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Interludio
Milenio

Olé no es interjección del náhuatl sino un término castizo de allá y tan odiosamente español que los catalanes —pobladores de una nación sin Estado que, a falta de obtener dispensas constitucionales y poder constituir un país con todas las de la ley, deben aún rendir pleitesía a Su Majestad el Rey Juan Carlos— han decidido, a manera de revancha histórica y para mostrar músculo, que las corridas de toros no se celebren ya en Catalunyia a partir de 2012.
Aquí, sin embargo, somos más flexibles y, con alevosía y ventaja, nos apropiamos alegremente de usos y costumbres ajenos a nuestra idiosincrasia: decimos oquei (o sea, okay), pegamos grititos de yanquis histéricos para ovacionar a los artistas en el escenario, gruñimos “guau” (no digo ladramos porque no es onomatopeya que imite el habla perruna sino locución que proviene, nuevamente, de ese wow! admirativo que profieren los denostados “americanos”), nos atiborramos de hamburguesas en hamburgueserías que no son de Hamburgo sino de Waco, Texas y, finalmente (aunque esta lista no es en modo alguno exhaustiva), nos acomodamos perfectamente a un patético sucedáneo del american way of life en vez de cultivar fórmulas europeizantes que no por distantes dejan de ser, en mi opinión, mucho más cercanas a nosotros que los modos del vecino del norte.
Por eso, porque los siento más propios que el guau, por eso celebro los olés de ayer. Eso sí, no deja de parecerme vagamente esperpéntico que en un México contra España usemos los giros de ellos para aplaudir las habilidades de los nuestros. Exotismo puro, en un país que, paradójicamente, todavía no se reconcilia plenamente con la gran herencia española.
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