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Investigador del CIESAS
El Universal

En el discurso político lo primero es saber el lugar que ocupa el emisor y así se podrá entender lo que dijo. A diferencia de la novela de Ahumada, en donde el autor genera una gran desconfianza y fácilmente se pueden encontrar las mentiras y las verdades a medias de sus dichos, lo que sucedió con la entrevista De la Madrid-Aristegui nos ubica en una perspectiva diferente. No hay dudas de lo dicho por el ex presidente ni de su solvencia. El mayor aval de lo que dijo se estableció con la operación de silenciamiento que se hizo en las horas posteriores a la transmisión radiofónica de la entrevista. Al mejor estilo mafioso se hizo un rápido control de los daños para el priísmo salinista, que sigue en la primera línea de ese partido. La versión periodística de Reporte Índigo da cuenta de quién y cómo se hizo una humillante operación de silenciamiento (EL UNIVERSAL, 15/V/2009).
El poder salinista para silenciar al ex presidente fue más fuerte que la voluntad de hacer público su balance político. Sin embargo, paradójicamente, una vez que se hizo la operación de silenciamiento, lo dicho en la entrevista cobró mayor valor. Otra vez volvemos al dilema entre lo nuevo y lo sabido: que la corrupción tiene nombre y apellido; que se robaron la “mitad” de la partida secreta; que hubo dinero sucio y contacto con el narco; que hubo contratos indebidos con Pemex; todo es del conocimiento popular. El grave problema del sistema político mexicano no es que este tipo de actos delictivos pasen, sucede en otros países.
La diferencia es que aquí no pasa gran cosa en términos de justicia. En otros países se juzga y se condena a sus políticos y como resultado varios presidentes están en la cárcel; el último fue Fujimori en Perú. Las palabras del ex presidente De la Madrid nos hablan de la impunidad que domina en México. A pesar de que ya se sabe, no deja de ser muy fuerte escuchar que la justicia estorba al poder y que la impunidad es condición de funcionamiento de la maquinaria del sistema.
Cuando se piensa en dónde estábamos hace 20 años en materia de democracia electoral y de libertad de expresión, es muy sencillo ver las diferencias con la situación actual. Podemos observar cambios, y la mayoría de ellos, positivos. Llegó la alternancia en todos los niveles de gobierno y la competencia electoral es una constante en el país. La alternancia ha tenido implicaciones en la división de poderes y en la mayor autonomía que hoy tienen los poderes del Estado.
Sin embargo, los otros registros muestran que ha regresado el conflicto electoral y la disputa por las reglas del juego (hace unos días el Tribunal Electoral le dio un golpe al corazón de la reforma electoral, al aprobar la publicidad del Partido Verde). El desempeño del Poder Legislativo es poco satisfactorio y los legisladores son poco apreciados por la ciudadanía. El Poder Judicial golpea, de tanto en tanto, a la credibilidad ciudadana por no llegar al fondo de asuntos importantes (sobre todo en expedientes que afectan el poder de gobernantes que han abusado y se mantienen en la impunidad; por ejemplo, el caso del góber precioso y la periodista Lydia Cacho).
A pesar de los cambios, México sigue aprisionado por una complicada y colorida trenza de intereses que tienen capturado al Estado mexicano: monopolios empresariales (por ejemplo, el reciente desafío de TV Azteca a la legalidad), grupos y liderazgos del mundo sindical y corporativo (Gordillo y Valdemar Gutiérrez, los nuevos aliados del panismo gobernante) y, por supuesto, el crimen organizado, que sigue rebasando a las autoridades (una muestra es el reciente “rescate” de los 53 presuntos zetas de la cárcel Cieneguillas en Zacatecas). Quizá por ello hace unas semanas tuvo resonancia en nuestro país el tema de los estados fallidos. El problema de fondo es que los gobiernos de alternancia no han modificado el escenario de captura, corrupción e impunidad. Esa será una de las facturas históricas más relevantes que tendrá que pagar el panismo.
Con los recientes golpes de opinión pública han aparecido de nuevo los sótanos de la política; imágenes desagradables que se amplifican en épocas electorales. Sin duda, mayor combustible para que siga incrementándose la antipolítica, el rechazo abierto a los partidos y a las elecciones.
No son buenas noticias para una democracia incipiente que ha sido severamente vulnerada por estos intereses facciosos. En otros países estas crisis de representación abrieron salidas poco deseables. ¿Podrán surgir opciones políticas que puedan transformar esta descomposición? Por lo pronto, no se ve quiénes ni cómo. En suma, lo que está en discusión no es el pasado, sino sus herencias que afectan el presente y el futuro inmediato.