El asalto a la razón
Milenio
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La patria no es, Pemex no es, la soberanía no es, “la gente” no es, “el pueblo” no es, pero los reporteros que pusieron grabadoras en la ventana del cuartel general del movimiento “por la defensa del petróleo” documentaron lo que sí es: la canija necedad por el Palacio Nacional, si no se puede antes, aunque sea en 2012.
Así se entiende, por hilarante que a los escépticos les haya parecido, el mensaje de ayer en la Plaza de la Constitución, donde López Obrador admitió que no puede aún cantar victoria.
Pretextó que “es mucha la codicia de quienes quieren convertir la industria petrolera nacional en una negocio privado”, e insistió en que los malosos Calderón y Mouriño (con “sus socios nacionales y extranjeros”) necesitan que se apruebe la iniciativa petrolera para blindarse y “atracar con impunidad en todo el sector energético”.
El tremendismo de su discurso fue proporcional a la magnitud de lo que se propone hacer mientras el debate de la iniciativa discurre y no se llegue al momento fatal en que la mayoría en el Congreso apruebe, con los remiendos que se quiera, la reforma que tan poco le importa pero tanto aire le ha dado a López Obrador.
Para junio, calculó, los 100 mil adelitas y adelitos que lo siguen se habrán duplicado y visitarán casas en todo el país para entrar (con él en la primera línea) “en comunicación de manera permanente con diez millones de familias”. Esto quiere decir que la venta puerta por puerta del susto, con la Buena Nueva de que alguien se preocupa por los mexicanos, competirá con el proselitismo tenaz de los testigos de Jehová y otros “protestantes”.
A los recelosos que no faltan en su feligresía, López Obrador les hizo ver que “la razón tarda mucho en madurar” pero “siempre llega y entonces se convierte en verdad de todos”.
Patrimonialista en el manejo de su liderazgo, este domingo, en ecuménico duelo con su vecino ocasional, el cardenal Norberto Rivera, fue más bien apostólico y pastoral:
“Aceptemos la afirmación del amor como la mejor forma de hacer política. No debe caber en nosotros ni el odio ni la amargura. Seamos el amor que todo lo da. Amar es perdonar en todo instante. Que nos mueva el amor a la Patria y la vocación humanista del amor al prójimo. Luchar por los pobres, los humillados y los ofendidos, es nuestro propósito esencial. Tengamos la confianza de que la fuerza del amor se impondrá sobre la codicia y la manipulación…”, predicó.
Por lo pronto, pues, abonó la tierra de la desesperanza que sembró con su letal intromisión en la elección interna de su partido y con la orden a sus incondicionales (con toda su secuela) de asaltar el Congreso.
Tiempo hay para todo, reza el Eclesiastés, y mientras viene el tiempo de guerra, esta vez se lo dio para “amar”.