Arsenal
Excélsior

Andrés Manuel López Obrador volvió ayer a las andadas. Al más puro estilo del “¡cállate, chachalaca!” que le dedicó a Vicente Fox en la campaña presidencial de 2006, El Peje le declaró ayer al periodista Carlos Puig, en el noticiero de éste en la XEW, que a Felipe Calderón ya le dio “el virus de la idiotez”.
El tabasqueño, todo él, es una contradicción. Dice que Felipe ha manejado la crisis sanitaria de manera “torpe e ineficaz”, pero no tiene empacho en justificar las medidas, aún más radicales, de Marcelo Ebrard. “Él—Marcelo— gobierna con mucha presión. Si no hace nada, los medios se lo comen”, argumenta.
Así de objetivos son los juicios del llamado —por Enrique Krauze— mesías tropical.
AMLO acusa al Presidente de la República de infundir miedo. No le pareció que, apenas terminada la reunión del 23 de abril, donde se decretó la alerta roja, haya ido a la televisión “de manera apresurada” a decir que había una epidemia y que ya iban 20 muertos.
“Eso desató en los medios de comunicación una alarma general, infunden miedo, y ahí están las consecuencias que se están viviendo”, dijo. Era necesario, según él, “trazar primero una estrategia y localizar bien el problema”.
El anuncio de la alerta se hizo al final del día. ¿Había que esperar una noche más para elaborar la estrategia? ¿Esconder el problema unas horas o días más? ¿Ignora López Obrador que la atención médica al contagiado es de vida o muerte? El argumento brinca por sí solo, y ubica al legítimo donde usted, lector, está pensando.
¡De la que nos salvamos!
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Ebrard no tiene la culpa de lo que hace o dice el jefe político de los ayatolas amarillos, pero ya va siendo hora de que tome sus distancias. No hay duda que pagaría un costo político con los incondicionales del Peje, si se decide a dar el paso, pero ese apoyo no le basta si quiere hacer realidad su sueño de ser Presidente de la República.
Si hacemos a un lado su protagonismo —él encabeza cotidianamente las conferencias de prensa sobre la alerta sanitaria—, Ebrard sale bien librado de esta crisis. Tiene buena parte del mérito en la estabilización de la propagación del virus. Las drásticas medidas que impuso, sobre todo a los restauranteros, contribuyeron a evitar un contagio mayor.
Marcelo y algunos de sus colaboradores han vivido fuertes sacudidas: el terremoto de 1985; el aborto de la firma de la paz en Chiapas, la muerte de Colosio, el linchamiento en Tláhuac, el News Divine… “Esta es la más cabrona”, admitió, sin el menor asomo de duda, un viejo colaborador del jefe de Gobierno.
En el GDF, por cierto, nos explican que no manejaron información sobre la junta de Marcelo con el presidente Calderón, miembros del gabinete de éste, y los gobernadores, “porque no tuvimos acceso”. El manejo estuvo a cargo de la Presidencia de la República, que se encargó de difundir la foto del encuentro, celebrado en los jardines de Los Pinos.
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La pena de muerte ha sido generalmente tema de los partidos de la derecha y no de las agrupaciones ecologistas, que tradicionalmente la combaten. En otros países, los llamados “verdes” trabajan por las causas de la izquierda, pero, en México, los chicos de Jorge Emilio González, quien heredó el partido de su padre, se han montado en ese debate tramposo y falso que es el de la pena capital.
Los legisladores del PVEM tienen claro que lo que promueven en sus espectaculares —están por todos lados— no tiene viabilidad. No tienen, ni de lejos, el apoyo que requiere una reforma constitucional. El senador Arturo Escobar lo reconoció hace tiempo, en charla con este reportero.
Pero es lo que menos importa. El tema les ha resultado muy rentable. De acuerdo con la última encuesta de Consulta Mitofsky, los verdes ya andan en 9% de las preferencias electorales. “Con tristeza tengo que aceptar que les ha funcionado”, reconoció hace poco un especialista en la materia.
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En el IFE están más tranquilos con la vuelta a clases y la reapertura de los restaurantes. Creen que eso reabre las posibilidades de que la segunda fase del famoso programa de capacitación se pueda llevar a cabo en un entorno de menor desconfianza. Y es que el programa implica entrar a los domicilios a hablar con la gente. “Estamos algo más optimistas”, subrayó el consejero electoral Benito Nacif.
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Ebrard no tiene la culpa de lo que hace o dice el jefe político de los ayatolas amarillos, pero ya va siendo hora de que tome sus distancias.