mayo 06, 2009

“El virus de la idiotez…”

Francisco Garfias
Arsenal
Excélsior

¿Esconder el problema unas horas o días más? ¿Ignora López Obrador que la atención médica al contagiado es de vida o muerte?

Andrés Manuel López Obrador volvió ayer a las andadas. Al más puro estilo del “¡cállate, chachalaca!” que le dedicó a Vicente Fox en la campaña presidencial de 2006, El Peje le declaró ayer al periodista Carlos Puig, en el noticiero de éste en la XEW, que a Felipe Calderón ya le dio “el virus de la idiotez”.

El tabasqueño, todo él, es una contradicción. Dice que Felipe ha manejado la crisis sanitaria de manera “torpe e ineficaz”, pero no tiene empacho en justificar las medidas, aún más radicales, de Marcelo Ebrard. “Él—Marcelo— gobierna con mucha presión. Si no hace nada, los medios se lo comen”, argumenta.

Así de objetivos son los juicios del llamado —por Enrique Krauze— mesías tropical.

AMLO acusa al Presidente de la República de infundir miedo. No le pareció que, apenas terminada la reunión del 23 de abril, donde se decretó la alerta roja, haya ido a la televisión “de manera apresurada” a decir que había una epidemia y que ya iban 20 muertos.

“Eso desató en los medios de comunicación una alarma general, infunden miedo, y ahí están las consecuencias que se están viviendo”, dijo. Era necesario, según él, “trazar primero una estrategia y localizar bien el problema”.

El anuncio de la alerta se hizo al final del día. ¿Había que esperar una noche más para elaborar la estrategia? ¿Esconder el problema unas horas o días más? ¿Ignora López Obrador que la atención médica al contagiado es de vida o muerte? El argumento brinca por sí solo, y ubica al legítimo donde usted, lector, está pensando.

¡De la que nos salvamos!

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Ebrard no tiene la culpa de lo que hace o dice el jefe político de los ayatolas amarillos, pero ya va siendo hora de que tome sus distancias. No hay duda que pagaría un costo político con los incondicionales del Peje, si se decide a dar el paso, pero ese apoyo no le basta si quiere hacer realidad su sueño de ser Presidente de la República.

Si hacemos a un lado su protagonismo —él encabeza cotidianamente las conferencias de prensa sobre la alerta sanitaria—, Ebrard sale bien librado de esta crisis. Tiene buena parte del mérito en la estabilización de la propagación del virus. Las drásticas medidas que impuso, sobre todo a los restauranteros, contribuyeron a evitar un contagio mayor.

Marcelo y algunos de sus colaboradores han vivido fuertes sacudidas: el terremoto de 1985; el aborto de la firma de la paz en Chiapas, la muerte de Colosio, el linchamiento en Tláhuac, el News Divine… “Esta es la más cabrona”, admitió, sin el menor asomo de duda, un viejo colaborador del jefe de Gobierno.

En el GDF, por cierto, nos explican que no manejaron información sobre la junta de Marcelo con el presidente Calderón, miembros del gabinete de éste, y los gobernadores, “porque no tuvimos acceso”. El manejo estuvo a cargo de la Presidencia de la República, que se encargó de difundir la foto del encuentro, celebrado en los jardines de Los Pinos.

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La pena de muerte ha sido generalmente tema de los partidos de la derecha y no de las agrupaciones ecologistas, que tradicionalmente la combaten. En otros países, los llamados “verdes” trabajan por las causas de la izquierda, pero, en México, los chicos de Jorge Emilio González, quien heredó el partido de su padre, se han montado en ese debate tramposo y falso que es el de la pena capital.

Los legisladores del PVEM tienen claro que lo que promueven en sus espectaculares —están por todos lados— no tiene viabilidad. No tienen, ni de lejos, el apoyo que requiere una reforma constitucional. El senador Arturo Escobar lo reconoció hace tiempo, en charla con este reportero.

Pero es lo que menos importa. El tema les ha resultado muy rentable. De acuerdo con la última encuesta de Consulta Mitofsky, los verdes ya andan en 9% de las preferencias electorales. “Con tristeza tengo que aceptar que les ha funcionado”, reconoció hace poco un especialista en la materia.

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En el IFE están más tranquilos con la vuelta a clases y la reapertura de los restaurantes. Creen que eso reabre las posibilidades de que la segunda fase del famoso programa de capacitación se pueda llevar a cabo en un entorno de menor desconfianza. Y es que el programa implica entrar a los domicilios a hablar con la gente. “Estamos algo más optimistas”, subrayó el consejero electoral Benito Nacif.

http://panchogarfias.blogspot.com

Ebrard no tiene la culpa de lo que hace o dice el jefe político de los ayatolas amarillos, pero ya va siendo hora de que tome sus distancias.

