Germán Dehesa
Reforma
14 de agosto de 2006
Ahora sí ya se volvió loco Martin Luther Peje. Dice que ni va a levantar el plantón Reforma-Zócalo, pero que además esta pensando (sic que sic) en nuevas formas de resistencia civil pacífica que seguramente violentarán a miles de ciudadanos. Ya con el cuaco desgobernado, prosiguió diciendo que estas acciones "pueden durar años" (¿qué nomamenir tu mamá?). Imagínense a los moconetes que hoy corren alegres y libres por Reforma sin más peligro que las clases de pintura de Mariagna; imaginen a estas criaturas, hijas del voto por voto, llegando a la tercera edad sin haber salido de Reforma que ya será una tupida selva ("Sonríe: ya te van a jubilar"). Todo es de locos y nadie le pinta a Mahatma AMLO una raya que hasta él agradecería, porque, de momento, no sabe hasta donde llegará su loca voluntad que es como el Grijalva salido de madre.
En vista de que frente a esta situación Encinas nomás se agacha y Chente se va de lado, querido amigo, es que nosotros los ciudadanos, los empleadores de todos estos desquiciados, tenemos que alzar la voz y decirle a Andrés Manuel: ¡Ay, no marches!.
Sueño con que el TRIFE lo mandara llamar y le dijera: Sr. AMLO, su candidatura arrasó en las Islas Marías, aquí está su constancia y el avión lo espera para trasladarlo a la María Cleofás que será la capital de su República, su principado, su ducado, su reino Montessori, o lo que usted prefiera. Ahí sí puede darse vuelo y concientizar a los internos, a los guardianes que son muy perros y a los feroces tiburcios que nadan alrededor. Dudo que me pelen y por eso seguiremos fregando luz a luz.
Aquí permítanme confiarles que soy una bestia dodecafónica y que en mi artículo que apareció el pasado viernes, conté todo lo referente a este proyecto, pero se me olvidó ¡Oh, Dioses del Anáhuac! dar la dirección electrónica de esta iniciativa ciudadana: www.despejalaciudad.org.mx. Hace rato, en el palco de los victoriosos Pumas, un colega (ahora más colega que nunca porque este martes regreso, tras 20 años de ausencia, a mis tareas de maestro Universitario: daré una cátedra especial sobre Jorge Luis Borges, todos los martes de 6 a 8 de la noche); un colega, decía yo, con mucha gentileza me mentó a mi mamacita porque leyó el artículo del viernes y, bien a bien, no entendió nada. Pues no. Dibodo, hay veces que se me van las cabras p'al cerro y nomás no puedo regresarlas. Espero haber subsanado el error e igualmente esperamos su ayuda tumultuosa. Actualmente llevamos 172,491 "clics" (que son lo que en la India se considera "un meidral") que equivalen a una cantidad igual de luces que hemos encendido para despejar esta tiniebla provocada por un insolado personaje que se siente una mezcla de Robespierre, la Madre Teresa y Tomás Garrido Canabal. Por el momento, a mi me viene más o menos guango si ganó o perdió, aunque todo indica que ocurrió esto último, lo que no le reconozco, ni le reconoceré es el derecho a tomar mi ciudad. Eso es intolerable y sin embargo, millones lo toleran. Nosotros no. En buena onda, como dice la juventud, te lo digo: devuélveme mi Ciudad, baboso; ¿pues qué te crees? (no me lo respondas a mí, sino a tu psicoanalista favorito). No sean arreados: sigamos dándole luz a la Ciudad. Y ya.
Termina una semana llena de contrastes. Murió un amigo cercano y queridísimo, un hombre dulce, sabio y firme; inteligente y bienhumorado. Su nombre, José María Sbert. Somos muchos los que lo lloramos. Ya no tengo con quien hablar de Rossini, o de teología, o de lo que se ofreciera. Hoy jugaremos pokér y en su lugar habitual habrá un ramo de flores.
Llegará el lunes y a las 13 hrs. debutaré en el 102.5 de FM. Yo lo que quiero es llorar, pero la vida me gana. Vamos a trabajar.
agosto 14, 2006
Pide Felipe a AMLO reconsiderar acciones
El panista hizo una nueva invitación a López Obrador a dialogar de manera personal y sin condiciones
Ernesto Núñez
Reforma
Ciudad de México (14 agosto 2006).- El candidato presidencial del Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón, hizo un llamado al perredista Andrés Manuel López Obrador para que recapacite sobre el plan de acción que anunció el domingo y que permita que las Fiestas Patrias se realicen en paz.
