Pablo HiriartVida Nacional
Excélsior
Tal vez la joven cadete del Heroico Colegio Militar, Ingrid Berenice Martínez Murguía, no había leído el discurso de Winston Churchill del lunes 16 de junio de 1941 en la Universidad de Rochester, pero no le hizo falta.
En aquella fecha, cuando Gran Bretaña enfrentaba prácticamente sola el avance de las fuerzas nazis sobre Europa, y el ejército de Hitler se engullía Polonia, Grecia, Checoslovaquia, Noruega, Francia y los ingleses daban la pelea por el mundo libre, Churchill dijo algo tan sencillo como cierto: “unidos, aguantaremos; divididos, caeremos”.
Esa verdad tan sencilla, nos la recordó la cadete Martínez Murguía en el acto de conmemoración del 161 aniversario de la gesta de los Niños Héroes de Chapultepec.
La vorágine de los acontecimientos han hecho pasar desapercibidas las palabras de la joven alumna del Colegio Militar, pero conviene recordarlas porque apuntan, sin exageraciones, a lo que estamos viviendo en México en estos días.
“Durante este trayecto de la invasión a la fecha, México ha debido enfrentar retos muy altos y grandes desafíos, incluyendo el capricho ideológico, la violencia sobre la razón, conspiración e insidia.
“Los resultados: devastadores, sufrimos invasiones, perdimos territorios, padecimos asonada, golpe de Estado, traiciones reiteradas, y lo más lamentable, se bañaron de sangre y desolación entre hermanos, nuestras tierras, valles, mares y ríos”…
Esas han sido, en efecto, las consecuencias que ha pagado el país cuando su población ha estado dividida en lo fundamental.
Esa es la importancia de la unidad nacional en momentos como el actual, en que hay un enemigo que ataca, mata, tiene mil cabezas y se enfrenta a un estado poroso, infiltrado en algunas de sus instituciones de seguridad.
Un sector de la sociedad ha entendido la gravedad del problema, pero hay otro, minoritario, que no cree en la necesidad de unirse “todos en uno” contra el enemigo común.
Creen, lamentablemente, que llamarlos a la unidad es convocarlos a claudicar.
El enemigo está aquí, y la cadete Martínez Murguía lo comparó con las fuerzas invasoras extranjeras, y con quienes desde dentro les hicieron el juego:
“Cuando todos deberíamos estar empeñados a fondo para superar las desigualdades y retos de la modernidad, se tiene que combatir a quienes manchan sin escrúpulos la tierra que nos vio nacer.
“Enfrentamos todos los días a los nuevos traidores de la Patria, que inhumanamente siembran el miedo en la sociedad, acotan las libertades de nuestros compatriotas y pretenden que prevalezca el pánico, segando con saña la vida de nuestros propios paisanos.
“No les importa envenenar a jóvenes, adolescentes o niños, ni ser lo más vergonzoso, repulsivo y denostable de nuestra sociedad. Tampoco miden el alcance de sus prácticas perversas, alevosas, sanguinarias y cobardes por los señuelos del dinero fácil.
“Esos individuos que desean mantener privilegios y poderes fundados en el patrocinio de la violencia y criminalidad, pretenden también sembrar dudas, discordia y desconfianza sobre la determinación con que se enfrenta la felonía de sus actos.
“Sus hechos protagonizan acciones fratricidas en un camino sin retorno, de error, daño e ilegalidad.
“Ayer murieron mexicanos ante huestes extranjeras por defender lo nuestro, ahora manos y mentes criminales arrebatan vidas y patrimonio sobre sus hermanos de suelo, cielo y religión”.
Esas palabras fueron pronunciadas horas antes del atentado criminal en la capital de Michoacán.
Ahora se oyen voces que aconsejan ceder ante la presión de los grupos criminales.
Sería muy bueno que volvieran a leer el discurso de la cadete Martínez Murguía.
O que lean a Churchill, en aquel pasaje que recuerda su secretario privado John Colville en su libro A la Sombra de Churchill, referido a quienes sugerían una paz negociada con Hitler, en enero de 1941:
“Nunca cedas, y nunca lo lamentarás”.
Así se salvó el mundo.
Así se debe salvar México.