diciembre 10, 2009

¿La candidatura desde Hacienda?

Jorge G. Castañeda
jorgegcastaneda@gmail.com
Reforma

Es posible que Felipe Calderón, por primera vez, comparta abiertamente las verdaderas razones de los cambios en Banco de México y Hacienda. Pero en caso contrario, que es lo más probable, no nos quedará más remedio que especular, como siempre. Y como a muchos nos encanta el ejercicio, van posibles explicaciones de una de las decisiones más importantes del sexenio.

Primera: que Carstens puede ser mejor gobernador del Banco de México que Ortiz, y Cordero mejor secretario de Hacienda que Carstens. No hay razón para suponer que esto sea cierto: la experiencia de Ortiz, la inexperiencia de Cordero, así como los mayores títulos académicos y profesionales de Carstens para Hacienda, e incluso que Ortiz para Banxico, sugieren que la mancuerna saliente es mejor que la entrante.

Segunda: que Ortiz no quería seguir en Banxico y Carstens no quería seguir en Hacienda, o más bien no quería perder la oportunidad de conseguir un puesto que dure al menos cinco años; en lugar de conservar uno que ya tuvo tres y que podía verse obligado a dejar mañana o pasado. El problema con esto es que Ortiz, tanto en público como en privado, había manifestado su disposición a permanecer en el Edificio Guardiola por lo menos hasta el 2011, cuando se hubiera podido hacer la sustitución más cómodamente y en un ambiente más a modo. Esta explicación resulta aún menos convincente que la anterior.

Tercera: que Calderón por razones de antipatías, de venganzas de antaño y de molestia creciente con un gobernador del Banco Central menos dispuesto a recibir regaños e instrucciones que lo deseable, procedió a reemplazar a Ortiz con Carstens pensando, con razón, que el segundo tiene las credenciales para ocupar el puesto del primero y que 12 años en el cargo son suficientes. Pero que cuando se puso a buscar un sustituto para Carstens, a Calderón le tocó tantita sopa de su propio chocolate. Según esta hipótesis, candidatos como José Ángel Gurría, Santiago Levy y dos o tres más se habrían mostrado renuentes u opuestos a abandonar cargos atractivos y duraderos, por otro de gran poder y prestigio pero de duración incierta y con la posibilidad de ser objeto de ofensas y regaños públicos. Y por tanto recurrió a Cordero, no porque era el deseable, sino por ser el posible, siguiendo la misma lógica que con las reformas y otros nombramientos. De las explicaciones propuestas hasta ahora ésta parece la más factible, pero es también la más preocupante, porque sugiere que Calderón no está en capacidad de nombrar a los más aptos.

Cuarta: la sucesión presidencial y el precedente de López Portillo. En junio de 1973 Echeverría sacó a su amigo de juventud López Portillo de la dirección de la CFE para nombrarlo secretario de Hacienda, en sustitución de Hugo Margáin. JLP, más allá de su indudable talento en otros ámbitos, carecía por completo de experiencia financiera, pero LEA lo hizo con una intención muy clara, como traté de argumentar en La herencia, hace ya 10 años: López Portillo fue su candidato a la sucesión desde el mero principio del sexenio. Desde esta óptica Cordero también sería el candidato de Calderón, no a la sucesión porque no le toca escogerlo, pero sí a la postulación por el PAN en la que sí le tocará incidir de manera significativa. De ser así, y por primera vez desde esa época, hace más de un cuarto de siglo, la titularidad de la Hacienda se encontraría en manos de alguien nombrado por motivos exclusivamente políticos y sin mayores calificaciones técnicas evidentes.

Como se ve, ninguna de estas explicaciones convence; pero si recordamos el discurso de Calderón de hace unos días a propósito del timón en la tormenta, frase atribuida a López Portillo en 1982, no podemos descartar que la cuarta explicación sea la buena. O mejor dicho la peor porque implicaría no sólo que la política económica se hace en Los Pinos, sino que la política sucesoria se hace desde Hacienda o en donde se pueda.

Calderón: personal o de Estado

Joaquín López-Dóriga
lopezdoriga@milenio.com
En privado
Milenio

No era borrego, fue cordero. Florestán

El presidente Felipe Calderón había dicho que en diciembre enviaría su propuesta al Senado con el nombre del gobernador del Banco de México. Entonces no se sabía si sería Guillermo Ortiz para un tercer periodo, o con otro iniciaría una nueva era.

A esto comenté que pocos como Ortiz reunían las credenciales internas de eficacia e internacionales de prestigio. En lo local, cuatro índices lo avalaban: tasas de interés y de inflación, monto de reservas y paridad peso-dólar, además de un ejercicio autónomo del banco que lo llevó a serias diferencias con el mismo Calderón, como cuando elevó las tasas de interés, provocando un gran disgusto en Los Pinos.