En conferencia de prensa, Calderón aseguró que los símbolos nacionales, como la Bandera, el Grito de Independencia y el Desfile del 16 de Septiembre, no son del Partido de la Revolución Democrática (PRD), sino de todos los mexicanos.
Hizo un llamado a que nadie utilice estos símbolos para beneficio de una causa personal o política.
"Mi llamado es a respetar los derechos de los ciudadanos, a no violentar los derechos de terceros y, sobre todo, a respetar las instituciones de la Patria, a respetar los símbolos nacionales, a no utilizarlos como instrumentos al servicio de una causa, por legítima que sea, y mucho menos en favor de un capricho.
"Y en eso también llamo al ex candidato del PRD, a recapacitar en que la violencia, el atropello de los símbolos nacionales, su utilización y el chantaje, son simple y sencillamente vías inaceptables entre mexicanos".
El candidato panista hizo al mismo tiempo una nueva invitación a López Obrador, candidato presidencial de la coalición Por el Bien de Todos, para dialogar de manera personal y sin condiciones.
Aseveró que no le preocupan las condiciones en las que pueda iniciar su Gobierno, en caso de ser ratificado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), ya que está preparado para enfrentar la adversidad.
"Estoy preparado para gobernar, para asumir el poder y para ejercerlo, y además habituado a enfrentar la adversidad, entre otros al propio ex candidato del PRD; así que no es un tema que realmente me alarme ni me preocupe mucho", señaló.
Calderón se congratuló por el fin del recuento parcial de votos, practicado en 149 distritos por órdenes del TEPJF.
Dijo que ésta es la quinta ocasión en la que se cuentan los votos y se ratifica su triunfo.
Agregó que él y su equipo están seguros de que este recuento es un paso más hacia la validación de las elecciones y la confirmación de su victoria.
Ernesto Núñez
Reforma
Ciudad de México (14 agosto 2006).- El candidato presidencial del Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón, hizo un llamado al perredista Andrés Manuel López Obrador para que recapacite sobre el plan de acción que anunció el domingo y que permita que las Fiestas Patrias se realicen en paz.
En conferencia de prensa, Calderón aseguró que los símbolos nacionales, como la Bandera, el Grito de Independencia y el Desfile del 16 de Septiembre, no son del Partido de la Revolución Democrática (PRD), sino de todos los mexicanos.
Hizo un llamado a que nadie utilice estos símbolos para beneficio de una causa personal o política.
"Mi llamado es a respetar los derechos de los ciudadanos, a no violentar los derechos de terceros y, sobre todo, a respetar las instituciones de la Patria, a respetar los símbolos nacionales, a no utilizarlos como instrumentos al servicio de una causa, por legítima que sea, y mucho menos en favor de un capricho.
"Y en eso también llamo al ex candidato del PRD, a recapacitar en que la violencia, el atropello de los símbolos nacionales, su utilización y el chantaje, son simple y sencillamente vías inaceptables entre mexicanos".
El candidato panista hizo al mismo tiempo una nueva invitación a López Obrador, candidato presidencial de la coalición Por el Bien de Todos, para dialogar de manera personal y sin condiciones.
Aseveró que no le preocupan las condiciones en las que pueda iniciar su Gobierno, en caso de ser ratificado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), ya que está preparado para enfrentar la adversidad.
"Estoy preparado para gobernar, para asumir el poder y para ejercerlo, y además habituado a enfrentar la adversidad, entre otros al propio ex candidato del PRD; así que no es un tema que realmente me alarme ni me preocupe mucho", señaló.
Calderón se congratuló por el fin del recuento parcial de votos, practicado en 149 distritos por órdenes del TEPJF.
Dijo que ésta es la quinta ocasión en la que se cuentan los votos y se ratifica su triunfo.
Agregó que él y su equipo están seguros de que este recuento es un paso más hacia la validación de las elecciones y la confirmación de su victoria.
Rebeldes "con causa"… y dinero del erario
Carlos Marín
El Asalto a la razón
Milenio
14 agosto de 2006
Andrés Manuel López Obrador suena honesto:
"El objetivo de nuestro movimiento es salvar la democracia", dijo ayer en su arenga zocalera.
No acepta el hecho, ahora incontrovertible (a la luz del recuento de votos en las impugnaciones medulares o decisivas de la coalición), de que un chaparrito pelón y de lentes (reaccionario para más señas) le haya ganado la carrera por infortunadas pero democráticas centésimas.
