julio 24, 2010

Los otros presos políticos

Andrés Pascoe Rippey
apascoe@cronica.com.mx
Invasión retrofutura
La Crónica de Hoy

Hay algo endémicamente injusto en la forma en que funciona la cobertura de prensa. Algunos casos reciben una atención descontrolada y apasionan a las naciones – artificialmente, en mi opinión –, mientras que otros, igual de complejos o trágicos, son ignorados por completo.

Existe, además, una importante dosis de manipulación política, cuando a ciertos intereses les conviene usar casos para empujar agendas o dañar reputaciones.

En este caso, me refiero al caso de los presos políticos en Cuba. El caso Fariñas, que ha conmovido a la opinión pública internacional – y gracias a su sacrificio ha hecho que hoy hay menos presos políticos en Cuba que nunca – ha acaparado toda la atención sobre un problema que no es exclusivamente cubano.

Me encabrona un poco, porque si bien estoy totalmente de acuerdo en que es imperdonable que Cuba mantenga prisioneros de conciencia y de que sigan siendo incapaces de reconocer lo inevitable de la transformación, hay una saña en los medios latinoamericanos que es injusta.

Mientras todo mundo señala a Cuba y la condena – con muy buenas razones, sin duda – ignoramos la existencia de presos políticos en, por ejemplo, Estados Unidos. Muy en particular, quiero hablar del caso de los cinco cubanos detenidos desde hace años en cárceles gringas bajo el cargo de espionaje.

Estos cinco cubanos eran en efecto miembros de la inteligencia cubana, que fueron enviados a EU no a espiar al gobierno sino a infiltrarse en los grupos anticastristas para evitar posibles ataques terroristas contra su gobierno (algo que EU hace en muchísimos países del mundo). El FBI fue informado de su presencia y la idea es que los cubanos entregarían el resultado de su investigación a esa agencia para que actuara.

En 1998, tres agentes del FBI fueron a Cuba para recibir los archivos de la investigación, en la que se dejaba constancia de los planes del anticastrismo contra Cuba. Sin embargo, al volver, los agentes no sólo no tomaron acción alguna contra los complotistas, sino que arrestaron a los cinco cubanos. Fueron juzgados en Miami, donde el sentimiento anti cubano es tan fuerte que fue imposible que tuvieran un juicio justo. Se les negó el derecho a ser juzgados en otro estado con menos sesgo.

Nunca se presentó evidencia alguna de que hubiesen cometido ningún crimen, así que los acusaron de “conspiración para cometer un delito”. A uno de ellos lo sentenciaron a dos cadenas perpetuas por conspiración para cometer asesinato, acusándolo sin ningún fundamento por el derribe de la avioneta de Hermanos al Rescate en 1996.

Desde entonces los sentenciados han ganado una serie de apelaciones, pero debido a la presión del gobierno sobre las cortes, nunca lograron tener un juicio justo. Esos cinco cubanos son hoy presos políticos en Estados Unidos. No gozan de derechos carcelarios, y no les han permitido visitas de sus familiares en todos los años que llevan detenidos. La Comisión de los Derechos Humanos de Naciones Unidas condenó el juicio, junto con juristas internacionales y organizaciones de derechos humanos.

Este caso, sin embargo, no aparece ni por asomo en el debate sobre los presos políticos. No veo a ningún editor de Milenio, por ejemplo, que siempre están tan prestos a denunciar a Cuba o Venezuela, siquiera reflexionando sobre el tema. Hay un sesgo político en nuestra prensa que se enamora de condenar a unos mientras que a otros les perdona todo y, en consecuencia, les regala impunidad. Existe una lógica profundamente conservadora en el pensamiento periodístico nacional, que de nada le está sirviendo a la causa de la justicia o de la libertad.

No veo en ninguna parte la reflexión indispensable sobre como la negociación del canciller de España, junto con la Iglesia católica, logró avances en la libertad de presos políticos que décadas de bloqueo y cerrazón jamás obtuvieron. Es tan claro – y aquí lo se ha dicho varias veces – que para impulsar un verdadero cambio democrático en Cuba el camino es el acercamiento y no la condena a ojos cerrados. Pero ese camino no le interesa a nadie porque, tanto para la política exterior gringa como para el entretenimiento periodístico mexicano, tener a Cuba de malos y enemigos es útil, fácil y barato.

No son el único caso. En Chile, un grupo de mapuches están encarcelados bajo la “ley antiterrorista”, lo que les priva de todos sus derechos – una ley promulgada por Augusto Pinochet —, por reclamar el derecho a trabajar sus tierras. Son presos políticos en una de las democracias favoritas de la derecha latinoamericana, y no le importan a nadie.

Por lo pronto, y por lo que valga, me pongo de lado de los presos políticos en EU y Chile, llamando a que se les respeten sus derechos fundamentales y se les libere de inmediato. Mucho ha sufrido ya, lejos de sus familias con cargos injustos. Mucho tiempo ha pasado. Y si exigimos la libertad incondicional para los presos políticos en Cuba, además del inicio de la transición democrática, no nos queda más remedio que se consecuentes y exigir eso mismo a gobiernos de todos los colores.

No hacerlo exhibe la poca generosidad y la profunda hipocresía de quienes se dicen demócratas sólo cuando les conviene. Y eso no sirve para nada.


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