sociales? ¿Cuántos precandidatos del PRD a las delegaciones ni siquiera aparecieron en las boletas de encuesta? ¿Cuánto se gastaron los precandidatos que se anunciaron en radio y televisión? ¿Cuánto se gastó en la avioneta que promocionaba a uno de los precandidatos?

“7) ¿Un partido de izquierda recurre a las encuestas para elegir a sus candidatos y dirigentes? ¿Un partido de izquierda promociona nombres y rostros en lugar de principios y programas? ¿No es verdad que el 67% de los municipios que gana el PRD, los pierde en la siguiente elección por gobernar como lo hacen el PRI y el PAN? ¿No es cierto que el discurso del PRD no le a los jóvenes, a los indígenas, a los ecologistas, a las mujeres, al nuevo movimiento campesino? ¿Cuál es la posición clara del PRD en los asuntos internacionales?

“El PRD, es cierto, alguna vez fue un partido de izquierda. Ya no. Ha optado por sumarse (a la cola) a la lógica de la clase política y sólo aspira a ser el peso que modifique la balanza, olvidando que al dueño de la balanza eso le tiene sin cuidado. Se ha ligado ya orgánicamente al aparato de Estado y depende económicamente, es decir, políticamente, de él. A su interior se ha formado ya una nueva clase de políticos que vive del presupuesto y hace todo lo posible por mantenerse en él. Ya no hay principios, ni programa... y, ergo, ni partido.

“A los zapatistas no se nos escapa el hecho de que hay mucha gente honesta y consecuente en el PRD (la saludamos). Pero no es ella la que decide el rumbo y el perfil de ese instituto político.

“Una y otra vez se nos dice que, ni modo, no hay otra cosa. Pero, como dijo el Comandante Tacho el uno de enero, SI hay otra cosa...

“Desde las montañas del sureste mexicano.

“Subcomandante Insurgente Marcos.”

*

Y en el mismo tenor, el historiador y fundador del PRD Adolfo Gilly envío una carta abierta el viernes 26 de marzo del 2004 al presidente interino del partido, Leonel Godoy, para recriminarle la pérdida de rumbo ideológico. Sin mencionarlo por su nombre, Gilly --aliado de Cárdenas y autor de una de los enfoques más novedosos, el troskista, de la historia de la revolución mexicana: La revolución interrumpida-- hizo un severo cuestionamiento de la desideologización perredista en el gobierno del DF por sus alianzas con los enemigos históricos de la izquierda y de los grupos progresistas:

“Estimado Leonel: Recibí tu atenta carta (supongo que es una circular, enviada también a otras personas) en la cual me anuncias la realización del octavo Congreso Nacional del PRD y me dices:

.

“Como tú sabes, pero tal vez otros no, fui fundador del PRD en 1989 y participé como redactor del Llamamiento al pueblo mexicano a través del cual un numeroso grupo de ciudadanos convocó, en 1988, a la organización del partido que ahora presides.

“Ante la realización del evento al cual me invitas, quisiera hacer algunas reflexiones.

“Este evento, denominado octavo congreso del PRD, no es tal en realidad. Un congreso se conforma con delegados elegidos que representan la opinión y llevan el mandato de sus electores. Para este evento no hubo elección y quienes asisten con voz y voto no son delegados por nadie. Representan apenas la votación de la cual surgió el precedente séptimo congreso, efectuado en mayo de 2002 para tratar otros problemas que los actuales, y suponiendo además que esta votación no hubiera estado viciada por los fraudes probados en el informe de octubre de 2002 elaborado por la Comisión para la Legalidad y Transparencia designada por aquel congreso. En el mejor de los casos, el actual evento podría ser una asamblea de dirigentes del PRD o un encuentro de miembros de sus actuales estructuras dirigentes.

“Esto, pues, Leonel, no es un congreso: es una reunión de ustedes, a la cual deseo, dentro de lo posible, el más ordenado desarrollo y la mejor conclusión. Otras facultades no tienen, como tampoco las tendría ninguna agrupación paralela que asumiera el nombre de PRD.