¿Cómo resignarse, si trabajó durante cinco años en la edificación de su candidatura? ¿Quién puede exigirle sensatez, si capoteó el sospechosismo de los videoescándalos y salió airoso cuando sus enemigos lo quisieron desaforar? ¿Cómo después de que ante millares y millares de adeptos proclamó ser "indestructible"?
Es comprensible que no quiera admitir que lo venció (y en tan sólo cinco meses) alguien que ni Vicente Fox ni su derechoso partido querían.
De ahí que se intuya sincero cuando dice que su movimiento "está dando una lección democrática a nuestro país y al mundo".
Eso explica que quiera llevar el ring a los foros internacionales. Por esto mismo, así como alguna vez reprochó que los medios electrónicos no cubrieran "en vivo" una marcha de apoyo y le dieran más importancia a un partido de futbol, puede que hasta se imagine a ingleses y gringos interesándose más en su cátedra sobre "democracia" que en las nuevas amenazas del terrorismo.
Pero que el candidato se comporte como si fuese la viva encarnación de la voluntad del pueblo mexicano (no humilde intérprete), poco importa frente a la devoción con que sus creyentes atienden, entienden y acatan cuanto dislate dice o comete.
Ante la solemnidad con que López Obrador (lo mismo sus mariscales y jilgueros) echa rollos, generalidades, inferencias (extralógicas) y mentiras, dan ganas de tomarle la palabra ("invitó" a quienes lo critican) y acudir a las que apoda "asambleas informativas", donde la concurrencia no tiene posibilidad alguna de deliberar y menos de discutirle nada, sino únicamente (cuando escucha preguntas de respuesta condicionada) de gritar "¡si!" o "¡no…!".
Se antoja, por ejemplo, preguntarle su idea de la palabra congruencia porque, para poder continuar con su protesta y buscar "la purificación de las instituciones", se apoya en los recursos económicos y materiales de tres partidos financiados por el erario. O saber su explicación de la perversidad que entraña el hecho de que legisladores actuales o electos —locales y federales— cobren o estén a punto de
cobrar "dietas", "comisiones" y "bonos", sin dejar de chillar por un "fraude" que (¡aleluya!) les perdonó el escaño y la curul.
Se entiende, pues, que López Obrador anuncie que el desmadre seguirá "por años".
El Asalto a la razón
Milenio
14 agosto de 2006
Andrés Manuel López Obrador suena honesto:
"El objetivo de nuestro movimiento es salvar la democracia", dijo ayer en su arenga zocalera.
No acepta el hecho, ahora incontrovertible (a la luz del recuento de votos en las impugnaciones medulares o decisivas de la coalición), de que un chaparrito pelón y de lentes (reaccionario para más señas) le haya ganado la carrera por infortunadas pero democráticas centésimas.
¿Cómo resignarse, si trabajó durante cinco años en la edificación de su candidatura? ¿Quién puede exigirle sensatez, si capoteó el sospechosismo de los videoescándalos y salió airoso cuando sus enemigos lo quisieron desaforar? ¿Cómo después de que ante millares y millares de adeptos proclamó ser "indestructible"?
Es comprensible que no quiera admitir que lo venció (y en tan sólo cinco meses) alguien que ni Vicente Fox ni su derechoso partido querían.
De ahí que se intuya sincero cuando dice que su movimiento "está dando una lección democrática a nuestro país y al mundo".
Eso explica que quiera llevar el ring a los foros internacionales. Por esto mismo, así como alguna vez reprochó que los medios electrónicos no cubrieran "en vivo" una marcha de apoyo y le dieran más importancia a un partido de futbol, puede que hasta se imagine a ingleses y gringos interesándose más en su cátedra sobre "democracia" que en las nuevas amenazas del terrorismo.
Pero que el candidato se comporte como si fuese la viva encarnación de la voluntad del pueblo mexicano (no humilde intérprete), poco importa frente a la devoción con que sus creyentes atienden, entienden y acatan cuanto dislate dice o comete.
Ante la solemnidad con que López Obrador (lo mismo sus mariscales y jilgueros) echa rollos, generalidades, inferencias (extralógicas) y mentiras, dan ganas de tomarle la palabra ("invitó" a quienes lo critican) y acudir a las que apoda "asambleas informativas", donde la concurrencia no tiene posibilidad alguna de deliberar y menos de discutirle nada, sino únicamente (cuando escucha preguntas de respuesta condicionada) de gritar "¡si!" o "¡no…!".
