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Milenio

Cualquiera pensaría que esta reseña que comparto se refiere al escándalo del diputado Julio César Godoy, cuyos vínculos con La Familia michoacana han quedado pavorosamente expuestos en los últimos días. Pero la intención es otra. La crónica recuerda, paso a paso, el no menos deplorable proceso de Mario Marín, gobernador poblano. La comparación es pertinente. Los dos episodios revelan, primero, la imposibilidad de persuadir a un político en funciones de aceptar la responsabilidad de sus actos. En México es más fácil encontrar una aguja en un pajar que conseguir que un político exhibido suelte su hueso como muestra de la más elemental vergüenza. Pero hay algo peor. La comparación de los casos Marín y Godoy exhibe, con claridad prístina, la asombrosa hipocresía de la clase política mexicana.
En el caso Marín, el PRD jugó un papel admirable. Tal y como está escrito, varios protagonistas del perredismo —desde Andrés Manuel López Obrador hasta Pablo Gómez, Alejandro Encinas y otras voces— exigieron que Marín renunciara y enfrentara no sólo el oprobio sino la justicia. Tenían razón. Por eso duele examinar las reacciones de muchos de esos mismos (y otros) perredistas eminentes en los días posteriores a la revelación de la llamada telefónica entre Godoy y La Tuta. Los papeles se han invertido con precisión casi matemática. Los que en el caso Marín defendían el ejercicio de la justicia y exigían la rendición de cuentas políticas, hoy se escudan en los mismos argumentos que, entonces, usaban el góber precioso y los suyos. Lo que antes era una grabación contundente, hoy es un “linchamiento mediático”. Lo que antes era una pieza de inteligencia que ayuda a comprender mejor la amenaza que se cierne sobre México, hoy no es más que una artimaña de la PGR. Lo mismo, por supuesto, puede decirse del PRI y su reacción al escándalo Godoy y a otros similares (pero más cercanos a la causa priista) como el de Fidel Herrera. Ninguno de estos casos admite ambigüedad alguna. Que los partidos y los políticos mexicanos decidan acomodar su brújula moral dependiendo del perjuicio que un escándalo les ocasiona, no sólo revela su mezquindad, también confirma la llegada de tiempos cínicos e hipócritas, tiempos como los que pueden, si se les permite, acabar por completo con una nación.
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