apascoe@cronica.com.mx
Invasión retrofutura
La Crónica de Hoy

Como sabemos ahora, haber escogido a Vicente Fox como primer presidente no priista en 70 años fue una decisión desastrosa. Con él y su frívolo gobierno comenzó a establecerse esa sensación de fracaso social, político y económico que hoy vivimos con tanta nitidez.
No son pocas ni irrelevantes las voces que nos llaman a sacudirnos el pesimismo y ver al menos con equilibrio lo que ha hecho México en los últimos doscientos años. Dicen que México está mejor que nunca, y que hubo épocas infinitamente peores. No les falta razón, pero también está claro que México no es, ni por asomo, el país que podría haber sido.
Tenemos en nuestro haber al menos dos décadas perdidas, décadas en las que hubo nulo desarrollo económico y social. Son las décadas en las que se gesta dentro de la sociedad el germen del crimen organizado, fertilizado por la frustración ante las dificultades para salir adelante y regado por la irritación con la corrupción gubernamental.
La violencia que vivimos hoy no empezó ni con este gobierno ni con la guerra de Felipe Calderón: comenzó con décadas de oportunidades perdidas y de abandono social.
Pero nuestra tragedia no es ni única ni debe ser analizada desde una perspectiva aislada, como si fuéramos una isla. Muy al contrario: debemos entendernos como parte de un proceso histórico continental, en el que las múltiples y diversas sociedades latinoamericanas han también encontrado enormes dificultades para encontrar el camino del progreso, entendido desde la perspectiva pequeño burguesa dominante.
Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay, Venezuela y Chile también iniciaron sus independencias ese emblemático 1810, y todos los países han enfrentado una reflexión similar: ¿hemos logrado ser realmente independientes?
Cada país tiene enormes matices bicentenarios, pero todos somos parte de un mismo esfuerzo de identidad y progreso. Además de nuestro Bicentenario, hay dos que me llaman mucho la atención y merecen ser comentados: Argentina y Chile.
El argentino es interesante porque se da en medio de un momento de extrema polarización política. Cristina Fernández, presidenta de ese país, ha sido poco tímida para enfrentarse con los poderes que considera nocivos, muy en particular los oligopolios del riquísimo campo argentino y el poderoso grupo multimedios Clarín.
Confieso que, con todas las muy válidas críticas que recibe Fernández por su manejo del gobierno, hay cosas que ha hecho que son históricas. Su voluntad de enfrentar el control mediático que hay en Argentina, a pesar de la virulentísima campaña contra ella —sólo comparable con lo que TV Azteca y Televisa hicieron contra Cuauhtémoc Cárdenas cuando estaba en el GDF o El Mercurio contra Salvador Allende— ha permitido construir una de las legislaciones más avanzadas y democráticas sobre medios en América Latina. Sé que mucha gente no lo ve así, y entiendo por qué: El Clarín ha creado la imagen de mártir en medio de una ofensiva gubernamental. La verdad es otra: un monopolio informativo encamado con los poderes fácticos perdió influencia, y eso siempre es bueno.
En medio de esa cruenta pelea política y social, los argentinos llegaron al bicentenario y se redescubrieron hermanos. El ambiente de unidad nacional, de fraternidad y de integración se sintió en todo el país, según muchos testimonios distintos que he escuchado.
Pocos días después, en Chile, la historia fue distinta. El presidente Sebastián Piñera enfrenta una oposición tan leal que casi podría llamarse sumisa. La concertación está todavía tratando de encontrarse a sí misma, mientras la Democracia Cristiana trata de amigarse con el presidente y el resto de la oposición busca definirse, siempre temerosa de enojar a los poderosos. En ese ambiente óptimo, Chile vivió un bicentenario algo desangelado, como todo lo que hace Piñera. Bien organizado, sin incidentes, pero también sin alma, sin emoción. Y sobre todo, contaminado por una huelga de hambre que puede llevar a varios mapuches a morir en los próximos días, mientras el gobierno se muestra asombrosamente incapaz de asumir su responsabilidad y hacer su trabajo.
Vemos lo siguiente: hay división y mezquindad política en otros países, pero encontraron en su bicentenario razones para unirse. Hay paz y orden en algunas naciones, pero siguen divididos y desconfiados.
No busco minimizar nuestros problemas ni decir que, dado que hay dificultades en todos lados, estamos bien. Lo que quiero que recordemos es que somos una nación latinoamericana como muchas otras, llena de retos y angustias, con un potencial asombroso y una asombrosa incapacidad de aprovecharlo. Nuestros problemas son inmensos y los años perdidos nadie nos los devolverá. Pero, carajo, sí somos dueños de nuestro destino y somos parte de algo más grande: un continente que también está, como nosotros, buscando su futuro.
Sé que no hay palabras de aliento para lo que sufre la gente. Sin embargo, quiero pensar que en medio de los días oscuros que vivimos, tenemos hermanos en toda la región que también sufren y que también aspiran a más.
Y quizá juntos tengamos una mejor oportunidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario