julio 24, 2010

Bitácora de la desazón

Carlos Puig
masalla@gmail.com
Historias del Más Acá
Milenio

Me toca todos los días, durante muchas horas en las mañanas, hacer el inventario de nuestras jornadas. Uno se acostumbra a todo. Uno normaliza lo que no lo es y corre el mayor de los riesgos: dejar de asombrarnos con lo extraordinario. Pero si uno hace una pausa y revisa dos veces lo que cuenta, lo que lee, lo que sus compañeros reportan…

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El secretario de Hacienda anuncia que en dos años de crisis al menos 6 millones de mexicanos se han hecho más pobres. Muy pobres. 6 millones. Más que los que viven en Monterrey o en Guadalajara. Muchos Iztapalapas. El anuncio no es acompañado de un programa de emergencia, el Congreso no se reúne para ver qué pueden hacer, nada. Nos consolamos: en la crisis de 1995 fue mucho peor.

Los datos de calidad del empleo son alarmantes. Las plazas recuperadas tienen tres características predominantes: son en pagos menores a dos salarios mínimos, sin acceso a prestaciones de salud, y muchas de ellas de medio tiempo. Al contrario de las plazas perdidas, que en su mayoría eran de más de tres salarios mínimos, con acceso a prestaciones de salud y de tiempo completo.

Último dato: con datos del IMSS, los municipios con mayor pérdida de empleo formal de octubre de 2008 a diciembre de 2009 son Reynosa, Tijuana y Juárez. ¿Les suena? Alguien relaciona estos datos con la batalla contra el narco.

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En Torreón, en un lugar de fiestas, unos sicarios ametrallan a quienes celebran. Es el tercer suceso similar en lo que va del año en la ciudad. El Presidente no dice nada. El gobernador se tarda días no sólo en decir algo, sino en ir a Torreón. En la ciudad en que cada mes depuran a los cuerpos policiacos, pues no hay muchos policías. Me cuenta el alcalde que cuando aplicaron exámenes de confianza a los aspirantes, que se contaban en cientos, apenas un puñado los aprobó. El día de la matanza en la Quinta Italia, los únicos policías federales cercanos eran cinco, para cuidar carreteras. Torreón es parte de una zona metropolitana conocida como el paso de la droga para el norte. Territorio disputado entre bandas, de ahí se fueron las fuerzas federales en enero, porque ya no alcanzaban para cuidar Ciudad Juárez. Desde entonces, salir a echar una cerveza en la noche es de riesgo mortal. “Extraño la inseguridad del Distrito Federal”, me dice Javier Garza, director del El Siglo de Torreón, diario que hace meses, por amenazas, desistió de contar la historia de violencia de su ciudad.

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Días antes de la elección asesinaron al candidato puntero en Tamaulipas. Priistas indignados exigen al Presidente “hacer algo”, huele a emergencia. Se utilizan todos los adjetivos. Algunos comparan con el 94. El Presidente sale a cadena nacional, convoca, parece hacer una pequeña minicorrección de rumbo. Pone en la agenda la posibilidad de un nuevo diálogo, que de hecho en las semanas subsiguientes algunos medios lo aprovechan.

Mientras chillan a su candidato y exigen, los priistas sigilosos se quejan ante el IFE por el discurso del Presidente. Los burócratas de Tlalpan, aspirantes a censores con la ley en la mano, deciden que el Presidente violó la Constitución. “El contenido del mensaje no se ajustó a las previsiones legales que establecen que una cadena nacional se utiliza para asuntos de trascendencia nacional y en periodo de campañas electorales, como el que transcurría en ese momento en 14 entidades de la República, sólo podría contener ideas relacionadas con salud, educación o emergencias de protección civil”. Ya sabemos entonces que el asesinato de un candidato no es una emergencia, ni tiene que ver con la protección civil, según los señores de Tlalpan, que se encargan de que los candidatos —vivos— sean votados.

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“No somos un paisito”, me dice el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, nuevo responsable, bateador emergente y de emergencia de los festejos del Bicentenario. Me lo dice en un tono entre la indignación y la denuncia. En su diagnóstico es duro pero uno intuye que sabe que el batidillo es peor de lo que Lujambio acepta. No somos un paisito, le digo, pero hemos organizado esta celebración como si lo fuéramos.

De que se han hecho cosas, se ha hecho cosas. De que nadie se ha enterado, nadie se ha enterado. Tres mil millones de pesos después estamos cerca de quedarnos con un megareventón… y poco más. Creo que es una buena noticia la decisión de poner en Lujambio la responsabilidad. Pondrá al menos orden y transparencia. Espero también que emprenda una revisión del desastre y sus responsables.

Alrededor de la celebración federal, cada gobernador, cada presidente municipal, cada poder hará su propio proyecto. Un caos pues. Un carnaval de fiestas sin sentido.

Por sus festejos los conoceréis, me dice Sabino Bastidas. Buen reflejo del país que somos y que lidera (Ciro dixit) la generación del fracaso.

Nota: Los datos de empleo fueron sacados de la presentación “El impacto de la crisis en el empleo y la desigualdad”, de Norma Samaniego en el seminario sobre Igualdad y Desarrollo UNAM-CEPAL.

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