Itinerario Político
Ricardo Alemán
19 de agosto de 2007
Convertido en crisol de lo más cuestionable de la política partidista mexicana —en donde la trampa y el autoengaño fueron la nota—, el décimo Congreso Nacional del PRD pasará a la historia de ese partido —más allá incluso que la elección presidencial de julio de 2006— como el evento de la autodestrucción, de la negación de sí mismo —en tanto motor de la revolución democrática—, y como el más lamentable salto al pasado, por la macrocefalia que al estilo soviético se impuso.
En su congreso, la izquierda mexicana que dice representar el PRD no sólo mostró una inocultable división entre sus concepciones ideológicas y sus objetivos programáticos como partido político, sino que impulsó la mayor fractura de sus raíces históricas, al sepultar al cardenismo, que era el vínculo con la gesta social que reivindicaba a las clases populares. El PRD ya no es el partido del “cardenismo” —entre comillas—, sino del grosero mesianismo. Y en unas semanas esa arrogante jubilación le podría costar la derrota electoral en Michoacán.
En su congreso, esa izquierda tribal, capaz de todo tipo de trampas, que se niega a la autocrítica y que incluye en sus documentos básicos la satanización de los que no piensan igual que el mesías, decidió tirar al caño los 15 millones de votos alcanzados en julio de 2006, y convertir en estatuas de sal a sus diputados y senadores, quienes conforman la histórica segunda fuerza parlamentaria que alcanza en su corta vida. Y acaso sea la última, ya que por decisión del congreso perredista, sus diputados y senadores no podrán dialogar, negociar, pactar nada, con nadie, sea o no “espurio”. Se aprobó la parálisis política y legislativa; parálisis que en política es lo más cercano al cadalso.
En su congreso, esa izquierda fue incapaz de entender, y menos discutir, su papel como motor de la reconstrucción política nacional —en consonancia con el fraude electoral de 1988 que le dio origen—, y de un plumazo aceptó que la transformación del régimen ya no se hará desde abajo, desde la construcción o reconstrucción de un partido político y de una alternativa de poder; que ya no se hará con el empuje de la izquierda en el Congreso, sino desde lo alto del poder. Cuando el PRD llegue al poder, entonces se harán los cambios. Mientras, le apostarán al fracaso de todos los gobiernos que antecedan esa “luminosa” aspiración. Por decisión de congreso le apuestan a la reedición histórica del PRI, y mientras tanto dejan intocada a la derecha, en espera de su extinción por muerte natural.
Y en el absurdo, el congreso del PRD quedó reducido al reparto de las cuotas de poder para marzo de 2008 y para julio de 2009. Es decir, el Congreso sirvió para confirmar lo que todos sabían, pero que en el PRD se negaban a reconocer: que la fuerza electoral y parlamentaria resultante de julio de 2006 no servirá para nada, que también ya fue jubilada, y que de ahora en adelante —en especial en marzo de 2008— el grupo de Los Chuchos y sus aliados serán los nuevos dueños del partido. Triunfos históricos, por pírricos, de la izquierda, del partido, del congreso. Derrota histórica para los 15 millones que creyeron en esa izquierda y cuyo voto inundó las cañerías del PRD.
Cardenismo sepultado
Penoso espectáculo el del Congreso Nacional del PRD, que arrancó el jueves pasado con llamados de unidad, con discursos de Andrés Manuel López Obrador, Leonel Cota y Marcelo Ebrard, que no resisten la más elemental prueba de congruencia; que confirman ruptura cuando se habla de unidad; que ratifican el caudillismo mesiánico cuando se dice que el único caudillo es el partido, que niega la autocrítica cuando se pregona la libre expresión, y que deja ver las peores prácticas políticas de la antidemocracia, cuando se habla de democracia interna.
Pero acaso lo más lamentable, contra los discursos grandilocuentes pero vacíos, es la orfandad histórica que por grillas miserables y mezquinas, y por ambiciones desmedidas se impuso todo el PRD en su congreso. No, nadie puede cuestionar la popularidad de Andrés Manuel López Obrador, pero tampoco nadie puede cuestionar que la de AMLO no es más que eso, “po-pu-la-ri-dad”, que está muy lejos de las raíces históricas y sociales del cardenismo, esa corriente política que sintetizó como pocas los reclamos sociales de la gesta revolucionaria —sin olvidar, por supuesto, los signos del autoritarismo priísta—, y que fue capaz de vincular a la izquierda mexicana con los grandes movimientos de millones de mexicanos sin esperanza.
