Jaime Sánchez SusarreyReforma
Al menos 10 demandas se pueden impulsar luego de la anulación del voto; el objetivo del movimiento que inicia debe ser romper el monopolio de los partidos
Todas las promesas que hicieron PAN, PRI y PRD en la pasada reforma electoral se han cumplido cabalmente, pero al revés. Prometieron el fin de la "spotización" de la política. Hoy tenemos 23 millones 400 mil spots carentes de contenido. Prometieron elevar el nivel del debate. A la fecha no hay propuestas ni confrontación de las mismas. Prometieron terminar con las campañas negativas. La realidad es que las descalificaciones se han trasladado de los medios electrónicos a internet.
Anunciaron un IFE con autoridad moral y respetado por todos los partidos. La verdad es que los consejeros y los magistrados del Trife se han convertido en grandes censores con criterios grotescos. En suma, la contrarreforma de 2007 vulneró la autonomía y la credibilidad de las instituciones, arrasó los logros que se habían alcanzado en equidad y transparencia en 1996 y, sobre todo, coartó el derecho a la libertad de expresión y de información de todos los ciudadanos.
Éste es el contexto de la elección intermedia. Cabe por lo mismo preguntarse por quién y para qué votar.
¿Se debe votar por el PRI? ¿Por el partido que impulsó la contrarreforma electoral de 2007 y que -en boca del senador Beltrones- amenazó al gobierno con vetar la reforma fiscal si no se efectuaba la contrarreforma electoral? ¿Se debe votar por los priistas que se pelearon con un molino de viento, la privatización de Pemex, y luego aprobaron una reforma pírrica que no sirve para nada?
¿Hacia dónde voltear entonces? ¿Hacia el partido en el gobierno? ¿El partido que, con la venia del presidente de la República, cambió principios (derecho a la libertad de expresión y de información), convicciones democráticas (el derecho de los ciudadanos a participar libremente en política) e instituciones (la autonomía y legitimidad del IFE) por un plato de lentejas (una "reforma fiscal")? ¿El partido que alabó y festejó las reformas por consenso como si los acuerdos unánimes fueran la esencia de la democracia?
¿Y qué decir del PRD? La corriente Nueva Izquierda que comanda Jesús Ortega es mil veces mejor que López Obrador. No hay ninguna duda al respecto. Pero carece de un proyecto moderno y democrático. Sigue anclada en viejos prejuicios. Por eso apoyó la contrarreforma electoral y la festejó como un avance. Por eso combatió, aliada al PRI más rancio y anquilosado, el fantasma de la privatización de Pemex. Y lo peor, los perredistas siguen siendo chantajeados por el "rayito de esperanza".
La solución tampoco está en los mal llamados partidos emergentes. Se trata, más bien, de pequeños negocios muy rentables. El Partido Verde pertenece a la familia González Torres. La maestra Gordillo utiliza al Panal como un instrumento de sus intereses. El Partido del Trabajo sigue siendo "maoísta" en el siglo XXI. Convergencia es propiedad de Dante Delgado. Y el Partido Socialdemócrata no encuentra la brújula y es muy probable que pierda el registro.
La consistencia y la cohesión de todos los partidos pequeños no dependen de un proyecto ideológico ni de un programa. Dependen de los recursos públicos que reciben y de las canonjías que otorgan a sus militantes privilegiados: alíneate y recibirás un hueso. No viven para la política, sino de la política. Por eso el pragmatismo y el oportunismo son su santo y seña. El Partido Verde es único en el mundo. Ningún otro movimiento ecologista está a favor de la pena de muerte y en contra de la despenalización del aborto.
No hay, pues, por quién votar. Pero la segunda pregunta debe formularse: ¿para qué votar? ¿Para que los diputados y los senadores de distintos colores se fundan en la noche del consenso donde todos los partidos son iguales? ¿Para que una vez que pase la elección se congreguen los diputados para imponernos más IETU y más ISR (Impuesto Sobre la Renta) sin tocar a informales ni evasores? ¿Para que la partidocracia se sirva con la cuchara grande y no se preocupe por el hartazgo ciudadano?
La abstención o la anulación del voto, en todas sus variantes, no son el mejor camino. No son siquiera recursos que se puedan utilizar y promover indefinidamente. Pero en esta elección intermedia es la única herramienta que la arrogancia y la voracidad de los partidos nos han dejado. La esencia del planteamiento es clara: la partidocracia no representa a los ciudadanos ni se preocupa por ellos, su objetivo es preservar sus intereses aun a costa de atentar contra derechos fundamentales -como la libertad de expresión.
El rechazo es importante, además, porque es claro que la contrarreforma de 2007 es un verdadero desastre. En privado y en público políticos de varios colores reconocen que sobrerregularon las campañas y que será indispensable revisar un sinnúmero de artículos. Por eso, la anulación o la abstención el próximo 5 de julio debe ser el inicio de un movimiento ciudadano que se proponga romper el monopolio de los partidos.
¿Cómo? Enarbolando 10 demandas: 1) reelección de diputados, senadores y presidentes municipales; 2) reducción a 100 de los diputados de representación proporcional; 3) desaparición de los senadores de representación proporcional; 4) derogación del párrafo del artículo 41 constitucional que prohíbe las campañas negativas; 5) no a la censura -libertad en los medios de comunicación electrónicos; 6) reducción drástica del financiamiento público a los partidos; 7) recuperación plena de la autonomía del IFE; 8) arrancarle a los partidos el nombramiento de los consejeros del IFE; 9) instaurar las candidaturas independientes; 10) crear la figura de plebiscito.
Este 5 de julio hay que acudir a las urnas, sustraer la boleta, anularla con la leyenda: ¡Basta/10!, exhibirla en el auto o en la casa e iniciar así el movimiento de protesta.