René Avilés FabilaLa Crónica de Hoy
Felipe Calderón ha optado por hacer un esfuerzo para impedir que el PRI regrese a la Presidencia. Lo demás quedó en el olvido. Las promesas son archivadas y aparece su último gran juramento, el que hizo en secreto o ante sus más cercanos amigos y familiares: borrar del mapa al priismo o, en todo caso asimilarlo, como hizo con Miguel Ángel Yunes. Estamos acostumbrados a contemplar el cambio de saco tricolor para ponerse el amarillo. El azul, no es mal color, sobre todo visto desde Los Pinos. Una obsesión insana que puede hundirlo en un fracaso total: incumplió sus ofrecimientos de campaña, tampoco logró detener al PRI.
Calderón se ha hecho experto en regañar. Primero a los embajadores, no ayudan a evitar la mala imagen de México en el extranjero. Luego a los periodistas, distorsionamos la realidad política del país, es decir, inventamos los manoteos, los gritos, las majaderías que los políticos y funcionarios de todos los partidos se distribuyen con entusiasmo. Finalmente, les demanda a los políticos un poco de orden, dignidad y decencia entre sí, no más bajezas. Lo curioso del caso es que fue la disposición de Felipe para que César Nava arremetiera contra el PRI lo que degradó más al sistema. Ahora se desentiende. Como los demás políticos, miente, niega que él inició el lodazal con sus instrucciones a Nava.
Pero el fango de las coaliciones ha tenido respondones dentro de las mismas filas panistas y de parte de sus mejores aliados actuales, los perredistas. El más destacado fue Fox, no por alto, sino porque fue el primer presidente del PAN: ha declarado varias veces en contra de las alianzas; centra sus regaños en César Nava. Pero hay que escuchar las voces de sus amigos del PRD. Pongo un sólo ejemplo, contundente, que prueba el “amor” entre ambas formaciones aliadas. Ante el regaño a los políticos, la perredista Leticia Quezada dijo: “¡Mira, el burro hablando de orejas! El espurio, el que se robó la Presidencia, ¡nos va a dar clases de ética!”
Si bien es imposible ocultar el malestar de Manuel Espino o de Fernández de Cevallos, tampoco podemos dejar de lado la indignación de los panistas. En Veracruz ya se salieron algunos de los más destacados. A la renuncia de Gerardo Buganza se suma la de Sergio Penagos, Agustín Molinedo y Guillermo Basurto. Acusan al PAN de “ser un PRI con diferentes matices”. Tardaron en descubrirlo, pero lo hicieron al fin. Al lado de Felipe Calderón va poniendo parches el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien fue uno de los primeros en salirse de Acción Nacional por sus acuerdos con el PRD.
Así las cosas, con un PAN dándole oxígeno al PRD y un PRD sumándose gustoso a las filas del conservadurismo más evidente, el PRI pareciera una monja angelical, casi beata. No hay duda que nada a Calderón le sale bien. Sus colaboradores más cercanos algo tratan de hacer, pero desde el principio estuvieron, todos, pero todos, mal seleccionados. Como en mi novela sobre el movimiento estudiantil de 1968, el Presidente está solo, es El gran solitario de Palacio, y como tal enfrentará sin mucha solidaridad las acusaciones de la historia. Los perredistas serán los primeros en señalarlo como incapaz, y una y otra vez le echarán en cara que le arrebató la Presidencia a López Obrador con el apoyo de la mafia priista.
El barco presidencial hace agua por todos lados. Atrás quedaron las promesas. En su desesperación, Felipe Calderón se alía a sus peores enemigos. Por ahora no se aprecia la clase de sociedad que formó, pero ganen o pierdan los aliancistas están dejando sus respectivas reputaciones por el suelo. El PRI está en lo suyo, fingiendo que no escucha, viendo cómo se despedazan sus rivales, la manera en que adentro consiguen acuerdos para tener un candidato que bien podría ser Peña Nieto o el más astuto y sagaz Manlio Fabio Beltrones. Después de las contradicciones de Beatriz Paredes, de sus gritos en la Cámara de Diputados, dudo que muchos la vean presidenciable, como en el PAN pueden imaginar a Vázquez Mota con tal posibilidad.
El PAN, luego de tantos años de batallar con el PRI, de analizarlo, de medirlo, resulta que no lo conoce, mucho menos conoce a sus aliados de hoy, a los perredistas, aquellos que se salieron del partido madre y padre. Todos ellos son experimentados políticos, a su lado César Nava o el propio Calderón son boy-scouts que esperan a quien ayudar a cruzar la esquina, según la lógica anglosajona. Párvulos que enfrentan a quienes tienen doctorados en intrigas y movimientos políticos. ¿Dónde se formaron Manuel Camacho, López Obrador, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Muñoz Ledo? ¿Con los demócratas norteamericanos? No, en el PRI, y por tanto vienen ya maleados. Si somos realistas, el pleito por el poder es entre puros priistas, unos tiene la credencial, otros la dejaron en casa y los panistas son priistas honorarios. Calderón está solo.