“Dicho lo anterior creo, como todos los ciudadanos de este país, que el PRD atraviesa una coyuntura gravísima. Esta gravedad depende en buena parte, a mi juicio, del prolongado e ininterrumpido proceso de alejamiento del PRD con respecto a la vida, los afanes, las angustias y las formas de organización y de lucha del pueblo mexicano. Su contrapartida es el ininterrumpido acercamiento del PRD, hasta el punto de identificación casi total, con las instituciones administrativas y políticas del Estado, de las cuales el PRD parece considerarse la parte .

“Ejemplos de esta identificación abundan, pero para no ser extenso mencionaré sólo dos: uno, la función metaestatutaria que se asigna a los gobernadores en las deliberaciones y las decisiones del PRD, como si se tratara de un Consejo de Pares del Reino; el otro, la intención no desmentida de los diputados del PRD de participar en el próximo atentado contra la Constitución todavía existente, contra la tradición jurídica nacional desde el Constituyente de 1917 y contra los derechos democráticos del pueblo mexicano, que consistirá, si nadie lo evita, en establecer la relección inmediata para los diputados y senadores de la nación.

“No será esta, Leonel, la primera defección en esos terrenos, pues ya en 1992 los legisladores perredistas, encabezados en esta empresa por el profesor René Bejarano, participaron en la contrarreforma salinista del artículo tercero constitucional para abrir la puerta a la liquidación de la gratuidad de la enseñanza pública a nivel universitario, atentado cuya materialización hasta hoy los universitarios hemos impedido. Esta entrega de principios sustantivos mereció mucha menor atención por parte del PRD que los tristísimos videos en los cuales dicho profesor aparece en sucesos de ínfima importancia. Pero ambos hechos están unidos por una coherencia de sustancia y de vida que, una vez más, la ensordecedora moralina imperante tiende a encubrir.

“En otras palabras: el PRD se ha convertido en un partido cercano de las instituciones y lejano del pueblo. Este alejamiento del pueblo trabajador, de los oprimidos, los subalternos, los explotados y despojados; de las clases populares, que fueron quienes rompieron en 1988 el monopolio PRI-PAN y dieron origen a este partido, y, sobre todo, de sus organizaciones y sus autonomías, no es una cuestión de moral, sino de trasformación política. El PRD es hoy, en suma, un partido que mira desde arriba hacia abajo, y no desde abajo hacia arriba; desde las instituciones hacia el pueblo, y no desde el pueblo hacia las instituciones. El PRD ha adquirido, sin duda, una mirada subordinada a la mirada de las clases dominantes.

“Esta transformación política de lejano origen es la que determina, pienso, la reacción defensiva, inepta y desconcertada de la estructura dirigente del PRD frente a las denuncias de corrupción en su contra. Es penoso ver cómo la dirección del PRD, en su totalidad, se deja acorralar por la televisión y sus más tenebrosos personajes, que conducen una campaña obviamente orquestada y dosificada. Es penoso ver el torrente de moralina que viene desde esas estructuras partidarias, tronando contra los "corruptos", pidiendo "castigo ejemplar", hablando de depuraciones y de ética, y fingiendo ignorar lo que el pueblo dice y sabe de tantos funcionarios provenientes de todos los partidos, incluido el PRD, en las administraciones municipales donde si-guen imperando la mordida, la amenaza, la prepotencia y la represalia contra quienes no se dejan. Es absurda la moralina cuando se ignora la progresiva asimilación del PRD a los viejos "usos y costumbres" de la clase política, facilitada por la colonización del PRD y de sus estructuras de representación por políticos provenientes del PRI, que siguen siendo exactamente lo mismo que antes, salvo que toman al PRD como una buena franquicia electoral. Esta asimilación empieza por los métodos clientelares con que se amarra y se moviliza a las "bases partidarias" en toda la geografía nacional. Lejos, muy lejos estamos del partido de ciudadanos al cual convocaba el llamamiento inicial de 1988.