Se antoja, por ejemplo, preguntarle su idea de la palabra congruencia porque, para poder continuar con su protesta y buscar "la purificación de las instituciones", se apoya en los recursos económicos y materiales de tres partidos financiados por el erario. O saber su explicación de la perversidad que entraña el hecho de que legisladores actuales o electos —locales y federales— cobren o estén a punto de
cobrar "dietas", "comisiones" y "bonos", sin dejar de chillar por un "fraude" que (¡aleluya!) les perdonó el escaño y la curul.
Se entiende, pues, que López Obrador anuncie que el desmadre seguirá "por años".
País tribal
Denise Dresser
Reforma
14 de agosto de 2006
Pacíficos contra violentos. Panistas contra perredistas. Privilegiados contra pobres. Comprometidos contra vendidos. Quienes piensan que la elección fue inmaculada y quienes hablan del fraude monumental. Quienes insisten en que las instituciones son perfectas y quienes insisten en su refundación total. Quienes creen en el Trife y quienes se aprestan a denunciarlo. Dos bandos atrincherados; dos polos monocromáticos; dos formas diferentes de ver al país ahora en pugna. Los que odian a AMLO y los que estarían dispuestos a dar la vida por él. Los que apoyan a Felipe Calderón y los que jamás aceptarán que sea Presidente. Peleando, denunciando, marchando, confrontando. Incondicionales de la causa por la que luchan con tanto frenesí. El México tribal atrapado en un plantón mental.
A la vista de todos, día tras día. En los campamentos y en el Congreso; en los discursos y en las diatribas; en el recuento de los votos y en la disputa sobre los resultados que arroja. Versiones encontradas que harán difícil llegar a una verdad compartida. Visiones enfrentadas que harán imposible la construcción de consensos necesarios. Correos electrónicos cargados de reclamos, repletos de insultos, llenos de odio. Pancartas y panfletos y desplegados usados como armas en una batalla campal. Los fanatismos cultivados dentro de un bando y alimentados por el otro. Creando un país donde se ha vuelto difícil expresar una opinión sin ser acribillado por ella; donde se ha vuelto un reto entender al contrario y aceptarlo. Una zona de guerra donde impera el estilo sunni-shiita de hacer política y también de rechazarla.
Hoy el destino de México está determinado por políticos que le apuestan a la polarización y creen que pueden imponerse a través de ella. El PAN apelando a los pacíficos y AMLO amenazando con despertar a los violentos. El PAN invocando el Estado de Derecho y el PRD poniendo en duda su existencia. Calderón hablando del enloquecimiento de su contrincante y López Obrador recordándole cuán pelele es. Calderón actuando dentro de instituciones "impolutas" y López Obrador cuestionando la imparcialidad de su actuación. Calderón iniciando una gira de agradecimiento para los panistas y López Obrador iniciando una insurrección para deshacerse de ellos. Ambos tejiendo ataduras viscerales a su posición; ambos construyendo comunidades de creyentes, cuya fe se vuelve una versión mexicana de tribalismo.
Ese tribalismo belicoso que parte a la población en buenos y malos; que separa a los ciudadanos en puros o impuros; que califica a los que están con la causa y los que la han traicionado. Ese sistema de clasificación que corre en sentido contrario a la nacionalidad compartida por millones de personas. Esa forma perversa de dividir a los mexicanos en función del candidato presidencial al cual han decidido apoyar. Esa miniaturización de los hombres que el Premio Nobel Amartya Sen tanto critica en su nuevo libro Identity and Violence. Esa apuesta a una identidad única y beligerante, componente crucial de la política entendida como un ejercicio de artes marciales, cuyo único objetivo es la confrontación sin fin. Esa reducción de la mexicanidad que tanto los panistas como los lopezobradoristas se han empeñado en llevar a cabo.
Unos y otros, convencidos de que la única forma de generar adeptos y conservarlos es a través de la estridencia o el odio o la descalificación. Unos y otros, instigando el sentido de pertenencia apasionada a un grupo para justificar el maltrato al otro. Unos y otros, convencidos de que la única manera de romper el impasse actual es a través de la aniquilación total del adversario. La destrucción de AMLO o la destrucción del sistema. El aplauso para las instituciones electorales perfectas o el ataque incesante para asegurar su desacreditación. El recuento parcial que revela una elección avalada hasta por el Papa o el recuento total cuyo objetivo -cada día más claro- es la anulación. Nadie quiere ceder, porque tanto Calderón como AMLO han creado una situación donde sería visto como señal de debilidad hacerlo. Nadie quiere alejarse del abismo, porque entrañaría reconocer las posiciones válidas del adversario y antes preferirían tirarse a la barranca con él.
