Retrovisor
Excélsior

Por eso no se vale el juego de la purga: que si el malo de la película es Joel Ortega, el titular de la seguridad pública capitalina, el policía mayor, pues, o Guillermo Zayas, el responsable del operativo y que era director de la Unipol o sólo el grupo de uniformados que empuñaron el tolete, es decir, los enviados de siempre al matadero.
No se vale, porque la responsabilidad es de todos ellos como ejecutores del aparato de violencia institucionalizada que atropelló los derechos humanos y la vida de los adolescentes y jóvenes reunidos para divertirse, expresarse, sentirse, para ser.
Por eso indigna la incapacidad de todos, sin excepción, para hacerse cargo de la parte que les corresponde. Cada quien a su modo cayó en la caricatura del ahora ex delegado de la Gustavo A. Madero, Francisco Chígil Figueroa, quien tuvo el cinismo de traer acarreados a sus oficinas para que le echaran porras y vivas.
Porque no se vale su montaje, una burla al dolor de los deudos, pero tampoco el apuro de Ortega por resguardar su imagen y la simulación de manos lavadas de Marcelo Ebrard, tan audaz para apartarse el bulto, pero tan responsable como todos del boquete que ese viernes negro nos ha causado a los habitantes de una ciudad herida, vapuleada, desesperanzada ahora por una violencia institucional que ha matado a nueve muchachos y a tres de sus empleados policías.
Eso es lo que ha ocurrido en el News Divine: ha hecho sangre, literalmente hablando, un modelo de relación política, social y jurídica de las autoridades capitalinas con sus púberes ciudadanos de las clases populares.
Ese es el drama que ninguna renuncia logra ni busca limpiar. Porque en el festín de los chivos expiatorios nadie asume que estamos frente a un putrefacto trato, no, mejor dicho, maltrato, entre gobierno y gobernados.
Claro que aquí habíamos celebrado con júbilo de política pública el programa de becas económicas de Ebrard para los jóvenes de bachillerato de la zona metropolitana. Y considerábamos en su momento que era un acto de auténtica compensación social porque abría la puerta a la permanencia escolar, combinando la universalidad con el mérito, ya que si bien es para todos los estudiantes de enseñanza media superior, mejora la cuota dependiendo de las calificaciones.
Pero si ese gobierno que toma el camino del Estado benefactor con los jóvenes es el mismo que en el plano de la seguridad los reprime con un operativo de vergüenza, que los acorrala en un centro de diversión, quiere decir que estamos frente a un poder que desdeña el carácter ciudadano de sus gobernados y que se considera no administrador sino dueño del dinero que reparte, y propietario, no receptor, de la fuerza represora.
Entonces el drama se agiganta. Porque aquel René Bejarano con el dinero y las ligas en los bolsillos no es un chiste del pasado inmediato, sino el jefe político del delegado Chígil, y los ahora tan balconeados agarrones entre Ebrard y Ortega no son un problema de química personal, sino un indicador de que el reparto en el ejercicio del poder capitalino huele a mafia. Además, y ese no es un detalle aislado, el jefe del Gobierno capitalino conoce las entrañas de esa policía de la que estuvo a cargo en el sexenio anterior.
Y así como 30 adolescentes y jóvenes que sobrevivieron en el News Divine tienen todavía la huella del delito en una marca con tinta y número que esa policía putrefacta les hizo, luego de desnudarlas en unos separos, ganándose la condena de la UNICEF, así los muertos del viernes negro llevan la marca de ese ejercicio del poder clientelar y represor que se autodenomina de izquierda.
A 11 años de la llegada del PRD a la Ciudad de México, por salud ciudadana y política de la nación, urge un examen a conciencia de la política pública de seguridad que merecería una sociedad democrática, independientemente de sus proclividades electorales, siempre cambiantes.
Por supuesto que no vamos a decirnos engañados porque a partir de la tragedia del día 20 de junio descubrimos que las cosas se quedan en una etiqueta ideológica. Sabemos de tiempo atrás de la falta de congruencia y del origen priista de Ebrard y sus estilos. Lo que andaba oculto era el grado de descomposición de su aparato de seguridad y de lo fundamental que éste resulta para la gobernabilidad y el reparto del poder, incluyendo la relación con los giros negros.
Lo que tampoco sabíamos era el nivel de ceguera de nuestros intelectuales y activistas de derechos humanos y de la integridad de las mujeres, quienes nunca están despiertos cuando el escándalo suena del lado del gobierno perredista.
Y no se vale que mentes lúcidas, capaces de desentrañar fraudes electorales, ahora digan que en cualquier gobierno del mundo pasan estas cosas y que el problema radica en la ilegalidad de las drogas. No se vale el silencio de las ONG, siempre listas para descalificar los programas gubernamentales y la complicidad de las feministas frente a uno de los atropellos más documentados y reveladores de la violación a las garantías individuales de un conjunto de niñas y púberes.
No se vale. Porque al final de cuentas, esa generación que creció con la idea de la estructura y la superestructura, desde la mirada marxista, sabe que el poder militar y policiaco es coercitivo por naturaleza. No se vale, porque su silencio institucionaliza la podredumbre y legitima la violencia de Estado que sin pudor condenó a la asfixia a 12 mexicanos. No se vale.