Horizonte político
Excélsior
Quien recurre a ella busca ciertos fines políticos o sociales sin afectar la integridad o los derechos de otros.

Eso, en relación al medio utilizado: los fines que de esa forma se persiguen pueden variar significativamente, por lo cual cabe distinguir entre las demandas legítimas, razonables y viables (es decir, que sea posible técnica, económica, política o institucionalmente aplicarlas) de las que no lo son. La legitimidad de una causa puede ser determinada a partir de la perspectiva ideológica y valorativa con que se aborde. Es probable que a muchos ingleses la causa primordial de Gandhi -la independencia de la India- les pareciera injusta, incomprensible, e incluso irracional (pues sostenían, no sin fundamento, que al retirarse los británicos, hindúes y musulmanes entrarían en confrontación violenta, como en efecto sucedió). Pero para los independentistas indios se trataba de una causa esencial, legítima e irrenunciable. En esto hay, pues, una buena dosis de subjetivismo.
Pero la razonabilidad y viabilidad de una demanda podría estar menos sujeta a valoraciones morales o políticas, y más a aspectos técnicos, cuyos efectos positivos o negativos al interés colectivo puedan medirse con cierta precisión: demandas susceptibles, por tanto, de una valoración más aproximada a la objetividad (aunque las pasiones suelen nublar la razón y liquidar todo intento de objetividad). De hecho, las probabilidades de éxito de un ayuno se elevan conforme las demandas sean más legítimas, razonables y viables. Pensemos en algunos ejemplos extremos: supongamos un pequeño grupo de pacifistas extremos (o utópicos sociales) que ven en el Ejército a un instrumento de guerra, destrucción, conflictividad, o bien el clásico aparato represor de un Estado injusto y explotador. Y que, con absoluta e indiscutible buena fe, exigieran mediante una huelga de hambre su desaparición total. En una sociedad que mayoritariamente considerara como indispensable al Ejército para preservar su soberanía y defensa ante naciones externas o grupos subversivos, pocos aceptarían como razonable -o políticamente viable- esa demanda. Supongamos ahora otro grupo o individuo que hiciera huelga de hambre exigiendo la renuncia inmediata del jefe de gobierno (cuya legitimidad fuese incuestionable por la gran mayoría) por ser -a sus ojos- inepto para ocupar ese cargo. ¿Qué harían en esos casos el gobierno y la sociedad? ¿Cederían a tan poco razonables exigencias para salvar la vida, en sí misma valiosa, de uno o más huelguistas? Probablemente no. El Estado quedaría debilitado, vulnerable frente a futuras presiones y chantajes. No digo que en ese extremo estén las exigencias de los electricistas, pero probablemente tampoco todas se ubiquen en el extremo opuesto, es decir, cuando son plenamente razonables y absolutamente viables. Conviene, en todo caso, distinguir la nobleza de los medios de la viabilidad y razonabilidad de los fines. Ahí puede radicar la diferencia entre sacrificio y chantaje.
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