Y por ello el encono sigue junto con las justificaciones que lo acompañan. Como el enemigo es tan vicioso, se vale ser vicioso también. Como el bien del país está en la balanza, se vale emprender desafueros o acampar en Reforma o pagar "spots" incendiarios o insultar a los magistrados del Trife. Como la victoria total está en juego, se vale usar la retórica más rabiosa -"un peligro para México" o "no es una amenaza pero no nos vamos a dejar"- con la idea de eventualmente regresar a posiciones moderadas, que dicen todavía tener. Los acólitos de un lado y los apóstoles del otro, pareciéndose, mimetizándose. Argumentando que el fin justifica los medios, sin darse cuenta de que los medios están determinando el fin. Quienes comenzaron con creencias razonables han dejado que esas creencias los lleven a apoyar causas y personas que ya no lo son. Su afiliación apasionada ha llevado a la malicia y la malicia los ha vuelto extremistas.
Extremistas que poco se parecen a las personas que antes entendíamos y respetábamos. Extremistas a los cuales será necesario recordarles -a diario- que el país viene antes que el hombre o el partido o la causa o la defensa del statu quo. Extremistas de un lado y del otro, lleno de una pasión encomiable pero también presas de un veneno condenable. Ante ellos sí va a ser necesaria una insurrección. Una insurrección de la razón. Una pelea justa, necesaria, impostergable, histórica. La responsabilidad de elegir un país moderno en vez de un país tribal. El reto de construir un país democrático sin destruirlo primero. La tarea de reconocer, valorar y defender que por el bien de todos, primero el país.
Y la lucha por todo lo que se tendrá que hacer para cambiarlo. Por la representación política real a través de la reelección legislativa, y otros instrumentos que permitan la rendición de cuentas. Por la refundación de una clase política tan rapaz como los privilegiados que tanto critica. Por una política económica que ponga a los pobres primero, sin crucificar a quienes no lo son. Por una política social que reduzca las asimetrías condenables que tantos ignoran. Todo aquello por lo cual sí vale la pena luchar, marchar, movilizar. La humanidad compartida de los mexicanos que se merecen más que un país tribal. Porque como se preguntara Gandhi: "Imaginar una nación entera rota a pedazos; ¿cómo hacer entonces una nación?".
Reforma
14 de agosto de 2006
Pacíficos contra violentos. Panistas contra perredistas. Privilegiados contra pobres. Comprometidos contra vendidos. Quienes piensan que la elección fue inmaculada y quienes hablan del fraude monumental. Quienes insisten en que las instituciones son perfectas y quienes insisten en su refundación total. Quienes creen en el Trife y quienes se aprestan a denunciarlo. Dos bandos atrincherados; dos polos monocromáticos; dos formas diferentes de ver al país ahora en pugna. Los que odian a AMLO y los que estarían dispuestos a dar la vida por él. Los que apoyan a Felipe Calderón y los que jamás aceptarán que sea Presidente. Peleando, denunciando, marchando, confrontando. Incondicionales de la causa por la que luchan con tanto frenesí. El México tribal atrapado en un plantón mental.
A la vista de todos, día tras día. En los campamentos y en el Congreso; en los discursos y en las diatribas; en el recuento de los votos y en la disputa sobre los resultados que arroja. Versiones encontradas que harán difícil llegar a una verdad compartida. Visiones enfrentadas que harán imposible la construcción de consensos necesarios. Correos electrónicos cargados de reclamos, repletos de insultos, llenos de odio. Pancartas y panfletos y desplegados usados como armas en una batalla campal. Los fanatismos cultivados dentro de un bando y alimentados por el otro. Creando un país donde se ha vuelto difícil expresar una opinión sin ser acribillado por ella; donde se ha vuelto un reto entender al contrario y aceptarlo. Una zona de guerra donde impera el estilo sunni-shiita de hacer política y también de rechazarla.
Hoy el destino de México está determinado por políticos que le apuestan a la polarización y creen que pueden imponerse a través de ella. El PAN apelando a los pacíficos y AMLO amenazando con despertar a los violentos. El PAN invocando el Estado de Derecho y el PRD poniendo en duda su existencia. Calderón hablando del enloquecimiento de su contrincante y López Obrador recordándole cuán pelele es. Calderón actuando dentro de instituciones "impolutas" y López Obrador cuestionando la imparcialidad de su actuación. Calderón iniciando una gira de agradecimiento para los panistas y López Obrador iniciando una insurrección para deshacerse de ellos. Ambos tejiendo ataduras viscerales a su posición; ambos construyendo comunidades de creyentes, cuya fe se vuelve una versión mexicana de tribalismo.
