Escritor
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Excélsior
¿Por qué la señora Josefa Ortiz de Domínguez no ha recibido los debidos honores históricos, para que participe con la misma dignidad entre los otros próceres del movimiento armado?

Tal pareciera que se trata de una historia escrita por hombres, en donde prevalece una misoginia evidente o, tal vez, una palpable ignorancia porque se desconoce el papel que siguió jugando doña Josefa después de 1810 hasta 1829, en que finalmente falleció. Si se pretende reducir su gestión histórica al hecho de haber avisado a Allende que el movimiento de Independencia había sido descubierto y que, por lo mismo, tenían que detonar el levantamiento armado antes de octubre, tal y como se había programado, ¿entonces la Corregidora simplemente pasaría a la historia como una chismosa? Por supuesto que no, en buena parte se desconoce su participación posterior, así como la de su marido, don Miguel Domínguez, el Corregidor, quien supuestamente estaba al lado de las fuerzas realistas como representante del virrey en Querétaro y que, por lo mismo, se oponía a la Independencia de México, y por lo tanto, a las ideas de su esposa y de quienes encabezaban el movimiento Insurgente. Nada más alejado de la realidad: Miguel Domínguez operaba de manera encubierta también a favor de la libertad, junto con su esposa, en la inteligencia de que ambos deseaban la independencia de la Nueva España, sólo que por caminos diferentes: doña Josefa entendía únicamente la independencia a través de la violencia, ya que los españoles jamás abrirían el puño ni perderían todos sus privilegios y ventajas económicas, si no era rompiéndoles el puño con la culata de los mosquetes, en tanto que don Miguel creía en la posibilidad de llevar a cabo el proceso de la libertad por la vía pacífica y civilizada sin recurrir a las armas y mucho menos a la violencia.
Por supuesto que el Corregidor estaba al lado del movimiento insurgente y confabulaba y lo dirigía, a pesar de su elevado encargo como representante del virrey en Querétaro, pero lo importante consiste en volver a la Corregidora, a esa ínclita mujer que debe ser encumbrada por todos sus méritos políticos.
Cuando ella supo del fusilamiento de Allende y de Hidalgo a mediados de 1811, y a pesar de haber vivido en intervalos de seis años encarcelada en los conventos de la Nueva España, de cualquier manera siguió, aliada a Morelos, quien continuó el movimiento de Independencia. Cuando éste fue fusilado en 1815, entonces la Corregidora buscó a Guerrero para continuar con el movimiento de Independencia y evitar que éste se desintegrara. ¿Por qué los libros de texto no subrayan esta gesta heroica, esta necedad, esta terquedad de una de las mujeres más audaces y liberales del siglo XIX mexicano?
Cuando, contra su voluntad, se instala el imperio de Iturbide y Ana Huarte invita a doña Josefa a formar parte de la Corte Imperial, doña Josefa responde: "Dígale a la Emperatriz que prefiero una y mil veces ser reina de mi casa y no sirvienta en palacio". Ahí está, de nueva cuenta, la valentía de doña Josefa, sus convicciones políticas, su determinación por no aceptar un modelo de gobierno que, desde luego, según su punto de vista, no convenía a los intereses y futuro del país que acababa de nacer a la vida política. A continuación, después de un sinnúmero de entrevistas con el presidente Guadalupe Victoria, ya entrado 1824, ella le pidió que abandonara su casa porque no compartía el ritmo que Victoria intentaba imponerle al desarrollo democrático de México. Doña Josefa largó de su casa nada menos que al Presidente de la República por incompatibilidad en las ideas políticas. Por si lo anterior fuera poco, Josefa todavía estuvo en contra de Vicente Guerrero cuando éste dio un golpe de Estado a Manuel Gómez Pedraza para convertirse en el segundo Presidente de México. Guerrero fue un golpista y, sin embargo, a pesar de lo anterior, sin olvidar sus méritos militares, según mi punto de vista, ciertamente escasos en comparación con los de la Corregidora, los restos de Guerrero sí descansan en la Columna de la Independencia.
La muerte sorprendió a doña Josefa Ortiz de Domínguez en 1829. En su agonía exigió que su hijo mayor no estuviera a su lado en el momento en que falleciera porque había formado parte de las tropas realistas de Agustín de Iturbide, lo cual había sido, para ella, un agravio imperdonable. No toleraría la presencia de su primogénito, ni lo perdonaría en el último momento, antes de partir al infinito.
Y después de todo este brevísimo resumen, ¿los restos de la Corregidora no serán trasladados de la Rotonda de los Hombres Ilustres de Querétaro a la Columna de la Independencia, cuando tiene muchos más méritos que Guerrero, Leona Vicario, Jiménez y Mina?
Sea la presente columna un respetuoso llamado a las mujeres liberales de este país para que inicien un movimiento y los restos de doña Josefa puedan descansar justificadamente en el monumento a la Independencia.
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