agosto 07, 2009

Zelaya: inocente sorprendido

Ana Paula Ordorica
Brújula
Excélsior

La visita de Zelaya a México nos permitió ver de cuerpo entero el nuevo estilo de liderazgo en América Latina.

Aquel que se inauguró con Hugo Chávez en 1992, cuando éste le dio un golpe de Estado fallido a Carlos Andrés Pérez, pero que finalmente logró colocarse por la vía electoral en el Palacio de Miraflores en 1999.

Es el estilo del autócrata. Del hombre que no cree en las instituciones, pero quiere que los demás crean que las respeta.

Estilo que le ha funcionado a Hugo Chávez hasta ahora a las mil maravillas.

Va por América Latina y el resto del mundo haciendo y diciendo lo que le viene en gana y linda, de manera astuta, con la delgada línea que separa la legalidad de la ilegalidad.

Tan astuta, que ya lleva una década en el poder. Digno ejemplo para todo aquel líder que siente que un periodo o dos de gobierno son insuficientes. No sabemos si esta forma de pensar se debe a que creen que nadie más puede hacer las cosas tan bien como ellos y que precisamente es necesario mover una que otra reglita, una que otra ley, hacer algunos cambiecitos en la Constitución (en algunos casos reescribirla), todo con tal de que el país gobernado esté mejor.

Y en esa tesitura se movía Manuel Zelaya en Honduras. Hasta que le pusieron un alto.

Pero, de pronto, cuando los hondureños le han dado la espalda al presidente que fue elegido por una agenda, mas a la mitad del camino decidió adoptar la opuesta, ¡oh sorpresa!, el mundo entero le abre los brazos al señor Mel.

Y en primerísimo lugar apoyando a Zelaya ha estado Felipe Calderón.

No ha sido suficiente avalar el Plan Arias, además se le ha invitado a México como jefe de Estado y se le ha recibido con honores en el Senado de la República para que haga dos cosas que lo vuelven a mostrar de cuerpo entero.

La primera, evidentemente, ha sido el apapacho a Andrés Manuel López Obrador. De este hombre, que ha sido el dolor de cabeza de Felipe Calderón desde que ganó la Presidencia. Pero si ese simple hecho no fuera suficiente, ahí está el cínico: “¡Ay!, ¿qué dije?… realmente no quise decir lo que dije…”

Indignante para los que sí creemos en las instituciones y los que vemos como un absurdo que, más de tres años después de haber perdido la elección presidencial, el señor López Obrador siga siendo tan mal perdedor que se haga llamar el presidente legítimo de México.

En segundo lugar, que el depuesto presidente de Honduras denunciara desde México que el golpe que lo derrocó fue financiado por los halcones de Washington a cuatro días de que llegue a nuestro país el presidente de EU y que no hará más que desperdiciar tiempo de la Cumbre de Líderes de Norteamérica y de la reunión con Obama y Harper para hablar de la situación en Honduras.

Tiempo que en este momento podría mejor dedicarse al tema de derechos humanos y los recursos de la Iniciativa Mérida, en el caso de Obama, y al de las visas con Canadá, en el de Harper.

Pero el Presidente que salió en pijama de Honduras y en México recibió el mismo trato que se le dará a Obama y a Harper obliga a modificar la agenda.

Todo sin romper ninguna regla. Pero todo estando muy cerca de hacerlo.

Justo en la raya que le permite poner cara de nocente sorprendido.

El presidente que salió en pijama de Honduras y aquí recibió el mismo trato que se le dará a Obama y a Harper obliga a modificar la agenda.

¿Nuevas 'bases de EU' en Sudamérica?

Andrés Oppenheimer
El Informe Oppenheimer
Reforma

Lo más sorprendente de la indignación suscitada en Sudamérica por los planes de Colombia de permitir "bases militares estadounidenses" en su territorio es que tal vez esos planes ni siquiera existan, y que todo este lío no sea más que una gran metida de pata de Colombia en la forma en que presentó este asunto.

