Reforma

Durante su presidencia, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal alzó la vara de medición, contribuyó a crear un contexto de exigencia, se volvió autora de un lenguaje que buscó siempre decirle la verdad al poder, recomendación tras recomendación. En el caso Eumex. En el caso del plantón postelectoral sobre Reforma. En el caso de los reclusorios. En el caso del News Divine. En el caso del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos. En el caso del diagnóstico sobre los derechos humanos en el Distrito Federal.
Ahora bien, ser un buen ombudsman en México no es una tarea fácil porque implica indagar, investigar, evidenciar, señalar violaciones a los derechos humanos, provengan de donde provengan. En el caso de Emilio Álvarez Icaza ha implicado vivir con los vituperios de quienes -desde la izquierda- se sintieron traicionados por la recomendación del plantón. Ha implicado resistir las acusaciones de quienes -desde la derecha- se sintieron traicionados por la postura de la CDHDF en el caso de la despenalización del aborto. Ha implicado ser el blanco de las críticas de quienes aún les falta comprender que es más importante defender derechos fundamentales que ser panista. Que es más importante defender la legalidad que ser perredista. Que es más importante proteger ciudadanos que proteger cotos partidistas. Que es más importante impulsar una visión de Estado que una creencia personal o una ideología política.
Por esa congruencia en caso tras caso me parece que hay un gran valor en la labor de Emilio Álvarez Icaza. Hay algo intelectual y moralmente aplaudible en encabezar la lucha por la protección de los desprotegidos. Y por ello se vuelve imperativo apoyar para un puesto a nivel nacional a quien ha hecho lo que Emilio en el Distrito Federal. Defender a los débiles. Darle voz a los vulnerables. Retar a la autoridad imperfecta u opresiva. Denunciar la manipulación política de la pena de muerte, la situación de los reclusorios, la podredumbre de las policías, los desafíos al Estado laico, la institucionalización de la impunidad.
En un país en el cual tantos conceden, claudican y recortan sus conciencias para ajustarlas al tamaño del puesto que aspiran a llenar, Emilio Álvarez Icaza ocupa una posición inusual: es una figura emblemática de la inteligencia libre. Sin ataduras. Sin sometimientos. Sin lealtades políticas o afiliaciones partidistas. Precisamente porque es libre, provoca tanta incomodidad entre quienes querrían una CNDH sumisa, domesticada. Precisamente porque es libre, engendra tanto escozor entre quienes preferirían un ombudsman dispuesto a promover intereses partidistas por encima de derechos humanos. Precisamente porque es libre, produce tanta preocupación entre quienes desearían una CNDH abocada a emprender cruzadas religiosas por encima de causas ciudadanas. Paradójicamente es criticado por aquello que lo vuelve idóneo para el puesto. El activismo. La independencia feroz. El catolicismo responsable con el cual coloca la primacía de la ley sobre las preferencias personales. La decencia esencial.
Por eso me pronuncio hoy -parada al lado de tantos ciudadanos más- en apoyo a alguien bautizado como "defensor del pueblo" porque ha sabido caminar a su lado. Por eso exhortamos a que los senadores alcen la cabeza y la mano del pequeño estadista que ojalá lleven dentro. Por eso pedimos que el Senado de la República devuelva el sentido fundacional a los órganos autónomos y reconozca el perfil de alguien que -como Emilio Álvarez Icaza- debe encabezarlos. Alguien que en tiempos de inercias arraigadas ha demostrado ser un agente de cambio. Alguien que se ha negado a ser espectador de la injusticia o la arbitrariedad. Alguien cuyo arribo a la CNDH se volvería un antídoto al cinismo y al desasosiego. Alguien cuya actuación allí se convertiría en una forma de abastecer la esperanza en el país posible. El país que todavía brinda oportunidades para creer en vez de razones para claudicar. El país que queremos.