Reforma

A Chávez no le ha bastado montar la legitimidad de su régimen en la leyenda bolivariana; ha necesitado adueñarse físicamente de sus restos. La macabra apropiación tiene, por supuesto una intención política. Como ha apuntado Rafael Rojas, la exhumación busca aportar otra alegoría al chavismo: Simón Bolívar no murió de tuberculosis, sino que fue envenenado por el imperialismo. El héroe no pudo haber caído por azares de bacterias diminutas, sino por la perversidad de los enemigos de la patria. Revelar un asesinato de hace 180 años es atizar la guerra permanente; poner en guardia a la república contra esos criminales históricos que sólo cambian de traje pero no de propósito.
El respaldo de los cadáveres es una de las formas primigenias de la legitimidad. Los muertos suelen ser más dóciles que los vivos y pueden llegar a decir lo que los poderosos quieren escuchar de ellos. Todo régimen político, sea democrático o autocrático, levanta su prestigio en algún cementerio. Cualquier política pretende instalarse en el tiempo y por eso busca rehacer los recuerdos para usarlos en su beneficio. Pero las autocracias suelen tener mayor obsesión por el pasado. La arrogancia del déspota le impide medirse con sus contemporáneos: sólo los hombres de bronce, los inmortalizados en piedra y en poesía son sus camaradas. El déspota no está sujeto a leyes, no se detiene ante la advertencia de las instituciones, pero se convence de que es fiel a un llamado de la historia. Los muertos lo llaman y lo cuidan.
Se entiende que un régimen como el de Chávez busque cobijo en el féretro de Simón Bolívar. Una épica sentimental alimenta su eficaz teatralidad. Pero, ¿qué sentido tiene que México caiga en idéntica ridiculez? ¿A qué propósito sirve airear los huesos de los héroes y ponerlos a desfilar, ante un Presidente ataviado con los símbolos de la Jefatura de Estado? Vale la pena atender las razones del encargado de los festejos del Bicentenario, quien escribió un texto asombroso. Para don José Manuel Villalpando los restos de los héroes de la independencia merecen nuestro homenaje. Sí: los huesos de los héroes. Eso es lo que dice el profesor de historia de la Escuela Libre de Derecho en un texto conmovedor. Dice Villalpando: "Han esperado pacientemente allí, en sus urnas solitarias que pocos han visto, sin que nadie los visite, sin que nadie se detenga ya no digamos a agradecer lo que hicieron, sino al menos a pensar en ellos. Son los restos mortales de los héroes de nuestra Independencia. Los restos de los hombres que nos dieron patria y libertad. Sólo en contadas ocasiones reciben visitantes apresurados. A veces, durante las ceremonias protocolarias, en los discursos se menciona su nombre y se deposita una ofrenda floral en su honor. En otros momentos, son los turistas los que se detienen con curiosidad pasajera a tratar de adivinar el papel que cada nombre de los allí inscritos jugó en nuestra historia. No hay tiempo para más, porque pocas veces el transeúnte tiene la osadía de cruzar la avenida, con riesgo de su propia vida, arrostrando la marea automovilística para acercarse a ver, a mirar, a sentir, a recordar... Y ellos permanecen olvidados".
El festejador lamenta que nos olvidemos de los huesos de los héroes, no de los héroes. Tiene toda la razón. Debemos venerar el peroné ya polvoriento de Morelos, el húmero quebradizo de Vicente Guerrero y el polvo de vértebras de Guadalupe Victoria. No seamos ingratos. Que el bicentenario logre finalmente la justicia osamentaria.
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