julio 06, 2010

La dualidad

Héctor Aguilar Camín
acamin@milenio.com
Día con día
Milenio

aQuizá el desafío mayor de la democracia mexicana sea igualar las normas y controles de sus procesos políticos locales con las normas y controles de los procesos federales.

En el ámbito federal vemos pesos y contrapesos no sólo deseables, sino necesarios para una democracia: equilibrio de poderes, opinión pública independiente, demandas y exigencias de la sociedad civil organizada, autonomía de órganos claves del Estado, como el Banco de México o el Instituto Federal Electoral, obligaciones del Estado por acuerdos internacionales y restricciones financieras por las reacciones del mercado.

El resultado es una presidencia institucionalmente débil, demasiado débil en mi opinión, que está obligada a negociar en todos los ámbitos.

Camino a las elecciones estatales del domingo pasado se hizo evidente hasta para el observador menos atento, la discrecionalidad y la eficacia con que distintos gobernadores dieron cátedra de cómo se gobierna y se administra una elección sin los contrapesos ni las restricciones que se tienen en el orden federal.

Quien más quien menos, no hay gobernador que no ejerza una influencia decisiva, de viejo régimen o antiguo presidencialismo mexicano, sobre su Congreso, su Tribunal Superior de Justicia, su órgano electoral, su comunidad empresarial, sus medios de información y hasta sobre su oposición política.

Como en el caso de los presidentes, es el demasiado poder lo que los ha llevado a cometer errores que fracturan su dominio. El más notorio de ellos es la elección de sus sucesores en el cargo, que en varios estados hizo nacer una oposición dentro de sus mismas filas y abrió el espacio a unas elecciones menos sencillas de lo que parecían.

Muchas de las alianzas del PAN con el PRD aprovecharon esas fisuras internas. El gobierno federal apoyó, si no es que diseñó, esas alianzas y lo que parecía hace cuatro meses un día de campo para los gobernadores priistas en funciones se volvió una jornada electoral competida. El voto tiene vida propia y sobrevivió en estas elecciones por igual a la sombra del clientelismo y al amago de la violencia.

Pero la enfermedad está ahí, se llama inequidad electoral, consecuencia de un entorno político local que carece de los pesos y contrapesos necesarios en una democracia.

Hay que emparejar institucionalmente los gobiernos federales y estatales, lo mismo que sus responsabilidades en materia de finanzas y seguridad pública, si no queremos que la democracia mexicana siga produciendo un nacional débil y poderes locales sin contrapesos adecuados.

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