septiembre 24, 2010

¿El fin de las ideologías?

Héctor Aguilar Camín
acamin@milenio.com
Día con día
Milenio

Confundir el fin con los medios, el principio con los instrumentos, es un error común de gobiernos y ciudadanos. Me referí aquí a la conversión del IVA en una cuestión de principios, cuando no es sino un instrumento.

Los procesos electorales inducen también a la confusión de fines y medios. De pronto, en la vida democrática de cada día, ganar el poder deja de ser un medio para volverse un fin. Partidos y candidatos pasan de querer ganar elecciones para algo a ganarlas por ganarlas.

México lleva al menos una década metido en esa confusión, frecuente de la vida democrática. Como hemos recordado Jorge Castañeda y yo en Un futuro para México, llevamos al menos dos elecciones presidenciales sin preguntarnos para qué sería usado el poder que esas elecciones otorgaron.

Las elecciones del año 2000 fueron un plebiscito sobre si sacar o no al PRI de Los Pinos. Nunca hubo la pregunta de qué país o qué tipo de gobierno se quería construir después del PRI.

Las elecciones de 2006 fueron un plebiscito sobre si López Obrador o Calderón debían llegar a Los Pinos. Nunca hubo la pregunta seria de qué proyecto de país o de gobierno debía ganar.

Las elecciones son en gran medida sobre candidatos (y spots) más que sobre proyectos. Pero una democracia instrumental en la que lo único que verdaderamente cuenta es cómo ganar el poder, parece una perversión de la democracia.

La batalla de las alianzas que libran hoy el PRD, el PAN y el PRI tiene en su fondo una confusión radical de medios y fines. Lo que importa en ambos bandos es ganar. Ya se verá después para qué.

La confusión diluye aún más, si eso fuera posible, la diferencia de proyecto y programa entre las fuerzas contendientes.

Para todo efecto práctico el PAN resulta indistinguible del PRD, pues para aliarse ambos tienen que borrar o posponer sus diferencias. Hecho esto, acaban distinguiéndose en nada del PRI.

La facilidad con que se dan estas alianzas alienta mi sospecha de que la puja electoral de estos años ha aplanado las diferencias ideológicas de los partidos, que se distinguen hoy por sus personas más que por sus proyectos de nación y de gobierno.

Podría no ser del todo una mala noticia: partidos intercambiables en el poder cuya única medida de legitimidad y credibilidad sea la eficacia. Políticos sin ideología ni convicciones mayores, llevados por el vaivén de la realidad y las exigencias ciudadanas.

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