julio 17, 2010

Miedo a ganar

Andrés Pascoe Rippey
apascoe@cronica.com.mx
Invasión retrofutura
La Crónica de Hoy

Si bien todos aspiramos de forma rutinaria a salirnos con la nuestra y progresar, es imposible negar que nos persigue con frecuencia un fantasma cruel: el auto sabotaje. Nada inusual resulta que quienes tienen todo para ganar construyen, consciente o inconscientemente, el abismo de su propia derrota.

Viene esto al caso pensando en el último proceso electoral y el siguiente, particularmente en la sorpresa que nos dio a todos el nuevo equilibrio de fuerzas políticas que se ha generado. Como todos saben, la gran profecía priista de dominio nacional no se cumplió, y algunos de sus más vergonzantes gobernadores fueron derrotados por coaliciones PAN-PRD y una ciudadanía fastidiada.

Lo que me interesa, como es natural, no es tanto el futuro de las coaliciones —que durarán o no según su propio éxito— sino el futuro de la izquierda nacional. Sobra decir que uso el término “izquierda” en su mayor amplitud, ya que si nos ponemos quisquillosos difícilmente se podrá decir que el PRD, el PT o Convergencia —ni siquiera AMLO— son de izquierda. Pero digamos, por ahora, que sí.

La izquierda internacional tiene una clara vocación derrotista, muy enfatizada por su propensión a la división interna. Si bien es cierto que la izquierda se divide más que la derecha por su densidad ideológica (es decir, porque unos defienden ideas y los otros intereses), también es real que la izquierda mexicana ha mostrado una propensión al descarrilamiento propio como pocas en el mundo.

¿Cuándo tuvo la izquierda verdaderas ganas de ganar? Las tuvo en 1988, con el Frente Democrático Nacional, que casi logró desarmar la estructura corporativa y de fraude electoral priista. Perdió las ganas para el 94, cuando no supo construir un discurso innovador que volviera a despertara la chispa del 88. Recobró las ganas en 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas arrasó en el Distrito Federal y se volvió segunda fuerza nacional, pero las perdió casi de inmediato. El gobierno de Cárdenas no supo o no quiso hacer la demostración de cambio prometida, y si bien fue un gobierno responsable, no comunicó nada ni se defendió de la embestida mediática. Si la izquierda quería ganar en el 2000, era obvio que Cárdenas no podía o no podía solo. Estaba ahí el estado de ánimo de cambio, pero el PRD ya no lo representaba. Y fue entonces en que se perdió la oportunidad histórica de hacer una alianza PAN-PRD que renovara de golpe al poder federal.

En 2006 Andrés Manuel López Obrador estaba más que deseoso de ganar, pero —más allá de campañas negativas— fue artífice de su propia derrota. De un distante primer lugar, AMLO cometió todos los errores de campaña que se pueden cometer. En lugar de ridiculizar la campaña de “un peligro para México”, mordió el anzuelo y la fortaleció. Desde entonces, la izquierda mexicana ha hecho todo lo posible por autodestruirse: elecciones fraudulentas, peleas y divisiones internas, estafas a lo Juanito, movilizaciones incomprensibles, defensa de lo indefendible… etcétera.

Pero la mayor derrota de la izquierda no ha sido la electoral o la de popularidad, sino la interna, la ideológica. Todos sabemos que los partidos de izquierda de hoy son tan sólo grupos de interés que aspiran a recursos y dominio político, sin ninguna verdadera propuesta de un sistema más justo, más igualitario o más equilibrado.

AMLO nunca representó eso, y Marcelo Ebrard menos: la forma en que se ha entregado la ciudad a los grupos de presión y a los sectores corporativos (“voto organizado” le llaman) demuestra la profunda distancia que hay con las nociones fundamentales de un gobierno de izquierda.

Si bien ha habido algunos logros importantísimos —el aborto y el matrimonio homosexual, por ejemplo— aún estamos muy lejos de tener en el mapa político una propuesta que interprete las necesidades de una izquierda moderna y convincente.

Es en ese sentido que siempre apoyé las alianzas y sigo creyendo que fueron una buena idea. Dado que no hay verdadero trasfondo ideológico, debemos sumar los mínimos comunes denominadores: debilitar los feudos corruptos y tratar de mejorar la vida de la gente. Esos son dos puntos en los que —me gusta imaginar— PRD y PAN coinciden. Lo demás es trivial y a ninguno de los dos partidos realmente les importa, más que para el ocasional acto público para complacer a las bases.

Pero ¿qué pasará para el 2012? Se antoja casi imposible una alianza a nivel federal —jamás se pondrá de acuerdo con el candidato— pero igual ha surgido la idea. Concretarla podría por fin arrebatarle a la izquierda su miedo endémico a ganar y la forzaría a aprender a hacer gobierno. México podría beneficiarse mucho teniendo un gobierno de izquierda moderada, dialogante y productiva. Porque el gran y más profundo auto sabotaje de la izquierda de nuestro país ha sido la obsesión con el caudillo. Esa es la semilla de su crisis interna. Los “grandes jefes” siempre prefirieron partidos débiles y poco institucionales —son más fáciles de dominar— que estructuras políticas maduras y democráticas.

No sé si una alianza federal PAN-PRD funcionaría, pero creo que nos permitiría vivir algo que aún no hemos conocido: la gobernabilidad democrática. La era de los acuerdos.

Eso sí que sería un lujazo.

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