marzo 12, 2010

El infierno de Maciel

Carmen Aristegui F.
Reforma

Blanca Estela Lara y sus hijos José Raúl, Omar y Cristian González Lara, la familia formada en México por Marcial Maciel, decidieron dar a conocer públicamente su historia. Describen su parte dentro de la siniestra biografía del fundador de los Legionarios de Cristo. Sus dichos tocan la llaga del entramado institucional y complicidades de diverso tipo que hicieron posible la existencia consagrada a la mentira, el engaño, la simulación y el crimen solapado. Los testimonios de esta familia radicada en Cuernavaca, que incluyen narraciones sobre abusos sexuales y sicológicos cometidos por Maciel en contra de sus propios hijos, han colocado en el punto extremo esta historia. Los calificativos posibles para definir al personaje después de las revelaciones no se hicieron esperar en masivas comunicaciones a través de las redes sociales abiertas, especialmente en internet, para hablar del tema: siniestro, criminal, pederasta, mentiroso, ruin, farsante, etcétera.

La defensa a ultranza de Maciel está en extinción. Persiste entre aquellos que mantienen la dinamitada tesis de un complot contra la Iglesia y contra la orden religiosa fundada por Maciel. Es de entenderse que la, cada vez más delgada, franja de negacionistas sobre los abusos y crímenes de Maciel mantiene su postura en un intento básico -e inútil ya- de sobrevivencia moral. Negar las cargadas evidencias presentadas durante años en contra de Maciel es algo que no sostienen ya ni los propios legionarios. Lo dicho por Blanca, Raúl, Omar y Cristian es tan demoledor que coloca la historia de Marcial Maciel en un punto de no retorno. Sería inadmisible -aunque no imposible- que el Vaticano optara, una vez más en este caso, por el silencio como respuesta. Los costos de eludir una responsabilidad institucional de este tamaño resultan cada día más inmanejables. Sería inaceptable -aunque no imposible, otra vez- que el Vaticano recibiera el informe final de las visitas apostólicas realizadas por un grupo de obispos ordenadas por Benedicto XVI desde las pasadas Pascuas, y que no diera mínima cuenta pública de su contenido o, peor aún, que a partir de la previsible información que arrojen las visitas apostólicas, aunada al amplio conocimiento que Joseph Ratzinger tiene desde tiempos de Juan Pablo II del caso Maciel y del funcionamiento de la legión fundada por él, no se procediera en consecuencia.

En México el obispo Ricardo Watty, integrante de la comisión apostólica que entregará su informe al Vaticano, al parecer el 15 de marzo, ha escuchado a la familia de Maciel y también al grupo de personas que, habiendo estado en el circuito más cercano de Maciel desde que fundó la orden religiosa, y habiendo vivido en carne propia abusos sexuales y psicológicos, siendo participes de la funcionalidad oscura y secretista de la Legión de Cristo, decidió salir de ahí y, años más tarde, denunciar lo vivido en una histórica carta dirigida a Juan Pablo II a mediados de los noventa. Sus denuncias no fueron atendidas. Fueron vilipendiados, acusados y perseguidos. Sobra decir que la historia les ha dado la razón y que su autoridad moral ha quedado fortalecida.

El grupo firmante, ahora compuesto por José Barba, José Antonio y Fernando Pérez Olvera, Alejandro Espinoza, Francisco González Parga, Saúl Barrales y Arturo Jurado, entregó al prelado un documento dirigido a la Santa Sede en el que plantean siete peticiones. Entre ellas, que conmine a los dirigentes de la congregación "a dejar de fingir arrepentimiento teatral" y a pedir públicamente disculpas a los miembros de este grupo y a todos los ex legionarios acusados injustamente. Además, a desdecirse de sus acusaciones y a reconocer la comisión de su injusticia y de sus ofensas. Exigen que la congregación aclare ante la opinión pública la falsificación de firmas del obispo Polidoro Van Vlieberghe, que Maciel hizo para darle credibilidad a un par de cartas que utilizó para desacreditar la primera denuncia pública que los ex legionarios hicieran en 1996. El cumplimiento de lo que plantean los ex legionarios es piso mínimo de lo que estaría obligado el Vaticano a realizar mostrando, una vez más, el infierno construido por el padre Maciel. Las víctimas dibujan la disyuntiva para el Vaticano: o se reestructura o se extingue a la legión.

La aversión a la mayoría

Héctor Aguilar Camín
acamin@milenio.com
Día con día
Milenio

Se entiende la alergia mexicana a la posibilidad de que un gobierno tenga mayoría absoluta en el Congreso (50 más 1). Un Presidente fuerte con mayoría absoluta en el Congreso sería volver, dicen algunos, ¡y algunos priistas!, a los tiempos del presidencialismo autoritario.