“Y esto, compañero presidente, no es una cuestión moral o estatutaria, que en eso se han convertido desde hace mucho las discusiones en las instancias dirigentes del PRD, sino una cuestión de orientación política: con quién está el PRD, a quién representa, a quién sirve y junto a quién lucha. Porque, permíteme decirte, es un viejo cuento que los socialistas siempre hemos rechazado el de que un partido puede responder a la vez a los intereses de los trabajadores y el pueblo y a los intereses y las exigencias de los empresarios, por más que éstos digan ser.

“Por esa mutación política --que no moral-- del PRD en un partido de empresarios y de políticos, que se ocupa de (y busca protegerlos, pero no apoyar su organización autónoma), es que Carlos Ahumada, auténtico empresario, pudo pasearse por todas las tribunas del PRD, codearse con sus dirigentes, discutir con ellos a cada momento y, no me digan que no porque aquí nadie nació ayer, tener voz y peso en muchas de las decisiones que esos dirigentes tomaban. No es una cuestión personal o de vida privada ni una , como dicen los moralistas de uno y otro bando. Es el símbolo de la prolongada y profunda mutación en la política, en la sicología y en los estilos de vida en los destacados dirigentes del PRD. Luis Buñuel lo llamaba >el discreto encanto de la burguesía>.

“Desde esta mutación en los principios, en las propuestas, en las políticas y en las alianzas, está escrito el canto a los "verdaderos empresarios" con que Martí Batres se dirige a la Canacintra en La Jornada del 25 de marzo, a través de un panegírico a su presidenta saliente. Un partido del pueblo y sus eventuales dirigentes debe, por supuesto tratar, conversar y llegar a acuerdos convenientes con los empresarios de todo tipo. Lo que no puede ni debe hacer es entonar las loas políticas de esta clase social privilegiada frente a la miseria, la exclusión y la explotación que sufre la inmensa mayoría del pueblo, ignorando la ira y la furia que en ese pueblo se está acumulando mientras el PRD se extasía con tales . Esta mutación sicológica y política es lo que hizo posible --inevitable, diría-- la infortunada aventura del PRD con el pícaro Carlos Ahumada, empresario de innegable espíritu emprendedor y de notable capacidad de convicción. Atención: no es el único ni, por mucho, el más importante e inteligente de esa especie.

“Tres cuestiones políticas que fueron decisivas en esta transformación, y no las únicas, quiero anotar en esta carta:

“1) La política de alianzas del PRD, que aquí se alía con el PAN, allá con el PRI y más allá quién sabe con quién, fuera de toda preocupación de principios o de programa. De ese tipo era la alianza que en 1998 se trató de imponer con Ignacio Morales Lechuga: el fallido intento, como se ha visto, tuvo sus secuelas. De esas alianzas, la más inaceptable, la que en cualquier ocasión y lugar que se realice resultará funesta, es la alianza con el PAN, es decir, la alianza con el partido conservador, representante político del poder más antiguo y reaccionario de México: la jerarquía de la Iglesia católica, el partido de la subordinación a Estados Unidos y de la aplicación a fondo de la restructuración neoliberal y la privatización total de los bienes comunes de la nación. Esas alianzas son una aberración, contraria a las raíces liberales y radicales del PRD.

“2) El abandono, por momentos hasta el límite del enfrentamiento, del movimiento estudiantil y universitario de 1999, el último movimiento social de envergadura que, pese a todas las vicisitudes y los sectarismos (buena parte de los cuales se deben a la deserción del PRD), impidió la abolición de la enseñanza gratuita a nivel universitario. La contrapartida es que el PRD, como estructura partidaria, no tiene nada que hacer en la UNAM y, para bien de la universidad, ojalá no intente regresar nunca. Fue ésta una deserción de sus obligaciones hacia los movimientos de la sociedad y, sobre todo, hacia el universitario, decisivo en los orígenes mismos del PRD en 1987 y 1988.

