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Día con día
Milenio

Y algo más importante: el síntoma de un rechazo incipiente, aunque largamente incubado, de franjas jóvenes, activas y educadas de la población, hacia los partidos y los políticos.
El aumento cuantitativo de los votos nulos en esta elección es significativo: son más que los obtenidos por cuatro de los ocho partidos que contendieron.
Es absurdo decir que representa la quinta fuerza electoral del país, pues se trata de un conglomerado heterogéneo que no pudo –ojalá pueda— fijar sus demandas en una agenda precisa.
Pero es absurdo también decir que el voto nulo obtuvo “sólo” el 5% de los votos y que su número es un fracaso.
Por el contrario, creo que es una cifra enorme si se la mide con los recursos empeñados en la difusión de la causa, infinitamente menores que los empleados en combatirla.
Me queda claro que si la causa del voto nulo hubiera tenido tantos recursos como tuvieron los partidos menores, sus resultados electorales habrían sido superiores a la suma de todos ellos.
Casi mil millones de pesos recibieron y gastaron en el 2009 los partidos pequeños (Partido del Trabajo, Nueva Alianza, Convergencia y Partido Socialdemócrata).
Con esos mil millones y acceso a la televisión, quién sabe lo que hubieran hecho los anulistas, cuántos ciudadanos que sólo se abstuvieron habrían anulado su voto.
Creo que la elección fue un éxito desde el punto de vista de la afluencia de votantes (42%), alta para tratarse de una elección intermedia. Pero la abstención siguió siendo mayoría y quizá hubiera sido mayor sin los votos anulistas.
Falta desentrañar el sentido del voto anulista. Lo ha empezado a hacer Federico Reyes Heroles que procesa una encuesta nacional sobre ese tema, levantada el día de la elección.
Un primer corte hecho el mismo domingo muestra un sentimiento que debería preocupar a partidos y autoridades. De los ciudadanos que votaron nulo, según esa encuesta, 60% no se sienten representados por su diputado federal ni creen que los partidos políticos los escuchen.
Pero entre los que no votaron nulos el escepticismo es también alto: el 46% no se siente representado por su diputado federal y el 60% cree que los partidos escuchan poco o nada a la ciudadanía.