Se entiende que la aversión a la mayoría esté en el adn de la transición democrática mexicana. Fue una transición hecha contra las mayorías abusivas del PRI y contra sus presidencias sin contrapesos, de inolvidables momentos catastróficos.

La democracia mexicana se construyó limando hasta desaparecer la mayoría del PRI y facilitando, hasta la invención, el crecimiento de las minorías, sinónimo hoy de la celebrada pluralidad de nuestra vida política.

(Obstáculo también a la construcción de mayorías que puedan gobernar, y disfraz de impresentables camarillas de políticos profesionales que representan poco más que sus intereses de grupo).

Es convicción de muchos que el principio de representación proporcional es más democrático que el de la mayoría pura y dura. Esta es la convicción, también, de la mayoría de los partidos participantes, pues un principio puro y duro de mayoría dejaría en la escena probablemente sólo a dos partidos.

Lo cierto, en mi opinión, es que, sin atentar contra la representación proporcional, debemos inclinar nuevamente la balanza hacia el principio de mayoría, y fortalecer la Presidencia, que hemos ido menguando hasta hacerla poco efectiva.

Nadie pide volver a las mayorías abusivas de antaño, pero las minorías paralizantes de hoy tampoco son una solución.

Previenen contra grandes equivocaciones que pueda cometer el Poder Ejecutivo, pero impiden también los aciertos mayores que puede tener un gobierno.

El México de hoy está urgido de aciertos mayores, no de empates preventivos, en órdenes fundamentales para el funcionamiento del país: el orden fiscal, el orden educativo, el orden laboral, el orden energético, el orden de la seguridad pública, el orden del pacto federal, el orden de las relaciones con América del Norte, la región del mundo donde están nuestros intereses, nuestras oportunidades de mexicanos.

Sólo un gobierno fuerte, un gobierno de mayorías efectivas, podrá plantearse con alguna probabilidad de éxito los cambios que México necesita.

La aversión a la mayoría ha cumplido su tarea. Hay que regresar el péndulo a su justo medio y la democracia a su principio esencial que es el del gobierno de la mayoría.

¿El Congreso…? ¡Un lupanar!

Francisco Martín Moreno
fmartinmoreno@yahoo.com
Excélsior

En el Legislativo nadie respeta a nadie. Las ansiadas reformas no se dan. No hay líneas eficientes de mando. El país se nos deshace en las manos. Cuando se paraliza ese Poder, se paraliza la economía, se dispara el crimen y se descompone la sociedad.

¿Por qué…? En los lupanares las meretrices se encuentran al alcance del mejor postor. Cuenta la capacidad de compra del adquirente del servicio sin pudor ni recato alguno. Los caprichos se pagan caros. Todo está a la venta, desde lo que pudiera ser un ostentoso recinto—en este caso no precisamente el legislativo— hasta las idílicas inquilinas, para ya ni hablar de los vinos y licores de importación… Todo gira en torno a un principio irrefutable: el dinero. Sin embargo, aun cuando parezca una paradoja, en el seno de estas residencias reconciliadoras con el bien común, en cuyo interior se practica una de las profesiones más antiguas del mundo, existe orden, un orden impuesto por una madam, la ama de la mancebía, la misma que controla el desarrollo civilizado y respetuoso del negocio. Su poder lo ejerce, por lo general, con una voz dulce, apenas audible y hasta tierna, sin aspavientos ni gritos. Basta un guiño para que los acontecimientos se den de acuerdo a sus deseos, de la misma manera en que es suficiente una señal lanzada delicadamente con su dedo índice para lanzar a la vía pública a los indeseables… De modo que sus decretos mudos se ejecutan con gran armonía, disciplina y paz. El orden se da hasta en el interior del lupanar…

En el Congreso de la Unión que no es congreso, porque si bien es cierto que, según la Academia, es una reunión generalmente periódica de varias personas para deliberar y tratar sobre alguna materia o algún asunto previamente establecido, también lo es que esos asuntos establecidos, como la reforma del Estado, la fiscal, la energética, la de seguridad pública, la del trabajo, no se desahogan porque dicho recinto no pasa de ser una carpa de circo, en donde los diputados o payasos se representan a sí mismos. Simultáneamente no es de la Unión porque los legisladores acatan las instrucciones de los jerifaltes que presiden sus consejos nacionales desentendiéndose de los intereses de la nación que reclama en todos los foros los cambios que, con arreglos a miles de pretextos, finalmente nunca se dan. ¿Cuál Unión..?

Mientras que los pleitos entre casquivanas se solucionan con una señal que puede llegar a ser imperceptible, las diferencias entre legisladores, por definición unos traidores a quienes les deben la tenencia de su curul y el disfrute de su dieta, pueden descender a niveles inimaginables en los prostíbulos pueblerinos.

