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La Semana de Román Revueltas Retes
Milenio

Vemos, entonces, que muchos seres humanos matan aunque sea ilegal, matan a pesar de que saben que van a ser castigados, matan sin problemas de conciencia y —he aquí lo más aterrador del asunto— matan más de lo que debieran porque la escandalosa impunidad que existe en este país casi equivale, en los hechos, a una facultad concedida por un aparato de justicia corrompido e inepto: los asesinos, desgraciadamente, andan sueltos. Y seguirán sueltos.
Pero, el problema de la inseguridad en México no sólo se manifiesta en los asesinatos. La ausencia de un verdadero Estado de derecho —aunada a una pavorosa crisis de valores morales— ha desatado una descomunal oleada de robos. Todo se roba: el mobiliario urbano, los equipamiento de los gimnasios públicos, las tapas de las atarjeas, las señales de tránsito, los materiales de la oficina, el menaje de las casas, la mercancía de los supermercados, los coches, los cables de la electricidad, el petróleo que fluye por las tuberías, etcétera, etcétera, etcétera. Los mexicanos, al parecer, no somos un pueblo de asesinos; pero sí somos un pueblo de rateros. Robar está menos penado que matar. Y, nuevamente, la mayoría de los robos no merecen otra cosa que la más absoluta inacción de las autoridades. Pero, a diferencia de la descomunal dimensión de un asesinato —en todos los sentidos— el robo no parece sacudir demasiado nuestras conciencias: es más, significa, muchas veces, una revancha legitimada por la desigualdad social.
Tenemos así un panorama de lo que podríamos llamar la “delincuencia común” (y corriente): no matamos demasiado y robamos muchísimo. Existe, sin embargo, la otra delincuencia, la que lleva el nombre de “crimen organizado” y que ha merecido la más descomunal respuesta del Gobierno a pesar de que nosotros, las personas de a pie, padecemos mucho más los embates de los ladrones, los extorsionadores y los secuestradores que de los narcos. La solución, según dicen, estaría en la legalización de las drogas. Pues bien, formalizar la utilización de las sustancias ilegales no disminuiría en lo absoluto el imperio de unos cárteles que matan, degüellan, ahorcan, queman, estrangulan, decapitan, torturan, ejecutan y mutilan sin pedirle permiso a nadie, sea legal o ilegal, esté permitido o no lo esté. Es más, cuando les quiten su negocio, se seguirán dedicando a lo mismo de la misma manera como el asesino mata en abierto desafío al juez, a sus víctimas, a las Escrituras, a la Constitución, al Código Penal, a Dios y a los hombres. Estas organizaciones criminales no existen porque las drogas estén prohibidas ni dejarán de existir cuando las vendan en la farmacia de la esquina. Están ahí porque no funciona la justicia en México.
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