Yo mismo me sorprendí cuando el Canciller colombiano, Jaime Bermúdez, me dijo en una entrevista en su despacho que "no hay un solo centímetro en Colombia en el cual habrá una base estadounidense".

Prácticamente todos los artículos periodísticos que había leído antes de mi llegada a Bogotá señalaban que, tras la decisión de Ecuador de ordenar el cierre de la base estadounidense de Manta en ese país, Estados Unidos estaba negociando para establecer "bases militares estadounidenses" en Colombia.

A principios de esta semana, algunos de los principales países sudamericanos -como Brasil y Chile- expresaron su preocupación por las supuestas "bases militares estadounidenses" en Colombia, y acordaron discutir ese tema en la cumbre de países sudamericanos de Unasur, que se realizará el 10 de agosto en Ecuador.

El Presidente colombiano, Álvaro Uribe, ha dicho que no asistirá a la cumbre, sugiriendo que en la misma Colombia será blanco de un ataque coordinado dirigido por Venezuela y Ecuador. Ecuador, el país anfitrión de la cumbre, rompió relaciones con Colombia después del ataque de tropas colombianas contra un campamento guerrillero colombiano de las FARC en territorio ecuatoriano en el 2008.

Uribe partió el martes en una gira a Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil, para explicar a sus contrapartes qué hay detrás de las actuales conversaciones militares con Estados Unidos.

El Presidente venezolano, Hugo Chávez, había dicho el domingo que ha "alertado" a sus colegas de la región "acerca del peligro que representan las nuevas bases gringas para Venezuela".

Los Presidentes de Ecuador, Bolivia y Nicaragua de inmediato repitieron las acusaciones de Chávez. Incluso países más moderados expresaron preocupaciones similares. El Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, dijo: "No me gusta la idea de una base estadounidense en la región".

¿Entonces, si no habrá "bases militares estadounidenses", qué es lo que habrá?, le pregunté al Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia.

Según Bermúdez, Colombia y Estados Unidos están discutiendo un acuerdo destinado a incrementar la cooperación militar estadounidense -especialmente en vigilancia aérea e inteligencia- para combatir a los narcotraficantes y las narcoguerrillas en Colombia.

Pero, a diferencia de las bases estadounidenses en Manta, Ecuador, o Guantánamo (Cuba) o varios países europeos, en las que Estados Unidos enarbola su bandera y tiene jurisdicción y autonomía, las tropas estadounidenses no tendrán sus propias bases en Colombia, dicen funcionarios de Colombia y Estados Unidos.

"Son bases colombianas, operadas y comandadas por colombianos, en las cuales habrá acceso regulado a personal de Estados Unidos", me dijo Bermúdez.

Según la ley estadounidense, el número de tropas de Estados Unidos en Colombia no puede sobrepasar los 800 militares y 600 trabajadores contratados. Según Colombia, el año pasado hubo 71 militares estadounidenses y 400 contratados en el país.

Bajo el acuerdo que se está negociando, las tropas estadounidenses serán invitadas a trabajar en al menos siete bases militares colombianas. Pero no hay planes de incrementar el número de soldados estadounidenses, según los funcionarios de ambos países.

Mi opinión: Si los Gobiernos de Colombia y Estados Unidos están diciendo la verdad -y sospecho que es así, porque el acuerdo que están negociando deberá ser sometido a la supervisión del Congreso estadounidense, donde la mayoría demócrata no es muy amiga de Uribe- estamos frente a un error garrafal en la forma en que Colombia ha presentado este asunto.

Colombia debería haber etiquetado este acuerdo de alguna manera más acertada para impedir que otros hablen de "bases estadounidenses" en Colombia. El Gobierno colombiano podría haber hablado de un "un ejercicio militar ampliado", por ejemplo, en lugar del ambiguo título de "proyecto de cooperación y asistencia técnica" que le puso al plan.