Ese tribalismo belicoso que parte a la población en buenos y malos; que separa a los ciudadanos en puros o impuros; que califica a los que están con la causa y los que la han traicionado. Ese sistema de clasificación que corre en sentido contrario a la nacionalidad compartida por millones de personas. Esa forma perversa de dividir a los mexicanos en función del candidato presidencial al cual han decidido apoyar. Esa miniaturización de los hombres que el Premio Nobel Amartya Sen tanto critica en su nuevo libro Identity and Violence. Esa apuesta a una identidad única y beligerante, componente crucial de la política entendida como un ejercicio de artes marciales, cuyo único objetivo es la confrontación sin fin. Esa reducción de la mexicanidad que tanto los panistas como los lopezobradoristas se han empeñado en llevar a cabo.
Unos y otros, convencidos de que la única forma de generar adeptos y conservarlos es a través de la estridencia o el odio o la descalificación. Unos y otros, instigando el sentido de pertenencia apasionada a un grupo para justificar el maltrato al otro. Unos y otros, convencidos de que la única manera de romper el impasse actual es a través de la aniquilación total del adversario. La destrucción de AMLO o la destrucción del sistema. El aplauso para las instituciones electorales perfectas o el ataque incesante para asegurar su desacreditación. El recuento parcial que revela una elección avalada hasta por el Papa o el recuento total cuyo objetivo -cada día más claro- es la anulación. Nadie quiere ceder, porque tanto Calderón como AMLO han creado una situación donde sería visto como señal de debilidad hacerlo. Nadie quiere alejarse del abismo, porque entrañaría reconocer las posiciones válidas del adversario y antes preferirían tirarse a la barranca con él.
Y por ello el encono sigue junto con las justificaciones que lo acompañan. Como el enemigo es tan vicioso, se vale ser vicioso también. Como el bien del país está en la balanza, se vale emprender desafueros o acampar en Reforma o pagar "spots" incendiarios o insultar a los magistrados del Trife. Como la victoria total está en juego, se vale usar la retórica más rabiosa -"un peligro para México" o "no es una amenaza pero no nos vamos a dejar"- con la idea de eventualmente regresar a posiciones moderadas, que dicen todavía tener. Los acólitos de un lado y los apóstoles del otro, pareciéndose, mimetizándose. Argumentando que el fin justifica los medios, sin darse cuenta de que los medios están determinando el fin. Quienes comenzaron con creencias razonables han dejado que esas creencias los lleven a apoyar causas y personas que ya no lo son. Su afiliación apasionada ha llevado a la malicia y la malicia los ha vuelto extremistas.
Extremistas que poco se parecen a las personas que antes entendíamos y respetábamos. Extremistas a los cuales será necesario recordarles -a diario- que el país viene antes que el hombre o el partido o la causa o la defensa del statu quo. Extremistas de un lado y del otro, lleno de una pasión encomiable pero también presas de un veneno condenable. Ante ellos sí va a ser necesaria una insurrección. Una insurrección de la razón. Una pelea justa, necesaria, impostergable, histórica. La responsabilidad de elegir un país moderno en vez de un país tribal. El reto de construir un país democrático sin destruirlo primero. La tarea de reconocer, valorar y defender que por el bien de todos, primero el país.
Y la lucha por todo lo que se tendrá que hacer para cambiarlo. Por la representación política real a través de la reelección legislativa, y otros instrumentos que permitan la rendición de cuentas. Por la refundación de una clase política tan rapaz como los privilegiados que tanto critica. Por una política económica que ponga a los pobres primero, sin crucificar a quienes no lo son. Por una política social que reduzca las asimetrías condenables que tantos ignoran. Todo aquello por lo cual sí vale la pena luchar, marchar, movilizar. La humanidad compartida de los mexicanos que se merecen más que un país tribal. Porque como se preguntara Gandhi: "Imaginar una nación entera rota a pedazos; ¿cómo hacer entonces una nación?".
