junio 14, 2009

¿Quién diablos propuso el voto en blanco?

René Avilés Fabila
Excélsior

El IFE podrá decir lo que le venga en gana, jamás probará su utilidad ciudadana; lo convirtieron en una oficina al servicio de los partidos.

Explica Leonardo Valdés Zurita, presidente del IFE, que los responsables de la campaña por el voto en blanco son los medios. A su juicio, la sociedad puede actuar como le venga en gana, pero al final triunfará el que tenga un voto más y el IFE se limitará a contar sufragios. Para ganar tanto dinero, la institución tiene un trabajo cómodo. La clase política marcha por la misma postura: la campaña es mediática, despierta sospechas, afirma el ex priista Arturo Núñez. Mi querido amigo Joaquín López-Dóriga una vez le respondió a un político que protestaba por los modos de la información: Los medios sólo reflejan la realidad que ustedes crean.

Mi trabajo como profesor de Comunicación en la UAM-X y mi tarea periodística me exigen estar atento a internet; tengo la obligación de ver y escuchar noticiarios, leo varios diarios y revistas y me queda claro que la campaña por anular el voto salió de una sociedad harta, cuyo malestar por la manera de hacer política en México es evidente. Los medios la han recogido, es su obligación.

¿Tiene sentido hacer un recuento de los horrores del sistema político mexicano, de un sistema exhausto, incapaz de brindarnos soluciones adecuadas, donde la partidocracia (dictadura de los partidos, la llama Marco Rascón) hace y deshace? Oír los intercambios de insultos, mentiras disfrazadas de promesas, ver el despilfarro de dinero, la descomunal corrupción y la ineptitud, son algunas de las causas que han llevado al hartazgo a la sociedad. El IFE podrá decir lo que le venga en gana, jamás probará su utilidad ciudadana; lo convirtieron en una oficina al servicio de los partidos. Al no verse representada la sociedad en este modelo, no tiene otro camino que apelar a las armas que posee: al voto nulo y la insistencia de candidatos ciudadanos.

El abstencionismo siempre ha existido, mas no dice gran cosa, se puede atribuir a la pereza, pero anular el sufragio es otra cosa. También en esta búsqueda social hay otras posibilidades. En Tlalpan, por ejemplo, hay una fuerte discusión sobre la manera de sacar al PRD y su atroz corrupción: unos dicen no hay que ir a las urnas, otros piden darle el voto al partido mejor posicionado para quitar a una mafia cínica. La polémica apenas comienza, la sociedad busca la forma de adueñarse, como debe ser, del poder para darle un uso racional, digno.

La discusión sobre el llamado a votar en blanco es contrarrestada por los partidos, el IFE, las autoridades católicas y los gobiernos. Pero en lugar de regaños a la sociedad y los medios, deberían poner orden interno. Tranquilizar a los partidos. Dudo que los fanáticos de López Obrador gritando majaderías durante el velatorio de Alejandro Rossi en Bellas Artes o Germán Martínez al insultar al PRI o el PRD, junto con el gobierno de Marcelo Ebrard, al hacer timos para someter por completo a la ciudad capital, contribuyan a mejorar el clima turbio que vivimos.

Otros apelan a internet para buscar la mejor forma de actuar y que el sufragio no se pierda. Hablan de una especie de voto útil según las zonas. Esto es, si en Coyoacán el PRD ya es un lastre para el buen desarrollo de la delegación, los demás partidos deberían unir fuerzas para quitarlo. Por ejemplo, el mejor posicionado allí es el panista Obdulio Ávila, entonces otros partidos deberían, en un gesto de inteligencia, cederle sus votos para que gane y aparezca la alternancia.

¿Qué posibilidades tienen el PRI y el PAN capitalinos de enfrentar a los rudos de Convergencia, el PRD y el PT, apoyados en el caudillo tabasqueño y dueños de los recursos del GDF? Mandan incluso gente popular con nulo talento político como Ana Gabriela Guevara o Laura Esquivel. El PT tiene candidatos plurinominales aspirantes a guerrilleros para consolidar, dijo Alberto Anaya, la relación con la guerrilla colombiana, pues las de México nada quieren saber de estas instituciones “de izquierda”.

La lucha capitalina es entre el PRD y el PAN y en Tlalpan y Álvaro Obregón apenas existe el PRI, en tanto que el PAN no tiene el empuje que Demetrio Sodi, Obdulio Ávila y Mario Palacios le han dado en Miguel Hidalgo, Coyoacán y Benito Juárez respectivamente. Es una elección de gobierno en la que Ebrard metió todos los recursos imaginables para vencer al PAN, adueñarse del DF y quitarle la candidatura presidencial a AMLO.

