Leo ZuckermannJuegos de Poder
Excélsior
La decisión de construir una nueva refinería de Pemex es irracional. Se trata de una planta carísima que ni siquiera queda claro si se necesita. La decisión se tomó sin considerar que había alternativas más benéficas. Además, las condiciones económicas han cambiado y el proyecto ha comenzado mal.
No se necesita
Cuando se anunció la construcción de la nueva refinería, un experto en temas energéticos, David Shields, escribió: “La decisión se tomó a pesar de que la producción petrolera tiende fuertemente a la baja, por lo que el abastecimiento de crudo a una nueva refinería implicaría reducir en forma significativa la plataforma de exportación”. En otras palabras: ¿conviene construir una nueva refinería si la producción petrolera va a la baja? ¿Habrá suficiente crudo en los próximos lustros para surtir la nueva planta? ¿Conviene dejar de exportar petróleo para refinar combustibles?
Shields, que conoce los números, recomendaba desde entonces: “Lo primordial, antes de pensar en una nueva refinería, debería ser avanzar con la reconfiguración de las otras cuatro refinerías, ya que agregar capacidad de producción en un complejo existente suele ser más rentable y más rápido que construir uno nuevo. Falta terminar las obras en la refinería de Minatitlán y comenzar las de Tula, Salamanca y Salina Cruz. En el mismo sentido, circula una interesante propuesta para reconfigurar los complejos petroquímicos Cangrejera y Morelos, convertirlos en refinerías y así producir más gasolinas. Las reconfiguraciones son una tarea interminable ante la constante actualización de las normas ambientales y la creciente obsolescencia de las plantas existentes. Por lo mismo, cuando concluye un ciclo de reconfiguraciones —que en Pemex, al parecer, dura 20 años— hay que iniciar un nuevo ciclo”.
Ahí está, pues, una alternativa más racional: en lugar de construir una nueva planta, arreglar las que tenemos.
Un proyecto costoso
El presupuesto para construir la nueva refinería es de nueve mil 123 millones de dólares. Es una barbaridad de dinero comparado con lo que hoy cuesta, por ejemplo, Valero Energy, una de las principales empresas de refinación del mundo. Valero cuenta con 16 plantas con la capacidad de refinar más de tres millones de barriles de petróleo diarios. Además, es propietaria de siete plantas de refinación de etanol, una extensa red de ductos y cinco mil 800 gasolineras en territorio estadunidense. Tomando en cuenta el valor de su acción y los pasivos que tiene, toda esta empresa cuesta alrededor de 15 mil quinientos millones de dólares.
El gobierno mexicano, con los nueve mil millones que piensa invertir en la nueva refinería, podría adquirir la mayoría accionaria, y por tanto el control empresarial, de Valero. De esta forma, México tendría no sólo una nueva refinería, sino 16 más, amén de siete de etanol y una red de distribución de gasolinas en EU.
Y esta es sólo una opción de las múltiples que existen para alguien que tiene nueve mil millones de dólares. Si Pemex fuera racional, sujeto a la lógica del mercado, no construiría una nueva refinería. Buscaría maximizar el retorno de la multimillonaria inversión que de ninguna forma se logra edificando un mastodonte que ni siquiera es claro que se necesite.
Las nuevas condiciones
Las condiciones económicas han cambiado desde que se anunció la construcción de la nueva refinería el año pasado. La recesión económica mundial ha bajado el costo de importar gasolinas. Desde mayo, en el mercado internacional existen excedentes en los inventarios de combustibles. Esto ha hecho que el precio de las gasolinas disminuya. Hoy conviene más importarlas que producirlas.
De hecho, la rentabilidad de las empresas de refinación se ha desplomado, lo cual explica la caída en el precio de las acciones de compañías como Valero. Los reportes de los analistas económicos son claros: refinar petróleo no es un buen negocio en este momento.
Cualquier empresario racional, con estas nuevas condiciones, ya hubiera cancelado la construcción de una nueva planta. No así el gobierno. En vez de dar marcha atrás, y ahorrarse nueve mil millones de dólares en un momento donde las finanzas públicas tienen un déficit de casi cuatro veces esa cantidad, el gobierno se empeña en sostener una decisión irracional.
Comienza mal
Shields lo visualizaba desde octubre del año pasado: “Sólo los políticos jamás los empresarios podrían anunciar un proyecto petrolero de esa magnitud sin definir el sitio ni otros detalles específicos (sobre todo, técnicos) para su realización […] hay un enorme problema de burocratización y falta de capacidad de ejecución en los proyectos de Pemex. Por eso, se ha podido terminar de reconfigurar sólo dos de las seis refinerías de Pemex en un lapso de 15 años”. Y ahora, la petrolera pretende construir una nueva refinería.
Por lo pronto, se ha cumplido el plazo que se le dio al estado de Hidalgo para entregar los terrenos donde se construirá la planta. Por razones burocráticas, todavía no se cuenta con ellos. Comenzó, entonces, una nueva etapa donde Hidalgo y Guanajuato competirán por donar los terrenos. El primero que los entregue se quedará con la refinería.
Independientemente de quién sea, todo indica que la tierra costará una barbaridad de dinero. De esta forma, el primer costo ya estará inflado. Y luego, seguramente, los costos seguirán al alza, de tal suerte que los nueve mil millones se convertirán en muchos más.
La decisión de construir una nueva refinería es irracional. Comenzó mal y va a terminar peor. Se trata de una decisión política sin bases económicas que nos costará miles de millones de dólares en un momento donde el erario está vacío. Pero los políticos no saben hundir los costos de un mal proyecto. Primero se cortan un brazo antes de reconocer que se equivocaron.
Construir una nueva refinería es irracional. Se trata de una planta carísima que ni siquiera queda claro si se necesita.