Razones
Excélsior
No es el escritor que se regodea y fuma sus habanos con los Castro o sus clones menores que pululan por el continente.
Para mi amigo Raúl Abraham, con un abrazo solidario.

El Premio Nobel a Vargas Llosa es una magnífica noticia, no sólo porque honra a un escritor extraordinario, prolífico y versátil como pocos (pero que no ha perdido la capacidad de sorprendernos ni la calidad ni termina repitiéndose en sus obras y tramas), sino también porque, en nuestros países, Vargas Llosa no es políticamente correcto.
No es el escritor que se regodea y fuma sus habanos con los Castro o sus clones menores que pululan por el continente.
Es el que señala, lucha, pelea por visiones que rompen radicalmente con la visión nacionalista, populista, seudorrevolucionaria e irracionalmente antiestadunidense o antieuropea en la que siguen abrevando muchos de nuestros intelectuales, incluida buena parte de los más notables y reconocidos. Estos son los que sostienen que Vargas Llosa se convirtió en un escritor de derecha, y es que no pueden o no quieren entender que la suya es una notable expresión de un liberalismo progresista y democrático que lamentablemente aún está lejos de nutrir a nuestros principales movimientos y fuerzas políticas. Y a nuestra intelectualidad, que sigue pensando que aquello de "la dictadura perfecta" fue una exageración literaria.
Lo reaccionario, lo de derecha, lo verdaderamente conservador, lo regresivo, según lo ha dicho una y otra vez Vargas Llosa, como lo ha reflejado en su literatura, es esa mezcla de populismo y nacionalismo autoritario que, presentándose como de derecha o de izquierda, ha lastrado a nuestras sociedades. Y esa es la norma de la literatura de Vargas Llosa en La ciudad y los perros o en La fiesta del chivo, pero también en Lituma en Los Andes o La guerra del fin del mundo. O en Las travesuras de la niña mala o Pantaleón y las visitadoras que, además de contar unas extraordinarias historias de amor, de encuentros y desencuentros, nos sirve, una, como telón de fondo, de una parte de la historia del siglo XX y, la otra, de sus hipocresías y miserias. Porque el amor, la sexualidad, las historias que las enmarcan se basan en nuestras vulnerabilidades, en nuestra capacidad de cambio, de transformación y error, en la capacidad de ver al hombre o la mujer ante su circunstancia, ante el desafío de lanzarse de lleno detrás de sus pasiones. Porque la pasión es uno de los más notables rasgos en la obra de Vargas Llosa. Y la mejor demostración son dos obras portentosas: La casa verde y Conversación en la Catedral.
No fue, como suele ocurrir, tan brillante como político que como escritor, quizá porque no tuvo la malicia que la política real requiere. Pero tuvo el enorme mérito de tratar de llevar sus ideas a esa política real sin treparse a algún carro o una causa victoriosa o políticamente correcta, sino por la vía más difícil: la de una lucha electoral. Lo hizo ante el peligro que percibía en la política de su país, en el populismo conservador de Alberto Fujimori y el populismo nacionalista de la primera etapa de Alan García. Perdió y no regresó a ella, aunque plasmó en un extraordinario texto político (El pez en el agua) su visión de las cosas, de los políticos e intelectuales de su país. Sin duda, como todos, Vargas Llosa ha cometido errores, en la vida y en la política, pero creo que siempre ha sido un hombre respetable, en el sentido en el que él mismo lo ha escrito: "Hay muchas maneras de definir lo respetable. En lo que a mí se refiere respeto al intelectual o al político que dice lo que cree, hace lo que dice y no utiliza las ideas y las palabras como una coartada para el arribismo". Vargas Llosa nunca lo hizo. Este es un Nobel que alimenta el alma.
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