Sobre epidemia, sociedad y ética

Ricardo Pascoe Pierce
Analista político
ricardopascoe@hotmail.com
El Universal

Con el país entero atento a las indicaciones de la Secretaría de Salud para mejor afrontar el riesgo de una epidemia que aún pudiera sofocar muchas vidas, vienen a la mente otros acontecimientos que han sacudido igualmente a nuestra sociedad.

El movimiento del 68 y en particular la masacre de Tlatelolco conmovieron hasta sus cimientos a la sociedad mexicana. A pesar de que ocurrió en el DF puso un signo de interrogación esencial al régimen político a nivel nacional, del cual éste nunca se libró. Abrió las puertas a la reforma política una década después, que le permitió a la izquierda participar, por primera vez, en las elecciones. En 1979 el Partido Comunista alcanzó diputados, y en 1985 lo consiguieron los partidos Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y Mexicano de los Trabajadores (PMT).

En 1985 un temblor sacudió al DF, aunque tuvo efectos hasta Jalisco. Hubo una gran movilización social en la ciudad, llenando el vacío que dejó la conducta miedosa y vacilante del presidente y del regente. Después, en 1988, las elecciones presidenciales confirmaban o por lo menos predecían la caída del PRI. La ciudad de México votó masivamente contra el PRI y eligió a senadores y diputados de oposición por primera vez en la historia reciente. Sucedió lo mismo en Michoacán y otros estados.

Ambos casos implicaron un enfrentamiento, literal o virtual, entre sociedad y Estado. También tuvieron como saldo que el Estado se vio obligado a transformarse democráticamente, aunque fuera a regañadientes. En la sociedad también se dieron cambios importantes. La política empezó a adquirir una relevancia que no había tenido en la toma de decisiones. El voto ha adquirido una importancia que jamás tuvo en nuestra cultura política. Aun hoy se promueve la anulación del voto como forma de protesta contra los partidos. Antes, ese gesto no habría tenido valor. La sociedad ha adquirido nuevas responsabilidades. Debe saber qué hacen sus representantes, cómo gastan el dinero y qué decisiones estratégicas toman en nombre del pueblo.

Con la emergencia que aún vivimos sucede algo parecido. Es un fenómeno que sacude a toda la sociedad y ha obligado a todos a ponerse en alerta. El Estado dictó medidas y la sociedad las acató. Es quizá este detalle lo que ilustra la diferencia entre otros eventos que conmocionaron al país y la actual crisis. Ahora la crisis no está construyéndose sobre la base de un enfrentamiento entre sociedad y Estado, sino que el signo notorio es la obediencia de la sociedad. Ahora, lo interesante es indagar las razones de este rasgo singular de la crisis actual.

La respuesta fácil será la partidista. Unos dirán que es porque el PAN hace buen gobierno, y otros dirán lo contrario. Hay quienes afirman que la influenza es un invento panista para favorecerse en las elecciones. Pero lo más interesante es observar la forma en que el gobierno ha tenido que manejarse: con datos y hechos ante el país y el mundo. Ha tenido que conducirse como un Estado que da la cara a una sociedad democrática que exige transparencia y claridad de sus gobernantes. Y éstos, obligados por los hechos y por la globalización, a dar respuestas precisas.

El miedo a la muerte ha movido a muchos a conducirse con disciplina y apego a los lineamientos de salud. La crisis podría derivar en una nueva conciencia nacional sobre la necesidad de promover la limpieza personal en hogares, calles, espacios públicos. Y, por tanto, de sostener una nueva relación entre los individuos: de mayor consideración, disciplina y apego a la ley. El saldo más deseable pudiera ser que nos volviésemos una nación creyente en el estado de derecho. Por lo pronto, es evidente que nos estamos volviendo una sociedad que sabe que debe asumir sus obligaciones ante los demás individuos.

Está por verse el efecto duradero de esta crisis sobre la sociedad. ¿Nos volveremos más solidarios, incisivos, exigentes pero tolerantes, capaces de exigir conductas rectas a los gobernantes? ¿Cambiaremos nuestros patrones de votación? Las franjas radicales han quedado desnudadas ante una sociedad que no los escucha. Tanto las interpretaciones apocalípticas y cuasirreligiosas, como las “político-partidistas” han demostrado su origen falaz y frágil frente a la realidad de enfermedades que pueden llegar a pandemias.

Mientras las crisis de 68 y 88 referían la exigencia de derechos políticos colectivos ante un sistema autoritario y excluyente, la de ahora plantea la necesidad del individuo obligado y responsable ante un Estado razonablemente democrático, con los derechos políticos intactos.

Voces que se escuchaban antes de la crisis ahora se han silenciado. Voces que seleccionaban sus temas favoritos: era preferible hablar de crisis económica que narcotráfico, o derechos humanos que influenza. Y, sin embargo, todos son tema y todos requieren atención. A la realidad no se le puede “seleccionar” sus temas. Es la realidad la que los define. Los humanos bailamos al son que nos toquen. Es una primera lección de humildad que nos da la influenza.