Al sepultar al cardenismo en su congreso, el PRD no sólo rompió su vínculo con la historia de los grandes movimientos sociales y con la defensa histórica del patrimonio nacional —el petróleo—, sino que rompió con su propia historia —el PRD, hay que recordarlo, se formó a partir del desprendimiento del movimiento cardenista del PRI y de su capacidad combustible de mover en dirección a la revolución democrática las muchas expresiones de la llamada izquierda mexicana— y se encamina a un suerte de “trasplante”, para florecer en otra cepa y con otras raíces, cuyos nutrientes no son los de las grandes causas nacionales, las causas de las mayorías empobrecidas, y menos la organización y movilización social, sino la grosera popularidad y la nada ética resultante del “poder por el poder”.
¿Qué movimientos sociales organizados, de obreros, campesinos, precaristas, mineros, de los sin techo, sin trabajo, sin educación ni escuela estuvieron representados en el congreso del PRD? Nada, sólo estuvieron presentes los jefes de las tribus —pastoreando cada uno a sus rebaños—, que lo son de movimientos clientelares, de cuotas de poder. Una izquierda que dice reivindicar las causas populares, pero que en la práctica está muy lejos de esas causas, a las que ignora en sus deliberaciones internas, pero también desde su fantástico poder como segunda fuerza en el Congreso.
Y no faltará quien diga que el “legítimo” está cerca de la gente, que los escucha y arenga las viejas consignas que los desposeídos saben de memoria, sea porque las escucharon del EZLN, del EPR, del PRD o cualquier otra franquicia que dice dar la vida por sus causas.
En el fondo, López Obrador no propone nada y no organiza nada que le sirva a la izquierda y menos al PRD. Eso sí, mantiene vivo el germen de su popularidad y acumula membresías para lo que tarde o temprano será su propio partido. Lo que importa es el poder, a partir de la rentable popularidad. El papel del nuevo líder del PRD parece reducido a la vieja figura del “abonero”, que de tanto en tanto regresa por su cuota de fidelidad, con la promesa de algo mejor. Y esas ya son las nuevas raíces del PRD, el mayor partido de la izquierda mexicana, el que sepultó no a los Cárdenas, sino al cardenismo, el movimiento social más enraizado en los movimientos sociales y en la defensa del patrimonio nacional.
En política, las facturas se pagan, y en las próximas semanas veremos la reacción de los cardenistas en Michoacán. Y son muchos los que “con los pelos de la burra en la mano”, auguran otra estrepitosa derrota del PRD y, en consecuencia, otro triunfo de la derecha.
Ganan ‘Los Chuchos’
A pesar del penoso espectáculo que ofrecieron los congresistas del PRD —del escandaloso fraude que los lopistas hicieron en no pocas votaciones en las mesas de trabajo, y el vergonzoso culto al “hombre fuerte” que mostraron santones de izquierda como Alejandro Encinas y Martí Batres al negarse a la autocrítica—, quedó claro que el congreso de ese partido y la unidad mediática que simularon, no fue más que un acuerdo interno para el reacomodo de piezas, una vez que en la derrota electoral de 2006 algunos grupos resultaron gananciosos.
Es evidente que la alianza que llegó con el mayor número de congresistas, Los Chuchos y otras tribus menores, debieron ceder en posiciones que, para efectos de imagen mediática, mostraron un notable predominio del liderazgo de AMLO. Negociadores como pocos, y con una depurada habilidad política, Los Chuchos sabían que sin López Obrador como figura central en el congreso, su mayoría y sus logros resultarían cuestionados. Por eso hicieron todo lo posible por garantizar la presencia del líder social, a quien le brindaron el escenario de apertura, y le ofrecieron garantías de que los resolutivos no plantearían una dirección contraria a sus postulados.
Por eso no debe extrañar a nadie que entre los resolutivos se alcanzara un acuerdo unánime que ratifica que el PRD no acepta la legitimidad del gobierno de Calderón, que no se negociará nada con “el espurio”, que está en contra de la reforma fiscal, y que se reivindica el liderazgo de López Obrador, por lo que muchos se negaron a la autocrítica, dizque para no dañar la imagen del “legítimo”. Todos esos son puntos que sin duda ganó el grupo lopista, pero que eran parte de acuerdo que hizo posible que AMLO acudiera al congreso. Para Los Chuchos todo eso era lo de menos. Nueva Izquierda entendió que en su estrategia lo importante no eran las cuestiones de forma, sino los que ellos llaman “el fondo”. ¿Y eso qué quiere decir? Lo importante para Los Chuchos es el control del partido. Un vez que logren eso cobrarán las facturas. Son dos los elementos fundamentales para Nueva Izquierda: que el congreso ratifique que la elección de la nueva dirigencia del PRD —prevista para marzo de 2008— se haga a partir del voto sólo de los militantes. Esa fórmula le dará ciertas garantías a Los Chuchos de alcanzar, finalmente luego de una década, el control del partido. Ese objetivo ya fue alcanzado por Nueva Izquierda, cuyos delegados finalmente ganaron la batalla.