Más aún, Uribe debería asistir a la cumbre sudamericana del 10 de agosto. Tal como lo ha demostrado en ocasiones anteriores, Uribe se maneja en su mejor forma cuando está ante un público hostil, especialmente en las cumbres presidenciales.

Uribe perfectamente podría decirles a sus colegas: "Perfecto, hablemos de los acuerdos militares de todos, incluyendo los recientes acuerdos militares de Venezuela con Rusia e Irán, o de la masiva presencia de asesores militares cubanos en Venezuela, o de la ayuda de Venezuela y Ecuador a los grupos guerrilleros colombianos, verificada y certificada por Interpol".

Si los países sudamericanos quieren una discusión franca sobre acuerdos militares, deberían tenerla, y enfocarla sobre todos los pactos -públicos y secretos- que se están llevando a cabo en la región.

Uribe pregunta ¿yanquis o narcos?

Fran Ruiz
fran@cronica.com.mx
La aldea global
La Crónica de Hoy

El círculo vicioso es tan simple como aterrador: el sur pone la droga y el norte pone los adictos, que pagan mucho dinero para que el sur siga produciendo más droga. Como los gobiernos se empeñan en que este comercio siga siendo ilegal, son los cárteles de la droga los encargados de su distribución clandestina y los que se quedan con la inmensa riqueza que genera, principalmente por la venta de cocaína. Con todo ese dinero que amasa el narcotráfico —y que el Estado no controla— se crean auténticos ejércitos paralelos dispuestos a matar, sobornar y corromper para impedir que ese círculo infernal pare nunca.

El continente americano lleva mucho tiempo viendo girar este círculo vicioso, alimentado principalmente por dos motores, Colombia como país emisor y Estados Unidos como receptor. Asimismo, lleva mucho tiempo sufriendo sus consecuencias, especialmente el pueblo colombiano, sobre todo desde que el narco formalizó alianzas sangrientas con las guerrillas de las FARC y el ELN, con los paramilitares, con elementos de las fuerzas de seguridad y hasta con políticos y dirigentes, creando una especie de Estado paralelo criminal que debilitaba inexorablemente al Estado de derecho.

Por eso no es de extrañar que Álvaro Uribe haya dedicado su cargo de presidente a erradicar esta lacra. Convencido de que la guerra la ganan los ejércitos mejor preparados, el mandatario colombiano no dudó en aliarse con el mejor posible, el estadunidense, para golpear sin piedad a ese motor que mueve el círculo.

Con esta misión explicativa viajó Uribe por la región sudamericana en busca de la comprensión de sus colegas al anuncio de un inminente acuerdo con Washington, mediante el cual Bogotá permitirá la presencia activa de militares estadunidense en siete bases del ejército colombiano, con el propósito, insiste, de erradicar en la medida de lo posible el cultivo y el tráfico de drogas, y de paso cortar la capacidad financiera de las guerrillera, su otra gran prioridad.

Uribe mueve ficha en el tablero sudamericano y lo hace con una jugada muy arriesgada y provocadora contra el jugador más activo en los últimos años, Hugo Chávez. El colombiano no sólo le pone tropas “yanquis” a la puerta de su Venezuela sino que lo hace aireando un par de denuncias: la primera, que lanzacohetes confiscados a las FARC fueron vendidos por Suecia al gobierno venezolano; y la segunda, ésta dirigida contra uno de los peones de Chávez, Rafael Correa, que esa guerrilla —en la lista internacional de organizaciones terroristas— pagó al menos 400 mil dólares para financiar la campaña del ahora presidente de Ecuador.

Son acusaciones demasiado graves como para que Chávez no prepare una respuesta demoledora. En vez de explicar por qué las armas que él compró han llegado a parar a manos de una guerrilla que ataca a la población colombiana, decreta un bloque diplomático y comercial a Colombia y alerta al mundo de que esas bases pueden suponer “el inicio de una guerra en Sudamérica”.

