octubre 09, 2010

Guiñol

Jaime Sánchez Susarrey
Reforma

La afinidad López-Calderón fue más sorprendente y negativa en materia electoral. El presidente de la República transó, en sentido peyorativo, con las corrientes conservadoras del PRI

Calderón retomó el tema. AMLO sí era un peligro para México -dijo. Y no estaba, en efecto, solo en su apreciación. Muchos la compartíamos. Bueno, al principio no éramos tantos. En 2005 la lista incluía cinco o seis nombres que "el rayito de esperanza" y sus huestes satanizaron. Algunos fueron (fuimos), incluso, amenazados.

Después, conforme avanzó la campaña y el círculo más cercano al candidato Calderón endureció el tono, las cosas cambiaron. Fue entonces cuando acuñaron la frase, es un peligro para México, y lo compararon abiertamente con Hugo Chávez. No se trataba de ningún despropósito. Andrés Manuel tenía y tiene un temple mesiánico y autoritario.

Los perredistas han padecido sus arrebatos antes y después del 2 de julio de 2006. El costo ha sido muy elevado. El desplome del PRD después de la toma de Reforma y de la instalación del gobierno legítimo habla por sí solo. Y ahora los tiene, de nuevo, en vilo. Pese al lenguaje conciliatorio, López Obrador va por todo en el 2012. No importa que llueva o truene.

No deja de ser paradójico, sin embargo, lo que ha ocurrido a lo largo estos cuatro años. Quienes denunciábamos el populismo de AMLO teníamos en mente varios vectores: su temple mesiánico, su desprecio por las instituciones y la certeza que bajo su presidencia no prosperaría ninguna de las reformas que le urgían al país; antes al contrario, habría un retroceso.

Desde esa perspectiva, había dos instituciones particularmente vulnerables. Una era el Instituto Federal Electoral que el candidato del PRD había descalificado reiteradamente y puesto en un callejón sin salida: la única prueba de autonomía, equidad y transparencia electoral sería la victoria de López Obrador.

La otra era el Banco de México. AMLO no tenía ninguna razón para confiar ni para respetar a su junta de gobierno. Desde su punto de vista, la reforma impulsada por Salinas de Gortari no era más que una trampa de la mafia neoliberal para impedir que un gobierno popular, verdaderamente popular, pusiera en marcha su programa económico.

La sorpresa, sin embargo, vino del otro lado. En medio de la crisis económica, el gobierno de Felipe Calderón se lanzó abiertamente contra el gobernador del Banco de México. Guillermo Ortiz fue responsabilizado de entorpecer la recuperación y de agravar el contexto económico.

Al interior del PAN se llegó a plantear, incluso, modificar el mandato constitucional del Banco de México. Su objetivo fundamental no debería ser mantener el poder adquisitivo de la moneda y combatir la inflación, sino contribuir al crecimiento económico.

Andrés Manuel debe haber sonreído al conocer semejante iniciativa. Él no habría dudado ni un segundo en ponerla en operación. Era su credo. Finalmente no prosperó. Pero sería absurdo no ver las cosas como son. La defenestración de Guillermo Ortiz como gobernador del Banco de México fue consecuencia de esos vendavales.

La afinidad López-Calderón fue más sorprendente y negativa en materia electoral. El presidente de la República transó, en sentido peyorativo, con las corrientes conservadoras del PRI. La permuta fue ignominiosa. Valores y principios democráticos a cambio de una miscelánea fiscal -mal llamada "reforma".

El saldo de esa contrarreforma electoral, primer retroceso desde la iniciativa de 1978 hasta 1996, está a la vista: se lesionó la autonomía del IFE (con el consecuente efecto cascada en todos los estados de la Federación), se atentó contra la libertad de expresión (al prohibir constitucionalmente la expresión de los ciudadanos en los medios electrónicos) y contra la libertad de información (al satanizar el debate y la confrontación, bajo el eufemismo de "campañas negativas").

Se cumplieron, así, los pronósticos más ominosos. Si López Obrador hubiese ganado la elección del 2 de julio, habría impulsado una contrarreforma del mismo corte, pero muy probablemente hubiese enfrentado la oposición del PAN. Cosa que no ocurrió en el 2007, porque Felipe Calderón dio su beneplácito.

Paradoja de paradojas. Cuando menos dos tesis de "el peligro para México" terminaron siendo avaladas por el presidente de la República. Su ejecución por el rayito de esperanza no habría sido idéntica. Imposible afirmar que entre Calderón y López no hay diferencias. Pero dicho lo anterior, es un hecho que don Felipe se metamorfoseó y nos ha dado una gran sorpresa.

Las inconsistencias no terminan allí. Hace apenas unas semanas, el presidente de la República consideró oportuno abrir un debate sobre la legalización de la droga, aun cuando él no simpatizaba con la idea. Ahora, en una entrevista reciente, condenó lo que ocurre en Estados Unidos y alertó contra la posibilidad de que las drogas lleguen a las escuelas y envicien a los jóvenes.

La contradicción es manifiesta. Si el Presidente cree, de verdad, que la legalización equivaldría a abrir las puertas del infierno a jóvenes, adolescentes y niños, debe proscribir el debate, condenándolo de una vez por todas. En esa materia no se puede transigir.

Y otro tanto se puede afirmar de su deslinde personal de la estrategia de las alianzas PAN-PRD. Su versión es increíble (La Razón, 6/oct/10). Cómo creer que César Nava se jugó el todo por el todo sin la anuencia y bendición de su santo patrono, el presidente de la República.

Algo va mal con Felipe Calderón. Tira la piedra al tiempo que esconde la mano y no se hace responsable de sus dichos ni de sus acciones. ¿Estamos ante un presidente guiñol? Tal parece. Carlos Castillo Peraza sonreiría con malicia y lo lamentaría. Qué innecesario sainete. Pero el show continúa y faltan todavía dos años.

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