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Interludio
Milenio

Tal es la naturaleza misma de las prácticas que llevan los servicios especiales de los gobiernos como, por ejemplo, los cuerpos de espionaje: su condición para actuar es el secreto y nunca se sabe, bien a bien, quién da las ordenes y quién es el responsable. La línea de mando, tan evidente y tan clara cuando hay que explicar el funcionamiento de la Administración pública, se detiene bruscamente en los mandos medios y, a partir de ahí, no hay manera de subir más: para mayores señas, no sabemos, a estas alturas, quién ordenó el hundimiento del Rainbow Warrior, el barco ecologista que pretendía estorbar las pruebas atómicas de Francia en los mares del Sur. ¿Fue el propio François Mitterrand? ¿Fueron sus ministros?
En todo caso, la creación de cuerpos dedicados a tales tareas entraña, a su vez, un gran peligro: en cualquier momento, dada su naturaleza, se pueden volver contra sus propios sostenedores: lo hemos visto, aquí, en el caso de los zetas. Y, si el propósito es combatir a los delincuentes ¿no es un tanto paradójico utilizar a otros delincuentes para ello?
Ahora bien, hay profesionales que se dedican a estos menesteres: mercenarios, comandos perfectamente entrenados, combatientes a sueldo. Ésa podría ser una solución muy práctica: vas a Israel y contratas sus servicios. Una vez más: ustedes dirán…
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