En el Poder Legislativo nadie respeta a nadie… Las ansiadas reformas no se dan… No hay líneas eficientes de mando… El país se nos deshace en las manos. Cuando se paraliza el Poder Legislativo, se paraliza la economía, se dispara el crimen, se descompone la sociedad, adviene el caos, los rufianes lucran con el desorden imperante, se impulsa la involución con todas sus consecuencias, se empiezan a resolver las diferencias con las manos, como acontecía en el paleolítico tardío, cunde la incertidumbre, se detiene la generación de empleos, los ancestrales peces gordos siguen haciendo de las suyas, la impunidad se impone, el peculado llega a niveles aberrantes, la corrupción absorbe las más caras energías de la nación, el narcotráfico encuentra su caldo ideal de cultivo, asesinan a periodistas, secuestran a personas, se desarrolla exitosamente la industria del despojo, las bandas de maleantes proliferan a lo largo y ancho del país, el sistema nacional de pagos continúa temerariamente en manos de extranjeros, la evasión fiscal se convierte en deporte nacional, la economía informal destroza a la sociedad, vamos cayendo gradualmente en manos del populismo, un episodio de la historia que nadie quisiera volver a vivir; el Ejército, una institución honorable, se desgasta en las calles en actividades ajenas a aquellas que justifican su existencia institucional; el turismo, una industria que podría reportar ingresos cuatro veces superiores a la exportación de crudo, se desvanece en una apatía aberrante; huyen las maquiladoras sin que nadie intente retenerlas ofreciéndoles incentivos; importamos gas y gasolina cuando somos productores de gas y gasolina, mientras en el seno del Congreso gritan hasta desgañitarse: ¡Viva la muerte..! Diez líderes sindicales venales impiden el progreso de México… La policía capitalina es más temida que los delincuentes. Los rateros, disfrazados de autoridad, esquilman a la población; de noche asaltan y secuestran… El electorado continúa sufragando con sus impuestos el gasto público mientras el gobierno no protege la vida ni las posesiones de los gobernados… ¡Ah, casquivanas..!

Y mientras el país se nos deshace entre las manos, los perínclitos legisladores no sólo ignoran sus obligaciones como representantes populares, sino que se lanzan entre sí epítetos mal sonantes, se toman de las greñas, ruedan por el piso entre gritos callejeros, se arañan, se amenazan, lloriquean, salivan, escupen, se lamentan, se insultan, se patean en condiciones que no se dan ni entre las alegres chicas de la vida galante.

Efectivamente estamos frente a un circo, sólo que es un circo al que la nación no quiere asistir… En los lupanares por lo menos impera el respeto…

Y al décimo segundo día Chile se levantó

Fran Ruiz
fran@cronica.com.mx
La aldea global
La Crónica de Hoy

Con la tierra aún temblando con fuerza y con medio país devastado por el quinto terremoto más poderoso jamás registrado, los chilenos se enjugaron ayer las lágrimas y asistieron a la asunción de Sebastián Piñera como nuevo presidente de la nación.

Doce días después de ser sacudido por un devastador sismo —y un tsunami si cabe aún más devastador—, Chile inauguró ayer una nueva etapa, un cambio histórico en el que la derecha regresa al poder por la legitimidad de las urnas y no a punta de pistola.

La transición democrática chilena culminó ayer con el traspaso tranquilo de poderes de una mandataria socialista, Michelle Bachelet, a un demócrata de derechas. Para que esto ocurriera, Piñera necesitó ganarse la confianza de los chilenos con una credencial limpia de cualquier contaminación pinochetista y un discurso no revanchista con los gobernantes que ayer pasaron a la oposición, tras el lógico desgaste después de 20 años en el poder de la Concertación liderada por socialistas y democristianos.

No lo tenía previsto, pero quien está llamado a escribir este nuevo capítulo de la historia chilena se vio forzado a cambiar el título que tenía pensado por otro más acorde con las dramáticas circunstancias: “Levántate, Chile”.

El lema que vertebrará sus cuatro años de mandato no podía ser más contundente. Un auténtico líder es el que ante la adversidad no cunde al desánimo y pide coraje a su pueblo para mirar adelante, y esto es justamente lo que acaba de hacer Piñera: “Es el momento de secarse las lágrimas y de mirar al futuro”, pidió a los chilenos, y sobre sí mismo también fue claro: “no pienso ser el presidente del terremoto, sino de la reconstrucción”.

Pero es inevitable diferenciar una cosa de la otra y la naturaleza no perdonó ni su propia ceremonia, con una fuerte réplica de casi siete grados que lo obligó a suspender su fiesta y marcharse a monitorear si hubo daños o si se formó un nuevo tsunami.

