julio 27, 2010

Muerte prematura

María Amparo Casar
Reforma

El presidente Calderón ha declarado en más de una ocasión que si alguna batalla ha perdido es la de los medios. Casi siempre lo ha hecho en referencia a la lucha contra el narcotráfico pero también ha reclamado la falta de reconocimiento respecto a los logros de su gobierno y a los avances frente a la crisis: en el primer trimestre del año el PIB ha crecido 4.3% o se han creado más de 450 mil empleos.

Me temo que la situación es mucho más grave. La plaza que verdaderamente ha perdido y a la cual debiera dirigir toda su artillería es la de la percepción generalizada de que su sexenio ya terminó y de que más bien habría que apostarle al próximo Presidente, al próximo gobierno, al 2012.

Desde todos los rincones políticos se oyen los ecos del 2012. La clase dominante -los líderes políticos, empresariales, sindicales, intelectuales, sociales- está ocupada prácticamente de manera exclusiva en ver las perspectivas de futuro entendiendo por ello quién dirigirá el país a partir del 2012. El PAN y el Presidente resignados frente a una oposición reacia a llegar a acuerdos y metidos de lleno en la grilla sucesoria; el PRI convencido de que hay que pavimentar el camino de regreso a Los Pinos con las piedritas del fracaso de la presente administración; el PRD sentenciando que ya se "agotaron las posibilidades de las grandes transformaciones en este sexenio"; López Obrador posponiendo su proyecto contra "la mafia que se adueñó de México" para cuando él gane; los empresarios cantando los fracasos del Presidente, acusándolo de boicotear sus propias iniciativas y convencidos de que "ha terminado la etapa de Calderón como Presidente"; buena parte de la comentocracia metida de lleno en el análisis de las perspectivas electorales y formulando una agenda de futuro porque ya no se vislumbra esperanza del presente.

Total, todos descontando el presente en aras de un futuro por demás incierto. Un presente que todavía durará 28 meses y ante el cual la peor idea es cruzarse de brazos porque gane quien gane más valdría la pena recibir un país mejor que uno peor.

Curiosa nuestra clase dominante. Se pone de acuerdo en una sola cosa: decretar el fin del sexenio. En lugar de apostar al presente, a más de dos años de que termine la actual administración, la única ocupación es ver quién puede, debe o va a llegar. Peor aún, muy a tono con nuestra cultura política personalista, pensando que el futuro depende del próximo ocupante de la silla presidencial. Como si el próximo Presidente no fuera a enfrentar circunstancias muy similares a las que hoy enfrenta Calderón; como si por arte de magia en el 2012 los líderes de la oposición se fueran a convertir en hombres de Estado persiguiendo un proyecto de modernización; como si los gobernadores fueran a asumir sus responsabilidades como parte del pacto federal; como si los poderes reales fueran a sacrificar sin más sus privilegios.

Algunos cargan la culpa al propio Presidente de esta situación. Da igual. Falso o verdadero es él quien ha dejado que se asiente la convicción de que su principal proyecto es impedir el regreso del PRI a Los Pinos y que se ha convertido más en jefe de partido que en jefe de Estado o al menos de gobierno.

Así las cosas, la batalla que el Presidente tiene que ganar hoy en día es la de revertir la percepción de que su sexenio terminó, de que no tiene que hablarse de una agenda de futuro sino trabajar en una agenda para los próximos dos años. Es él quien tiene que convencerse de que la mejor manera de retener el poder es siendo un gobernante eficaz en lugar de un operador electoral eficaz.

Para ello no basta con revivir en el papel el decálogo que el propio Presidente planteó en septiembre pasado y que muchos asumimos como el posible punto de inflexión de su sexenio. Tampoco basta con hacer un llamado genérico a la unidad del país para acabar con la delincuencia organizada y poner en la agenda la posibilidad de un nuevo diálogo. Hace falta hacer un llamado específico a cada sector con peticiones y ofrecimientos concretos.

Entre el fin de esta elección y el comienzo de unas elecciones de pronóstico en el estado de México se abre un compás de tiempo que muchos quisiéramos ver como un paréntesis productivo, no como la antesala del 2012.

Quizá valdría la pena retomar la expresión de Obama a quien, por cierto, queda el mismo tiempo que a Calderón para terminar su mandato: "Washington ha gastado una cantidad exorbitante de tiempo en política -quién sube y quién baja- y no el suficiente en qué es lo que le estamos entregando al pueblo americano".

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