“3) El abandono, en el Congreso de la Unión, de las demandas indígenas y democráticas contenidas en los acuerdos de San Andrés y la participación en la elaboración de la ley Bartlett-Fernández de Cevallos-Ortega de contrarreforma indígena y en su votación unánime en la Cámara de origen, el Senado. La ley Cocopa representaba una reforma constitucional que no sólo defendía los derechos indígenas, sino que abría paso a una transformación y ampliación democrática de todas las estructuras del Estado y de las relaciones de la sociedad en México. A ella se opusieron por sólidas razones tanto los conservadores del PAN como los liberales del PRI. Esta deserción de sus compromisos y obligaciones con la democracia por parte del PRD fue una de las fases definitorias -no remediada por declaraciones inefectivas posteriores- en su transformación en uno de los sostenes de las estructuras opresoras, injustas y excluyentes que encierran en sus actuales límites a la vida política del país.

“De estas deserciones, claudicaciones y abandonos en el terreno liberal, en el terreno social y en el terreno democrático, y de muchas otras en los tres terrenos, se fue nutriendo la gravísima situación que hoy enfrenta el PRD. No tiene sentido abordarla como una cuestión de moral individual o de normas estatutarias. Si esta asamblea, como todo lo indica, toma por ese camino, terminará de encerrar al PRD en un callejón sin salida.

“Tierra, petróleo, energía, derechos y autonomías indígenas, educación, investigación, salud, pensiones, territorio, ecología, biodiversidad, salarios, empleos, vivienda, legislación social, régimen fiscal equitativo, medio ambiente e infraestructura urbana, seguridad, soberanía, paz y oposición a las guerras, democracia, justicia, ciudadanía, corrupción y narcotráfico, retiro del Ejército de Chiapas, paz y respeto al EZLN y al movimiento indígena nacional, libertades, derechos y libertades de las mujeres, Ciudad Juárez, cultura, medios de comunicación, tiempos libres, edades de la vida, convivencia, son sólo algunos de los temas que debería abordar, previa amplia discusión e intercambio, una asamblea, conferencia o congreso de un partido liberal, democrático y social que estuviera cercano al pueblo mexicano de estos días y quisiera contribuir al surgimiento de nuevos movimientos de la sociedad desde lo más profundo, únicos que podrán en el futuro cambiar el estado de cosas existente.

“Esos temas tendrían que traducirse no tanto en (que parece ser lo único en lo cual piensa el PRD), sino en primer lugar en políticas de organización autónoma desde abajo y desde adentro de esos movimientos profundos de la sociedad, del pueblo, de los subalternos y los oprimidos, hoy abandonados a su suerte por todos los partidos. Son los únicos que tendrán la fuerza, con sus movilizaciones, para revertir el actual curso conservador, entre resignado e indiferente, de la vida política y social en el país.

“Por todo lo que sabemos, Leonel, este próximo evento no tratará, y tampoco estaría en condiciones de hacerlo con seriedad y profundidad, ninguno de esos temas, es decir, de aquellos que conforman la vida, las angustias y las esperanzas del pueblo mexicano.

“Hablará, parece, sobre todo del propio PRD, sus equilibrios, sus estructuras, sus estatutos y sus consideraciones económicas y morales.

“Por eso, y por las razones que expongo en esta carta, sólo me queda, Leonel, agradecer una vez más que hayas recordado mi nombre en la lista de invitados a este importante evento y decirte que en estas condiciones no tendría sentido mi asistencia.

“Salud y suerte, presidente.”

*

El problema de fondo ha radicado en la definición del lo que es la izquierda. López Obrador dice que es de izquierda y no presenta definiciones ni propuestas que modifiquen la correlación de fuerzas productivas y sociales. El fracaso ideológico de la Unión Soviética inclusive contaminó a las fuerzas ideológicas de la izquierda. Luego de muchos años, ser de izquierda significa primero la oposición al modelo económico neoliberal, aunque se haga desde una perspectiva populista.

