Gerardo Galarza
Excélsior
Después de su participación, Vargas Llosa tuvo que irse de México de inmediato.
Mario Vargas Llosa, el premio Nobel de Literatura 2010, no fue el primero ni el único intelectual extranjero o nacional que levantó severas críticas al sistema político que se vivió en México de 1929 al 2000. Sin embargo, él ya pasó a la historia política-electoral mexicana por haber definido al priato como "la dictadura perfecta".
Su definición la hizo la tarde del jueves 30 de agosto de 1990, es decir apenas hace 20 años, en el Encuentro Vuelta. El Siglo XX: la experiencia de la libertad , reunión organizada por la revista que sepultó a la usurpada Plural, en la conferencia "De la literatura cautiva a la literatura en libertad".
De inmediato provocó una airada respuesta de su amigo Octavio Paz, quien seis semanas después sería galardonado con el Nobel de Literatura de ese año por su espléndida obra poética y ensayística. El debate entre ambos fue público. Y está documentado lo que dijeron, como también quedó registrado que el peruano tuvo que abandonar intempestivamente el país, por -se dijo- un problema familiar nunca aclarado, pese a que aún tenía pendiente una nueva conferencia al siguiente sábado.
Eran los días en los que el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari buscaba, promovía y prometía el ingreso de México a la posmodernidad. Vargas Llosa fue un aguafiestas. Dijo después de escuchar la réplica de Paz:
"Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir. Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización actual soy el primero en celebrar y en aplaudir, como todos los que creemos en la democracia, encaja dentro de esa tradición, con un matiz que es más bien un agravante.
"Yo recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso mexicano como esta fórmula: La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro, es México. Porque es la dictadura camuflada, de tal modo que puede parecer que no es dictadura; pero tiene de hecho, si se le escarba, todas las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido, un partido que es inamovible, un partido que concede suficiente espacio para la crítica, en la medida que esta crítica le sirve, porque confirma que es un partido democrático, pero que suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia.
"Una dictadura que, además, ha creado una retórica que la justifica, una retórica de izquierda, para la cual, a lo largo de su historia, reclutó muy eficientemente a los intelectuales, a la inteligencia. Yo no creo que haya en América Latina ningún caso de sistema, de dictadura, que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil, a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos, sin exigirle una adulación sistemática, como hacen los dictadores vulgares. Por el contrario, pidiéndole más bien una actitud crítica, porque ésta es la mejor manera de garantizar la permanencia de este partido en el poder.
"Un partido, de hecho, único, porque era el partido que financiaba a los partidos opositores. Esa es una dictadura. Es decir, puede tener otro nombre, una dictadura muy sui géneris, muy especial, muy diferente. Pero tanto es una dictadura cuanto todas las dictaduras latinoamericanas, desde que yo tengo uso de razón, han tratado de crear algo equivalente al PRI en su propios países".
Así lo dijo el hoy Nobel. Se tuvo que ir de México de inmediato. Fue en 1990 cuando apenas hacía siete años que se habían tenido que reconocer los triunfos de la oposición en tres capitales estatales (Hermosillo, Guanajuato y San Luis Potosí); cinco de que al PAN se le había reconocido el triunfo en los principales municipios de Chihuahua (la capital y Ciudad Juárez) y la ciudad de Durango; cuatro del escandaloso (al que se llamó "patriótico") fraude electoral en la gubernatura de Chihuahua; dos de las todavía hoy, y quizás por siempre, controvertidas elecciones presidenciales de 1988 y uno de que se tuvo que reconocer el primer triunfo opositor en una gubernatura. Hace apenas 20 años y ya hay muchos a quienes se les olvidó.
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