A estas alturas, parece obvio que Chávez se siente más cómodo con los narcos —aunque insista en llamarlos guerrilleros revolucionarios— que con los “yanquis”. La prueba es que Venezuela ha desplazado ya a Colombia en el tráfico de estupefacientes, lo que ha llevado a la DEA a denunciar que el país se está convirtiendo en un narcoestado, con la presunta complicidad de sus autoridades.

Lo que ya no es tan obvio es que EU y su nuevo presidente Barack Obama sean los malos malísimos y los miembros de las FARC sean, como sostiene Chávez, una “fuerza beligerante” que lucha por transformar Colombia en un nuevo Estado, presumiblemente afín a su revolución socialista.

Por eso viaja estos días Uribe por medio continente con la siguiente pregunta: ¿qué prefieren, yanquis o narcos?

La caída del gorila

Francisco Martín Moreno
fmartinmoreno@yahoo.com
Excélsior

Al hoy coma-andante Castro no le bastó en su momento traicionar su movimiento para convertirse en un dictador comunista, sino que trató de exportar su revolución a Eritrea, al Congo y fundamentalmente a Angola.

La dolorida historia de América Latina se encuentra saturada de ejemplos de tiranos que han intentado o han logrado eternizarse en el poder, en razón fundamentalmente de la catastrófica herencia autoritaria española que se impuso a sangre, cruz y fuego en nuestros países por más de 300 años. La intransigencia y la incapacidad parlamentaria la encontramos a lo largo de tres siglos que marcaron y condicionaron en forma indeleble a las naciones ubicadas al sur del Río Bravo. El desfile de dictadores podría ser interminable. Baste citar como prueba de esta actitud cerril, terca y obcecada a sujetos que se convirtieron en titulares de la verdad absoluta, en intérpretes infalibles de la voluntad popular, en supuestos constructores del bienestar, del progreso y de la libertad de sus naciones, pero que, de manera “incomprensible”, se vieron obligados a abandonar el poder por medio de golpes de Estado, tan violentos o más sanguinarios como los que ellos ejecutaron al hacerse del poder. Dichos gorilas, por lo general, fueron depuestos en medio de devastadoras revoluciones de las que huyeron para disfrutar de riquezas ilícitas en países que les otorgaran el asilo político.

Ahí están, en nuestro caso, las “inolvidables” figuras de Santa Anna, de Porfirio Díaz y de Victoriano Huerta; en Chile, Pinochet; en Paraguay, Alfredo Stroessner; en Cuba, ¡pobre Cuba!, Fulgencio Batista y Fidel Castro; en Venezuela, Pérez Jiménez; en Bolivia, Hugo Bánzer; en Dominicana, Leónidas Trujillo; en Nicaragua, Anastasio Somoza, entre otros tantos más; en Haití, Duvalier, Papá Doc y Baby Doc; en Perú, Juan Velasco Alvarado; en Guatemala, Jorge Ubico, Carlos Castillo Armas; en Panamá, Manuel Noriega. La mayoría de ellos acabó sus días en el extranjero gozando de la sustracción ilegal de grandes cantidades de dinero de las arcas públicas de sus países o con un par de tiros puntuales en la cabeza o con las debidas bendiciones apostólicas como parte del agradecimiento otorgadas en el lecho de muerte por la Iglesia católica por haber compartido el poder y la riqueza con ellos.

Al hoy coma-andante Castro no le bastó en su momento traicionar su movimiento para convertirse en un dictador comunista, sino que trató de exportar su revolución a Eritrea, al Congo y fundamentalmente a Angola, además de otros países de América Latina. Hoy en día, una de las mejores maneras de demostrar el éxito del marxismo en la mayor de las Antillas consiste en observar las casas ruinosas en que viven los cubanos, víctimas de interminables apagones, además de la falta de agua potable, la terrible “enfermedad de su sistema de salud”, las patéticas colas para adquirir alimentos de primera necesidad cada vez, por cierto, más escasos, según se puede constatar al analizar las libretas de racionamientos de las que no se compadecen los hermanos Castro.