Conjura legal
María Amparo Casar
Reforma
14 de agosto de 2006
Hay malas noticias para los que creíamos que la democracia, al menos en su sentido más restrictivo, había sentado sus reales en México. Nuestra creencia no estaba basada en la ingenuidad o el optimismo. Teníamos señales claras de que la democracia iba por buen camino y no habría por qué temer su involución. Creíamos que al menos por parte de los partidos -de aquellas fuerzas políticas que se habían decidido por la institucionalidad y la legalidad- había quedado conjurada la posibilidad de un desafío a las instituciones democráticas, en particular al IFE y al Tribunal. Creíamos que los candados impuestos por una legislación que ponía en manos de autoridades autónomas y de los ciudadanos el proceso electoral evitarían la posibilidad de que se argumentara la existencia de un fraude maquinado.
Al iniciar la década de los noventa, y espoleados por el fraude de 1988, veíamos la construcción de la democracia electoral como un objetivo alcanzable en el corto plazo. La oposición, impedida de la posibilidad de gobernar, no por la negativa de los ciudadanos a otorgársela, sino por la ausencia de elecciones justas libres y equitativas, unió fuerzas para ir modificando la legislación electoral y acceder al poder.
La reforma de 1996, aprobada por todos los partidos políticos sin excepción, permitió que en 1997 se hablara por primera vez en México de elecciones verdaderamente justas, fiables y transparentes. Se demostró que con juego limpio, ofertas distintas, equidad en la contienda e instituciones autónomas, la oposición podía crecer hasta ser mayoría. Así fue. Inició entonces una era de gobiernos divididos.
En el 2000 veíamos la posibilidad de la alternancia por la vía electoral como un objetivo alcanzable que dependía, únicamente, de los electores. Así fue. Las dudas de que el PRI quisiera aferrarse al poder por encima de la voluntad de los votantes y de la decisión de las autoridades electorales quedó despejada la misma noche de la elección.
En 2003 hablamos de la tercera elección federal verdaderamente democrática y de un voto de castigo al partido en el poder por no haber cumplido con las expectativas generadas. Así fue. El PAN perdió 50 asientos en la Cámara de Diputados.
Los mismos signos democratizadores ocurrían a nivel local. Estados y municipios cambiaron o refrendaron al partido en el poder en condiciones cada vez de mayor libertad, equidad, certeza y transparencia. La mayoría de las elecciones transcurrió en calma y los resultados fueron aceptados en primera instancia por los derrotados en la contienda. Pero en muchas de ellas hubo denuncias, recursos de revisión, impugnaciones y juicios de inconformidad. En muchas de ellas las distintas fuerzas políticas derrotadas pidieron revisión de actas, apertura de urnas, recuento de votos, anulación de casillas e incluso la anulación en su totalidad de más de un proceso electoral. Las inconformidades fueron procesadas por las vías previstas confirmando el resultado en algunos casos y revirtiéndolo en otros.
En todas estas elecciones hubo una constante. Los partidos y candidatos que suponían y alegaban haber ganado pelearon por la vía legal el resultado que creían les favorecía pero al final reconocieron y acataron, de buen o mal grado, las resoluciones que dictaron, según fuera el caso, los tribunales electorales estatales o el federal.
Detrás de este reconocimiento había una conducta democrática que creíamos asentada, firme, invariable por parte de todos los partidos y candidatos. Una determinación a regirse en las buenas -cuando se gana- y en las malas -cuando se pierde- por la voluntad de los electores y las disposiciones que marca la ley. Una disposición a reconocer que la última palabra la tienen los tribunales.
López Obrador está acabando con esta tradición. De ese tamaño es su responsabilidad.
Las experiencias electorales de la última década -no la ingenuidad ni el optimismo- fueron las que nos alentaron a creer en el afianzamiento de la democracia: en la estabilidad, previsibilidad y certidumbre que ella ofrece.
De pronto, las certezas que debe brindar la democracia desaparecen porque un candidato que aceptó jugar con las reglas del juego y someterse a sus resultados decidió no hacerlo. Porque un candidato que no ha podido demostrar el fraude se resiste a aceptar un resultado que hasta el momento no le favorece. Porque un candidato decidió emprender una lucha que ya traspasó las fronteras de la legalidad y de la institucionalidad. Porque un candidato exige: "...tienen que reconocer que nosotros ganamos la elección".
No se sabe si el comportamiento de un actor político dispuesto a atentar contra las instituciones sea suficiente para hacerlas tambalear. Lo que sí se sabe es que su conducta y actitud no son las de un demócrata. Lo que sí se confirma es que todavía hay quienes están dispuestos a violar las reglas del juego democrático.