Sin tiempo, pues, de recuperarnos del brutal impacto del terremoto en Haití, en estas casi dos semanas recibimos de nuevo un bombardeo de imágenes terribles, de edificios partidos por la mitad, de pueblos costeros completamente destruidos, de gente desesperada saqueando y de las autoridades paralizadas por el impacto de la destrucción. Pareció incluso que la furia de la naturaleza (y mira que anda furiosa últimamente) iba a conseguir noquear a Chile como consiguió hacer con Haití; sin embargo, en este corto periodo de tiempo el mundo pudo ver cómo del desconcierto y la lenta reacción del gobierno de Michelle Bachelet se pasó a una toma del control firme, tanto en las calles, para evitar nuevos saqueos, como en los puestos de socorro; se restablecieron servicios básicos, como la luz y el agua, en las principales ciudades golpeadas, y se reservó gran parte de los fondos ahorrados con la venta de cobre (Chile es el primer exportador mundial) para la reconstrucción.

Todo esto ha permitido que Chile se ponga de nuevo en pie para no perderse una ceremonia de asunción entre dos adversarios ideológicos que se respetan mutuamente y que han prometido hacer todo lo posible por anteponer los intereses del pueblo a los partidistas en estas horas amargas. En fin, que en vista de cómo anda el gallinero político en estas latitudes por nimiedades, dimes y diretes, hasta envidia da la reacción de la clase política chilena ante tan grande adversidad.

Luzbel y Maciel

José Cárdenas
josecardenas@me.com
http://twitter.com/JoseCardenas1
Ventana
El Universal

“¿Qué quieres que te diga de Marcial Maciel?, era un personaje extraordinario; con vicios privados y virtudes públicas; era de una dimensión genial, en el sentido etimológico; una persona extraordinaria; fuente inagotable de talento y energía. Haría falta Dostoievski para narrar su biografía”. Así abrió una entrevista el historiador Jean Meyer. Escribo el resto.

Maciel tenía encanto para seducir y furia para atormentar; encarnaba al cielo y al infierno. Tenía una personalidad esquizofrénica; doctor Jekyll y mister Hyde. Era dos arcángeles: la luz de Miguel y la oscuridad de Luzbel.

Arturo Jurado, Juan José Vaca y José Barba (víctimas en el nombre del padre) cuentan que luego de fornicar como demonio, oficiaba misa como un santo. Recuerdan que sólo verlo invitaba a creer en él y en Dios. En ese orden.

Maciel, venerado fundador de la Legión de Cristo y el Movimiento Regnum Christi, ingresó al seminario de Montezuma, Nuevo México (que salvó al sacerdocio mexicano en tiempos aciagos); pronto lo expulsaron por sodomita. Se cubrió con la sotana del tío, Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz; el prelado lo corrió por sus fechorías. El intrépido Maciel consiguió el auspicio del papa Pío XII; creó una congregación de derecha para contrapesar a la izquierda jesuita. Eugenio Pacelli conoció las primeras denuncias contra Maciel; lo retuvo tres años en Roma; le prohibió viajar a México; la Iglesia impidió investigación alguna; los ofendidos no se atrevieron a hablar, ni el Poder Judicial a sentenciar. Se fraguó una farsa bien disfrazada.
“Juan XXIII rehabilita a Maciel, quien regresa a México como miembro del alto clero católico, con impunidad extraordinaria” —apunta Jean Meyer—. Es inusitado en la historia de la Iglesia que alguien haya engañado a tantos, comenzando con los cinco antecesores del Papa Benedicto.
Marcial Maciel es un caso extraordinario; aún muerto, significa otro fracaso. Suma su historia a los escándalos por abusos sexuales de 5 mil sacerdotes católicos en Estados Unidos, Irlanda y Alemania; aberraciones que han costado a la Iglesia dos mil millones de dólares en compensaciones.

¿La Santa Sede protegió a Maciel? En 1982, la congregación de Maciel aportó una suma sustancial para salvar al Vaticano, principal accionista del Banco Ambrosiano, quebrado por la mafia. Se estima que la Legión de Cristo vale 28 mil millones de dólares, producto del binomio educativo e inmobiliario, en 22 naciones. Marcial Maciel era intocable.

Joseph Ratzinger se toma el asunto como una batalla personal. A medida que profundizan las investigaciones, emerge el daño que Maciel ha causado a la Iglesia católica con sus atrocidades. Las opulentas arcas vaticanas están en riesgo; entre compensaciones y decepciones, merman los caudales.

Las vidas ejemplares de los Santos Varones son opacadas por este personaje siniestro, cuya biografía nada tuvo de varonía y sí de sodomía.

Muchos embaucados, ricos y pobres, todos piadosos, rezan por Maciel… piden a Dios que su alma criminal arda en el infierno.