Además, en medio de la crisis económica, parecía poco recomendable cambiar a las dos piezas fundamentales de las finanzas: el gobernador del banco central y el secretario de Hacienda, sobre todo si el objetivo era hacerle lugar a otro, Ernesto Cordero, como sucesor de Agustín Carstens y eventualmente de Calderón.

Dije, también, que todo indicaba que lo más acertado era proponer a Ortiz para un tercer periodo, aunque también reconocí que mi voto valía madre, como se confirmó ayer, además de no ser este un asunto sujeto a votación sino a la decisión personal del Presidente de la República, con base en sus atribuciones constitucionales, como lo ratificó al anunciar su propuesta de Carstens para el Banxico y las designaciones de Cordero en Hacienda y Heriberto Félix en Desarrollo Social.

¿Que si estuvo acertado? El muy breve tiempo calificará, más que en el retorno de Carstens a su alma máter, la designación de Cordero, que se convierte en el primer secretario de Hacienda panista, cumpliendo una vieja exigencia de su partido desde que llegó a Los Pinos hace una década.

Deseo que, como dijo Calderón, su decisión sea para el bien de México y no para el de un partido, el suyo, o el de un precandidato, Cordero, también suyo.

Retales

1. PORTAZO. Carlos Navarrete, con respaldo del PRI, mantuvo cerrada la ventanilla del Senado a la propuesta presidencial de Carstens como gobernador del Banco de México. Su ratificación iría a la Permanente, a partir del martes. Hoy podría haber un acuerdo. Pero es difícil. A ver;

2. NOBEL. En su encuentro del jueves con el presidente Calderón en Los Pinos, Guillermo Ortiz fue enterado de que Carstens, y no él, sería el nuevo gobernador del Banxico. Ayer estaba en Estocolmo, como invitado a la entrega, hoy, de los Nobel cuando aquí se hizo el anuncio; y

3. INDIGESTIÓN. ¿Pues qué se comió el panista Adalberto Madero como alcalde de Monterrey? Lo pregunto por el inusitado anuncio de César Nava de expulsarlo del PAN por corrupto. De saberlo, lo sabían. Tanto así, que lo batearon de la candidatura al gobierno de Nuevo León donde llevaba la delantera.

Nos vemos mañana, pero en privado.

La Iglesia no entiende de sexo

Rafael Álvarez Cordero
raalvare2009@hotmail.com
Excélsior

Los purpurados mexicanos no están solos, el cardenal Edward Egan, obispo de Bridgeport, EU, ocultó por años más de 12 mil folios de abusos sexuales contra menores cometidos por decenas de sacerdotes.

Al maestro Huberto Batis, con mi afecto.

La Iglesia católica no entiende de sexo. De entrada, la Biblia nos dice con amor “creced y multiplicaos”. ¡Viva el sexo! Pero llegó San Pablo, se horrorizó del sexo y de ahí en adelante, entre prohibiciones y galimatías, la Iglesia ha dado tumbos por 20 siglos.

La razón por la que los sacerdotes católicos no pueden casarse es más terrenal que espiritual: sus bienes pasarían a poder de la viuda y mermarían la fortuna de la Iglesia. Por eso el celibato obligatorio es la primera regla “contra natura” impuesta a los sacerdotes sanos, aquellos con hormonas y sentimientos normales.

Las consecuencias de eso han sido desde siempre la abundancia de “sobrinos” de los sacerdotes, que “se parecen mucho a usted, padrecito”, y los abusos y las violaciones a niños y adolescentes, que han existido siempre, pero ahora se conocen con más detalle.

Los lamentables casos como el de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, o Nicolás Aguilar, Carlos López Valdés o Rafael Muñiz López, son sólo ejemplos, ya que según las estadísticas cerca del 30% de los 14 mil sacerdotes católicos que existen en México comete algún tipo de abuso sexual con su feligresía, y como la Iglesia no sabe qué hacer con el sexo, los prelados ocultan el asunto y muchos de estos pederastas siguen oficiando misa y administrando los sacramentos. Pero, además, con el mayor cinismo, el portavoz de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Leopoldo González, tras la detención del sacerdote pederasta Rafael Muñiz, dijo: “Entre más humanos nos vean, más nos van a apreciar”. Sin comentarios.

Los purpurados mexicanos no están solos, el cardenal Edward Egan, obispo de Bridgeport, Estados Unidos, ocultó por años más de 12 mil folios de abusos sexuales de decenas de sacerdotes contra menores, hombres y mujeres, y con un desparpajo increíble, comentó: “No sé mucho de esos alegatos… parece cosa de abogados… pero es maravilloso pensar que hay cientos y cientos de sacerdotes y sólo algunos son acusados… y aun así no se les puede probar nada”. Sin comentarios.

Insisto, la Iglesia católica no entiende de sexo, y ahora tenemos las declaraciones del cardenal Javier Lozano Barragán, toluqueño, presidente emérito del Pontificio Consejo Pastoral para la Salud y que declaró: “Los transexuales y los homosexuales no entrarán nunca en el Reino de los Cielos, ya que todo lo que va contra la naturaleza ofende a Dios”.