Reforma
14 de agosto de 2006
Hay malas noticias para los que creíamos que la democracia, al menos en su sentido más restrictivo, había sentado sus reales en México. Nuestra creencia no estaba basada en la ingenuidad o el optimismo. Teníamos señales claras de que la democracia iba por buen camino y no habría por qué temer su involución. Creíamos que al menos por parte de los partidos -de aquellas fuerzas políticas que se habían decidido por la institucionalidad y la legalidad- había quedado conjurada la posibilidad de un desafío a las instituciones democráticas, en particular al IFE y al Tribunal. Creíamos que los candados impuestos por una legislación que ponía en manos de autoridades autónomas y de los ciudadanos el proceso electoral evitarían la posibilidad de que se argumentara la existencia de un fraude maquinado.
Al iniciar la década de los noventa, y espoleados por el fraude de 1988, veíamos la construcción de la democracia electoral como un objetivo alcanzable en el corto plazo. La oposición, impedida de la posibilidad de gobernar, no por la negativa de los ciudadanos a otorgársela, sino por la ausencia de elecciones justas libres y equitativas, unió fuerzas para ir modificando la legislación electoral y acceder al poder.
La reforma de 1996, aprobada por todos los partidos políticos sin excepción, permitió que en 1997 se hablara por primera vez en México de elecciones verdaderamente justas, fiables y transparentes. Se demostró que con juego limpio, ofertas distintas, equidad en la contienda e instituciones autónomas, la oposición podía crecer hasta ser mayoría. Así fue. Inició entonces una era de gobiernos divididos.
En el 2000 veíamos la posibilidad de la alternancia por la vía electoral como un objetivo alcanzable que dependía, únicamente, de los electores. Así fue. Las dudas de que el PRI quisiera aferrarse al poder por encima de la voluntad de los votantes y de la decisión de las autoridades electorales quedó despejada la misma noche de la elección.
En 2003 hablamos de la tercera elección federal verdaderamente democrática y de un voto de castigo al partido en el poder por no haber cumplido con las expectativas generadas. Así fue. El PAN perdió 50 asientos en la Cámara de Diputados.
Los mismos signos democratizadores ocurrían a nivel local. Estados y municipios cambiaron o refrendaron al partido en el poder en condiciones cada vez de mayor libertad, equidad, certeza y transparencia. La mayoría de las elecciones transcurrió en calma y los resultados fueron aceptados en primera instancia por los derrotados en la contienda. Pero en muchas de ellas hubo denuncias, recursos de revisión, impugnaciones y juicios de inconformidad. En muchas de ellas las distintas fuerzas políticas derrotadas pidieron revisión de actas, apertura de urnas, recuento de votos, anulación de casillas e incluso la anulación en su totalidad de más de un proceso electoral. Las inconformidades fueron procesadas por las vías previstas confirmando el resultado en algunos casos y revirtiéndolo en otros.
En todas estas elecciones hubo una constante. Los partidos y candidatos que suponían y alegaban haber ganado pelearon por la vía legal el resultado que creían les favorecía pero al final reconocieron y acataron, de buen o mal grado, las resoluciones que dictaron, según fuera el caso, los tribunales electorales estatales o el federal.
Detrás de este reconocimiento había una conducta democrática que creíamos asentada, firme, invariable por parte de todos los partidos y candidatos. Una determinación a regirse en las buenas -cuando se gana- y en las malas -cuando se pierde- por la voluntad de los electores y las disposiciones que marca la ley. Una disposición a reconocer que la última palabra la tienen los tribunales.
López Obrador está acabando con esta tradición. De ese tamaño es su responsabilidad.
Las experiencias electorales de la última década -no la ingenuidad ni el optimismo- fueron las que nos alentaron a creer en el afianzamiento de la democracia: en la estabilidad, previsibilidad y certidumbre que ella ofrece.
De pronto, las certezas que debe brindar la democracia desaparecen porque un candidato que aceptó jugar con las reglas del juego y someterse a sus resultados decidió no hacerlo. Porque un candidato que no ha podido demostrar el fraude se resiste a aceptar un resultado que hasta el momento no le favorece. Porque un candidato decidió emprender una lucha que ya traspasó las fronteras de la legalidad y de la institucionalidad. Porque un candidato exige: "...tienen que reconocer que nosotros ganamos la elección".
No se sabe si el comportamiento de un actor político dispuesto a atentar contra las instituciones sea suficiente para hacerlas tambalear. Lo que sí se sabe es que su conducta y actitud no son las de un demócrata. Lo que sí se confirma es que todavía hay quienes están dispuestos a violar las reglas del juego democrático.
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