Chávez, otro gorila, no reconoce ni se alarma ni tampoco se conmueve ante los indicadores económicos que reflejan una galopante inflación, un desplome escandaloso de la inversión extranjera, para ya ni hablar de la nacional, ni le preocupan las tasas de desempleo ni el ingreso per cápita siempre y cuando no le falten los ingresos por petróleo. ¿Qué hizo Chávez —al igual que Fox— con los cientos de miles de millones de dólares que ingresaron a su respectivo país durante los años de bonanza petrolera?

Chávez importa tanques en lugar de tractores; lanzacohetes en vez de gises y libros; adiestra soldados en los cuarteles en lugar de forjar maestros para las aulas; compra armas en vez de invertir en tecnología; construye academias castrenses y no universidades abiertas; tipifica “delitos mediáticos” como pretexto para expropiar decenas de estaciones de radio con el argumento de que éstas “pueden atentar en contra de las instituciones del Estado, la salud mental o la moral pública o generar sensaciones de impunidad o inseguridad entre la población…”; encarcela a periodistas críticos a su “gobierno”; nacionaliza con razones absurdas a las empresas cafetaleras, entre otras tantas más; acusa a Estados Unidos de todos sus males de acuerdo con la más rancia escuela castrista; se erige como mártir cuando alega que Obama lo va a secuestrar de la misma manera en que lo fue Manuel Noriega…

¿Chávez caerá a tiros como Trujillo o de un bazucazo como Somoza o en la cama como Stalin o fusilado como Mussolini o gozando de los millones de euros mal habidos como Baby Doc en París..? Es irrelevante la respuesta si se le compara con el daño social, económico, político y educativo que padece en la actualidad el pueblo venezolano. ¿Cuándo tiempo le llevará a Venezuela reparar los daños que ya ha sufrido durante la catastrófica gestión de este singular primate del siglo XXI, más aún si su derrocamiento, espero que inminente, se llega a traducir lamentablemente en un baño de sangre? ¿Qué puede hacer Colombia cuando su vecino es un loco poderosamente armado y que, además, parece haber perdido la razón?

Los cambios que vienen

Joaquín López-Dóriga
lopezdoriga@milenio.com
En privado
Milenio

No, no se hace camino al hablar. Florestán

Cuando se está por cruzar el ecuador de un gobierno, como es el caso de Felipe Calderón, y tras unas elecciones que no le salieron como había deseado, son inevitables los cambios, unos en el equipo y otros de calendario. Los primeros, son decisión exclusiva del Presidente de la República y se agotan con el fin de su mandato; los segundos son decididos por el Congreso y su gestión es transexenal.

En el caso de su gabinete, el presidente Calderón ha realizado varios ajustes, empezando por la salida de Germán Martínez de la Secretaría de la Función Pública para asumir la presidencia del PAN. Luego dejarían sus cargos los titulares de Desarrollo Social, Beatriz Zavala; de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña; de Economía, Eduardo Sojo; de la SCT, Luis Téllez, y de la SEP, Josefina Vázquez Mota.

Sin duda, el caso más dramático fue la muerte de Juan Camilo Mouriño, pasado y proyecto de Felipe Calderón, quien fue sustituido en Gobernación por Fernando Gómez Mont.

Hoy estamos en las vísperas de ajustes en el equipo Calderón que tienen que ver más con la funcionalidad perdida de los que se irán que con la interpretación interesada de eso que llaman “un mandato electoral” tras la derrota del 5 de julio. Son los relevos que caen en el ámbito exclusivo de Calderón, pero hay otros de plazo constitucional en los que el Congreso es un elemento esencial.

Y en estos apunto las dos vacantes que dejarán este invierno en la Suprema Corte los ministros Mariano Azuela y Genaro Góngora Pimentel, cuyos sucesores ocuparán un asiento en ese semicírculo hasta el año 2024, transitarán por tres sexenios.