Y yo pregunto: ¿los homosexuales no entrarán al cielo y los sacerdotes pederastas sí?

Ni hablar, la Iglesia no entiende de sexo, y la condena a quien tiene orientaciones sexuales diferentes no sólo es una idiotez sino una violación a los derechos humanos, así de simple.

La Iglesia debe reconocer que el sexo es bueno, es parte de nuestra naturaleza, y que las reglas que impone, en especial el celibato obligatorio, “van contra la naturaleza”, y esa es la razón por la que sacerdotes, monjas y demás se saltan las trancas, tienen hijos ocultos o abusan de los menores de edad.

No, la Iglesia no entiende de sexo, nunca entenderá.

El batallón de los ingenuos

Juan Manuel Asai
jasaicamacho@yahoo.com
Códice
La Crónica de Hoy

Está mal que el Ejército aparezca un día sí y otro también en los medios de comunicación. El protagonismo mediático es contrario a la naturaleza del instituto armado. En el caso de los soldados, la ausencia de noticias son buenas noticias. De manera que si los noticiarios abren sus espacios con reseñas de episodios violentos protagonizados por soldados, o críticas de organismos internacionales que descalifican su desempeño, es señal inequívoca de que algo está mal.

Su lugar, el de los soldados, son los cuarteles o los campos de batalla, no las calles. Están entrenados para usar fuerza letal en defensa de la soberanía del país bajo amenaza de un enemigo externo. No están entrenados para entrar en contacto con los ciudadanos, salvo en los desfiles, en lo que hasta hace poco recibían aplausos unánimes.

Hace tres años

Felipe Calderón resolvió hace tres años sacarlos de los cuarteles para dar la batalla en las calles a las bandas del crimen organizado. Fue la decisión que marcará su sexenio. Lo hizo porque las policías estaban infiltradas, mal capacitadas y mal equipadas. Ya pasaron tres años, la violencia de los cárteles se recrudeció. El país ha atestiguado episodios de violencia no vistos desde la Guerra Cristera. Los soldados siguen en las calles y las policías siguen infiltradas. La sensación de inseguridad en lugar de atenuarse, se agudiza. El miedo campea. La mayor parte de los grandes capos sigue en libertad. El gobierno no ha podido recapturar al Chapo Guzmán, que se ha convertido en símbolo internacional de la corrupción a la mexicana.

Pedir revisar la estrategia no es un destello de ingenuidad, sino de realismo. Empeñarse en seguir con un camino que conduce a ningún lado no es persistencia, sino terquedad e incluso soberbia. Nadie habla de bajar los brazos. No se trata de dejar de dar la pelea, sino de buscarle por otros lados. Acelerar la formación de las nuevas policías e intensificar, por ejemplo, las acciones contra el patrimonio de los cárteles, tanto en el lavado de dinero como en la reducción del mercado de consumidores. Cortar los flujos de efectivo y procesar a los empresarios que están metidos en el blanqueo de capitales mal habidos; y emprender una campaña de grandes dimensiones para combatir el consumo, que incluya castigo severo a los dueños de antros donde circule droga, ya sea en el DF, Cancún o Acapulco. Tres años después del inicio de operaciones militares ningún empresario importante ha sido detenido y el consumo en lugar de castigarse se premia, autorizando portar dosis personales. El consumo no tiene, ni siquiera, costo social. Es bizarro: está más mal visto fumar tabaco que ingerir pastillas sintéticas.

El otro flanco es el externo. Los Estados Unidos, con Bush o con Obama, tienen una sola política de narcóticos: quieren que los surtamos de droga, pero sin violencia. Quieren cocaína en cada condado de la nación, pero que no haya balaceras en su frontera sur. Buscan entrometerse en el diseño de las políticas públicas del gobierno mexicano en materia de drogas, para reforzar su cinturón de seguridad, incluso con marines en territorio nacional, y dosificar el paso de drogas de acuerdo a sus intereses. A Obama hay que exigirle con voz firme, no pedirle autógrafos.

Amnistía

Si los soldados en el cumplimiento de su deber incurren en violaciones a los derechos humanos deben ser castigados en juicios que todos podamos presenciar, no detrás de los muros de los cuarteles donde nadie sabe bien a bien qué pasa. No es necesario que organismos internacionales vengan a corregirnos la plana: si un soldado delinque que sea presentado ante la ley. Las denuncias de entidades como Amnistía Internacional caen en terreno fértil y tienen resonancia en la prensa de varios países porque hay impunidad. Si no queremos que nos exhiban, hay que sancionar a quien cometa un delito. No se trata de ensañarse con los uniformados, por su puesto que no, están a la mitad de una tarea en la que se dirime la viabilidad del Estado mexicano, pero el Ejército será más fuerte, tendrá mayor respaldo popular, si los soldados que se equivoquen se atienen a las consecuencias y no se salen con la suya.