Macario Schettinoschettino@eluniversal.com.mxProfesor de Humanidades del ITESM-CCM
El UniversalDespués de una semana, 10 días, de la extinción de Luz y Fuerza del Centro, ya deberíamos tener claro por qué México es un fracaso
La empresa estaba quebrada desde la nacionalización realizada por López Mateos (por eso la nacionalizó), y nunca pudo liquidarse por la presión que ejercía su sindicato. Desde 1994, cuando tomó su nuevo nombre y personalidad jurídica, era deficitaria e ineficiente, y año con año crecía el monto de recursos que había que transferirle, superando los 40 mil millones de pesos anuales desde 2008. Indudablemente en el mantenimiento de ese esperpento tiene responsabilidad la administración federal, lo mismo que el sindicato. Sin importar el culpable, lo que no tenía sentido era seguir manteniendo ese pozo sin fondo.
Sin embargo, a pesar de todo ello, aparecieron defensores de Luz y Fuerza. Los mismos, como dice Ivonne Melgar, que tanto se han quejado de los privilegios que frenan al país. Pero los privilegios de los amigos no lo son tanto, como pensaba Benito Juárez, para ellos justicia y gracia. Lo que implica que para estos personajes, políticos, académicos, opinadores, lo que detiene a México no es simplemente la existencia de privilegios, sino que los tengan quienes no son sus amigos.
Y cuando entendemos esto, todo se aclara. Por eso este grupo ha insistido en que fue el neoliberalismo el que acabó con el país, porque ellos llaman neoliberalismo al ascenso de un grupo nuevo, ligado a Carlos Salinas de Gortari, que no alteró los privilegios, pero que sí cambió las personas que los detentaban. Dicho de otra manera, el enfrentamiento es entre dos grupos que se sienten legítimamente dueños de los privilegios: quienes los detentaban antes de Salinas y quienes los han detentado después. Pero no se trata de acabar con esos privilegios, sino sólo de cambiarlos de manos.
Cuando una fuente de privilegios, como lo era Luz y Fuerza, desaparece, el grupo que vivía de ella, y sus ramificaciones, se molestan. Y defienden su privilegio escudándose en todo tipo de falacias: que el sindicato no era culpable, que lo que se busca es privatizar, que se quiere usar la red para fibra oscura, que el presidente no tiene atribuciones, que la Constitución dice misa, lo que usted pueda imaginar. Pero nada de esto es ni cierto ni relevante. De lo que se trata es de no perder privilegios, de no perder una batalla que puede significar la guerra.
De ahí viene el más perverso de los argumentos: se extinguió Luz y Fuerza porque su sindicato era independiente, no por ser privilegiado. Y lo demuestra el que sindicatos igualmente privilegiados, como el de Pemex, el IMSS, o el SNTE mismo, no hayan sido tocados. Parece cierto, pero no lo es.
Primero: todos los sindicatos del Estado, y los de industria, tienen privilegios en México. Así fueron construidos por el Estado, para que sostuvieran al régimen de la Revolución.
Ninguna de sus prebendas viene de la nada, todas tienen un origen político en esa connivencia del régimen corporativo, corrupto y corruptor, en que vivió nuestro país desde los años 30. Por eso, como escribió esta columna hace varios meses, nuestro problema son 4 millones de trabajadores al servicio del Estado.
Segundo: ningún sindicato tiene el nivel de privilegios que alcanzó el SME, el sindicato de Luz y Fuerza. Aunque todos tienen pensiones impagables, sólo el sindicato del IMSS se equiparaba con el SME, y su régimen de pensiones fue modificado durante esta administración. Aunque todos los sindicatos tienen exceso de personal, ninguno es comparable con el SME, que tenía 40 mil trabajadores en activo y 25 mil jubilados, para un trabajo que requiere, exagerando, 20 mil. Aunque todos tienen un costo para los contribuyentes, ninguno se parece a los 40 mil millones para 40 mil trabajadores. Aunque ha sido difícil, incluso el SNTE ha aceptado tener evaluaciones de productividad y ser pagado por sus resultados. En suma, aunque todos tienen privilegios, el SME era el caso extremo.
Ahora bien, quienes han utilizado la comparación del SME con los otros sindicatos no lo hacen para exigir el fin de los privilegios en estos últimos, sino la restauración de los privilegios del SME. Es decir, buscan desacreditar la decisión del gobierno achacándola a un interés político. Pero el interés político es precisamente de los acusadores.
No es una coincidencia que los mismos políticos, académicos y opinadores que hoy defienden los privilegios del SME sean quienes promovieron la candidatura de Andrés Manuel López Obrador. No es coincidencia que sean los mismos que atribuyen todos los males de México al neoliberalismo los que ponen como fecha de quiebre 1982 cuando perdieron su cercanía con el poder, los que ahora intentarán agruparse en un nuevo frente político, alrededor del salinismo revolucionario.
Seguimos enredados en nuestras limitaciones mentales, producto de ese gran mito del nacionalismo revolucionario. No podemos dejar atrás las mentiras del pueblo bueno, la soberanía, la justicia social, y demás tonterías que han impedido construir un país exitoso. No somos capaces de entender cómo los privilegios de los grupos que sostuvieron al régimen son en realidad mecanismos que transfieren riqueza de nosotros a ellos. A esos sindicatos del Estado, a las centrales campesinas, a los empresarios oligopólicos, a las universidades públicas. A todos estos grupos que no generan riqueza, sino que la obtienen de nuestro trabajo, de quienes no estamos organizados ni sostuvimos al régimen de la Revolución Mexicana.
Gracias a ese régimen se construyeron las grandes fortunas y se mantuvo a la mayoría en la pobreza. Gracias a esos sindicatos, centrales, empresarios y universidades, México es hoy un fracaso. No es otra la razón, y no es otra la solución: terminemos ya con los resabios del nacionalismo revolucionario, acabemos con los privilegios, construyamos un país exitoso.