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Día con día
Milenio

Primero: ¿Cuál era el país que pensaban o soñaban los que iniciaron la lucha de independencia?
Respuesta: Los patriotas independentistas del siglo XIX tenían un optimismo desbordado. Creían que la independencia traería la felicidad y la abundancia. Igual que nosotros creímos en el siglo XX que la democracia lo arreglaría todo. La credulidad y el optimismo son malos consejeros prácticos.
Segundo: ¿Por qué vitoreaba Hidalgo a Fernando VII, el rey de España, de la que quería independizarse?
Respuesta: Vitorear a Fernando VII es lo que hacían todos los independentistas de la primera hora: reivindicar la corona española de Fernando contra la invasión napoleónica de 1808 que había impuesto a José Bonaparte como monarca. Ya que Fernando VII no estaba en el trono, los reinos de ultramar podían declararse autónomos, es decir, soberanos e independientes frente a la imposición napoleónica. El grito de Hidalgo por Fernando VII nos parece raro porque aprendemos nuestra historia patria como si nada tuviera que ver con España, salvo para repudiarla. Lo cierto es que éramos parte de España, del imperio español, y veíamos las cosas de un modo transatlántico, más universal que ahora. La historia patria fundada en la nación nos estrechó la mira.
Tercero: Al parecer sólo Morelos tenía un proyecto de país independiente, esbozado en los “Sentimientos de la nación”.
Respuesta: No me conmueven mucho los “Sentimientos de la nación”. Pienso, por ejemplo, en el punto 2. “Que la religión católica sea la única, sin tolerancia de otra”. O en el punto 19: que se establezca en la Constitución el 12 de diciembre y el culto de la Virgen de Guadalupe como día de celebración obligatoria.
Los “Sentimientos de la nación”, título insuperable, son a la vez un documento arcaico y de gran anticipación de futuro. Postulan el integrismo religioso y la secularidad liberal: rechazo a la esclavitud y a la monarquía; defensa de la división de poderes y de las garantías individuales.
Es un texto a caballo entre dos mundos, a la vez arcaico y modernísimo, de lo cual deriva su problema fundamental: resulta incumplible hacia atrás y hacia adelante.
Quizá sea el documento que funda la funesta tradición legal mexicana de que las leyes son “aspiracionales”: menús de altas intenciones, no de precisos deberes.
Sería muy bueno que hubiera en nuestras leyes menos buenos sentimientos y más reglas obligatorias, menos sueños inalcanzables y más conductas correctas.
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