El PRI se ha borrado del DF. La presencia de Beatriz Paredes o de otros dirigentes de ese partido es aquí invisible. Vemos que los candidatos priistas apenas pueden con su alma a causa de la edad y salvo en algunos casos aparecen caras nuevas. ¿Será que confían en que su regreso al poder está en manos de Peña Nieto y que entonces sólo es cuestión de esperar al nuevo caudillo?

Algo es evidente: en México, el Estado, los partidos y el mismo IFE, trabajan para provecho propio, no de la ciudadanía.

El verdadero significado de anular el voto

Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com
La Semana de Román Revueltas Retes
Milenio

Con el permiso de los ciudadanos respondones, el “voto en blanco” debiera de ser negro, negrísimo. Digo, cierta ley de la física, un principio gravitacional o de la termodinámica o de la mecánica de suelos o algo así, establece que los espacios vacíos —inmaculados, es decir, huecos— son inmediatamente ocupados por otras fuerzas. Dicho en cristiano, una boleta electoral prístina, sin signo alguno, es la más tentadora invitación a llenarla de marcas indelebles que favorecerían, según el caso y las aviesas maniobras de los funcionarios de casilla, al antiguo partido oficial o al nuevo aparato gubernamental o a la futura maquinaria institucional.

Desconfíen, pues, gallardos electores, y llenen sus papeletas de mensajes, advertencias, admoniciones, improperios, consignas, garabatos, tachones, tachaduras y rayas multicolores. No voten por nadie o, en todo caso, propongan, para esos puestos públicos tan apetecibles creados por la avasalladora partidocracia que padecemos, a personas de su entera confianza: a familiares, a amigos y a gente respetable.

No importa, en estos momentos, la composición de la futura Cámara bajísima: los resultados no pueden ser mucho peores. Lo que sí cuenta, aquí y ahora, es dejar una huella —tan imborrable como la tachadura que regala un voto a los necios politicastros del montón— de nuestra colosal inconformidad, un registro de nuestro enojo y una constancia de nuestra condición de ciudadanos descontentos.

Y es que, a estas alturas, no estamos hablando de acatar los usos y costumbres de la democracia tradicional —invocados, con todo oportunismo, por una casta dominante que se sirve con la cuchara grande— sino de la jubilosa y refrescante rebelión de los ciudadanos. Son momentos de poner en práctica nuevas reglas más allá de que sepamos, inclusive los individuos rencorosos, que la democracia no se reduce a lo electoral y que, por ahí, pueda haber candidatos decentes. En lo personal —y si me preguntan ustedes— iría corriendo a Nuevo León a votar por Fernando Elizondo y, aquí en casa, le daría toda mi confianza a Raúl Cuadra de la misma manera como Ciro Gómez Leyva, en alguna de sus columnas, dijo, bien alto y bien claro, que en Coyoacán han hecho bien su trabajo los perredistas y que, por ello mismo, votaría probablemente por el candidato del sol azteca. De eso se trata, justamente, la cuestión electoral: de reconocer y de recompensar.

Pero esto, lo del “voto en blanco”, es otra cosa: es una auténtica cruzada de la gente de a pie, un movimiento espontáneo que busca, en ese espacio de expresión cada vez más reducido al que nos han confinado los partidos, alzar la voz y mandar un mensaje. Sabemos, los votantes, que las consecuencias de anular el voto son perfectamente medibles: por ahí, gana el PRI o mantienen su registro los jovenzuelos de la franquicia de la pena de muerte o se consolidan los derechistas más rústicos o triunfan los populistas; la disminución del “voto ciudadano” significará, ciertamente, el fortalecimiento del “voto duro”. Pero, por favor, esta circunstancia ¿significa que nos vamos a acomodar, así nada más, a la realidad de un sistema que no funciona, que vamos a agachar la cabeza, dócilmente, para seguir votando por gentuza cuya primera lealtad no se debe a los ciudadanos sino a sus partidos y a los muy personalísimos intereses que procuran?

No. No queremos ser parte de este juego. La composición de la Cámara de Diputados, en este sentido, carece de importancia porque lo fundamental, más allá de expresar la indignación de los votantes —y de que, por desgracia, una oposición desleal siga obstruyendo arteramente el trabajo del presidente Calderón— es redefinir las reglas del aparato institucional: no queremos, nosotros, que los partidos sigan repartiendo candidaturas “plurinominales” que ya no tienen sentido en estos tiempos de alternancia; no deseamos, tampoco, que sigan ocultando los manejos de sus finanzas; proponemos, además, que establezcan un sistema de reelección consecutiva para propiciar la rendición de cuentas y que reduzcan sustancialmente sus gastos de fondos públicos. Todo esto está detrás del “voto en blanco”: si los resultados en las urnas logran inquietar a la clase política, no será poca cosa que, en un futuro que no debe tardar, el sistema se trasforme y los ciudadanos estemos en mayor sintonía con nuestros representantes.