A partir de Sartre, la izquierda debe tener referencias marxistas. Y hablar de marxismo es referirse a la propuesta simiente del marxismo: la lucha de clases como motor de la historia y como definición de un sistema productivo dividido entre dueños de la propiedad y obreros sin propiedad. La lucha de clases fue sin duda el gran descubrimiento ideológico del Siglo XIX aunque su puesta en marcha en el Siglo XX enfrentó sobre todo la represión de la libertad. Luego de la caída del Muro de Berlín a finales de 1989, el marxismo fue excluido de las propuestas de la izquierda. Y las megatendencias ideológicas se hicieron más pragmáticas, como revela el libro las ideas políticas en el Siglo XXI, coordinado por Joan Antón Mellón: conceptos como ecologismo, feminismo, indigenismo, globalización y otros similares han tratado de sustituir el concepto central de lucha de clases.

El problema radica en el temor de regresar al marxismo, cuando en realidad el marxismo se pervirtió con el leninismo partidista. Pero al margen de las críticas a los métodos de aplicación de las propuestas marxistas, Marx y Engels detectaron el eje de una idea fuerza capaz de cambiar el mundo y el sistema productivo: la lucha entre propietarios y no propietarios (4). Y de entre todas las propuestas de replantear la izquierda, ninguna ha sido tan profunda como la delineada por Pablo González Casanova en un adelanto que hizo de un libro que anunció en el 2000 sobre el proyecto nacional. En una carta al subcomandante Marcos, González Casanova definió “las siete características de la nueva izquierda que apareció en los sesenta y que se enriqueció y consolidó en los albores del nuevo milenio” (5):

“Uno: Revalorizar lo interno de la dominación y la explotación y considerar al imperialismo como fenómeno también interno (y no sólo como externo) tanto en la periferia como en el centro del mundo. Redescubrir las viejas categorías del colonialismo y el imperialismo que se viven con las inmensas transferencias de excedente de la a y que ocurren bajo nuevas formas del comercio inequitativo, del endeudamiento, la especulación y la discriminación, tanto a nivel global como local, con megaempresas y subsidiarias, o con oligarquías y etnias.

“Dos: Destacar las contradicciones del capitalismo y también las de la socialdemocracia realmente existentes, las del socialismo o comunismo realmente existentes, y las de la liberación nacional realmente existente.

“Tres: Revalorizar la lucha de clases, que se siente cuando los patrones le prohiben a los partidos cambiar la política neoliberal; cuando los trabajadores sufren los efectos de la informalización y la desregulación, y las poblaciones la de la privatización con estudiantes sin escuelas, enfermos sin medicinas, niños sin comida. Analizar esa que ni parece lucha de clases; pero de manera más sutil con sus articulaciones complejas en corporaciones multinacionales y transnacionales, con regímenes y sistemas de dominación y explotación vinculados a otros de mediación y represión, con sistemas de acumulación y exclusión, de distribución, y apropiación o depredación.

“Cuatro: Revalorizar la democracia universal como participación y representación, como pluralismo ideológico y articulación de derechos individuales y sociales, y postular que sin democracia no habrá socialismo, pero que tampoco habrá democracia sin socialismo. Darle importancia a la democracia, si se es socialista, y también a la socialización si se es democrático.

“Cinco: Combinar las luchas parciales de en una gran lucha local, regional, nacional, mundial, plural, que incluya lo mejor de las distintas corrientes socialistas, democráticas y de liberación nacional.

“Seis: Superar el antiguo dilema de y, más que combinar una y otra, construir redes de organizaciones de resistencia que avancen de lo local a lo mundial y viceversa en la acumulación de fuerzas democráticas y sociales, y que combinen la política con el poder, y la defensa de lo público y colectivo con la construcción del poder de un sujeto histórico en la sociedad y a partir de ella, para que partidos y estados gobiernen obedeciendo.

