Directora del Depto. de Comunicación de la Ibero y de Ibero 90.9 fm.
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El Universal

Los más recientes: cuatro periodistas privados de la libertad a su llegada a la Laguna. Con cautela se ha informado del hecho para proteger la vida de los que son; aunque en un mundo acelerado y de incontinencias declarativas, la historia salió a flote. El Comité para la Protección de los Periodistas ya se pronunció. Y tendríamos que decir: una vez más. Porque lo reciente se suma a la retahíla de muertes, atentados, amenazas que padecen muchos periodistas, comunicadores y medios en regiones del país, que se van expandiendo. De ahí el temor de que se imponga el silencio; porque habrá quienes bajen definitivamente la pluma. De ahí también la vergüenza de que se generalice la cooptación, incluso el secuestro de la pantalla: o transmites lo que yo quiero o ya no transmites. Cuentan amigos periodistas del norte del país que ésta es práctica común. Con algo de humor negro me dicen: nos hemos convertido en medios comunitarios, sí, pero de la comunidad criminal. Nada más que la pantalla seduce a todos, y ahora se busca presencia regional y, por qué no, nacional. El que esté a salvo que tire el primer control remoto.
Sugiero que comencemos por reconocer que no sabemos bien dónde estamos parados. El manazo del Ejecutivo no sirve de nada: su “dejen de hablar sólo de violencia” es un regaño que ofende. Deberíamos, en tal caso, voltear el dedo acusador: ¡que el Estado garantice la práctica informativa! Claro que la soberbia de algunos profesionales —“nadie tiene que decirnos cómo trabajar”— tampoco ayuda.
Como con toda enfermedad, hay que comenzar por reconocerla. Y luego asumir la necesidad de esfuerzos coordinados. Hay varios a niveles locales, como el Protocolo de Práctica Periodística de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Chihuahua, o los más recientes en el Distrito Federal. No es suficiente. Porque lo que hace falta es aquello para lo que los mexicanos, dicen, no somos tan buenos: trabajo en equipo, sí; coordinado, sí; a partir del reconocimiento de que no se resuelve solo, sí; con ganas de escuchar, escuchar, lo que otros dicen y han hecho, sí. Debatir.
¿Y si nos sentamos a la mesa? ¿Ya?
La muerte del periodismo será más que canción o elegía; será la cancelación de los derechos a la comunicación e información de nuestra democracia; será la constatación de que hubo un México barullero y hasta marrullero, en que se impuso lo segundo a expensas de lo primero. El deseo y la exigencia es que aparezcan, vivos y bien, los que hoy están desaparecidos. Vivos se los llevaron, los queremos vivos. Pero ahí no acaba. Ya es hora de que nos indignemos en colectivo, tomemos el control de nuestras pantallas, nos hagamos nuevas y mejores preguntas. Desde algunas universidades y organizaciones convocaremos; ojalá se escuche.
EPÍLOGO: lo asesinaron mientras hacía su servicio social en la Huasteca hidalguense. Arturo Lavín, estudiante de Ingeniería Civil del ITESO. Su muerte, y la del Arturo Hernández, de Hábitat A.C., no son sólo una tragedia en sí mismas. Contribuyen a erosionar aún más la vocación solidaria que quisiéramos en los jóvenes. Reitero: es hora de que nos indignemos, ¡todos!
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