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Interludio
Milenio

¿Qué ventaja tiene estar al tanto de lo que hace y dice y piensa y opina toda esa gente que, encima, nunca vas a frecuentar en circunstancias amables —en un café, digamos, o en un bar para departir bajo el civilizador influjo de un whisky, un fino, un oporto o un tequila blanco de necesidad—, sino que detectarás en una simple pantalla y con la cual no tendrás jamás la experiencia del contacto directo? ¿Alguien ha propuesto, acaso, que los paseos por el bosque o las salidas al parque sean sustituidos por la visita a alguna página de la internet? ¿No es bonito estar en la playa, con las patas remojándose de veras en agua de mar certificada y comprobadamente real, en vez de mirar imágenes en la pantalla de la PC, por más espectaculares que puedan ser?
Vivimos, paradójicamente, en la sociedad del aislamiento a la vez que aspiramos a construir un mundo de comunicación universal. Salgo corriendo a tomarme un café con un amigo tan físicamente real como la lengua con la que (todavía) puedo hablar.
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