“Siete: Dar a la cultura ético-política y al conocimiento histórico, humanístico, científico y técnico, así como a las ciencias de la comunicación y de la organización, una importancia central en la educación general y de las especialidades, e impartir la educación media y superior en forma universal, pública y gratuita.”

Frente a los temores intelectuales de eludir los razonamientos marxistas, González Casanova contextualiza el concepto de izquierda pero retoma y redimensiona las propuestas de Marx y Engels en cuando menos cinco conceptos: explotación, imperialismo, capitalismo, lucha de clases y socialización. Frente a este razonamiento conceptual, las decisiones de subsidios a la tercera edad, las alianzas con el capital de Carlos Slim y las obras viales para beneficiar a los propietarios de automóviles en detrimento de la reorganización del transporte público,

Al comenzar el Siglo XXI, la izquierda aspiró nada más en criticar al neoliberalismo y en proponer medidas para paliar --que no impedir-- algunas de las decisiones drásticas de la globalización. En sus conferencias de prensa, López Obrador ha reiterado que encabeza una alternativa al neoliberalismo. El neoliberalismo ha derivado en un concento cuyo cuerpo teórico se sustenta en el Consenso de Washington, un documento redactado por John Williamson para resumir “lo que Washington quiere decir cuando se refiere a reformas en política económica, redactado en 1990. Pero en realidad el modelo neoliberal viene de más atrás y en México tiene referencias de 1976, cuando México firmó una carta secreta con el Fondo Monetario Internacional comprometiéndose a aplicar políticas económicas estabilizadoras de corto plazo para bajar la inflación y contender las devaluaciones y así tener acceso a los créditos del organismo.

Varios años después, el Banco Mundial se sumó a la condicionalidad y exigió, junto a las medidas de estabilización financiera del FMI, decisiones de reforma estructural que corrigieran el fondo real de los problemas: la intervención del Estado en la economía. México entró en la lógica del neoliberalismo, que a mediados de los setenta se conoció como las propuestas de los Chicago boy por el diseño realizado por el profesor Milton Friedman, premio nobel y jefe de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago. El neoliberalismo tuvo su máximo esplendor en Chile después del golpe de Estado de 1973. En México se aplicó desde 1976.

Así, el neoliberalismo constituyó un recetario de corto plazo para controlar la inflación por el lado de la demanda porque la inflación generaba devaluaciones: disminución del gasto público, control de los salarios y aumento de los impuestos. La fórmula era sencilla: enfocar la inflación, Friedman dixit, como un fenómeno monetario en todo tiempo y en todo lugar. Los precios se ajustan al dinero en circulación. Al bajar el circulante vía control salarial y disminución del gasto, los precios tenderían a bajar. A este recetario del FMNI se unió el del Banco Mundial: privatización de la economía, venta de empresas públicas y apertura comercial.

Luego vino en 1990 el Consenso de Washington: disciplina presupuestaria, cambios para fortalecer el gasto social, reforma fiscal vía base más amplia e impuestos menores, liberalización financiera, tipos de cambio competitivos, liberalización comercial, apertura total a las inversiones extranjeras, privatizaciones, desregulaciones y garantías de los derechos de propiedad. Al final, el Consenso de Washington recogía la condicionalidad del FMI y del Banco Mundial.

En México, la condicionalidad del FMI-BM condujo a principios de los ochenta al concepto de disputa por el proyecto de nación entre los grupos empresariales y las corrientes populares, una forma de aterrizar en la experiencia mexicana la lucha de clases de Marx y Engels. El es quema fue racionalizado y resumido por Carlos Tello y Rolando Cordera en su libro México, la disputa por la nación. Perspectivas y opciones del desarrollo. A la distancia de ese 1981, la disputa se dio justamente entre las corrientes del neoliberalismo contra los grupos del populismo priísta corporativo sustentado en la intervención directa del Estado en la economía.


Son, pues, pinceladas del autorretrato de un retrato. Una lectura para el descanso de los sábados.

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