Alfonso ZáratePresidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, SC
El UniversalGobernar significa rectificar: Confucio
Se puede gobernar en alianza con el gran capital o con el respaldo firme del pueblo, pero difícilmente sin uno ni otro. Eso lo aprendió duramente Pascual Ortiz Rubio. Fue, como Abelardo L. Rodríguez, un títere del jefe máximo; por eso, cuando intentó irse por la libre, se quedó solo y tuvo que renunciar. El populacho le puso un mote burlón: El Nopalito.
Para conducir al país, un presidente requiere de sólidas alianzas, y más ahora, en un escenario de disgregación del poder y crisis sobrepuestas. A diferencia de Obregón, que concebía al Estado como un mediador neutral entre el capital y el trabajo, el general Cárdenas sostenía, sin ambigüedades, que en la confrontación entre patrones y trabajadores, el Estado se colocaba, decididamente, de parte de los trabajadores.
Gustavo Díaz Ordaz gobernó con el respaldo de la clase política, los empresarios, las organizaciones obreras oficiales y el Ejército. Aun en los duros momentos de la represión a los estudiantes, “la sociedad que cuenta” expresó al presidente su apoyo. Las pocas voces disonantes —como la del rector Javier Barros Sierra— fueron perseguidas.
Hombre de poder, Carlos Salinas tejió redes en distintas esferas: a importantes hombres de negocios les entregó empresas públicas como Telmex e Imevisión, que les permitieron acrecentar su riqueza y poder; a las iglesias, sobre todo a la católica, las reformas constitucionales que les devolvieron privilegios; a la clase política emergente, posiciones de poder; no excluyó a las comunidades pobres, para eso instituyó Solidaridad.
¿Con quién gobierna Felipe Calderón? En este país de símbolos, tras el tercer Informe de Gobierno empieza la segunda mitad de la administración. Tres años disminuidos por el desgaste natural del ejercicio de gobierno y por la lucha, siempre anticipada, por la Presidencia. Tres años de gobierno que serán, cuando mucho, dos efectivos.
Los nostálgicos del viejo presidencialismo reclaman a Calderón un viraje enérgico. Pero, hoy, aunque quisiera, no le puede ordenar al Congreso que apruebe sus iniciativas (IVA en alimentos y medicinas, la reforma laboral, la reforma política, una nueva reforma energética y otra al sector de telecomunicaciones) ni a los ministros de la Corte que resuelvan en uno u otro sentido; tampoco puede persuadir a los medios de comunicación de que reemplacen la nota roja de sus noticiarios por otras positivas.
Como el país, el Presidente enfrentará uno de los momentos más difíciles de las últimas décadas. No ayuda la percepción de un mandatario aislado, “el solitario de palacio”. Es imperativo tomar decisiones trascendentes para atender el empobrecimiento que sufren anchas franjas de la sociedad; fortalecer la infraestructura, eliminar regulaciones excesivas, avanzar en competitividad y crecer a buen paso y con sustentabilidad del medio ambiente; reducir a un mínimo a la delincuencia y, sobre todo, avanzar hacia un proyecto de país en el que haya menos perdedores y más ganadores.
El duro momento que vive el país reclama responsabilidad, sensatez, imaginación y patriotismo en la clase gobernante, pero también el acompañamiento responsable de la sociedad.
Calderón tiene que mostrar, y pronto, que no resignará a gobernar la inercia. El statu quo se traduciría en severos desarreglos. El país cuenta con los activos y las condiciones para salir adelante y construir una etapa mejor, pero es necesario un verdadero pacto nacional. La convocatoria que hizo ayer en Palacio Nacional el Presidente a los otros poderes, a partidos, empresarios, sindicatos y académicos tiene que traducirse en los próximos días en hechos.
El llamado a un cambio profundo perderá fuerza si el propio gobierno federal no muestra que lo que dijo va en serio. La alta burocracia y sus percepciones han crecido desmesuradamente, hay secretarías que podrían desaparecer o convertirse en dependencias menores (Reforma Agraria y Función Pública, señaladamente), decenas de subsecretarías no tienen razón de ser y ni qué decir de centenares de direcciones generales creadas en los últimos años…
Por otra parte, varios miembros del gabinete en posiciones clave no construyen puentes con los sectores de sus ámbitos de competencia; por el contrario, los hacen volar con su ignorancia, ineptitud e insensibilidad. Si estos funcionarios notoriamente inapropiados permanecen en sus puestos, la sensación de desánimo se extenderá entre la ciudadanía. Pero algo todavía peor podría ocurrir: que se hicieran los cambios pero quienes llegaran a sustituirlos fueran gente menor. Eduardo Sojo no parecía el más apto para la Secretaría de Economía, pero su reemplazo, Gerardo Ruiz Mateos, resultó peor.
Hacer un cambio profundo exige pasar de las palabras a los hechos. Facta non verba, como decían los romanos.