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La aldea global
La Crónica de Hoy

Pues bien Honduras, el segundo país más pobre del continente y cuyo largo historial de golpes dio origen al término despectivo de “república bananera”, iba este domingo a ser escenario de un golpe de Estado al estilo Chávez, pero se anticipó en la madrugada de ese mismo día otro golpe, en este caso al estilo clásico bananero: el presidente Manuel Zelaya es despertado a punta de fusil y, sin tiempo para quitarse la pijama, es obligado por los militares a montarse en un avión y es sacado del país.
El venezolano Hugo Chávez —cuyas ansias de aferrarse al poder le llevaron primero a encabezar un golpe de Estado militar (1992), que fracasó, y cuando ganó por las urnas, hace ya 10 años, a moldear la Constitución para gobernar indefinidamente— se desgarra ahora las vestiduras erigiéndose como abanderado de la democracia, cuando en realidad está maldiciendo a los nuevos golpistas sólo porque estos militares hondureños no apoyaron el autogolpe que pretendía asestar su aliado Zelaya.
Efectivamente, los militares hondureños le estropearon su plan, consistente en apoyar logísticamente a su aliado Zelaya —con el envío de urnas y papeletas, que el propio mandatario hondureño recogió en el aeropuerto— para haber celebrado el pasado domingo un referéndum con el que pretendía adaptar la Carta Magna de esa nación centroamericana al socialismo chavista, empezando por la reelección indefinida del presidente.
Chávez, ya sabemos, lo mismo manda maletas llena de dinero a Cristina Fernández para su campaña electoral en Argentina, que vende petróleo barato al sandinista Daniel Ortega o a los hermanos Castro, que suministra de armas al boliviano Evo Morales: el objetivo es tejer una red de clientes en toda la región dispuestos a seguirlo donde sea.
A Honduras la tenía prácticamente en su órbita, pero Chávez y su aliado Zelaya cometieron varios errores de cálculo que han llevado a la actual crisis: Honduras históricamente es un país muy ligado a Estados Unidos, no sólo por los centenares de miles que trabajan allí, sino por las ayudas financiera y militar que Washington envía. Prueba de estas buenas relaciones fue la victoria del Partido Liberal, un partido derechista proestadunidense en el extremo opuesto del modelo de izquierda radical chavista que se expande por la región.
Por eso, la sorpresa para muchos liberales tuvo que ser mayúscula cuando su candidato Zelaya, ya elegido presidente, anunció su conversión al chavismo. Pero quizá el error más grave del nuevo mandatario fue pretender que su partido, los votantes liberales y las instituciones del Estado, empezando por el Ejército, se convirtieran también a la fuerza.
Era tal la confianza que tenía Zelaya en sí mismo que la noche del sábado al domingo pasado se fue tranquilamente a la cama sin sospechar que el cese fulminante de su jefe de las fuerzas armadas, Romeo Vázquez, por no aceptar el citado referéndum, declarado además ilegal por la Corte Suprema y el Tribunal Electoral, traería graves consecuencias.
Pero la lógica en cualquier manual democrático habría sido radicalmente diferente a lo que a continuación sucedió. En vez de abrir el Congreso un proceso de destitución contra el presidente, por el desacato manifiesto de Zelaya al Poder Judicial, los militares, con la complicidad de los legisladores y los jueces, optaron por la peor de las soluciones: un golpe de Estado para evitar otro golpe de Estado. Todo al más puro estilo de república bananera.
Las que iban a ser víctimas de la deriva autoritaria de Zelaya —los poderes Legislativo y Judicial, y las fuerzas armadas— son ahora los malos de la película y el presidente depuesto se ha convertido en víctima arropada por toda la comunidad internacional, que exige, como no podía ser de otra manera, la restitución del orden democrático, empezando por la vuelta al poder de Zelaya.
Para empeorar las cosas, el gobierno “de facto” está recortando más derechos civiles y mantiene su desafío a las amenazas de aislamiento internacional. Honduras se hunde así cada vez más en el abismo y crece el peligro real de un enfrentamiento civil entre chavistas-zelayistas y sus adversarios.
Por eso es vital que se imponga la cordura y ésta pasa por el rápido regreso de Zelaya y la apertura de un proceso dialogado y sin revanchas entre las partes, que bien podría pasar por un adelanto de las elecciones de noviembre, para que sea el pueblo el que dirima qué modelo de gobierno quiere.
Sería imprescindible, por otro lado, que el nuevo líder continental del intervencionismo abandone cualquier injerencia en Honduras; no hablamos ya de Estados Unidos, que con la llegada de Barack Obama ha demostrado su voluntad de no interferir en los asuntos internos de sus vecinos, sino del venezolano Chávez, el único mandatario que no le tiembla la voz a la hora de amenazar con sus ejércitos a otros países y el aspirante a un nuevo modelo de imperialismo que empieza a dividir seriamente a los latinoamericanos.