En la Comisión Nacional de los Derechos Humanos termina la gestión del doctor José Luis Soberanes luego de una década, y los grupos interesados en sucederlo se mueven, pues el cargo es de diez años.

Pero el relevo de mayor peso por el cargo en sí y lo grave de la crisis económica por la que atraviesa el país es el del gobernador del Banco de México, donde la relación personal, no así la institucional, entre el presidente Calderón y Guillermo Ortiz no ha sido sobre hojuelas, pero ha funcionado.

He escuchado la barbaridad, interesada pero barbaridad, de que el Presidente no propondría a Ortiz para un tercer periodo a fin de colocar ahí a Agustín Carstens. Eso sólo lo entendería su tuviera resuelta la designación de un nuevo secretario de Hacienda y claros los motivos de su salida. De lo contrario, ¿cuál sería el caso, y el beneficio, de cambiar a las cabezas del aparato financiero en medio de la peor debacle económica que haya azotado al país?

La permanencia de Ortiz al frente del Banco de México está en sus manos, claro y en las de Calderón.

Si son días de cambios de hombres, como lo son, ¿también lo serán de políticas de gobierno?.

Nos vemos el martes, pero en privado.

La verdad importa

Denise Maerker
Atando Cabos
El Universal

Castigar a los responsables de un delito o de una negligencia es lo deseable y a lo que legítimamente aspira cualquier sociedad. Pero si por algún motivo ese ideal parece inalcanzable, ya sea por la debilidad de las instituciones encargadas de administrar la justicia, porque prevalecen los intereses políticos o por la incompetencia de la administración pública, se vale aspirar de menos a conocer la verdad.

Afortunadamente esa el la opinión que ayer se impuso en la Suprema Corte de Justicia cuando los ministros debatían si investigaban o no la tragedia de la guardería ABC.

Para el ministro Aguirre Anguiano no tiene caso que la Corte se meta a investigar este tipo de hechos puesto que carece de la facultad de sancionar a los responsables y, por lo tanto, deja siempre insatisfechos a los deudos y a las víctimas. No hace justicia. Esta facultad es para el ministro Aguirre estéril y contraproducente porque sólo contribuye a desprestigiar a la Corte.

La mayoría de los ministros no compartió esta opinión. El ministro Juan Silva Mesa opuso a esta visión la importancia de establecer la verdad histórica de los hechos. En sus palabras: “El simple hecho de que la sociedad conozca la verdad es suficiente para que la Suprema Corte intervenga [porque…] la sola investigación, en muchos de los casos, tiene ya efectos reparatorios”. No es suficiente, pero la verdad importa.

Es cierto, como lo recordó el ministro Aguirre Anguiano, que cuando la Corte ha investigado y demostrado violaciones a los derechos humanos de ciudadanos a manos de autoridades, no ha pasado nada. Ahí están los casos de Atenco, Aguas Blancas y el góber precioso como ejemplos. Pero, ¿acaso por eso habríamos de conformarnos con vivir en el mundo de versiones en el que nos hunden, una y otra vez, la PGR, la CNDH y las procuradurías estatales? La Corte ha contribuido decisivamente a que dejemos atrás controversias inútiles y políticamente interesadas, y a construir una verdad compartida, aceptada y rigurosa, incluso en casos en los que el pleno no ha respaldado el esfuerzo de los investigadores, como fue el caso de Lydia Cacho.

Es probable que la verdad no vaya a dejar satisfechos a los valientes padres de las 49 víctimas del incendio en la guardería ABC. No debería. Pero no podemos minimizarlo tampoco. El ministro Aguirre Anguiano terminó su exposición diciendo: “Parirán los montes con estruendo para dar a luz solamente a un ridículo ratón”. Se equivoca, señor ministro; la verdad es mucho más que un ratón.