Paralaje
Milenio

Lo peor que podría suceder es que el Presidente y sus colaboradores así lo creyeran y no es el caso. Pero es bueno subrayar que sería muy negativo ignorar que las elecciones intermedias y las locales introducen un cambio muy importante que no puede ser inadvertido, cualquiera que sea la razón de quien piense en contrario. En esto concurren la economía y sus efectos en el programa de gobierno. Todo indica que no hay margen para seguir con la inercia del inicio; el Presidente y su gobierno están obligados a reconocer los cambios que se han dado y actuar en consecuencia.
Es común la apreciación de que el Presidente es la persona mejor informada del país. Es un prejuicio que se asocia a los poderes legales y metalegales de la primera magistratura. No es del todo cierto; en todo caso, los mejor informados serían aquellos que están próximos a un Presidente y saben lo que el Presidente de momento no sabe, pero ellos están obligados a hacérselo saber. El hecho es que en torno al poder hay verdades ocultas y discretas; hay sentimientos y humores que afectan y condenan —también del conocimiento casi exclusivo de los próximos—, pero lo que más importa e impacta al Presidente es lo público, lo que está a la vista de todos y que por su misma visibilidad y naturalidad a veces no se advierte en su trascendencia al considerarse parte del paisaje.
Lo más importante de la elección intermedia es el nuevo equilibrio en la Cámara. No es que el PRI tenga más diputados, sino que la mayoría de éstos ganaron en sus distritos. En la legislatura que concluye dominaron los diputados del PRI de representación proporcional, sólo 65 habían ganado su elección distrital. En la legislatura que inicia, adquieren mayor peso los que triunfaron en la contienda de su distrito. No es una cuestión de nomenclatura, los de representación son, casi todos, designados por las dirigencias de los partidos; los de mayoría y algunos de representación son los de los gobernadores de los estados. Esta dualidad reproduce la tensión que de origen ha existido en el PRI: la inercia centralista vertical y la inercia de los Estados y sus regiones, con mayores niveles de horizontalidad.
Por la forma en que el PRI resolvió las candidaturas distritales, muchos de los diputados de mayoría (y algunos de representación) son muy próximos a los gobernadores y esto no es menor: convoca al Presidente a un rediseño de estrategia y operación; el acuerdo con las cúpulas dirigentes, ahora deberá incorporar inexorablemente a los mandatarios con fuerte presencia en el Congreso. De hecho, en su momento, Fox Presidente estuvo a punto de lograr un acuerdo histórico con el PRI de los gobernadores que fue irresponsablemente boicoteado por el PRI del centro, precisamente porque los gobernadores de aquella época, no quisieron o no supieron movilizar su fuerza en la Cámara de Diputados. Su derrota, la de los mandatarios y la de Fox, fue total y los mexicanos quedamos a merced de lo que aquella dirigencia del PRI dispuso y que posteriormente fue electoralmente rechazada en 2006 con una contundencia que no admite argumento en contario y da luz para lo que ahora debe instrumentarse.
Pero un Presidente es tan fuerte como se lo proponga. Es cuestión de destreza, de sensibilidad sobre lo que es la institución, sus límites y capacidades. Se declina poder o se traslada a otras áreas porque así se decide. Lo cierto es que la Presidencia, aún en condiciones de poder democráticamente acotado y de crisis económica, es la institución e investidura con mayor fuerza y potencial político y no puede permitir que desde otras instancias le diseñen su rol histórico. El país requiere de un Presidente activo, eficaz, articulador de toda la diversidad institucional pública. No es el Presidente del pleito y de la denuncia en abstracto, sino el Presidente conciliador, el que convoca por igual a la sociedad que a los suyos y a los de al lado. La evolución que han tenido el PRI y el PRD por la elección, hoy, lo facilita y lo propicia.
Es el momento de que el Presidente tenga la iniciativa del acuerdo con los mandatarios locales del PRI y de todos los partidos. El Presidente no puede permitirse que el sentimiento de agravio o revancha se imponga por un resultado electoral que tiene que ver más con el humor social nacional que con los excesos reales o imaginarios de los mandatarios del PRI. Hace doce años al Presidente se le presentó un escenario semejante, por primera vez perdió mayoría en la Cámara de Diputados; Felipe Calderón y López Obrador, entonces dirigentes de la oposición, son testigos de la disposición del Presidente de colaborar con los partidos, con un Congreso hostil y beligerante o con gobernadores dados al protagonismo como fue Fox en Guanajuato.
Pudo haberse alcanzado mucho más en los últimos tres años de ese gobierno; los resultados no parecen significativos, pero no es poca cosa haber logrado una solución legislativa al problema de los adeudos bancarios. Se intentó una reforma fiscal y la energética que la oposición en el Congreso y, de algún modo, el mismo PRI, rechazaron. Pero al menos quedó acreditado que la responsabilidad de la Presidencia de la República es hacia el país, no a un partido o a un grupo como quedó también constatado en la sucesión del 2000, caso único en la historia de México, en el que se ha dado una transición de gobierno nacional en condiciones de normalidad, continuidad y consenso político y social.
El entorno ha cambiado de manera importante. Lo de menos es el cambio del equipo de gobierno. Lo más significativo y trascendente es que el mismo Presidente haga el ajuste de estrategia y conducción a partir de las nuevas condiciones de la política y de la economía. La institución que representa tiene no sólo las atribuciones legales y políticas para ello, el presidente Calderón también es un mandatario con amplio acuerdo en la población, tiene el preciado consenso de la mayoría de los mexicanos.