septiembre 17, 2010

El padre Hidalgo y la capital

José Antonio Crespo
Horizonte político
Excélsior

Determinó, el 2 de noviembre, retirarse de las puertas de la capital. Esa decisión provocó que sus huestes se redujeran a la mitad.

Con 80 mil hombres frente a la capital, Miguel Hidalgo tuvo la opción de entrar a ella o continuar la lucha en "la provincia", como se dice desde entonces. En el Monte de las Cruces se había librado una importante batalla, el 30 de octubre. El coronel español Torcuato Trujillo llamó a parlamentar a los jefes insurgentes, pero traicionó su palabra, pues los atacó cuando éstos se acercaban con banderas de tregua. Entre las fuerzas realistas se hallaba Agustín de Iturbide que, como teniente, cumplía su primera acción militar. Ya ante la posibilidad de entrar a la capital, el virrey Francisco Javier Venegas preparó la defensa, pero no con un ejército (que estaba fuera), sino con ciudadanos voluntarios, sirvientes reclutados a la fuerza, y dos mil mujeres llamadas "Patriotas Marianas". Los insurgentes enviaron una propuesta de rendición que el virrey rechazó, pese a conocer la desesperada situación en que se hallaba la ciudad. El 2 de noviembre, Hidalgo determinó retirarse de las puertas de la capital. Esa decisión provocó que las huestes de Hidalgo se redujeran a la mitad, pues muchos retornaron decepcionados a su casa al esfumarse la magnífica oportunidad de saquear la "Ciudad de los Palacios". En su retirada, se encontraron con las fuerzas de Félix María Calleja, el 7 de noviembre, en Aculco, y sufrieron una fuerte derrota.

Frente a la propaganda triunfalista que desplegó el gobierno, Hidalgo respondió publicando una carta dirigida al propio virrey, explicando las "verdaderas razones" de su retiro. Se dijo informado de que su retirada se había tomado como derrota, "cosa que puede desalentar a los pusilánimes". El principal motivo aducido fue la falta de parque (igual que el general Anaya dijo a los norteamericanos tras su derrota en Churubusco). Escribió también Hidalgo: "El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones en términos que, convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaban, por este motivo no resolvimos su ataque, y sí retroceder para habilitar nuestra artillería". Y aclaró que el descalabro de Aculco, a manos de Calleja, tampoco fue una derrota, sino un "repliegue táctico", argumento siempre recurrido por los derrotados que no se reconocen como tales (lo mismo en la guerra que en la política). Dijo que de esa refriega "no resultó más gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho hombres". No logró convencer a la opinión pública de que iba ganado la guerra, aunque no lo pareciera. Y es que, tanto el retiro de la Ciudad de México como la batalla de Aculco, habían en efecto constituido serias derrotas de la insurgencia; una de imagen, y otra militar. Y, entonces, el padre de la patria prometió: "No dilataré en acercarme a esa capital de México, con fuerzas más respetables y temibles a nuestros enemigos", amenaza que ya no tuvo oportunidad de cumplir.

¿Fue el de Hidalgo un repliegue táctico, como afirmó? Probablemente. Ha habido historiadores que sostienen que la decisión de Hidalgo en realidad respondió a que tenía preocupación por la suerte de los capitalinos, pues habiendo presenciado las masacres en Celaya y Guanajuato, pensó en la matachina que se armaría en la capital, y su sentido ético simplemente no se lo permitió. Esa suele ser la versión preferida por la historia oficial.

Pero don José María Luis Mora, el gran ideólogo e historiador liberal, nunca se convenció de ello: "Esta falta indisculpable aun para el hombre de más vulgares nociones, se ha querido disculpar en Hidalgo, suponiendo que fue impulsado a cometerla por el deseo de evitar a México los desórdenes que sus masas le causarían en una violenta ocupación; el crédito que merece semejante suposición puede valuarse por lo que pasó en Celaya, Guanajuato y Valladolid". En efecto, más tarde demostró nuevamente Hidalgo no ser movido precisamente por la misericordia, al ordenar la ejecución sistemática y gradual de sus prisioneros españoles (civiles) en Guadalajara, violentando salvoconductos y promesas solemnes de respetar la vida de los cautivos. Algo sobre lo cual dice el mismo Mora: "Estos miserables eran sacados en la oscuridad de la noche y muertos a machetazos o puñaladas.

Tales atrocidades no necesitan comentario ni merecen disculpa, y ellas fueron el principio de otras muchísimas que, provocando represalias, contribuyeron a empapar de sangre todo el suelo mexicano". Cuando ya preso, le preguntaron a Hidalgo por qué no celebró siquiera un juicio a sus víctimas de origen español, respondió: "No era necesario: sabía que eran inocentes".

No hay comentarios.: