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La Crónica de Hoy

En esas pláticas fui madurando un libro: la base era el centro que conocí de niño, aquel que mis abuelos me platicaron, el que vivieron Andrés Henestrosa, Jaime Torre Bodet, Agustín Yáñez, Rafael F. Muñoz, Frida Kahlo, Miguel N. Lira, José Vasconcelos. Pude comparar el viejo ombligo del mundo, según la versión azteca, con lo que hoy resta, pasado de una espléndida grandeza. Descrita por Balbuena y más adelante por Novo, que hoy languidece. Lo que escribí no es una obra erudita, aunque sí hay mucha información, es más bien un tratado de recuerdos, una antología de nostalgias por esas calles que recorrí en la niñez, primero acompañando a mis padres a la Secretaría de Educación Pública y luego como estudiante de la Secundaria 1, en Regina, y en la Prepa 7, entonces en Licenciado Verdad y Guatemala. En esos años visité todos los rincones posibles, admiré los murales de Orozco, Rivera, Fermín Revueltas y Siqueiros. Recuerdo todavía el Zócalo de enorme belleza, con plantas, palmeras y fuentes. Todo eso escribí y lo puse en manos de la editorial Porrúa, donde compraba mis libros escolares y la que hoy luce modernizada y siempre fundamental.
Casi me fue imposible llegar a Porrúa a causa de la multitud de vendedores ambulantes, de bardas, de calles en aparente reparación, de una especie de feria en la plancha del Zócalo, en medio de charlatanes que hacen limpias disfrazados de lo que ellos suponen eran los aztecas, suciedad, limosneros. Todo eso y más en lo que AMLO llamaba la “ciudad de la esperanza” y que Ebrard denomina “capital en movimiento”. Carecemos de banquetas y calles, todo es para el automóvil y los ambulantes. Un auténtico asco que los turistas miran con desconcierto. Las bellezas del Zócalo son imposibles de apreciar, tampoco es fácil transitar, la gritería de los vendedores callejeros es inmensa y si uno se distrae tropieza con un bache o lo puede arrollar un vehículo que busca la manera de escaparse del laberinto infernal. No hay por dónde caminar, menos si, como fue mi caso, nos topamos con manifestaciones, plantones y todo tipo de protestas.
Anteayer, Alejandro Cedillo Cano hizo un espléndido reportaje sobre el tema: Marchas, 500 obras y encharcamientos ponen freno a la ciudad de México. Según la información proporcionada por el reportero, la agobiada capital en manos del PRD, tiene casi 9 marchas diarias, las obras están hechas con premura e improvisación, fueron concebidas para conseguir popularidad y votos, no para favorecer los movimientos. Para colmo, la plancha del Zócalo sirve para toda clase de actividades circenses y algunas serias que podrían ser llevadas a otros puntos de la ciudad menos sufrida. Es imposible disfrutar el Centro Histórico. Hay calles donde la piratería y la corrupción son visibles, policías y rufianes conversan mientras que ofrecen toda clase de productos ilegales. El costado de la Alameda, donde estuvo la hermosa librería La Pérgola y subsiste aterrorizado un busto de Beethoven, es un basurero y está repleta, como el resto de la Alameda, de vendedores de chatarra, de alimentos sucios e insanos y de mercadería proveniente de oriente. Nada resta de la pasada grandeza.
Marcelo Ebrard no ganará la Presidencia de la república, ni siquiera será candidato del PRD (menos AMLO, aunque él sí estará por segunda vez como aspirante presidencial y no triunfará por su enorme desprestigio y porque Fidel Castro acaba de hundirlo). De este modo no podrá arruinar otras ciudades del país. Espero con impaciencia el día que la capital se libere de quienes la han corrompido más y más y han destruido su dignidad en aras de la demagogia. Hay que luchar para que el DF recupere la grandeza que le vieron cronistas como Bernardo de Balbuena, Luis González Obregón, Artemio de Valle Arizpe, Salvador Novo y José Rogelio Álvarez.
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