julio 19, 2010

¡Te lo dije, Max!

Luis Soto
Agenda confidencial
El Financiero

"Reconozco que hemos fallado en la comunicación y no hemos sabido transmitir oportuna y correctamente las acciones gubernamentales...", confesó el presidente Felipe Calderón a un grupo de empresarios y comentaristas de diversos medios de comunicación el pasado 30 de junio en Los Pinos. ¡Y por qué no cambia a su equipo de comunicadores!, mascullaron algunos de los asistentes.

El viernes pasado Calderón hizo algunos movimientos en su equipo de comunicadores; aceptó la renuncia de Maximiliano Cortázar y designó en su lugar a Alejandra Sota. Nadie puede decir que con ello va a resolver el problemita que arrastra desde el arranque de su administración; lo que sí podemos señalar es que supuestamente habrá un cambio en la estrategia de comunicación social del gobierno federal, en la que desempeñarán un papel importante el mismísimo presidente y Gerardo Ruiz Mateos, a quien el pasado 14 de julio, al darle posición de su cargo, el mismo Calderón le hizo saber: "La función del ingeniero Ruiz será coordinar a todas las áreas que integran la Oficina de la Presidencia. Le he instruido hacer una revisión puntual de la Oficina; rediseñar mecanismos que incrementen su eficacia y, en consecuencia, una reestructura indispensable de la misma para cumplir con sus objetivos en sus distintas facetas, tanto de comunicación, como de relaciones públicas, y seguimiento de los programas prioritarios de Gobierno."

Hace poco más de dos meses -3 y 4 de mayo- publicamos en la Agenda Confidencial un par de textos sobre la incomunicación gubernamental, que vienen a la medida a raíz del cambio de "Ale" por "Max" que hizo Felipe Calderón. En la primera, titulada "El mal de la incomunicación", dijimos:

La clase política de México y en particular los funcionarios que forman el gobierno de la República, no atinan a desentrañar un instrumento fundamental en su relación con la sociedad: la comunicación. No saben lo que es, no valoran su utilidad o simplemente no saben utilizar sus complejos mecanismos. En esto no hay quien se salve.

Desde el presidente de la República hasta el más modesto funcionario, y desde los encumbrados dirigentes de partidos hasta el último de los "cuadros militantes", todos acaban tropezándose con el muro infranqueable de la comunicación.

No importa que las dependencias del Ejecutivo federal, las Cámaras del Congreso de la Unión, los partidos políticos y los organismos autónomos destinen buena parte de sus recursos financieros al sostenimiento y operación de grandes oficinas bautizadas presuntuosamente como: "coordinaciones de comunicación social"; el hecho es que no proporcionan un servicio social que justifique su existencia. No son útiles ni para los políticos ni para los ciudadanos.

El mal de la incomunicación afecta al gobierno federal y también a los aparatos gubernamentales y políticos del país en los órdenes estatales y municipales. No pueden citarse casos de excepción en los que opere de manera consistente y eficiente una buena comunicación entre la burocracia del poder público y la sociedad, entre los mandatarios y los mandantes, entre quienes reciben altos salarios para servir a la sociedad y los ciudadanos simples y llanos que pagan con sus impuestos esos salarios. Aunque parezca exagerado decirlo, los funcionarios públicos en particular y los políticos en general se mueven en el terreno de la comunicación con increíble ignorancia y torpeza.

No acaban de darse cuenta de que uno es el mundo de sus actividades privadas -aunque éstas se refieran a tareas institucionales-; otro es el universo de sus acciones políticas, que creen con ingenuidad que pueden estar siempre ocultas, y uno más, quizás el más importante de los escenarios, es el que ofrecen los medios y que, finalmente, es el mundo que se construye y se destruye a diario con informaciones, opiniones, comentarios y críticas de los comunicadores y, por supuesto, de los propios políticos.

Ésas son, a querer o no, las tres "realidades" que rodean a la clase política: la privada, la política y la mediática. Y la que a final de cuentas prevalece en términos de opinión pública es la que se conforma en los medios.

¿Con frecuencia los medios construyen simples percepciones? Sí, por supuesto, pero sucede que esas "percepciones" calan tan hondo en la sociedad que se transforman en "realidades", ante las cuales el sector público no ha tenido respuesta ni defensa posible. Ni la tendrá.

Al día siguiente, con el título "Voceros sin voz", comentamos:

Una de las figuras de mayor utilidad teórica en la comunicación social oficial es la del vocero, porque permite librar a su jefe -cualquiera que sea el rango- de la obligación de enfrentar a los medios, que son pozos sin fondo que demandan, naturalmente, información no sólo a diario sino a toda hora. Un vocero establece relaciones cercanas, personalizadas y constantes con los comunicadores, cubre las expectativas de ellos y, simultáneamente, abre espacios de relativa tranquilidad a su superior para que dedique su tiempo y su energía a la actividad de gobierno -si se trata de un funcionario público-, y deja abierta la puerta para que él decida cuándo, cómo, a quién o a quiénes, y en qué condiciones dará personalmente la información que quiera hacer pública. Lo que se requiere es avanzar hacia un modelo de vocería que verdaderamente tenga voz y la utilice en ejercicio de su cargo. Le urge al gobierno -sobre todo al gobierno federal- desarrollar una cultura oficial de comunicación y no depender exclusivamente de las encuestas para medir la popularidad del presidente en turno. La popularidad puede ser útil para lograr varias cosas, pero entre ellas no se encuentra gobernar.

Hoy podemos señalar: "Max, te lo dije", y: "Suerte, Ale, pero ¡cuidado!, no te tropieces con la misma piedra".

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