acamin@milenio.com
Día con día
Milenio

Un Presidente empeñado en ganar a toda costa es un riesgo por el que el país ha pagado costos altos en su historia remota y en la reciente.
Humana y políticamente es imposible pensar en un Presidente que no se meta en eso, que no cargue los dados y juegue a favor de su partido y su candidato.
De hecho, los presidentes no pueden gobernar hasta el final del año si no tienen candidatos creíbles de su lado. Los presidentes que no venden futuro no tienen presente.
Y un candidato creíble como ganador de las elecciones es una forma de vender futuro, de advertir a los competidores que los siguientes años también pueden ser favorables para el Presidente, aunque no esté en el poder. Los competidores tratan con un Presidente disminuido pero no acabado, un Presidente, a pesar de todo, con algo de futuro.
En el nivel federal hay suficientes candados legales e institucionales para limitar la ingerencia presidencial en las elecciones. Pero nada hay legislado sobre la razón mayor por la que el electoralismo presidencial puede costarle realmente caro a la República, a saber: la posposición de decisiones difíciles, cuya puesta en práctica lesionaría la popularidad del candidato oficial.
Para el Presidente, el camino al triunfo del 2012 tiene tres tiempos.
El primero es disminuir la posición del PRI, en particular la de Enrique Peña Nieto, el único candidato que parece invencible por ahora y cuya merma emparejaría la competencia para los otros tiradores, incluido el candidato del PAN.
El segundo tiempo es hacer ganar dentro del PAN al candidato de las preferencias presidenciales.
El tercer tiempo es hacer ganar a ese candidato las elecciones de 2012.
La pregunta es cuánto esfuerzo y cuántos recursos del gobierno está dispuesto a empeñar en esos tres tiempos el presidente Calderón y dónde pintará su raya.
Hay versiones de que no se ha detenido prácticamente en nada a la hora de apoyar las alianzas contra el PRI en las elecciones pasadas, y que eso, multiplicado, es lo que hará en el 2012. Pero éstas son versiones por su mayor parte salidas del PRI y no han dado paso a ninguna queja formal, ni siquiera a un relato circunstanciado de los excesos.
La pregunta y la preocupación siguen ahí: ¿hasta dónde llegará el Presidente en su compromiso con su candidato presidencial?
Me temo que lejos, y no soy el único.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario