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Interludio
Milenio

Eso era antes. Hoy, el gobierno de Calderón no sólo quiere llevar la fiesta en paz con tirios y troyanos sino que pareciera buscar, de manera muy puntual, el reconocimiento, el aplauso y el perdón de la dinastía cubana. Tan evidente es esta postura que le cuesta mucho trabajo procesarla a don Manuel Espino, panista distinguido y presidente de la Democracia Cristiana continental. El hombre, junto con muchos de sus correligionarios, debe preguntarse en qué gaveta de Los Pinos se traspapelaron los principios doctrinarios del Partido Acción Nacional.
Uno pensaría, desde luego, que esta extraña postura oficial resulta de una estrategia geopolítica de altos vuelos. Dicho en otras palabras, la famosa “doctrina Estrada” sigue siendo absolutamente inmune al contagio de ideologías alternativas a los dogmas del nacionalismo revolucionario.
El problema, miren ustedes, es que los destinatarios directos de estas amabilidades no han mostrado la menor gratitud. Al contrario, Fidel ha respondido cuestionando la legitimidad misma de Calderón. ¿Así o más claro lo quieren, señores cortejadores de dictadores?
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