julio 19, 2010

Extraviado

Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma

Manuel Gómez Morin entendió que la política era una batalla contra el arrebato. Hacer política era remar contra la precipitación y aun contra el instinto. Domar la bestia con paciencia; resistir sus carnadas con razón. A eso dedica cartas a Vasconcelos que bien se pueden leer como uno de los argumentos más coherentes de nuestra tradición contra la tentación personalista. El admirador del maestro no creyó nunca en su Llamado. El entusiasmo es un cerillo corto. Ni al mejor de los hombres debe entregarse toda la esperanza: un proyecto auténtico de renovación exige tiempo, ideas, estructura. Necesitamos, decía Gómez Morin, una "organización bien orientada". Eso quería: una organización bien orientada y selecta, con entereza e ideas claras.

El producto está desorientado y bien desorientado tras la desgracia del éxito. Su dirigente nacional se muestra orondo, palabra que el diccionario vincula a la satisfacción presuntuosa pero también a la hinchazón hueca. El éxito de su estrategia reciente lo mantiene en su puesto pero, en realidad, es síndrome de un extravío o, más bien, de varios. A 10 años de haber ocupado la Presidencia de la República, el Partido Acción Nacional no tiene más eje que sus antipatías primitivas. El PAN no encuentra otra propuesta, no halla otro mensaje que su antagonismo inicial. Incapaz de hacer acopio de éxitos recientes y promesas atractivas, se ha puesto en renta: un simple vehículo del antipriismo. Después de décadas de oposición y 10 años de gobierno, el PAN es una mala copia del partido opositor que fue. Es un partido desdibujado, marcado por la inseguridad, el miedo y el resentimiento.

Una lectura del libro de Alonso Lujambio sobre la vida del PAN (La democracia indispensable. Ensayos sobre la historia del Partido Acción Nacional, DGE - Equilibrista, 2009) alimentaría severas recriminaciones a la conducción reciente de ese partido. En ese vívido recorrido por la biografía del PAN y sus cultivadores, pueden encontrarse tres propósitos vitales de Acción Nacional: la formación de un ideario práctico, la construcción de una institución sólida y bien implantada en el país y la transformación cultural de nuestra política. Gómez Morin, Christlieb y Castillo Peraza serían las figuras emblemáticas de esa triple ambición.

Acción Nacional es hijo del defensor más elocuente de la técnica. Buscaba ideas realizables, propuestas concretas que pudieran hacer frente a la fraseología de los demagogos. Respetaba por ello el conocimiento que incuba lentamente, la experiencia que se forma entre retos, el prestigio que dan los resultados. Encontraba en la técnica el compromiso auténtico con la vida, no el culto a la abstracción. Pero el partido que fundó hace política de espaldas a la técnica. No sólo eso: gobierna con abierto desprecio al mérito. El amiguismo impera hoy como nunca. No hay otro requisito para formar parte del círculo superior de la administración que la lealtad personal. Los técnicos que Gómez Morin quiso cultivar fueron usados primero por el panismo en el gobierno pero han sido crecientemente hostigados. No es raro que preparen su retorno al poder con otro boleto.

La paciencia panista partía de la convicción de que el cambio tendría que avanzar de la periferia hasta el centro. Su ambición no fue inmediatamente presidencial: quiso transformar el poder antes de ejercerlo. No solamente habría de competir y ocupar las plazas de la representación local, había que formar institución en el pueblo, el municipio, el estado. Había que hacerlo, además, de cierto modo, con reglas y en democracia. Pero tal parece que esa convicción ha reventado. La dirigencia nacional del PAN considera que las condiciones son tan adversas hoy que no puede obstruirse la estrategia electoral del partido con reverencias federalistas. Implantó por ello un auténtico régimen de excepción. En efecto, la dirigencia de Acción Nacional ha impuesto una dictadurcilla en nombre -¡otra vez!- de la transición: paréntesis que pone las reglas ordinarias en suspenso y que concentra el poder en la autoridad central. La ocupación no tiene precedente en la historia panista. Su éxito no debe hacernos olvidar la ominosa anomalía.

Quiso el PAN ser también alternativa cultural. Carlos Castillo Peraza llegó a creer, gramscianamente, que el PAN había triunfado en los valores antes de imponerse en las elecciones. Creía que sus ideas sobre la competencia política, la economía, el sindicato o el Congreso se habían hecho las ideas de todos. Las aberraciones, por indefendibles, se irían extinguiendo. Hoy podemos decir que ese orgullo que sentía el yucateco se convirtió en el gran fracaso histórico del PAN: su derrota cultural. Tras ganar la Presidencia, el PAN perdió la brújula: hoy defiende sátrapas sindicales; reparte puestos por burdos criterios de amistad, condena el mérito y renta su sello en beneficio de priistas en desgracia.

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