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El Universal

No es que no quiera hacer el periplo de la cola y la espera; me gusta salir a votar. Me recuerda los domingos familiares. Me parece uno de esos pocos días en los que los ciudadanos nos vemos a los ojos sin querer mordernos. Pero esta vez no voy a votar. Tampoco invito a que me sigan. Simplemente no, porque no tengo por quién y esa debería ser una opción válida en esta y en cualquier democracia, aunque suene ridículo para los defensores a ultranza de nuestro sistema electoral. Usted va al súper con la idea de encontrar tomates, y si no hay, ¿en su lugar se lleva cebollas, focos o fresas congeladas? No. Se lo repito: no es por anarquista o por talibán, por revolucionario, terrorista o degenerado. Es porque perdí mi credencial y el subconsciente decidió no sacarla. Mi consciente lo validó poco después.
Estas elecciones me dan mucha flojera. Ganará el que lance más lodo, como en 2006. O el que logre el trato más jugoso con las televisoras. O el que mejor cuide los intereses de los cinco o seis superpoderosos. Saldrá vencedor el partido que tenga la lengua más larga o contrate al mejor publicista.
Me dan flojera, y desde ahora anuncio que las presidenciales también, aunque estaré atento para ver si retomo mi deber ciudadano. Pero por las vísperas, caray…
No veo candidato en el PAN. Santiago Creel aparece todavía en encuestas. Ja. No, gracias. En el gabinete de Felipe Calderón la caballada está asombrosamente flaca, y es prematuro pensar en alguien como Fernando Gómez Mont por muchas razones: su remota postulación significaría que el Presidente (al que sólo le gustan los incondicionales) estaría dispuesto a entregar la candidatura a un proyecto diferente al suyo. Independientemente de las ideologías, no acepto, no tolero que el PAN haya convertido a cada soldado en un pendón de su campaña. Me parece un abuso. La guerra contra el narco se paga con sangre de mexicanos, y el PAN la usa para generarse votos. Qué poco ético.
Veo muchos suspirantes en el PRI. El gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, parece natural. Termina su mandato en 2011 y hay tiempo para que se le alboroten las aguas. Está Manlio Fabio Beltrones. Hay gobernadores. Y está la misma Beatriz Paredes, cómo no. Pero sobre todo están las encuestas: todo indica que el brinco del PRI es real, que los mexicanos se confirman desmemoriados y que muchos voltearán en esta elección al partido que empobreció a sus padres y a sus abuelos, y ahora, ¿por qué no?, le darán la oportunidad para que los empobrezca a ellos también.
Y está ese mole de olla conocido como PRD, que si lo sueltas en tu mano se te escapa y te deja sólo dos ejotes, un garbanzo, una calabacita y un pellejo de res. Está ese movimiento inconexo, inestable, capaz de revivir a un René Bejarano aunque todos lo vimos por televisión cebarse con los fajos de billetes. Está el PRD, única “opción” para quien tienda a las izquierdas, tristemente. Y bueno, están los dos naturales: Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard.
Alguien dirá que mi actitud es políticamente incorrecta; me parecen más incorrectos los políticos que la libertad de un ciudadano a decidir. Me argumentarán que estoy dejando “que otros decidan por mí”; les recuerdo que los mexicanos dizque decidimos, y después no hay manera de influir en nada: si el presidente o los diputados o los gobernadores o los alcaldes nos llevan hacia el precipicio, ¿cómo se les detiene? No hay mecanismos. Pueden señalarme como manzana podrida, culebra ponzoñosa, calamar gigante e inútil inigualable. Y tendrán razón. Mi única nobleza está en que, conociendo mi condición, tengo la suficiente vergüenza como para no postularme a cargo público alguno.