Pablo HiriartVida Nacional
Excélsior
Lo que ocurrió el jueves 21 en Palacio Nacional fue mucho más importante que una “cumbre”, un “cónclave” o como se le quiera llamar a la reunión del Consejo Nacional de Seguridad.
Es cierto que hubo algunas promesas repetidas y los mismos golpes de pecho de políticos-actores ante los resultados desastrosos de su grisácea indiferencia.
Ojalá esta vez se cumpla con lo que ahí se ofreció.
Pero lo diferente, lo más importante que hubo en esa reunión, fue la presencia de ciudadanos sin cargos ni aspiraciones políticas que, en voz de Alejandro Martí, le dijeron a la clase gobernante que está reprobada.
Se lo dijeron ahí, en Palacio Nacional.
Sin histrionismos ni exageraciones, Martí inauguró lo que debería ser una nueva era en las relaciones entre gobernantes y gobernados.
Basta de autoengaños.
Desde el jueves todo México sabe que si el Estado se deja rebasar por la delincuencia, también va a ser rebasado por la sociedad.
Los grupos políticos que de alguna manera usan a la delincuencia para financiar sus actividades, ahora saben que no están solos.
Un sector importante de la sociedad se les ha puesto enfrente.
El pasado jueves se vio que en la ciudadanía hay carácter y voluntad para evitar que el país caiga en manos de las hermandades entre autoridades y delincuentes.
De las palabras de Alejandro Martí se destacó esa parte en que dijo a las autoridades, de los distintos niveles de gobierno, que “si no pueden, renuncien”.
Desde luego fue lo más fuerte que se ha oído en Palacio Nacional en muchos años.
Pero no fue lo único importante que expresó Alejandro Martí.
Dijo también que “nuestro país está lleno de jóvenes recién egresados de las universidades que requieren el trabajo de ustedes y que estarían gustosos, con todo el entusiasmo de gente joven y limpia, nueva y no maleada, de hacer el trabajo que ustedes no están haciendo”.
Eso es verdad y no sólo en la política.
Que se pague bien a los policías, con ascensos por méritos, y veremos cómo se abren espacios para que esa gente entusiasta, joven y limpia, tome gustosa el papel de proteger a la sociedad.
Que se sometan a concurso todas, absolutamente todas las plazas en el magisterio, y veremos cómo hay maestros jóvenes y preparados que le darían un vuelco a la pésima calidad de la enseñanza que hay en el país.
Que se abran espacios a las nuevas generaciones que quieren más al deporte que al dinero y al prestigio social y veremos cómo despierta ese enorme potencial competitivo que hay en los atletas amateurs.
Alejandro Martí preguntó, ante el secuestro y el asesinato de su hijo —y de muchos otros—, “¿quién es más culpable: el que deja hacer o el que hace?”
La respuesta es obvia, y ahí está el nudo de nuestras desgracias.
La autoridad que negocia la ley por conveniencia política, por miedo al fuerte, por imagen pública o por rutina, es la responsable de la degradación de toda la pirámide del Estado de derecho.
Por eso estamos como estamos.
Porque hay autoridades, muchas, que dejan hacer a las policías a cambio de réditos políticos: espionaje, extorsión, presión a los adversarios.
Hay autoridades, demasiadas, que usan a las policías para financiarse ellas, financiar a sus movimientos políticos o ambas cosas, a través del control (extorsión) de los giros negros, de los invasores de predios, de los traficantes de personas, de los narcomenudistas, de la piratería y el contrabando.
A cambio de esa complicidad con poderes políticos, las policías tienen carta blanca.
¿Quién es más culpable: el que deja hacer o el que hace?, preguntó Martí.
La respuesta es obvia en nuestra realidad: el que hace (el delincuente), lo hace porque lo dejan hacer (las autoridades).
Mienten quienes dicen que la indignación que llevó a la sociedad a expresar su voz en Palacio Nacional fue porque el secuestro y el asesinato de Fernando Martí “tocó el corazón de las élites”.
Todos los sectores sociales padecen los estragos de la delincuencia que no secuestra ni mata por hambre, sino porque hay autoridades que se lo permiten.
Martí abrió su intervención con referencias a la gente humilde que es asaltada para robarles la quincena en el pesero, a los albañiles que son despojados impunemente de su salario y al que le meten un tajo en el estómago para robarle el taxi.
Todo el México de trabajo se pudo identificar con las palabras de Alejandro Martí y con el dolor de su familia.
Eso es lo que les molestó a los integrantes de una minoría violenta que de alguna manera se hizo presente afuera de Palacio Nacional.
Esa minoría piensa que el país se debe descomponer aún más para quedarse con los despojos.
Piensa que con 20% de apoyo (palabras de Muñoz Ledo) les basta para formar un gobierno nacional y quedarse con la nación.
Le dio miedo a esa minoría.
Eran los dueños de la situación.
Iban solos.
Ya no.