Pero además, Los Chuchos y sus aliados propusieron lo que ellos llaman “la institucionalización” del partido. Es decir, que dirigentes, líderes, gobernadores y jefes legislativos se sometan a una línea única dictada por el partido, y que ya no ocurra lo que hoy todos saben, que cada quien hace lo que le place, entiende la línea y la estrategia del partido como le place, y hasta existen líderes y gobernantes que actúan contra el partido. Para ello se propuso la desaparición del Comité Ejecutivo Nacional y se propuso la creación de un Consejo Político Nacional (CPN), un órgano macrocefálico, al estilo del buró soviético, que mete al mismo saco a los dirigentes del partido, ex presidentes, personalidades y gobernantes. Ese salto al pasado también fue ganado por Los Chuchos, lo que significa que los grandes ganadores del congreso, en cuanto a los objetivos políticos internos, son el grupo de Nueva Izquierda y sus aliados.
Con esos dos triunfos, Los Chuchos podrán llevar a uno de los suyos a la dirigencia del CPN, y tendrán muchas posibilidades de ganar más de 70% de los lugares a puestos de elección popular para las elecciones federales de 2009, para la renovación de la Cámara de Diputados. Ese es el objetivo de ese grupo político del PRD. Lo demás, es lo de menos.
Miedo a la verdad
¿Pero qué pasó con la discusión que muchos esperaban, con la revisión ideológica, táctica y estratégica que otros creían debía realizarse en el congreso? En los días previos al congreso del PRD, entre dirigentes, líderes y hasta gobernadores surgió un debate al que muchos le entraron, pero que no llegó al congreso. Las interrogantes centrales de ese debate eran las siguientes: si el 2 de julio hubiese ganado la Presidencia el candidato López Obrador, ¿el partido con el que habría ganado sería el modelo de partido? ¿La crisis del PRD es una crisis de la derrota o una crisis estructural?
Un sector del PRD entendió que la cercanía del poder desvió al partido de su origen, sus objetivos fundacionales, y hasta de su ideología, táctica y estrategia. ¿Por qué no llegó ese debate al congreso? Lo que ocurre es que a nadie le importa una discusión seria y a fondo de lo que pasa en el partido; ¿por qué la derrota electoral, las fallas en la estrategia, en el programa del candidato? A nadie le importa cambiar el rumbo, rectificar las desviaciones, impulsar la autocrítica como partido de izquierda, y menos les interesa ponderar la conveniencia de impulsar desde los órganos legislativos el cambio que se propuso el PRD como bandera fundacional.
¿Por qué los perredistas no presentaron una discusión sobre el partido que quieren, frente al supuesto fraude, como se hizo en 1988, frente al fraude de Salinas, que precisamente dio origen al PRD? ¿Por qué el miedo a la crítica y sobre todo a la autocrítica? Las respuestas parecen básicas. Según algunos perredistas que impulsaron la autocrítica y que proponen una revisión de fondo, esos temas no llegaron al congreso porque si se designa una comisión que investigue lo ocurrido en la elección de 2006, se podría comprobar que más allá del supuesto fraude —de los fallos y errores de las instituciones, y de la intromisión ilegal de Fox y de grupos empresariales—, la derrota electoral y la pérdida de la Presidencia se debió a los errores del partido y de AMLO, quien al viejo estilo del PRI controló hasta el último detalle de la campaña, sometió al partido y se equivocó en tantas cosas que sería posible hablar no de un triunfo del PAN, sino de una autoderrota del PRD. Y eso lo saben no pocos perredistas que no se atreven a decirlo en público. Es el miedo a la verdad.
El día después
Por lo pronto, hoy muchas voces del PRD, de la llamada izquierda, que saldrán a los medios a festejar los resolutivos del décimo Congreso Nacional del PRD, le acreditarán el triunfo de las escaramuzas al “legítimo”; otros dirán que ganaron Los Chuchos y sus aliados, y serán muy pocos los que reconozcan que el de los días previos entre las tribus perredistas fue mucho más que un congreso; fue lo más parecido a colocarse en el cadalso, ante el riesgo de que en cualquier momento alguien jale la cuerda. Al tiempo